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Las otras macrogranjas

Juan Manuel Aragüés

Probablemente, si la decisión sobre la palabra del año se hubiera tenido que tomar en las últimas fechas, caben pocas dudas de que la palabra "macrogranja" hubiera tenido ciertas posibilidades de acceder a dicho galardón. Y ello porque a alguien se le ha ocurrido convertir en tema de discusión una entrevista que el ministro Garzón, el "menestro de verduras", tal como el humorista gráfico Póstigo ha tenido la sagacidad de bautizarle (https://www.elperiodicodearagon.com/opinion/humor/2022/01/06/tira-postigo-6-enero-2022-61311195.html) , concedía hace ya bastantes fechas a un diario británico. Pero bueno, a estas alturas de la posmodernidad, ya debiéramos saber que la realidad existe cuando alguien decide poner el foco, mediático, sobre la misma. Como decía Berkeley, y parafrasearon Borges y Bioy en un memorable cuento, Esse est percipi, ser es ser percibido. Lo que no aparece en los medios no existe y, al mismo tiempo, todo lo que aparece en los medios pasa por real.

No voy a hablar de macrogranjas de pollos, de cerdos o de cualquier otro animalejo. Lo que se pudiera decir sobre ellas, que producen carne de baja calidad, que contaminan, que hacinan a los animales, que apenas crean empleo, se ha dicho hasta la saciedad y es tan obvio que solo el empeño de quienes viven de ellas, directa o indirectamente, puede provocar la obnubilación intelectual que estos días comprobamos por las redes. Voy a hablar, precisamente, de esa obnubilación y de las macrogranjas que la producen.

Existe otro tipo de macrogranjas a las que habitualmente no solemos definir de este modo, pero por sus procedimientos y resultados, son muy semejantes a aquéllas. Me refiero a las macrogranjas especializadas en manipulación industrial de la información

Porque, sí, estamos acostumbrados a utilizar el concepto "macrogranja" para referirnos a los lugares de producción industrial de carne. Pero existe otro tipo de macrogranjas a las que habitualmente no solemos definir de este modo, pero que, por sus procedimientos y resultados, son muy semejantes a aquéllas. Me refiero a las macrogranjas especializadas en la producción y manipulación industrial de la información. Ambos tipos de macrogranjas comparten técnica, la intensa manipulación del producto —la carne, la información—, efectos, la intoxicación, en diferentes grados, de quien consume el producto —vía antibióticos, vía mentira o, como se dice ahora, fake— y se sustentan en los mismos intereses económicos, poderosas empresas carentes de escrúpulos cuyo único principio ético se resume en una frase: todo vale para nuestro propio beneficio.

De modo cada vez más preocupante vemos cómo este tipo de macrogranjas de intoxicación mediática proliferan sin coto en nuestro panorama informativo. Sin ningún tipo de reparo, algunas de esas macrogranjas, como ABC, La Razón, la COPE, entre muchas otras, se han especializado en la difusión de productos extremadamente tóxicos cuyos efectos nocivos en el medioambiente social amenazan con convertir en irrespirables amplias zonas de nuestra sociedad, erosionando muy seriamente sus endebles cimientos democráticos. Carentes de cualquier responsabilidad social, utilizan la toxicidad de sus productos para conseguir réditos políticos que beneficien a los intereses económicos que se encuentran detrás de ellas. Aunque su temeridad ideológica pueda colocarnos, como estamos viendo en toda Europa, al borde de un abismo social de las dimensiones de aquel al que se asomó, y por el que se despeñó, el mundo hace ahora casi cien años.

La acción de los medios tradicionales se ve reforzada por las dinámicas de las redes sociales, en las que se utilizan las más variadas y efectivas estrategias para producir falsa información y difundirla a gran escala. El caso que nos ocupa, la entrevista del ministro Garzón, ha sido analizado por expertos en comunicación que han puesto de manifiesto la connivencia de estructuras empresariales, cuentas falsas y sectores económicos y políticos para promover una polémica que, además de desgastar al Gobierno, desvía la atención de otros acontecimientos (el caso Zaplana, los datos de empleo...) que quedan eclipsados ante la avalancha de información sobre la cuestión de las macrogranjas. Quizá sea oportuno recordar la existencia de las así denominadas "granjas de clics" (https://es.wikipedia.org/wiki/Granja_de_clics), cuyo objetivo, precisamente, es dar visibilidad, mediante la adjudicación de "me gusta", a ciertas páginas o informaciones, posicionándolas en las redes sociales y proporcionándoles de ese modo una mayor relevancia.

En definitiva, las macrogranjas de manipulación masiva se han convertido en uno de los elementos que con mayor eficacia está erosionando nuestras democraciasNulla dies sine bulo pudiera ser el lema que alienta su práctica y que convierte los debates políticos que alcanzan a la mayor parte de la población en cargas de profundidad contra todo proyecto que atente contra los intereses económicos dominantes. Pues son estos, en última instancia, quienes se han pertrechado de potentísimas herramientas mediáticas para hacernos ver el mundo como ellos desean que lo veamos, para inculcarnos, como si de nuestras propias opiniones se tratara, su interesada interpretación de lo que acontece. Ni siquiera, en realidad, de lo que acontece, sino de la realidad que ellos han decidido producir. Y controlar la realidad es, sin ningún género de dudas, controlar la política.

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Juan Manuel Aragüés es profesor de Filosofía en la Universidad de Zaragoza y autor de 'Ochenta sombras de Marx, Nietzsche y Freud. Diccionario de filósofos y filósofas en la senda de la sospecha'.

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