Limpieza étnica en Palestina: La ignorancia de la historia lleva al recelo y al odio

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Emilio Menéndez del Valle

El gran historiador e hispanista británico John Elliott (1930-2022) acuñó una frase que suelo llevar en mi equipaje: “Hay que estudiar historia porque la ignorancia conduce al recelo y al odio”. En la actualidad es imposible, pero ¿cabe la posibilidad de que en décadas venideras palestinos e israelíes, coexistiendo primero y conviviendo después, superen el recelo y el odio? De cómo se enseñe la historia en las aulas israelíes dependerá que ello sea o no posible.

Tras la Primera Guerra Mundial, Londres creó, con el beneplácito de la Sociedad de Naciones, el mandato británico de Palestina para gestionar los territorios otomanos de los actuales Israel, Jordania, Cisjordania y Gaza. El Reino Unido anunció en 1947 que renunciaba al mandato y árabes palestinos y judíos reclamaron el control sobre el territorio. Naciones Unidas propuso entonces (Resolución 181 de la Asamblea General, 1947) la creación de un Estado de Israel y un Estado de Palestina, con Jerusalén  bajo control internacional. El plan no era equitativo puesto que se otorgaba a cada parte aproximadamente la mitad del territorio cuando los judíos poseían sólo el 7% de las tierras y equivalían a un tercio de la población. 

La limpieza étnica es un crimen de lesa humanidad reconocido como tal en diversos tratados internacionales y en el Estatuto del Tribunal Penal Internacional de 2002

El 14-5-1948, Israel se declara Estado independiente y una coalición de Estados árabes lo ataca. 800.000 palestinos son forzados a huir de su tierra natal, algo que se conoce como la Nakba (el Desastre). Se convierten en  refugiados permanentes que exigen el retorno a Palestina, obviamente hasta hoy infructuosamente. Ello obliga a la ONU a crear la Agencia para los Refugiados de Palestina (UNRWA). La Nakba es ignorada por la historiografía oficial israelí y no se alude a ella en la mayoría de los centros educativos. 

Por el bien de la historia, a la espera de que sea enseñada objetivamente en años venideros, afortunadamente existen los denominados “nuevos historiadores” israelíes. Se trata de un grupo de profesionales —todos ellos judíos— no sometidos a las “verdades” de la historiografía oficial sionista, surgidos en los años 80 del pasado siglo, con el propósito de relatar los hechos como realmente sucedieron. Avi Shlaim, ILan Pappé, Benny Morris, Simcha Flapan y Tom Segev integran el grupo. 

Drazen Petrovic, en 1994: “La limpieza étnica es la política establecida por un grupo de personas para eliminar sistemáticamente a otro grupo de un determinado territorio sobre la base de un origen religioso, étnico o nacional. Dicha política implica violencia y muy frecuentemente está ligada a operaciones militares. Ha de conseguirse por todos los medios posibles, de la discriminación al exterminio. Implica la violación de derechos humanos y del Derecho internacional humanitario y quebranta los Convenios de Ginebra de 1949 y los Protocolos adicionales de 1977” (European Journal of International Law, 1994, 5, 3). 

La limpieza étnica es un crimen de lesa humanidad reconocido como tal en diversos tratados internacionales y en el Estatuto del Tribunal Penal Internacional de 2002. ILan Pappé detalla la planificación de la misma a cargo de Israel: “El 10 de marzo de 1948, un grupo de once hombres, veteranos dirigentes sionistas y algunos jóvenes oficiales del Ejército, dieron los toques finales a un plan para la limpieza étnica de Palestina… la expulsión sistemática de los palestinos de vastas áreas del país… las órdenes incluían una detallada descripción de los métodos a emplear: intimidación a gran escala; sitio y bombardeo de aldeas y centros de población; incendio de casas, bienes y propiedades; expulsión, demolición. Incluso colocación de minas en los escombros para impedir el regreso de los expulsados… El objetivo del plan era la destrucción de las áreas rurales y urbanas de Palestina”. (The ethnic cleansing of Palestine, 2006, pag. XII).

Los datos que Pappé, Shlaim o Morris proporcionan fueron logrados gracias a la desclasificación de documentos reservados hecha a final de los años noventa. Pappé, en nota a pie de página, informa que los obtuvo de los “IDF Archives, GHQ/Operations branch, 10 March 1948, File 922/75/595” y de los “Hagana Archives, 73/94”. Aun así la desclasificación fue incompleta. Yosi Beilin, del izquierdista partido Meretz y ministro de Justicia intentó en 2000 completarla. Fracasó ante la oposición de altos mandos militares. 

