El Mundial de fútbol nunca debió tener lugar en Catar

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Emilio Menéndez del Valle

El próximo 20 de noviembre se inicia en Catar el Mundial de fútbol. En 2010 la FIFA otorgó la organización y realización del evento al pequeño, pero muy rico, emirato islámico, con una población de algo más de tres millones de habitantes (76% hombres, 24% mujeres), sin la menor tradición ni prestigio en el área del fútbol. El Mundial no debería celebrarse allí por dos razones. Una, porque el campeonato fue obtenido mediante prácticas corruptas, seriamente corruptas. Dos, por el prácticamente nulo respeto de los derechos humanos en el emirato, de sus propios súbditos y de la población inmigrante que durante los últimos doce años ha construido toda la infraestructura (cinco estadios, carreteras, metro) necesaria para dichos mundiales.

Antes de comenzar a redactar estas líneas tenía en mente trasladar a los posibles lectores unas reflexiones personales sobre este asunto. Sin embargo, ahora pienso que es más eficaz y objetivo que les proporcione la información que he obtenido de dos medios de comunicación de mundos distintos. Uno, el británico The Mail on Sunday, de 11-10-2021. Otro, Al Jazeera, bien reciente, de 20-10-2022. La introducción del Mail no tiene desperdicio: funcionarios cataríes ofrecieron sobornos valorados en millones en encuentros clandestinos en hoteles al tiempo que agentes británicos (uno del MI6 incluido) hallaron evidencias de que el emirato acordó con Putin una operación conjunta para lograr la sede del Mundial de 2018 para Moscú y la de 2022 para Doha, como así ha ocurrido. Mi nota complementaria: la investigación de Londres estaba motivada porque Inglaterra pretendía obtener la sede de los mundiales de 2018.  

En 2010, cuando la opinión futbolera mundial se asombró de que un país sin actividad en ese deporte obtuviera los mundiales, Seep Blatter, presidente de la FIFA entonces, manifestó que la decisión se había tomado “para llevar el campeonato a nuevas tierras con el objeto de promocionar el fútbol”. Decisión caprichosa y nada altruista. El Mail documenta los alicientes que movieron a varios miembros del Comité ejecutivo de la FIFA de entonces a promover el deporte en lejanas tierras: a Jack Warner, delincuente conocido en Trinidad y actualmente batallando para evitar su extradición a Estados Unidos, cinco millones de dólares. Diversas cantidades al paraguayo Nicolás Leoz (fallecido en 2019), al argentino Julio Grondona (fallecido en 2014), al brasileño Ricardo Teixeira. Por su parte, The Sunday Times informaba el 10-05-2011 que la comisión parlamentaria británica que investigaba las causas del fracaso del Reino Unido en obtener los mundiales de 2018 a que aspiraba había concluido que los miembros del comité ejecutivo de la FIFA Issa Hayatou, camerunés, y Jacques Anouma, marfileño, habían sido corrompidos por Catar.

Sumamente interesantes las afirmaciones de Chris Steele, ex agente operativo del MI6 en Moscú y responsable después del departamento de Rusia en Londres. Dice Steele que “Vladímir Putin estaba convencido de que el campeonato mundial de 2018 era un proyecto que supondría prestigio para Rusia y exigió que se lograra por razones políticas costara lo que costara”. Relata el antiguo espía que la confabulación ruso-catarí se inició cuando en abril de 2010 Igor Sechin, vice primer ministro, y el equipo ruso encargado de optar a los mundiales viajaron a Doha. El pacto secreto incluía la inversión catarí de miles de millones de dólares en la prospección petrolera en la península rusa de Yamal (al noroeste de Siberia, entrando en el Ártico, con obvio desprecio, dicho sea de paso, por las exigencias medioambientales), con el mutuo acuerdo de que ambos países harían todo lo necesario para decantar a su favor los mundiales de 2018 y 2022. Mohamed bin Hamman, representante catarí en la FIFA, fue el principal hacedor del pacto, aunque Chris Steele señala directamente al máximo responsable: “En realidad fue Seep Blatter el Padrino de un sistema corrupto que él había creado y supervisado”.

Fue así como, en Zurich, un fatídico viernes de principios de 2010, una de las entidades deportivas electorales más corruptas de la historia (los 22 hombres que componían el comité ejecutivo de la FIFA) votaron a favor de que los mundiales de 2018 se realizaran en Rusia y los de 2022 en Catar.  

