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Manos Limpias, Hazte Oír, Vox: así afectaría la reforma de la acción popular a los casos más mediáticos

Ponga un nazi a presidir un parlamento y a ver qué pasa

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Alfons Cervera

Ya sé que la del título es una duda retórica. La respuesta aclaratoria es bien conocida: no pasa nada. Estamos acostumbrados a que el fascismo en este país sea algo normal y lo que resulta cada día más raro es la democracia. Ya no se estila, como cantaba para otra cosa María Dolores Pradera en Amarraditos, ser demócrata. Ahora se lleva ponerte la chapa de fascista o nazi en la solapa y pasear tranquilamente por las calles de la democracia. Y arreando, que es gerundio y por lo tanto de uso poco aconsejable en la jerga literaria.

Desde hace años, muchos años, venimos normalizando a la extrema derecha. Es más: desde hace años, muchos años, venimos normalizando al PP. Normalizar, en mi lenguaje particular, es blanquear. Cuando decíamos no mucha gente que el PP era un partido franquista, incluso los nuestros nos saltaban al degüello. Decían que en el PP había demócratas. Pues claro que los había, faltaría más. Pero sus raíces, los cimientos sobre los que se levantaba el armazón político, cultural e ideológico del partido de Fraga y Aznar eran los del franquismo. Cuando Vox decide ir por libre y abandonar el barco, alguien pensaba que el PP se quedaba ya libre de la carga pesada del franquismo. Ya volverían al redil, pensaban, como habían vuelto cada cual a su tiempo y circunstancia UPyD y Ciudadanos. Pero va y sale que no en el Tarot y al PP no le queda otra que ser cada día más de extrema derecha que Vox. Casi como lo que hizo Macron en Francia con Marine Le Pen y así le ha salido la jugada. Y para cuadrar el círculo imposible de la extrema derecha faltaba Alvise, ese chalado que deja al PP y Vox como la rama juvenil de la Liga Comunista Revolucionaria. Menudo trío.

Buena muestra de ese blanqueo de la extrema derecha son los gobiernos de coalición de PP y Vox en algunas comunidades autónomas. Todo normal. Ninguna necesidad por parte del PP de justificar esos gobiernos. Son lo mismo ambos partidos y por lo tanto nada que objetar a esas relaciones. A ver si de una vez dejamos de blanquear al PP hablando de la derecha y la extrema derecha. ¿Es más gordo lo que dice Abascal que lo que dice Núñez Feijóo? Pues no. Y dejo fuera a Díaz Ayuso porque la presidenta madrileña pronto —si no lo ha hecho ya— se irá de cañas con Alvise por las tascas de Estrasburgo. De momento las curdas con Milei serán más sonadas que las que se agarraba por su cuenta el fantástico, inolvidable maestro del tango Polaco Goyeneche. La última prueba hasta ahora de esa excelente relación entre PP y Vox la hemos visto en el Parlament balear. Un retrato hecho pedazos es la muestra de esa hermandad de extrema derecha que gobierna en les Illes.

Desde hace años, muchos años, venimos normalizando a la extrema derecha. Es más: desde hace años, muchos años, venimos normalizando al PP. Normalizar, en mi lenguaje particular, es blanquear

Se iba a debatir la derogación de la Ley de Memoria Democrática por parte de Vox, apoyado por el PP. Dos diputadas socialistas muestran una fotografía de la militante comunista Aurora Picornell y cuatro compañeras igualmente comunistas conocidas como Las Rojas del Molinar. Las cinco fueron asesinadas (“fusiladas”, en el lenguaje que seguimos usando no sé por qué) por los franquistas en 1937 y enterradas en una fosa común. El presidente del Parlament, que es de Vox y se llama Gabriel Le Senne, les dice que retiren las imágenes. Como no lo hacen, monta en cólera y rompe la fotografía. Es el que manda, lo puede hacer y lo hace. ¿Les suena eso? Seguro que sí: no es una orden de Abascal, sino de Aznar. Como lo hacen, porque pueden hacerlo, los jueces García Castellón, Peinado y tantos otros a la hora de impartir justicia a su manera. O sea: quien pueda hacer, que haga. Y lo hacen.

Las protestas demócratas no se hicieron esperar. ¿Pero qué hizo el PP ante semejante ultraje a la historia y la memoria de una dignidad que sigue siendo machacada incluso desde las instituciones? Pues reírse del “espectáculo”, como si la barbarie fascista no fuera con ellos, como si fuera para echarse unas risas el resurgimiento del rencor y el odio en los tiempos democráticos. Unas risas porque la memoria del horror no es la suya. La suya, su memoria, es la de quienes en 1936 provocaron con su golpe de Estado ese horror y así continuaron después de su victoria en 1939. Por eso los del PP le rieron la “gracia” al presidente del Parlament balear. Son colegas el PP y Vox, les rechina la democracia, se lo pasan bien derogando Leyes de Memoria Democrática y sustituyéndolas por otras que hablan de una Concordia que avergüenza, que es el retrato vivo del cinismo, que nos regresa a lo peor de los tiempos oscuros, cuando la dictadura de sus padres y abuelos hacía estragos en la esperanza que había despertado la República unos años antes. El retrato de Aurora Picornell y sus cinco compañeras comunistas les escocía porque en ese retrato veían el rostro no de las mujeres asesinadas sino el de sus asesinos. 

Un nazi preside el Parlament balear. Una nazi preside las Corts Valencianes. No sé cuántos y cuántas nazis más ocupan cargos de responsabilidad en esta pobre democracia. ¿Y qué pasa, eh, qué pasa? Pues nada. No pasa nada. Al fin y al cabo, se trata de cumplir a rajatabla las órdenes del jefe. El PP y Vox pueden hacerlo y lo hacen. Dejar la democracia hecha una mierda, ¿vale? Pues eso. Y disculpen ustedes que haya escrito “mierda” para acabar este artículo. En estos tiempos tan influidos por la pulcritud de lo “líquido” ya no sabemos cómo usar las palabras correctas para decir lo que pensamos. Qué cosas, ¿no?, qué cosas.

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es 'El boxeador', editado por Piel de Zapa.

Ya sé que la del título es una duda retórica. La respuesta aclaratoria es bien conocida: no pasa nada. Estamos acostumbrados a que el fascismo en este país sea algo normal y lo que resulta cada día más raro es la democracia. Ya no se estila, como cantaba para otra cosa María Dolores Pradera en Amarraditos, ser demócrata. Ahora se lleva ponerte la chapa de fascista o nazi en la solapa y pasear tranquilamente por las calles de la democracia. Y arreando, que es gerundio y por lo tanto de uso poco aconsejable en la jerga literaria.

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