Plaza Pública
La insoportable inmadurez del ser
Ayer oí a mis hijos acusarse mutuamente de ser inmaduros. Discutían –entre risas– por un paquete de galletas de chocolate. Tienen dieciocho y veinte años, una edad excelente para pelearse por lo que sea. Un paquete de galletas de chocolate no es asunto menor, sobre todo si se tiene una madre que cumple las órdenes de confinamiento a rajatabla y sólo va a la compra cuando no queda nada –literalmente– que comer, que se niega a encargar que le lleven el pedido a domicilio para no interferir en el envío a quienes realmente lo necesitan y por no exponer caprichosamente a los repartidores a que se infecten. Así que según se acerca el noveno o décimo día y la despensa va mostrando su esqueleto los ánimos se alteran, digamos, ligeramente. Por eso cuando oí "eres un inmaduro" y "tú sí que eres inmadura" sentí una ternura infinita hacia ellos. Más que de costumbre, sí. Me hizo mucha gracia oírles llamarse inmaduros. ¡Con la cantidad de insultos que hay y manejan!
¿Ellos se ven inmaduros? ¿Ellos? Ellos, que en ningún momento desde el 14 de marzo se han quejado de estar confinados; que a pesar de tener tantos planes y tantas fuerzas (porque no es lo mismo hacer planes y que la energía te acompañe que hacer proyectos y no tener ni un ápice de brío para llevarlos a cabo) no han salido de casa más que al rellano de la escalera para sacar la basura; que sueñan con poder quedar con los amigos, ir a nadar, a conciertos, a jugar al paddle, al baloncesto… pero sobre todo sueñan con que esta pesadilla pase y saben que para que esto ocurra cuanto antes ellos han de contribuir cumpliendo con lo de #QuédateEnCasa.
Ellos, que saben perfectamente lo que se están perdiendo al no poder salir, también saben que son unos privilegiados porque tienen una casa en la que quedarse, y además con wifi. Ellos, que estaban disfrutando la universidad como todos hicimos en su momento, ahora se han adaptado a disfrutarla virtualmente. Ellos, que el primer día de confinamiento me pidieron que llamara a nuestros vecinos mayores para preguntarles si necesitaban algo del súper (llamar ellos hubiera sido irreal). Ellos, que miran por la ventana, sonríen pícaramente y en sus ojos se puede atisbar lo que están soñando pero no se lamentan. Ellos, que tienen los ánimos tan disparatados como corresponde a su edad, se controlan y han optado por tratar de dominar –con mayor o menor éxito- la montaña rusa que es su existencia interior (y exterior).
Ellos, que dicen no entender por qué no hay más unión en este país, por qué algunos se empeñan en restar cuando es hora de sumar fuerzas, que dicen que ya habrá tiempo de criticar, que ahora toca arrimar el hombro, que se desesperan al detectar el daño que provocan los bulos. Ellos, se acusan mutuamente de ser inmaduros… ¿Será por toda la inmadurez que ven en los medios? Esa insoportable inmadurez de quienes lo mínimo que se puede exigir es que maduren, olviden su orgullo y busquen el bien común.
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Asun Gómez Bueno es periodista y vicepresidenta del Comité de Informativos de la Unión Europea de Radiodifusión