El tonto, el pillo y el listo
El columnista de The Guardian Jorge Monbiot nos alertaba hace unos días sobre el peligro que representan para nuestras sociedades los negacionistas. Sin embargo, no se refería a esos que cuestionan el cambio climático, como en su día hiciera M. Rajoy asesorado por la docta opinión de su primo el científico o como, a la menor oportunidad que tienen, hacen los portavoces de la ultraderecha. No, Monbiot nos advertía de otra amenaza, en su opinión, tanto o más grave, pero que suele pasar más desapercibida que el resurgir de los terraplanistas: los negacionistas de la política.
Su temor venía motivado por el optimismo con que el economista Oded Galor afronta la crisis climática en su libro The Journey of Humanity, editado recientemente en el Reino Unido (y que ahora distribuye en España la editorial Destino). Galor, lejos de negar el calentamiento global, lo reconoce como el único gran problema generado por un capitalismo industrial que, por lo demás, habría traído, a su juicio, todo tipo de bendiciones a la humanidad. Sin embargo, para atajar este problema el economista no aboga por cambiar el modelo económico y social que sostiene el insostenible sistema sino que, para él, es suficiente con que se reduzca la fertilidad promocionando anticonceptivos en los países más poblados y con que nos sentemos a esperar a que la tecnología haga el milagro. Y es que, a su juicio, “quizás dentro de dos o tres décadas, tendremos tecnologías revolucionarias que revertirán esas emisiones”, aunque reconozca que ahora “no podemos imaginar cuáles serán”.
En última instancia, lo que Oded Galor nos pide es sustituir nuestra confianza en la mano invisible de Adam Smith por la fe en una mano tecnológica de Robocop que por arte de birlibirloque, big data y algoritmos solucionará las contradicciones del sistema. De este modo, como subraya Jorge Monbiot, el economista rechaza la política como herramienta democrática para afrontar los problemas de este mundo. Así, se sube al carro del negacionismo de la política al sacar del foco el conflicto social y ambiental inherente al capitalismo y centrar la atención en un supuesto y pasajero desfase tecnológico.
Y sin embargo, como el dinosaurio de Monterroso, el choque social de intereses, territorio básico de lo político, continúa ahí, sin estremecerse lo más mínimo ante la crisis climática, la pandemia o la guerra. Bien lo pudo comprobar el venerable Joe Biden cuando, ante el desasosiego social, el pasado marzo clamaba que “en este tiempo de guerra, no es momento de ganancias” mientras en el primer trimestre del año ExxonMobil se embolsaba 5.500 millones de dólares, ConocoPhillips, 5.800 millones, o Chevron, 6.300 millones. Tampoco en nuestro país faltan ejemplos: en 2021, cuando la pobreza energética se expandía en España a la velocidad del rayo, las grandes eléctricas Repsol, Endesa, Iberdrola y Naturgy cerraban sus balances con un beneficio de 11.054 millones de euros, un 226% más que el año anterior.
Pero que nadie se sienta tentado a pensar que detrás de esas cifras hay un conflicto social de intereses o un atisbo de esa lucha de clases tan vulgar y demodé. Aquí, como nos descubrió con su gracejo electrizante el presidente de Iberdrola, Ignacio Sánchez Galán, lo que hay es mucho tonto. Tontos que no saben elegir su sistema de facturación o que, como seguramente pensaría Oded Galor, son incapaces de percatarse de la revolucionaria tecnología de las bombillas Led. Y donde hay tontos nunca faltan los pillos. El alabado nuevo líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, ya nos lo avanzó al justificar las millonarias comisiones pagadas por el ayuntamiento de Madrid a los amigos del primo del alcalde, Medina y Luceño: un par de pillos.
El listo siempre ha sabido adaptarse a los tiempos: en los años 60, se enfundó las tecnócratas vestimentas del Opus; en la crisis de 2008, vistió elegante traje negro de diseño italiano. Solo una cosa mantienen siempre en común: nunca se meten en política
La dialéctica entre los tontos y los pillos se consolida así como la lógica interna del sistema, lo que no deja de ser otra forma de abonar el negacionismo de la política. Porque ante tanto ingenuo ignorante, ¿cómo confiar en la voluntad ciudadana para la resolución de los problemas si la gente no sabe votar? El dilema solo se resuelve votando bien al Bolsonaro de turno, como nos suplica Vargas Llosa. O promocionando un tercer elemento que reequilibre la balanza entre tontuna y pillería, el listo. Un listo que, además, es tan listo que siempre ha sabido adaptarse a los tiempos: en la España de los pasados años 60, se enfundó las tecnócratas vestimentas del Opus; en la crisis de 2008, vistió elegante traje negro de diseño italiano. Solo una cosa mantienen siempre en común: nunca se meten en política. Lo suyo es la técnica.
El listo de nuestros días viste zapatillas deportivas y vaqueros raídos mientras trabaja en algún oscuro garaje de Silicon Valley cuyo alquiler pagan filantrópicamente Bill Gates o Elon Musk. Y mientras el genio estrafalario se afana en dar rienda suelta a su imaginación salvadora, nosotros no tenemos que hacer nada. Solo debemos olvidarnos de la política, sentarnos a ver la última serie mainstream y utilizar anticonceptivos. Nada más. Solo esperar a que nos sorprenda su último invento, el más revolucionario que podamos imaginar, hasta que llegue el siguiente. Una maravillosa innovación que podremos adquirir a un módico precio por Amazon; con versión vegana e internet incluida, por supuesto. Con él revertiremos el cambio climático y podremos seguir viviendo en el paraíso: el capitalismo será verde, los desahucios serán verdes, la miseria será verde, los monarcas serán verdes, los coches serán verdes, los policías serán verdes. Hasta los suicidios serán verdes. Además, no debemos preocuparnos porque su manejo será de lo más sencillo. No en vano, estará diseñado para tontos.
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José Manuel Rambla es periodista.