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Para que penetre, una noticia ha de ser afilada. Para ello, nada mejor que el roce con la audiencia. Fíjese el lector que no he dicho aún si se trata de noticias verdaderas, falsas o de aviesos mensajes subliminales. Pero da la impresión de que las informaciones verdaderas, contrastadas, tienen a veces el sentimiento de que como tales no necesitan ayudas ni afeites para llegar al destinatario. Creo que se equivocan.
Hace años que son conocidas las técnicas para conseguir el máximo alcance de los mensajes emitidos en las redes sociales. Pues bien, durante la primera campaña presidencial de Estados Unidos, el equipo de Trump analizó 5.900.000 mensajes para ver su efectividad e ir adaptándolos en su exposición al público al que se dirigían (1). En cambio, el equipo de la señora Clinton solo analizó 60.000. ¿Por qué? Recursos técnicos y expertos para gestionarlos, haberlos haylos. Y para pagarlos, era claro que la demócrata hubiera jugado con ventaja, al haber recaudado más del doble que su atrabiliario contrincante (2).
La política supuestamente informativa (o deformativa) de Trump fue un alud en el que se mezclaban datos ciertos y falsos, proclamas y chascarrillos, que iba puliendo con las técnicas al uso citadas, no solo animando a votarle, sino también desanimando a los sectores más proclives a los demócratas, como los antiguos izquierdistas de Sanders o las mujeres jóvenes. Seleccionados en función de la respuesta del público, dirigidos a sectores delimitados por el análisis de datos, entraban fácilmente y se difundían rápido, no solo por la acción del emisor, sino también por la decisiva facilidad con que sus partidarios daban al 'me gusta' o al 'compartir'.
Entretanto, los demócratas, cogiendo el ratón con papel de fumar, pinchaban y pinchaban con el mismo estoque, cada vez más romo, en el mismo hueso, cada vez más dolorido. Y así les fue.
Que no nos guste un hecho no significa que no suceda, y cerrar los ojos a él sólo nos aportará trompazos. En el trinomio periodista – medio – ciudadanía, quizá el que menos ha cambiado es el primero. Ha habido, hay y habrá periodistas honestos que emiten noticias veraces y contrastadas, así como comentarios sinceros. Por su parte, los ciudadanos ahí están, bajo un diluvio de información, no siempre deseada o buscada, cada vez con menos tiempo y medios para encontrar el trigo entre tanta paja. Dice Edwy Plenel, tan cercano a infoLibre: “Para ser realmente libres en nuestras elecciones y autónomos en nuestras decisiones, necesitamos ver con claridad. Si no, no seremos más que juguetes de nuestras ilusiones, dirigidos por la catástrofe que acompañan y precipitan […] el desconcierto de los miedos y la excitación de los odios” (3). Cuanto mayor peso tengan estos últimos, menos espacio quedará para la información que propicie la autonomía del receptor. Así que habría que evitar que un instrumento como las redes sociales fuera copado por el chapapote, en detrimento de que pueda expandirse el aceite, que no lo logra a pesar de ser virgen y extra.
Hoy en día el factor desequilibrante es no solo la novedad y sofisticación de los medios de difusión sino, a mi entender aún más, la implicación de la gente de a pie en la difusión posterior a la publicación. Se produce una macrocefalia del factor intermediario. En el mundo digital, cualquiera puede emitir sin apenas freno. Podríamos decir que de trigo hay el mismo, pero la paja e incluso el estiércol lo cubren asfixiándolo, al multiplicarse exponencialmente en las redes sociales, no solo por parte de bots y mercenarios, sino por tantísima gente que ignora el efecto explosivo de sus breves acciones. Así, no se trata de generar mil mensajes, sino de que el más certero (tamizado de los 1.000 previos) se difunda mil veces.
Si ello es así, es gravísimo que las noticias falsas, la zafiedad y las insidias reciban mucho más apoyo popular, lo que los emisores sin escrúpulos utilizarán en favor de totalitarismos de todo tipo. ¿Cómo lograr que el mensaje ecuánime llegue e incite al receptor a compartirlo, y compartirlo, y compartirlo?
Nos guste o no, las redes sociales son un instrumento que se ha ido haciendo peligroso por el desconocimiento del usuario y por la ambición de los diseñadores, pero instrumento al fin. ¿Por qué no usarlo en favor de los “buenos”? Tampoco nos gusta la dinámica abusiva de Amazon, pero la rabieta no conduce a nada. No hay impedimento ético a que la tienda de barrio o la cooperativa usen al máximo el poder difusor de las redes, segmentando destinatarios y fomentando la difusión entre ellos. Si ello es así en el comercio, ¡qué no será en los temas sociales o políticos!
Todos conocemos al zoquete de turno que comparte compulsivamente mensajes xenófobos, machistas o totalitarios, a menudo sin entenderlos y menos analizarlos. No son tantos, pero sí muy activos. Seguramente menos que el público con una mínima conciencia ética de lo social y sus implicaciones políticas. Hago pues una llamada a usar las redes, ya que están, en favor de la verdad. Solo conseguiremos, en palabras de Edwy Plenel, “la reconquista de la libertad antes secuestrada” (4), si vencemos a las fake news consiguiendo entre todos que sus likes sean sobrepasados por los de las true newsfake newslikestrue news.
¿Sí? Pues, por favor, comparte este artículo. Gracias.
NOTA: ¡Ah! Y díselo a tu vecina.
1.- Da Empoli, Giuliano. Los ingenieros del caos. (Ed. Anaya Multimedia. Madrid, 2020. Página 151).
2.- LEBER, Lisa. “Clinton mantiene ventaja en fondos de campaña sobre Trump”. Chicago Tribune,
28.10.2016.
3.- PLENEL, Edwy. Prólogo a: SANTOS-SAINZ, María. Albert Camus, periodista. (Libros.com. Página 16).
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4.- PLENEL, Edwy, Combate por una prensa libre. (Edhasa. Madrid, 2012. Página 34).
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Antoni Cisteró García es socio de infoLibre.
Para que penetre, una noticia ha de ser afilada. Para ello, nada mejor que el roce con la audiencia. Fíjese el lector que no he dicho aún si se trata de noticias verdaderas, falsas o de aviesos mensajes subliminales. Pero da la impresión de que las informaciones verdaderas, contrastadas, tienen a veces el sentimiento de que como tales no necesitan ayudas ni afeites para llegar al destinatario. Creo que se equivocan.
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