El resultado del plan de 1948 fue que, en seis meses, más de la mitad de la población nativa de Palestina, unas 800.000 personas, fueron expulsadas de sus hogares y forzadas a huir en masa a Estados árabes vecinos, 531 aldeas destruidas y once centros urbanos vaciados de sus habitantes. Pappé recuerda que “este crimen de lesa humanidad ha sido casi totalmente borrado de la memoria pública global… sistemáticamente negado y todavía hoy no es reconocido como un hecho histórico y menos aún reconocido como un crimen al que se  necesita hacer frente política y moralmente”. Benny Morris describe la creación en agosto de 1948 de un asépticamente denominado Comité de Traslado. Yosef Weitz, uno de los responsables del mismo, afirma: “Hemos de tener claro que en este país no hay sitio para dos pueblos y la solución es la tierra de Israel sin árabes, por lo que tenemos que trasladarlos a los países vecinos. Ni una sola aldea ni tribu beduina alguna han de quedar en la tierra de Israel” (1948 and after: Israel and the Palestinians, 1990, pag. 89). Tesis asumida por los principales líderes judíos, antes incluso de 1948. A David Ben-Gurion no le dolieron prendas cuando en junio de 1938 tranquilamente expresó: “Estoy a favor del traslado forzoso. No veo nada inmoral en ello”. 

Debemos reconocimiento a los Nuevos historiadores israelíes por su labor científicamente objetiva de impulsar y asentar verdades que la historiografía oficial de su país ha tergiversado

Debemos reconocimiento a los Nuevos historiadores israelíes por su labor científicamente objetiva de impulsar y asentar verdades que la historiografía oficial de su país ha tergiversado. Han hecho añicos la mitología israelí (asumida por Occidente) sobre lo que ocurrió durante y tras la guerra de 1948. Michel Warschawski, hijo de un gran rabino, opuesto al dogma “Un Estado, una cultura, un pueblo” ha escrito: “Hizo falta un cambio de dirección en la historiografía israelí para que comenzara a emerger la realidad…y el discurso que cuestiona el relato sionista se  hiciera creíble. Este discurso se vuelve legítimo porque es objeto de un trabajo de historiadores israelíes. Ni los testimonios de miles de víctimas ni las investigaciones de historiadores árabes, ni la misma realidad empírica habrían podido romper el monopolio del relato sionista” (Israel-Palestina: la alternativa de la convivencia binacional, 2002, pag. 36).

Similar reconocimiento debemos hacia los historiadores árabes que, como los Nuevos historiadores israelíes, han llevado a cabo la sisifiana tarea de abrir los ojos al mundo al expolio y destrucción ocasionada en Palestina. Uno de los más perseverantes es Walid Jalidi, autor y editor de All that remains: the Palestinian villages occupied and depopulated by Israel in 1948. Este libro, producto de seis años de investigación y publicado en 1992 por el Institute of Palestinian Studies, es la obra colectiva de treinta autores sobre los centenares de aldeas destruidas por Israel a las que previamente nos hemos referido. Da el lugar exacto donde se encontraba cada una de ellas y las actividades económicas y/o rurales que realizaban antes de la agresión judía. Contiene una descripción de su actual situación, incluidas las diversas colonias o asentamientos judíos establecidos sobre las tierras usurpadas. 

El empeño en centrar el conflicto israelo-palestino en el terrorismo oculta el origen del mismo: la ocupación. De ahí las palabras del secretario general de Naciones Unidas hace unos días, hastiado de que el mundo haga oídos sordos al sufrimiento palestino. Como es sabido, tras condenar tajantemente la barbarie terrorista de Hamás, Antònio Guterres dijo: “Es importante reconocer también que los ataques de Hamas no han sucedido en un vacío. El pueblo palestino ha estado sometido a 56 años de sofocante ocupación”. 

El doctor Eyad al Sarrej (1943- 2013) fue un activista humanitario, pacífico defensor de la causa palestina, encarcelado una vez por Israel y tres por la Autoridad Nacional Palestina, por denunciar las violaciones de los derechos humanos por ambas partes.  Estudió medicina en Egipto y psiquiatría en Inglaterra y se convirtió en el primer psiquiatra de la Franja de Gaza. En 1990 creó el Programa comunitario de salud mental, con el que, por cierto, colaboraba la Universidad de Sevilla. Su intención era atender las necesidades urgentes derivadas de la ocupación israelí. Sarraj hacía lo imposible por tratar la salud mental de los palestinos, especialmente de los niños, que vivían en situaciones traumáticas y de opresión. Solía decir que si una persona es desposeída de sus derechos humanos, es imposible que disfrute de una buena salud mental.

