Cuando nació la II República, el conglomerado de partidos que la hicieron nacer y que la sustentaban desde sus orígenes tuvieron algo muy claro y que consideraban debería suponer el cambio real en el futuro de una sociedad que estaba sumida en la pobreza cultural, el analfabetismo y la preponderancia de la influencia de la Iglesia en los comportamientos de las personas.
Lo que de inmediato tuvieron claro es que debería hacerse un esfuerzo sin límites para modificar esa situación. Su lema era “crear ciudadanos, no súbditos”. De esta forma se crearon unidades de enseñanza en lugares en que no existían (aumento inmediato y continuado en el número de escuelas, aumento del profesorado y de sus salarios), se llegó a lugares recónditos con las llamadas Misiones Pedagógicas, incremento de las actividades culturales y bibliotecas, separación de la enseñanza religiosa que se centró en las familias y las iglesias, etc. De esta forma se fue consiguiendo una mejora en las condiciones culturales que, según sus intenciones, nos acercarían a los niveles de cultura y desarrollo de lo que existía en el resto de Europa. Para ellos estaba claro que el cambio real de la sociedad no podría conseguirse sin ese incremento de su nivel cultural.
Todo ello se truncó con la Guerra Civil y los largos años de dictadura. La “cultura” impuesta por los vencedores destruyó todo lo conseguido y trajo consigo que, tras largos años, se fuera estableciendo un poso que, a todos los nacidos en esas épocas, nos dejó marcados. Salir de esa situación de desconocimiento y pobreza cultural solo fue posible gracias a los esfuerzos, muchas veces individuales y otras por el de ciertas mentes preclaras, de los que se resistieron, a pesar de las amenazas y persecuciones.
La realidad es que los valores que prevalecen ahora en una parte importante del común son el de la prevalencia del individualismo, el sálvese el que pueda, el triunfo social económico fácil e inmediato y el alejamiento, cuando no el desprecio, por la cultura y todo lo que eso lleva consigo, como caldo de cultivo para el establecimiento de unos valores que sustentan el ultraliberalismo y sus consecuencias.
Y todo esto viene a cuento de lo que algunos nos preguntamos sobre cómo es posible que los que defienden esos valores, los que utilizan el engaño en la política y en sus relaciones sociales, los que se lucran de sus situaciones de poder para medrar y sacar provecho, consigan el apoyo popular elección tras elección.
Mi interpretación es la de que el establecimiento de estos valores en el interno de una parte importante de los individuos hace que ciertos hechos no sean entendibles para los que hemos intentado llegar un poco más allá en nuestra forma de entender la vida en común y lo que deberían ser los valores en una sociedad que fuera auténticamente democrática y justa. Mi interpretación es que todo ello, esos resultados electorales, lo son debido al nivel cultural y a la falta de un espíritu crítico que a la gente le haga buscar información y elaborarla en su interior.
¿Cómo es posible que obtenga el favor de la mayoría de los votantes en Madrid una lideresa que continuamente nos retrotrae a lo más zafio del comportamiento humano?
Las continuas soflamas populistas, con utilización de una verborrea que intenta adaptarse a la de una parte importante de sus votantes, con expresiones chulescas que ensalzan los instintos más bajos de los madrileños, su desprecio por las críticas a un comportamiento próximo al delito en temas económicos, en intereses familiares, su maltrato a las personas mayores abandonadas a su suerte en momentos muy difíciles, el uso de esa situación para que familiares suyos se lucren... Mentir no penaliza.
Y si nos aproximamos a lo que han sido las elecciones gallegas, sería difícil explicar el mantenimiento en el poder de un partido que, durante ya muchos años, se ha dedicado, con una política de amiguismo y soporte de los cercanos, a esquilmar todo lo social en cuanto a sanidad, educación y otros temas. Pero es que tampoco ha afectado al voto la mentira practicada por este partido en lo referente a la política nacional y la amnistía para los enjuiciados por el procés en Cataluña. Algo que parecía iba a penalizarles, no les ha afectado en absoluto, sus votantes no se han metido en esas menudencias. Mentir no penaliza.
