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Ocho autobuses vacíos

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Jezabel Sánchez Masegosa

Sabíamos que llegaría el día que la Guerra de Ucrania dejase de llenar portadas. Lo hemos visto tantas veces que la sorpresa ha dado paso a la resignación. Un conformismo que responde solo al hecho evidente de que no hemos aprendido nada. Sabíamos que los brotes de solidaridad, las manifestaciones, las pancartas y las rasgaduras de vestimentas durarían lo que el precio del gas tardase en subir.

Ahora son las almas de otros niños las que llenan ocho autobuses vacíos en Ucrania. [...] En los asientos peluches y diferentes identificaciones en recordatorio a los 243 menores asesinados desde el 24 de febrero.

En 2015, un día del mes de septiembre, Aylan Kurdi, un niño sirio de origen kurdo, que por aquel entonces tenía tres años, salía de su casa. Su madre, probablemente, le había puesto una camiseta roja, un pantalón azul y unos zapatitos con la suela de goma naranja. Se subió a un bote inflable con sus padres en una costa de Turquía con la intención de llegar a Grecia huyendo de la represión del estado Islámico. La embarcación se hundió y el cuerpo de Aylan acabó sin vida en la playa. Su foto recorrió el mundo, se hicieron pinturas, escritos, murales… Yo me la guardé en el escritorio con su nombre para intentar no olvidar que estas cosas, este tipo de barbarie era el día a día de mucha gente. Siete años después: no hemos aprendido nada.

Ahora son las almas de otros niños las que llenan ocho autobuses vacíos en Ucrania. Llegaron a la plaza central de la ciudad de Lviv, Ucrania. En los asientos peluches y diferentes identificaciones en recordatorio a los 243 menores asesinados desde el 24 de febrero.

Casi 100 días después del inicio de la guerra, el conflicto acumula 243 menores muertos y 139 desaparecidos, según afirmó Volodymyr Zelensky, presidente de Ucrania. Y no llenan portadas. Nos asomamos al horror puntualmente, cuando un padre se queda bloqueado, sentado en una carretera de la mano de su hijo abatido por un misil. Nos agarra el corazón y nos lo apretó su desesperación y reaccionamos con comentarios. Me siento y escribo este artículo. ¿Y luego? Vuelvo a tomar el café de la mañana y nos quejamos, con razón, de la subida del precio del combustible. En portada, hoy: el IPC, Draghi, nuevo fiscal general, cambios en el PSOE… en El País “Rusia reanuda el envío de gas a Alemania…”; en El Mundo, tímidamente en caja pequeña, “Los rusos convierten la mayor central nuclear de Europa en una lanzadera de misiles”. Subtitula: “No podemos responder, dicen los ucranianos.”

Y mientras, se siguen llenando autobuses de vacíos.

Sabíamos que llegaría el día que la Guerra de Ucrania dejase de llenar portadas. Lo hemos visto tantas veces que la sorpresa ha dado paso a la resignación. Un conformismo que responde solo al hecho evidente de que no hemos aprendido nada. Sabíamos que los brotes de solidaridad, las manifestaciones, las pancartas y las rasgaduras de vestimentas durarían lo que el precio del gas tardase en subir.

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