Al menos dos miembros europeos del Comité ejecutivo de la FIFA votaron a favor: el francés Michel Platini, entonces presidente de la UEFA y el español Angel María Villar, vicepresidente de la UEFA y de la FIFA. Al parecer, Platini siguiendo las directrices del entonces presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, favorable al incremento de las relaciones económico-comerciales con Catar. En lo que respecta a Angel María Villar baste decir que tuvo que enfrentarse a las acusaciones de administración desleal, apropiación indebida, estafa, falsedad documental y corrupción. Santiago Pedraz, juez de la Audiencia Nacional, decretó prisión preventiva. Los lectores interesados en profundizar en las peculiares actividades de Villar pueden acudir a “Villar multado por el trasiego de votos para Catar 2022”, GN Diario, 19-06-2019 o “La multa a Villar por el trasiego de votos a Catar 2022”, ABC, 19-06-2019.  

Se calcula que unos 30.000 inmigrantes de India, Bangladés, Filipinas, pero sobre todo de Nepal son los que durante algo más de una década han hecho posible este Mundial. Trabajando y malviviendo en condiciones infrahumanas

Coda a propósito de este capítulo: la FIFA, al menos la de 2010, entiende que el trato con las monarquías, oligarquías y dictaduras les conviene porque es más fácil llegar a un acuerdo con ellas, más que con las democracias de estilo occidental, que tienen un proceso y debate que conduce a tomas de decisiones más lentas. Esa era la opinión en abril de 2010 de Jerome Valckle, secretario general de la entidad: “Menos democracia resulta a veces lo mejor para organizar una Copa del Mundo. Cuando estamos ante un jefe de Estado que puede decidir, como quizás lo haga Putin, para nosotros resulta más fácil que tratar con un país como Alemania, donde hemos de negociar a distintos niveles”.

Respeto por los derechos humanos. Se espera que en torno a un millón y medio de aficionados de todo el mundo acudan a Catar a partir del 20 de noviembre. Llegarán a un país que castiga las relaciones entre personas del mismo sexo y que trata miserablemente a los trabajadores extranjeros que han hecho posible el Mundial 2022. Los actos homosexuales pueden llegar a ser castigados con la pena de muerte. Según la BBC, Nasser al Khater, principal responsable de la organización, ha declarado que el emirato no cambiará sus leyes sobre la homosexualidad y pide a los visitantes que “respeten nuestra cultura”.

En una iniciativa, que me atrevo a calificar de cínica, la FIFA ha escrito a los 32 equipos que compiten pidiéndoles que “ahora se concentren en el fútbol, alejándolo de batallas ideológicas o políticas y que eviten lecciones morales.” Afortunadamente, diez asociaciones europeas focalizadas en el fútbol han manifestado que “los derechos humanos son universales y rigen en todas partes.”

Se calcula que unos 30.000 inmigrantes de India, Bangladés, Filipinas, pero sobre todo de Nepal son los que durante algo más de una década han hecho posible este Mundial. Trabajando y malviviendo en condiciones infrahumanas. The Guardian estimaba en febrero de 2021 que 6.500 de ellos habían muerto desde 2010. Otras diversas fuentes han informado de prácticas diversas conculcadoras de los derechos humanos. El mismo diario británico denunciaba ya el 25-09-2013 de abusos a los nepalíes propios de la esclavitud. Amnistía Internacional informaba el 19-09-2019 de los centenares de inmigrantes forzados a renunciar a reclamaciones judiciales por salarios impagados y expulsados automáticamente del país. Corroborado por Human Rigths Watch el 24-08-2020. Detallado en el Informe de Al Jazeera de marzo de 2021. Financial Times muy recientemente (05-11-2022) informaba de un caso concreto: Jeevan, nepalí, ante la agobiante situación socioeconómica en su país, obtuvo un préstamo de 1.400 dólares al 36% de interés en su país para ir a trabajar a Catar. Duró allí seis meses. Dice Jeevan: “Me utilizaron y me expulsaron cuando ya no me necesitaban”.

 Me gusta el fútbol y veré en televisión algunos encuentros, por supuesto los de la selección nacional, pero cuando esté sentado ante la pantalla me aflorará la indignación y la vergüenza porque Catar haya sido elegido mediante el procedimiento que he relatado. Y no podré dejar de pensar en Javeen y en los 30.000 explotados.

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

El próximo 20 de noviembre se inicia en Catar el Mundial de fútbol. En 2010 la FIFA otorgó la organización y realización del evento al pequeño, pero muy rico, emirato islámico, con una población de algo más de tres millones de habitantes (76% hombres, 24% mujeres), sin la menor tradición ni prestigio en el área del fútbol. El Mundial no debería celebrarse allí por dos razones. Una, porque el campeonato fue obtenido mediante prácticas corruptas, seriamente corruptas. Dos, por el prácticamente nulo respeto de los derechos humanos en el emirato, de sus propios súbditos y de la población inmigrante que durante los últimos doce años ha construido toda la infraestructura (cinco estadios, carreteras, metro) necesaria para dichos mundiales.

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