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Manolo “Gulliver”, un librero mítico y entrañable

Ana Martínez Rus

Cuando muere un librero el mundo es peor. Todas las profesiones son dignas y necesarias, pero un librero, un buen librero es tan necesario en la vida como un buen médico. Te ofrece medicinas en forma de libros para aprender, para disfrutar y para reconfortar el alma que te acompañan hasta la muerte. Y si encima es un buen bibliófilo como lo era Manuel Domínguez, el librero de la calle León de Madrid, el de la Librería Gulliver eso es un placer y un lujo para los lectores.

Yo conocía esa librería desde mis años jóvenes como estudiante universitaria, pero en los últimos años entablamos amistad gracias al pintor Carlos García-Alix. De hecho, su librería está decorada con muchos cuadros de Carlos, otro acicate para visitar ese espacio de memoria de libros tan antiguos. Manolo tenía una vasta cultura y era una delicia ir a comprar libros y entablar una conversación con él de lo divino y de lo humano. Muchos volúmenes, todos mis libros de la editorial Cenit y otros editados por Rafael Giménez Siles se los compré a él. Además, se interesaba por mis investigaciones y mis publicaciones, siempre tan educado y entrañable. A mí me encantaba tener un interlocutor que no sólo me escuchaba, sino que me aportaba tantos conocimientos al hablar con precisión de cirujano de editores, libreros y autores. Historiador de formación y curtido en mil batallas políticas en su juventud contra la dictadura de Franco en la Autónoma de Madrid, sabía muchísimo, era una enciclopedia bibliográfica. Carlos García-Alix conoció gracias a Manolo las obras del bibliotecario José Sánchez (Pepe el Ruso), cuya vida de leyenda descubrí yo a través de Carlos, de sus memorias y de su hijo Dimitri Sánchez. Carlos siempre me ha hablado de personajes increíbles como Pepe el Ruso y me ha presentado a gente tan interesante como Manolo "Gulliver". Nuestro librero también hizo de Felipe Sandoval en la magnífica película documental de Carlos García-Alix, El honor de las injurias. Fue actor de ese personaje histórico, un perdedor de fábula, que interpretó con pasión. Aunque el verdadero Sandoval era más bajo que Manolo y tenía la cara deformada por las palizas policiales, la imagen del doctor Muñiz quedó asociada a Manolo en nuestra memoria colectiva.

Espero que la librería que fundó siga en pie recordando y continuando con su labor. Se me va a hacer muy raro ir a la librería y no ver a Manolo sentado en su silla y trabajando en su mesa. Cuando llegaba a la librería levantaba la vista de sus papeles y de sus libros, y elevaba los ojos por encima de las gafas para esbozarme una sonrisa. Siempre me pareció un hombre tímido, noble y muy sabio, que no se daba ninguna importancia frente a otros intelectuales tan pagados de sí mismos.

Las librerías pequeñas, los establecimientos personales tienen la seña de identidad de sus dueños. Y la de Manolo no iba a ser menos, es un lugar asombroso, engalanada con exquisitos cuadros de pintores, pero sobre todo de su fraternal amigo, Carlos García-Alix, que se encuentra devastado con su pérdida. Dice Carlos parafraseando al gran César Vallejo que hoy el mundo le gusta menos. Los retratos, sobre todo de escritores, que sólo algunos lograban descifrar porque no todos son tan conocidos como el grande de Pío Baroja que tenía nada más entrar. La Gulliver tiene una atmósfera mágica con ese olor a papel y a libro viejo, con sus cachivaches, máscaras, esculturas, y esos carteles de los años veinte y treinta. Cuando llevas un rato habitando esa librería de repente parecía que de la trastienda iban a salir Isaac Babel, Antón Chéjov, Miguel Ángel Asturias, Ramón María del Valle-Inclán, Rafael Giménez Siles, León Sánchez Cuesta, Mauricio Amster o Mariano Rawicz entre otros. Manolo era muy particular y profesional. Tenía montañas de libros en la mesa, en el suelo, aparte de hileras y doble hileras en bellas estanterías de madera. Ese espacio encantador y evocador te atrapaba, poblado de libros voluminosos con encuadernaciones majestuosas, de joyas bibliográficas, de pequeños libros valiosos, obras inencontrables y títulos agotados.

La Gulliver tiene una atmósfera mágica con ese olor a papel y a libro viejo, con sus cachivaches, máscaras, esculturas, y esos carteles de los años veinte y treinta

Espero que sus amigos y la profesión le hagan el homenaje que se merece y que debió tener en vida. Ya no quedan muchos libreros como Manolo, el de la Gulliver. Pero tenemos que honrar a los grandes del oficio para que su gran aportación a la cultura española continúe entre nosotros. Aparte de su lucha antifranquista y su militancia comunista, afiliándose a diferentes formaciones, también tuvo tiempo para dedicarse a la vida corporativa gremial como los grandes de la edición y de la librería ya sea Pedro Vindel, Gabriel Molina, Francisco Beltrán, Rafael Giménez Siles, Manuel Aguilar, José Ruiz Castillo, Julián Barbazán o León Sánchez Cuesta. Fue miembro activo de la Asociación de Libreros de Lance, creada en 1977, de la que llegó a ser presidente y promotor de la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión, que se celebra todas las primaveras en el Paseo de Recoletos, evocando el primer espacio de la Feria del Libro de Madrid, creada por Rafael Giménez Siles en 1933. En definitiva, la Asociación se creó por iniciativa de un grupo de libreros madrileños con el objetivo de sacar el libro a la calle y de acercar la cultura a los ciudadanos. El mismo propósito de las Ferias del Libro republicanas, aunque fuera de libros nuevos. Y ahí estaba Manolo como pionero, y no es casual que el logotipo de la Asociación sea un precioso dibujo en tinta china del gran Carlos García-Alix, donde homenajea al libro y a la ciudad, sus viejas pasiones, ya que aparece un libro abierto con las páginas en blanco y varios edificios urbanos al fondo.

Manolo era un perfecto conocedor de esta bella profesión, el representante de una especie en extinción. En el mundo de la tecnología y de las prisas muchos comercios de libros (cada vez quedan menos) venden volúmenes como si despacharan salchichones porque no conocen la materia prima. Manolo conocía y mimaba el libro. Además, sabía de historia, de literatura, de edición, de librería, de biblioteconomía porque no para de leer, de buscar y de aprender. Eran muchos años de experiencia y de oficio. En definitiva, era un experto en la materia, que sabía muchísimo de mis intereses y pasiones librescas.

Manolo con sus libros nos hizo más felices a todos. Así que siempre que relea alguno de los muchos libros que compré en la Gulliver le recordaré con una sonrisa de complicidad y amistad. Libros, libros, más libros, por favor, que la vida sin libros está vacía, es peor. Buen viaje, Manolo. Nos vemos con un ejemplar en las manos y hablando de otros libros.

Ana Martínez Rus es profesora titular de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.

Cuando muere un librero el mundo es peor. Todas las profesiones son dignas y necesarias, pero un librero, un buen librero es tan necesario en la vida como un buen médico. Te ofrece medicinas en forma de libros para aprender, para disfrutar y para reconfortar el alma que te acompañan hasta la muerte. Y si encima es un buen bibliófilo como lo era Manuel Domínguez, el librero de la calle León de Madrid, el de la Librería Gulliver eso es un placer y un lujo para los lectores.

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