He estado en Gaza en diversas ocasiones y durante mi época de eurodiputado (1999-2014) tuve el honor de entrevistarme con el doctor Sarraj. Comparamos la densidad demográfica de Gaza (365 kilómetros cuadrados, dos millones de habitantes, aproximadamente 4167 habitantes/km) con la de Menorca (700 km, 87.000 habitantes, aproximadamente 112 habitantes/km). ¿Se imagina usted, me dijo, lo que es vivir, malvivir, sobrevivir, en un territorio 50% más reducido que el de su isla mediterránea, sometidos a los bombardeos de la potencia ocupante? Angustiado, hice lo posible por imaginarlo y no lo he olvidado. Y no he olvidado su afirmación más impactante: “Si en Gaza se pregunta a un niño qué quiere ser de mayor, no contesta que le gustaría ser médico o ingeniero. Dirá que quiere ser mártir”. 

Antes de la invasión y destrucción de Gaza que estamos contemplando estos días, Israel ha llevado a cabo otras muchas. En  la de noviembre de 2012, la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA) informó de que en los pacientes tratados el estrés postraumático había aumentado un ciento por ciento; de ellos, el 42% menores de nueve años. Ese año, Michael Lynk, relator especial de la ONU para los Territorios Palestinos Ocupados, se dirigió así a sus superiores: “Ninguna ocupación contemporánea ha tenido lugar ante una comunidad internacional tan alerta a sus graves violaciones del Derecho internacional, tan bien informada del sufrimiento y despojo de los ocupados y, sin embargo, tan poco dispuesta a actuar en base a las pruebas abrumadoras, sirviéndose de los abundantes instrumentos jurídicos y políticos disponibles para poner fin a la injusticia”. 

En el día en que escribo (1 de noviembre) la prensa informa de que un alto funcionario de la ONU dimite por “el genocidio en curso”. Se trata de Craig Mokhiber, director de la oficina en Nueva York del Comité de Derechos Humanos. La causa, aduce, es la tibieza de mecanismos clave de la Organización para velar por los derechos humanos de los palestinos. En carta a Volker Türk, Alto Comisionado para los Derechos Humanos, escribe: “Este es un caso de manual de genocidio y la organización a la que servimos se muestra impotente para detenerlo. La  matanza en curso del pueblo palestino, afincada en una ideología colonial etnionacionalista, continuación de décadas de persecución sistemática no deja espacio para la duda. El genocidio que estamos presenciando en Palestina es producto de décadas de impunidad israelí permitida por Estados Unidos y otros Gobiernos occidentales y de décadas de deshumanización del pueblo palestino por parte de los medios de comunicación occidentales. Ambos deben terminar ya”. 

¿Cabe la esperanza? ¿Cabe el retorno a la esperanza suscitada por los Acuerdos de Oslo de 1993, firmados por Isaac Rabin y Yaser Arafat bajo patrocinio de  Bill Clinton? Acuerdos que podrían haber conducido, si bien a largo plazo, al abandono del recelo y del odio de los que hablaba Elliott. A una inmediata coexistencia y más tarde a la convivencia. Algo que un fanático judío racista de 25 años frustró al asesinar a Rabin en 1995. 

¿Será capaz Occidente, permisivo de los crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos por Israel y bien documentados por historiadores israelíes y palestinos, de poner fin a la infamia? Como dice el historiador palestino Nur Masalha, “solo si se comprende la Nakba sufrida por el pueblo palestino en 1948 se podrá comprender el derecho al retorno para los palestinos. El dolor infligido solo puede enderezarse mediante un reconocimiento de su derecho a regresar a su tierra y su derecho a la restitución de sus propiedades. Una reconciliación genuina entre ambos pueblos sólo será posible cuando Israel asuma la responsabilidad por haber sido el principal artífice del problema de los refugiados palestinos” (Políticas de la negación: Israel y los refugiados palestinos, 2005, pág. 65). Si se considera que, dadas las décadas transcurridas, el derecho al retorno es impracticable, ofrézcase una solución alternativa, real y viable.

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Emilio Menéndez del Valle, embajador de España.

El gran historiador e hispanista británico John Elliott (1930-2022) acuñó una frase que suelo llevar en mi equipaje: “Hay que estudiar historia porque la ignorancia conduce al recelo y al odio”. En la actualidad es imposible, pero ¿cabe la posibilidad de que en décadas venideras palestinos e israelíes, coexistiendo primero y conviviendo después, superen el recelo y el odio? De cómo se enseñe la historia en las aulas israelíes dependerá que ello sea o no posible.

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