¿Es el populismo de izquierda un antídoto al auge de la ultraderecha?
Hace un año, una joven procedente de La Izquierda (Die Linke) anunció la creación de un nuevo partido, Bündnis Sahra Wagenknecht für Vernunft und Gerechtigkeit (BSW) (Alianza Sahra Wagenknecht por la Razón y la Justicia). La formación responde, según Wagenknecht, a la desconexión entre los partidos clásicos de izquierda y la clase trabajadora. En lugar de ofrecer alternativas a la economía y al bienestar social, se comprometen con causas identitarias y culturales secundarias. Así, la exclusión de los sectores más desfavorecidos deja —en su opinión— las puertas abiertas al populismo de derecha, a la AfD (Alternative für Deutschland).
Para recapitalizar el electorado, y frente al auge de la extrema derecha, ve legítimo generar un populismo de izquierda como arma política de los más desfavorecidos, tal como le aconsejaba Oskar Lafontaine. Oskar Lafontaine fue un destacado miembro del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania). Su carrera política comenzó en este partido, donde alcanzó posiciones de gran relevancia. En 1995, fue elegido presidente del SPD y en 1998 se convirtió en ministro de Finanzas bajo el canciller Gerhard Schröder en el gobierno de coalición entre el SPD y los Verdes. Sin embargo, en 1999, renunció a ambos cargos debido a diferencias con Schröder sobre la política económica y social. En 2005 fue cofundador de Die Linke (La Izquierda), un partido formado a partir de la fusión del PDS (Partido del Socialismo Democrático) y la Alternativa Electoral por el Trabajo y la Justicia Social (WASG), de la que fue su fundador, junto a Klaus Ernst y Thomas Händel. Actualmente está fuera de Die Linke y forma parte del movimiento creado por Wagenknecht. Lafontaine está convencido de la necesidad de un populismo de izquierda como única arma política de los excluidos. Esta visión, planteada ya por Ernesto Laclau en La razón populista (2005), supone al populismo como efecto de la articulación de demandas insatisfechas de diversos sectores sociales y su unión en torno a una lucha común. También Chantal Mouffe se inclina, aunque de manera menos teórica y más activista, hacia el populismo. Su proyecto de “democracia radical” se refleja en la BSW; “el pueblo” debe organizarse para luchar contra el poder corporativo y las políticas de austeridad, impuestas por las élites neoliberales.
Wagenknecht recoge de Mouffe y Laclau el análisis de los efectos negativos de las políticas neoliberales: desigualdad, precarización, pérdida de soberanía económica de los Estados frente a la Comunidad Europea y los mercados globales. Sin embargo, BSW, a diferencia del populismo imperante en la izquierda, defiende el fortalecimiento del Estado de bienestar. Y para ello propugna una política económica proteccionista, la reindustrialización de Alemania frente a la deslocalización, y una limitación en la entrada de inmigrantes. BSW critica la política de fronteras abiertas tal como hace la derecha, mientras que Mouffe y Laclau defienden un populismo inclusivo que abraza el pluralismo y los derechos de los inmigrantes.
La política, si no respeta las normas democráticas y obliga a cierta reflexión a la sociedad, sólo para obtener votos mediante la adhesión visceral, deja desarmados a quienes precisamente pretende ayudar
BSW se distancia también del multiculturalismo de Mouffe y aboga por que la solidaridad atienda lo local y no tanto lo internacional. Esto, junto a su defensa del Estado nacional, la conduce a un cierto nacionalismo; una suerte de “Deutschland the first” a lo Trump. Y frente a la posición de Los Verdes (Die Grüne), aboga por una transición verde más moderada y que no afecte a las clases desfavorecidas. La política en torno al cambio climático y la transición hacia energías renovables la tacha de costosa y lesiva para los sectores más vulnerables. En cuanto a las relaciones internacionales defiende una reforma en profundidad de la Comunidad Europea y un acercamiento diplomático a Rusia, pese a la crítica que realizó ante la invasión rusa de Ucrania.
Tanto Die Linke como la socialdemocracia (SPD) la acusan de dividir a la izquierda y aumentar la polarización con la creación de un nuevo partido. Mientras, la plataforma BSW (aún no ha formalizado los estatutos como partido) crece en intención de voto y extiende su influencia sobre todo en regiones de la antigua República Democrática Alemana, dada la desigualdad económica y social, producida en parte por el proceso de reunificación.
El populismo, tanto de derecha como de izquierda, puede despertar fervor y abocar al activismo. Efectivamente, su simplicidad puede comprometer más al “pueblo” (noción confusa donde las haya), crear lazos afectivos de solidaridad, afinidad electiva, identificación, efervescencia y dramatización en los mensajes, etc. Pero la izquierda debe pensarse si opta por el populismo, ese discurso que divide la sociedad entre “pueblo” y “élites”, que trata de minar las instituciones sorteando sus reglas, que trata de ganar votos no con argumentos sino con adhesiones más o menos falaces, que revienta los medios de comunicación tradicionales, y en cuya cabeza se haya un solo líder carismático, tiene un alto precio. Pues la política si no respeta las normas democráticas y obliga a cierta reflexión a la sociedad sólo para obtener votos mediante la adhesión visceral, deja desarmados a quienes precisamente pretende ayudar. Una victoria a ese coste no merece la pena, el mal que se siembra es mucho más duradero que una legislatura.
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Sergio Hinojosa es licenciado en Filosofía por la Universidad de Granada y profesor de instituto.
¿Es el populismo de izquierda un antídoto al auge de la ultraderecha?