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Contra la política bipolar

Anna García Hom

Vivimos tiempos que parecen cada vez más fuera de nuestro control. Nuestros medios de vida dependen de las fuerzas globalizadas que nos obligan a afrontar problemas (económicos, sociales, ambientales, sanitarios, morales, etc.) de forma colectiva.

Primera cuestión: nuestros políticos “de ayer” son distantes, insensibles e ignorantes a nuestras necesidades. Ello desencadena diversas formas de respuesta que varían en función de la percepción de nuestra satisfacción personal para con esas necesidades. Una respuesta natural cuando las personas se sienten abrumadas es retirarse a diversas formas de pasividad (véase el porcentaje de abstención en España de las recientes elecciones europeas).

Otra forma de respuesta la apreciamos en el fracasado resultado electoral de ciertas formaciones políticas en las también recientes elecciones al Parlamento catalán: las conductas de algunos con los que antaño fueron sus verdugos enojan a ciertos votantes que, hastiados y airados por el ineficaz y egoísta modelo económico-social imperante, sancionan sin vacilar a los que lo representan y sustentan. De nuevo, unos políticos “de ayer” con una forma obsoleta de hacer política basada en un votante meramente estadístico, eso es, aquel que solo es tenido en cuenta como un dato técnico extraído de las sofisticadas metodologías de análisis sociológico.

La evidencia de indiferencia y sentimientos generalizados de impotencia entre los votantes de los procesos electorales actuales ha acarreado cambios que, por desconcierto y temor de unos y bravuconería y desvergüenza de otros, han alterado las reglas del juego político.

De este modo nos adentramos en la era de la política bipolar que, con sus peculiaridades, medios y narrativas pretende conservar —en un polo, el del interés— y jalear —el de la emoción— un electorado sobrepasado de estímulos, frustrado en sus expectativas y necesitado de soluciones reales. Asistimos por tanto a la transformación (por su tedio) del votante estadístico en un ciudadano que ha asumido la pasividad como una postura moral. El vector-emisor ha dado paso al vector-receptor, o si se prefiere, del actor elector al actor seguidor.

Pero aún hay más. Las categorías conceptuales que hasta ahora han definido los ejes de la política y, por ende, al votante, han entrado en fase de inanición. La afinidad ideológica con el sobado eje derecha-izquierda y el abanico de grises que lo acompaña está siendo paulatinamente sustituida por un mosaico de mensajes emocionales con el fin de penetrar en el tejido social hasta convertir lo irreal en real y la mentira en verdad. De esta hibridez de hacer política arbitrada por unos medios tecnológicos altamente perfeccionados y un elector en un estado de permanente infidelidad se podría deducir el no tan sorpresivo resultado de ciertas “formaciones” o movimientos políticos.

Como reza el postulado de conservación de la energía, ésta no se crea ni tampoco se destruye, solo se transforma. Y hay mucha energía en la apatía. Solo es preciso convertir al indiferente en más indiferente

Y es que, como señalábamos, la era de los dos polos de la política ha venido para quedarse. Un polo, el que basa su estrategia en mantener el statu quo de sus intereses, neutralizando a todos aquellos que puedan cuestionarlo. Sustentado por una numerosa panda de acólitos que de forma más o menos descarada canjean escaños, ministerios, consejerías, alcaldías, consejos de administración, etc., respaldados por otra pluralidad que, impávida, asiste a la eterna futura promesa de conquistar un cargo o, como mínimo, perpetuarse en la condición parasitaria designada.

Nos referimos a la viejuna dinámica de partidos, aquella que vive literalmente de la política, que sella pactos y acuerdos y viven de ellos, que dispone reglamentos, leyes y órdenes con el objetivo de blindarlas frente a sus adversarios políticos; que usa las identidades, necesidades y debilidades sociales como bastión ideológico para rédito propio. Una política reaccionaria, engendrada con este propósito que hemos descrito y que basa su razón de ser y existir asumiendo la intermitente estadía en el poder.

A pesar de los esfuerzos por rejuvenecer la manada, lo cierto es que la adopción de ciertos procesos digitales no ha sido suficiente para dar respuesta a lo que debería haber sido el ethos de su constitución: el gobierno de y para las personas y sus necesidades. Su lema, la política contra la política, es sin duda el corolario que, a nuestro parecer, mejor describe la tesitura de la realidad política hasta hoy y que, sin duda, ha desafiado a los que se debían.

Pero, como reza el postulado de conservación de la energía, ésta no se crea ni tampoco se destruye, solo se transforma. Y hay mucha energía en la apatía. Solo es preciso convertir al indiferente en más indiferente. Cuando uno se siente desconectado del sistema que le rodea y de los líderes en quienes cree confiar, cuando uno constata que ni su voto ni su opinión importan, o peor, que se les manipula o mienten, no es muy difícil sentir que uno no cuenta, que uno es y está excluido de un territorio al que pertenece y le pertenece, entonces renace lo que desgarra al tejido social: nuevas narraciones que nacen no como una alternativa sino como un proceder tan parasitario como el anterior pero alimentándose de un desengaño anhelante de venganza.

Este segundo polo de la política (el de la emoción), con aires falsamente renovados, basa su estrategia en conseguir el statu quo a partir del uso de un lenguaje cercano —aunque soez— cautivando a una masa no despreciable de ciudadanos desatendidos. Aun desprovistos de sólidos anclajes políticos, su uso inherente de los medios digitales hace posible escalar mensajes y narrativas que, cargadas de odio y resentimiento, dan como resultado el enaltecimiento y empoderamiento del indiferente. Su lema es ser lo contrario de la política y parodiarla para exhibir lo que su “verdad” esconde. Lo que distingue a ambas políticas parasitarias (la interesada y la emocional) es que, aun alimentándose ambas de sus tocayos, la primera se nutre de sus cómplices y la segunda de los indiferentes.

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Anna García Hom es socióloga y analista.

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