Querido escritor indignado: tu opinión no es un dogma, es un síntoma

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Te escribo esta carta tras leer una de tus recientes columnas arrebatadas. No eres el primero ni serás el último que opine sobre cómo la literatura española está siendo colonizada por legiones de escritoras advenedizas, así que da igual quién seas. Lo importante es que estás enfadado: en este país los hombres ya no pueden opinar libremente ni publicar libros y nadie hace nada para detener esta barbarie; ni la prensa, ni el mercado editorial, ni las supuestas culpables, las escritoras, a las que cierto autor acusó hace no mucho de “entrar en tropel en la literatura como si fueran una turba de bisontes”. Qué bestias.

Como te digo, llevo tiempo leyéndote en silencio, sin muchas ganas de bajar al barro cada vez que una de estas columnas se viralizaba porque, sinceramente, creía que estas pataletas eran algo anecdótico; que antes o después la furia daría paso a la aceptación. Sin embargo, no está siendo así. Como las autoras siguen copando las mesas de novedades y ganando premios, tu ardor revolucionario no se apaga. Has pasado de protestar porque escritoras a tu juicio “mediocres” recibían una atención inmerecida, a alertar de la inminente extinción del joven escritor macho y de que el éxito de las mujeres será también su tumba. La prensa, por supuesto, se hace eco de tus opiniones apocalípticas pese a la censura que sufre tu colectivo. Y, sinceramente, creo que ha llegado el momento de decirte lo que nadie de tu entorno se atreve a señalar. Amigo, le estás ladrando al árbol que no es.

Esto no es una moda

Hace pocos días, Aloma Rodríguez analizaba las supuestas claves de ese cacareado boom de escritoras que tanto te atormenta. Resumiendo bastante, en la última década, varios factores han confluido de manera casi simultánea, propiciando una explosión de la literatura escrita por mujeres: el movimiento feminista global, la aparición de varias generaciones potentes de nuevas narradoras, la reivindicación de grandes autoras españolas y extranjeras injustamente olvidadas, el interés de los medios de comunicación y, por supuesto, los sellos editoriales subiéndose a la ola para hacer caja. Boom.

Súmale además otra realidad innegable que corroboran todos los barómetros de lectura hasta la fecha: las mujeres leen mucho más que los hombres, de modo que sus gustos también han contribuido a decantar la balanza, pero aún hay más. En los últimos años, muchas escritoras han empezado a abordar, en sus obras, temas fundamentales a los que la literatura había prestado poca o ninguna atención en el pasado: la maternidad imperfecta y la traumática, la construcción sexual de las adolescentes, el aborto, la violación, la menopausia o el deseo femenino. El público ha sabido apreciar esta novedad y ha respondido. No es una conspiración, es el mercado, amigo. Entiendo que esos temas a ti no te interesen nada, pero eso no les resta potencial literario. A mí la narrativa sobre la Guerra Civil me aburre y nunca me verás denostando a Chaves Nogales.

Más visibles, más expuestas

Tampoco me malinterpretes: esto, reitero, no es una moda. Esto ha venido para quedarse. Sé que desde tu púlpito has reconocido lo necesario que era reparar la injusticia histórica que ha invisibilizado a tantas buenas autoras -¡incluso nos ofreces listados de tus favoritas!-, para luego advertir de que tal vez esa reparación se nos está yendo de las manos. Como si todas las mujeres nos hubiéramos puesto de acuerdo para borrar a los escritores varones del mapa. Si eso fuera tan fácil, a estas alturas ya estaríamos dominando el mundo.

Querido autor indignado, tus proclamas no son la voz de la sensatez, sino el síntoma de que ese espacio de poder que han conquistado las escritoras era muy necesario

Lo que ocurre, querido escritor airado, es que en España –como en todas partes– siempre ha existido una abundante nómina de escritoras solventes. No tenían tanta visibilidad, pero estaban ahí. Y por fin, cuando el mercado y los medios les han abierto la puerta, ellas se han hecho un gran hueco en el espacio público a base de esfuerzo y talento. Ahora hacen más ruido y te parecen demasiadas. Crees que la mayoría ha aparecido de repente, arrebatándote una atención que te pertenecía por derecho o ganando certámenes literarios sin méritos suficientes. En la última edición del premio Ribera de Duero más de uno ha clamado al cielo porque las cinco finalistas eran mujeres. Sin embargo, nadie protestó cuando, en 2009, los cinco finalistas fueron hombres. Seguramente porque entonces era lo normal. O quizás porque, si alguna mujer hubiera alzado la voz, la habrían acallado de inmediato tachándola de histérica o feminazi. Entonces también era normal.

Escritoras en la diana

Dicen que el síndrome del impostor afecta en mayor medida a las mujeres, y yo te imagino engordando contento cada vez que señalas a autoras con nombres y apellidos con tu dedito justiciero. Porque, querido escritor insurrecto, antes de que continúes tu labor purificadora, me gustaría que te hicieras varias preguntas...

¿Por qué cuando analizas la actualidad editorial acabas revolviéndote de forma instintiva contra tus compañeras de oficio? En un negocio manejado por sellos, medios y distribuidoras, ¿crees realmente que tu enemigo son ellas? ¿Merecen de verdad esta campaña continua de reproches y descrédito?

Sé que piensas que tu intención es buena. Al fin y al cabo, intentas salvar a la literatura española de esa manada de “bisontas” que han invadido sus campos floridos y no atienden a razones. Esperas que, después de correr libremente por ese coto privado, al escucharte, entiendan que deben regresar avergonzadas a sus rediles y quedarse ahí calladas hasta que alcancen los estándares de calidad que tú consideres adecuados.

Por eso, te pido por favor que reflexiones un poco sobre las preguntas que te planteo y trates de responderlas honestamente. A lo mejor entonces descubres que lo que de verdad te molesta es que ahora los vientos ya no soplan en tu favor; y que tus proclamas, querido autor indignado, no son la voz de la sensatez, sino el síntoma de que ese espacio de poder que han conquistado las escritoras era muy necesario. Y, a todas luces, insuficiente.

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Eva Díaz Riobello es periodista, escritora y miembro del equipo de redacción de Quimera, revista de literatura.

Te escribo esta carta tras leer una de tus recientes columnas arrebatadas. No eres el primero ni serás el último que opine sobre cómo la literatura española está siendo colonizada por legiones de escritoras advenedizas, así que da igual quién seas. Lo importante es que estás enfadado: en este país los hombres ya no pueden opinar libremente ni publicar libros y nadie hace nada para detener esta barbarie; ni la prensa, ni el mercado editorial, ni las supuestas culpables, las escritoras, a las que cierto autor acusó hace no mucho de “entrar en tropel en la literatura como si fueran una turba de bisontes”. Qué bestias.

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