¡El toreo está de moda!

Miguel Martín

Quién hubiera dicho hace ya casi 30 años que Ñapaes, de SKA-P, iba a estar tan de actualidad en nuestros días. Un tema que, a ritmo de ska, denunciaba los trapicheos, pelotazos y tramas de corrupción protagonizadas por una alta sociedad en connivencia con políticos dispuestos a beneficiarse de las migajas de la especulación inmobiliaria en los tiempos de González y Aznar. 

En este tema, además, se denunciaba el repunte de la afición a las corridas de toros y se señalaba a Jesulín de Ubrique como síntoma de una España casposa y silente que toleraba con total normalidad un sistema económico y social tendente a favorecer el enriquecimiento de unos pocos a costa de una mayoría de clase trabajadora, una España de aristócratas y nuevos ricos que hoy —como antaño la "Beautiful People" de Madrid— vuelve a presentarse ante nuestros ojos en actos sociales como la boda de Tamara Falcó o el enlace del alcalde José Luis Martínez-Almeida. 

Esto, aunque parezca mentira después de una pandemia mundial, la invasión de Ucrania o el genocidio de Israel sobre el pueblo palestino, sigue siendo parte del presente de nuestro país. Un presente tan aparentemente temeroso del futuro que se ha agarrado a ciegas del pasado, de nuestro peor pasado: el de la España de los señoritos, la burguesía opulenta y las sotanas; una España que no duda en enorgullecerse del lema «Dios, Patria y Rey» y que se abraza a la fiesta nacional como salvavidas moral.

Para comprobarlo, sólo hace falta atender al spot que se ha empleado para promocionar la Feria de San Isidro 2024 en las redes sociales, un vídeo que, como el espejo de Black Mirror, nos devuelve el reflejo de una realidad oscura y deprimente protagonizada por un conjunto de jóvenes de alta sociedad que con aparente orgullo y valentía reivindican su libertad para disfrutar de nuestra cultura y tradición. Toda ella reducida a la experiencia de asistir a una plaza de toros que, como se manifiesta de forma explícita en este discurso, más allá de ser un gesto de respeto por nuestras costumbres, se ha convertido en la máxima expresión de su derecho a elegir: “Porque […] se trata de nuestra libertad. Y la libertad nunca pasa de moda”.

Por supuesto, la libertad para asistir a un festejo taurino; pero no para que una mujer pueda decidir sobre su propia maternidad, un paciente terminal sobre cómo poner fin a su vida, o cualquier persona sobre cómo disfrutar de su sexualidad. Porque ahí, sí, hay unos límites claramente establecidos y sobrepasarlos significa ir contra la moral nacional y, por tanto, convertirse en un mal español.

Es curioso también en este discurso atender a cómo, en apenas dos frases, se equiparan los conceptos de “libertad” y “toreo”, todo ello con el fin de justificar el lema de esta campaña. Porque si la libertad nunca pasa de moda y la libertad es toreo, “el toreo está siempre de moda”.

Moda. Un fenómeno eminentemente semiótico por medio del cual aquello que es insignificante dentro de una determinada esfera cultural puede pasar a ser significante. Por ejemplo, como analizó Jean Marie Floch, el total look de Coco Chanel fue resultado de introducir en el mundo de la moda femenina prendas que hasta ese momento formaban parte de otros estratos culturales como el deporte, el trabajo o la indumentaria masculina. Con ello, Chanel manifestó su rechazó a la moda femenina de la época y constituyó un nuevo estilo alejado de los modelos de mujer “inútiles” y “desocupados” que necesitaban de la ayuda de sus doncellas para poder vestirse. Chanel, a través de sus diseños, como ella mismo manifestó, trabajó por una “sociedad nueva” en la que la ropa debía ser práctica y confortable, así como promover mujeres activas que estuviesen a gusto con sus vestidos y pudiesen remangarse por sí solas.

Al respecto, hay que agradecer a los responsables del spot de Las Ventas que hayan mostrado de un modo tan explícito —tanto en la forma como en el contenido— el modo en el que perciben la realidad los jóvenes de un determinado espectro socioeconómico de nuestro país, así como sus aspiraciones vitales. 