¿Cómo es posible que obtenga el favor de la mayoría de los votantes en Madrid una lideresa que continuamente nos retrotrae a lo más zafio del comportamiento humano?
Pero el tema es que esto no es un fenómeno puramente de nuestro país, en el que ese nivel cultural se asentó durante todos estos años de dictadura. Este fenómeno afecta a otros lugares.
De todos es sabido cual el nivel cultural que se visibiliza en un país como USA, que trata de erigirse como el líder mundial. ¿Qué tipo de cultura y de valores imperan en esa sociedad? Mi impresión es que existe una gran masa de población muy alejada de un nivel cultural mínimo y que tiene muy asentado un concepto de la vida en común y de sus valores próxima al ultraliberalismo de ese “sálvese quien pueda” y también de que el que lo tenga a su alcance, se beneficie de lo que pueda pillar. El engaño es lo de menos.
En este sentido, y con ese esquema de sociedad, uno también pudiera explicarse el que un individuo como Trump, con métodos mafiosos, machistas, envuelto en casos de violencia de género, tramposo en sus negocios, mostrando un desprecio por la Justicia y los funcionamientos democráticos, utilizando la mentira como forma de funcionamiento, consiga que cerca de la mitad de los votantes de ese país le den su apoyo y se vea próximo a volver a la presidencia de la nación. ¿En qué cabeza cabe?
Pues cabe en la cabeza de los que pensamos que el principal problema es la incultura reinante y la interiorización de unos comportamientos y valores que son justificados fácilmente por una parte importante de la sociedad.
Es más, esas personas se identifican y se ven representadas por quienes les hacen sentir que estos que les piden su voto son personas de carne y hueso como ellos, son los mismos. ¿Quién no miente alguna vez?, se dicen. ¿Quién no ha intentado sacar provecho de situaciones que les pueden ser beneficiosas a ellos o a sus cercanos?, se dicen. ¿Quién no ha insultado sin recato a un oponente? Míralos, son como yo, se dicen. ¿Quién no se ve cercano en ocasiones a comportamientos machistas? Son como yo.
Así es que estos votantes se ven reflejados, aun sin reconocerlo ampliamente, en personas que no hacen sino lo mismo que ellos harían en situaciones semejantes ¿Por qué habríamos de dejar de votarles si realmente hacen y son lo mismo que nosotros? Todo vale, nos mantenemos en el estatus y en el “bienestar” de que disponemos y nos ponemos a resguardo de los que quieren cambiar las cosas, que maldita la falta que hace.
¿Y cuál es la solución, cuál el camino? Pues la única que veo es que, los que no aceptamos esta situación, luchemos con todas nuestras fuerzas en la defensa de unos valores diferentes, en nuestras familias, con nuestros hijos y nietos, exigiendo que en los colegios y centros de trabajo se respeten valores diferentes. Que exijamos a nuestros representantes, y demos nuestro apoyo a los que se comprometan en la lucha por un desarrollo cultural real en nuestro país. Que practiquemos la solidaridad y el ejemplo a todos los niveles y que exijamos a los partidos que nos representen la defensa de esos mismos valores, que dejen a un lado los egoísmos y personalismos y realmente se sienten y analicen cuáles son las raíces del problema y ofrezcan alternativas diferentes y enriquecedoras, también con su ejemplo solidario.
Es un camino lento, pero creo que será la única manera de que, entre todos, podamos cambiar esta sociedad, poco a poco.
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Ángel Viviente Core es miembro Sociedad de Amigos de infoLibre.
Cuando nació la II República, el conglomerado de partidos que la hicieron nacer y que la sustentaban desde sus orígenes tuvieron algo muy claro y que consideraban debería suponer el cambio real en el futuro de una sociedad que estaba sumida en la pobreza cultural, el analfabetismo y la preponderancia de la influencia de la Iglesia en los comportamientos de las personas.