Cuando sumar significa multiplicar
Es importante no perder de vista en dónde estamos en este momento político en España. En este sentido, dos datos llaman poderosamente la atención, por su carácter contradictorio: por un lado, las encuestas, unidas a los resultados de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, parecen dar la victoria a la unión entre la derecha y la extrema derecha; por otro lado, la ejecutoria del gobierno presidido por Pedro Sánchez alcanza no ya una aprobación general, sino el apoyo mayoritario de la gente. Ambos datos constituyen los dos extremos del segmento en el que se planteará la próxima campaña electoral, siempre y cuando se interpreten de manera adecuada.
Sé que esto puede molestar a algunas personas, pero desde mi punto de vista, parece bastante evidente que el Sr. Feijóo no desata, precisamente, grandes pasiones. Estamos ante un voto negativo, que se produce contra el gobierno actual, más que ante un apoyo entusiasta del proyecto que encabeza el actual líder del PP. Las razones son variadas: nadie, desde Adolfo Suárez hasta Mariano Rajoy, ha tenido que soportar, en una misma legislatura, eventos exógenos tan extremos como una pandemia, una guerra y una crisis económica inflacionaria. Sobre todo este último aspecto ha hecho un daño terrible al Gobierno: cada vez que vemos cualquier informativo, en el que salen personas que van a la compra y dicen, cuando se las entrevista, que antes con 50 euros tenían para toda la semana mientras que ahora solamente tienen para llegar al miércoles, la izquierda, los partidos que apoyan al Gobierno, pierden unos cuantos miles de votos. Si nos creemos las lecciones de los proponentes del voto económico, estaríamos ante un caso de libro, en el que el gobierno del país en el que se produce inflación sufre un coste político importante, a pesar de que, como es el caso, ese gobierno no haya hecho nada para generarla. Al mismo tiempo que esto ocurre, lo cierto es que la gente está de acuerdo en señalar que las medidas que ha adoptado este gobierno han valido, al menos, para mitigar la situación. No se está votando a favor de Feijóo: se está votando en contra de una determinada situación. Esto no es una mala noticia del todo: hay que convencer a la gente de que en estas elecciones no hay que votar contra nadie ni contra nada, sino a favor de algo. Veamos qué se puede hacer.
El primer paso en la dirección correcta lo ha dado el pasado fin de semana Yolanda Díaz. En un artículo que convendría leer y releer, Ignacio Sánchez-Cuenca nos describe de manera muy certera todas aquellas veces a lo largo de la historia en las que la izquierda ha acabado desunida, incluso propiciando con ello auténticas luchas fratricidas. Siempre que la izquierda va desunida, pierde de manera sistemática. Es difícil unir a la izquierda, porque más allá de los personalismos políticos, sus líderes piensan que representan mejor que los demás aquellos valores que generan una determinada sensación de superioridad moral en las fuerzas progresistas. No creo que la pugna entre Yolanda Díaz e Irene Montero sea, solamente, una pugna de tipo personalista. Creo que ambas entienden que representan valores que nadie más puede encarnar mejor. La diferencia estriba en que una es la política mejor valorada de nuestro país y la otra es una política completamente radiactiva en estos momentos. Como me decía hace unos años un político cuyo nombre no viene al caso desvelar: el problema de la radiactividad es que, cuando la tienes, no lo notas, hasta algún tiempo después.
Esto no es una mala noticia del todo: hay que convencer a la gente de que en estas elecciones no hay que votar contra nadie ni contra nada, sino a favor de algo
La segunda parte estriba en hacer ver a la gente cuáles han sido los logros de este gobierno. Entre otros, podemos mencionar el éxito del proceso de vacunación, el establecimiento de un escudo social frente a la pandemia, la aplicación creativa de medidas como los ERTES para no colapsar económicamente a las empresas, sobre todo a las pequeñas y medianas empresas, en plena pandemia, la habilidad con la que se ha negociado en materia energética en la Unión Europea, la posición de firmeza frente a Putin al mismo tiempo que se medían mucho las palabras y los gestos, de forma coordinada con la Unión Europea, las sucesivas subidas salariales de forma que se eviten los llamados efectos de segunda ronda sin que la gente perdiera poder adquisitivo de manera alarmante, las subidas de las pensiones, y un largo etcétera que habría que repetir machaconamente.
A pesar de ello, nadie votará pensando en estas medidas, pero sí que es posible que la gente vote pensando en el contrafactual: ¿se imaginan ustedes qué habría sido de nosotros si en lugar de una coalición progresista hubiera habido un gobierno sostenido por el PP y Vox durante las sucesivas crisis que hemos pasado a lo largo de estos últimos años? La respuesta a esta pregunta se encuentra en las siguientes palabras del actual candidato del PP a la Moncloa: “Llevamos cuatro años sin cumplir una sola regla fiscal. Vamos dopados de deuda, dopados de déficit, dopados de incremento masivo de impuestos, dopados con una recaudación fiscal extraordinaria y donde vemos que la gente ha tenido que renunciar a muchos productos de la cesta de la compra”. Esto lo decía el líder del PP el 7 de marzo de 2023, es decir, no antes, sino después de que ocurrieran todos los acontecimientos que ya conocemos.
La falta de flexibilidad del PP en materia socio-económica es completamente alarmante, y solamente recuerda a la falta de flexibilidad que en materia política tienen algunos representantes políticos progresistas. El PP hubiera reaccionado a las sucesivas crisis que ha tenido que soportar nuestro país con recetas económicas probablemente no iguales a las de la crisis de 2008, pero sí muy inspiradas en la idea de control, sanción y austeridad. El resultado hubiera sido un desastre económico sin paliativos para este país, y de paso para la eurozona, puesto que España, recordémoslo, es un país too big to fail.
Estamos todavía en el voto negativo, en votar en contra de todo lo malo que ha pasado en estos últimos 3 años. Pero hay tiempo para darle la vuelta a este sentimiento y hacerle ver a la gente que en las elecciones no se vota contra nadie ni contra nada: se vota, siempre, a favor de algo. Lo contrario sería tanto como hundirnos en el cinismo y en la falta de esperanza.
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Antonio Estella es director del Máster de Gobernanza Económica Europea, de la Universidad Carlos III de Madrid.