Porque, efectivamente, como ellos mismos manifiestan, “el toreo está de moda”, pero no a nivel general, sino dentro de su esfera social, una esfera compuesta por lo que comúnmente llamamos “niños de papá”, “cayetanos” o simplemente “pijos”. Un sector que se siente especial, que piensa que sus gustos son selectos y que, de nuevo, tras mucho tiempo, ha perdido la vergüenza de expresarse sin complejos y de presentar sus opiniones como el reflejo de la opinión pública. No es casualidad que muchos de ellos se hayan convertido en influencers, tengan sus propios podcasts y participen habitualmente de programas de entretenimiento de máxima audiencia. 

Por supuesto, la libertad para asistir a un festejo taurino; pero no para que una mujer pueda decidir sobre su propia maternidad, un paciente terminal sobre cómo poner fin a su vida o cualquier persona sobre cómo disfrutar de su sexualidad

En cierto modo, como digo, hay que agradecer que así sea, porque para aquellos a los que no nos convencen sus planteamientos vitales ni nos sentimos atraídos de pertenecer a su mundo, nos es útil comprobar que lo único que nos pueden ofrecer como proyecto liberador es disfrutar de la fiesta nacional. Están dispuestos a hacer el ridículo con un spot promocionando el toreo; pero nunca lo harían, por ejemplo, para incentivar la importancia de pagar impuestos. Porque en el fondo siguen creyendo en la beneficencia y no en la justicia social. 

En esta situación, por mucha desazón que inicialmente nos produzca ver imágenes como esas, hay que seguir esforzándose por configurar una alternativa que genere esperanza y que abra nuestro horizonte de expectativas hacia otro modelo de convivencia que, además de establecer prioridades diferentes a la de los toros, entusiasme y nos despierte del aletargamiento en el que hemos vuelto a instalarnos. Con tal propósito, sería bueno poner de moda otros gustos y actitudes, así como apostar por otras formas culturales que den lugar a estilos de vida que vayan más allá del postureo que se ha establecido en torno a localismos aparentemente castizos como los neochulapos.

Podemos reírnos y hacer chanza de cómo el pijerío actual se acerca a lo popular. No obstante, sin alternativas estamos condenados al estancamiento y a la regresión social.  En ese sentido, es peligroso caer en la reacción y no esforzarse en la proposición. Si sólo domina lo primero, se tiende a acrecentar la polarización, es decir, un estado en el que lo que uno afirma no viene determinado por la fuerza de la razón y de unos propósitos convincentes, sino por la negación de lo que plantea el adversario. Si ponemos el acento en la proposición, en cambio, podemos abrir nuevos espacios de encuentro con todos aquellos que viven desencantados con la atmósfera cultural en la que estamos inmersos.

Tomando esto en consideración, en relación con el impulso que de nuevo se quiere dar al toreo, creo que la estrategia comunicativa no ha de incidir en ir contra los toros. Sería inteligente abrir el debate en otros términos, ya que, al contrario de lo que podía ocurrir en los 90, amplios sectores de nuestra sociedad son ya sensibles al sufrimiento animal y reconocen que no tiene sentido seguir promocionando que nuestra fiesta nacional se base en la libertad de someter a otro ser vivo para divertirnos.

Además, quienes actualmente defienden el toreo, como demuestra el spot al que antes me refería, no lo hacen por su carácter popular, sino como parte de un discurso aspiracional en el que asistir a este festejo se presenta como un elemento de distinción de aquellos que, perteneciendo un sector muy concreto de la población, demuestran no tener complejos de participar de espacios sociales como una plaza de toros.

Al respecto, se me ocurre, el debate podría girar no tanto sobre qué hacer con los toros (eso está claro desde el punto de vista moral para la mayor parte de la población), sino más bien qué ofrecer como alternativa en las plazas de toros. Y en ese proceso, involucrar al conjunto de la ciudadanía, adueñarnos de ellas como parte de nuestro espacio público y ahí, sí, ponerlas de moda.

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Miguel Martín es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid, doctor en Semiótica por la Universidad Complutense de Madrid e investigador de Diacronía.

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