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No voy a referirme al entrañable mercado madrileño, sino al sendero traslúcido que van dejando los gasterópodos en su cansino deambular. Al poco, ya no los vemos, ni nos acordamos de su presencia, pero si pisamos su rastro podemos resbalar, si lo tocamos nos pringamos.
Es posible que algunos gestores de lo público pasen a la historia como orinales chinos mentados en un pie de página. Solo algunos expertos recordarán su tránsito dentro de unas décadas. Pero su herencia ahí habrá quedado, y para mal.
Quizá uno de los ejemplos más palpables de la huella que ha dejado la connivencia, desidia o torpeza de los gestores públicos sea el de algunas estaciones del AVE. Por ejemplo la de Guadalajara-Yebes (uno de los propietarios de terrenos era el marido de Esperanza Aguirre), y su megapromoción inmobiliaria Valdeluz que, prevista para 34.000 personas, acoge hoy a unas 2.000. O la impresionante soledad de la estación Camp de Tarragona, en la que, cuando aún no era firme la decisión de su ubicación en Perafort, ya había empezado la compraventa de terrenos, alcanzando algunas veces un 800 % del precio de la finca. Hoy en día, con el amplio y agrio debate de la ampliación del aeropuerto de Barcelona, ¿cuál no sería la conveniencia de tenerlo unido por AVE con el de Reus, a menos de 100 kms de distancia? Sin embargo, ¿alguien recuerda a los autores de tales desaguisados? Apuesto que no, aunque cada vez que deambulo por los ámbitos citados, piso su rastro y me indigno al constatar su irreversibilidad.
“Todo pasa y todo queda”. Pasan los causantes, pero permanece el daño. ¿Quién recordará en unos años a los que recortaron sin clemencia la sanidad pública, esa que tanta falta ha hecho ahora, haciendo imposible salvar centenares de vidas que ya no volverán? ¿Quién recordará a los corifeos que divulgaban mentiras sobre las armas de destrucción masivas de Irak, que tanto sufrimiento causaron y cuyas consecuencias aún duran?
Hoy está vigente la discusión sobre lo acertada que pueda ser la sentencia del Supremo sobre el estado de alarma. Más allá de los argumentos y argucias jurídicas, las filtraciones interesadas han pringado irreversiblemente la opinión pública. Como quien ha pisado un excremento canino, no vale solo con pasar el pie por el bordillo, ahí queda, con su pegajosidad y su olor característicos. Y seguirá contaminando en el futuro, cuando nuevas olas pandémicas nos invadan. Cuando alguien llega a cargos de tan alta responsabilidad, se le supone un mínimo de ídem. ¿No sería fruto de este sentido ético del cargo, por ejemplo, el que no hubiera las filtraciones que, parciales y sesgadas, solo buscan erosionar no solo al gobierno, sino también la confianza en las instituciones? También se les podría pedir, por ejemplo, que se pronunciaran a tiempo, y no sobre leyes ya vencidas meses atrás. “Después de muerto Pascual, le llevan el orinal”. ¿Con qué fin?
Y ya puestos, ¿no sería éticamente recomendable que quien tuviera la vigencia de su cargo vencida, lo dejara por dignidad? ¡Qué daño están haciendo a la propia institución, aferrándose a la silla que ya no les corresponde, por mucho que unos políticos cortoplacistas nieguen el relevo! Permanecer en ella es también una decisión personal. Por ende, no solo es el TC el que rechina, también el CGPJ o el Tribunal de Cuentas e incluso el Defensor del Pueblo. Los dos partidos de la derecha extrema pisan sobre los gasterópodos evitando su avance, pero no que sigan secretando baba. Y esta sigue entorpeciendo la circulación ciudadana.
Pronto ya no servirá el pasar la suela por el bordillo, pronto decidirán los transeúntes dejar de pasar por la calle donde habita la democracia, aquella de los tres famosos poderes: ejecutivo, legislativo y judicial que el amigo Montesquieu nos explicó. Así, por la calle desierta y los cargos vencidos encerrados en sus torres de marfil, mirando la soledad entre los visillos, pronto se verá pasar el desfile de algún salvapatrias megalómano que al son de “libertad” nos privará de ella.
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Antoni Cisteró es sociólogo y escritor. También es miembro de la Sociedad de Amigos de infoLibre
No voy a referirme al entrañable mercado madrileño, sino al sendero traslúcido que van dejando los gasterópodos en su cansino deambular. Al poco, ya no los vemos, ni nos acordamos de su presencia, pero si pisamos su rastro podemos resbalar, si lo tocamos nos pringamos.
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