XXI: el siglo chino

Pero ninguno de nosotros siguió la etiqueta de "reciprocidad" y dijo: "¡Tráelo!".

Lu Xun

Igual que cuando hay erupciones, de pronto estallan por todas partes comentarios de presuntos vulcanólogos, con el susto de DeepSeek es muy plausible que, entre almendra, trago de caña, cigarro y almendra, nos dé por discurrir sobre LLM, AGI o el salto de la arquitectura MHA, MQA o GQA a MLA. Más nos vale que lo hagamos en serio y sin postureos. Porque lo de DeepSeek parece haber puesto al descubierto, en efecto, un pastel muy deep. Conviene admitir enseguida que el siglo XXI acabará siendo, sería, será, o ya es el siglo chino. Nĭhǎo (你好).

Al siglo chino nos ha traído la soberbia; a ellos, la modestia. Coronados de oro y gemas, con un pavo real en la mano derecha y en la izquierda un espejo en el que contemplarse, Occidente se ha regodeado en su excelencia, se ha dejado deslumbrar por destellos de bondad y belleza que le permitían desviar la mirada de sus taras y el oído de sus peros. Occidente, donde ni dios habla mandarín, pensó que podía seguir, como a lo largo de todo el siglo XX americano, engañando a China como a chinos. Hasta que, justo cuando Trump y su corte hipertecnológica anunciaban en pompa magna que el sueño y el siglo americano eran también este, una puta compañía china conocida en la escalera de cuatro geeks causó la mayor pérdida de un valor en la historia de la Bolsa.

Ahora que Nvidia, con su dineral y su poder, despierta de pronto poca envidia y muchas dudas, no sabemos si estamos ya en el siglo chino

Fuimos todos corriendo a leer, confesémoslo sin rubores. Acerca de Liang Wenfeng, el fundador y jefazo de DeepSeek, leímos mucho: mucho cotilleo sobre sus pintas de friki, sus gafas de pasta o sus melenas, lo cual recuerda la perplejidad que despertaron los Beatles. Al no entender un rábano su música –lo mismito que ahora pasa con las arquitecturas de DeepSeek– uno se refugia en las apariencias. Rebuscando un poco más en la red, uno puede caer en esta interesante entrevista en la que Wenfeng cuenta algo de su método, el gran motivo de su éxito. Avisa Wenfeng de que se acabó el  拿来主义. Ese término, traducido al inglés como “borrowism” –supongo que “prestamismo” en cristiano–, lo inspiró Lu Xun, al que Kenzaburo Oé consideraba “el mayor escritor de Asia” y Mao Zedong, “el santo de la China moderna”. El 7 de junio de 1934 Lu Xun atacaba la política de puertas cerradas de China. Lo decía entendiendo el porqué del miedo a lo extranjero: “Primero hubo opio de Gran Bretaña, chatarra de armas de Alemania, luego perfume en polvo de Francia, películas de Estados Unidos y varias cosas pequeñas de Japón con el lema ‘completamente producido en el país’ impreso”. Lu Xun invita, en cambio, a abrirse al mundo, conseguirlo, traerlo porque profetiza: “si el dueño es el nuevo dueño, la casa también se convertirá en una casa nueva”. En efecto, así ha sido, y por eso va y sostiene ahora Wenfeng que la casa es ya nueva y que se acabó el pedir prestado. Ya hay de todo y son otros quienes carecen de lo que China tiene. Para que así siga siendo, Wenfeng pone una condición: no dejar de innovar.

Hay otro detalle en la entrevista muy revelador. Jack Clark, cofundador de Anthropic y antiguo director de políticas de OpenAI, dice que en DeepSeek trabajan tipos geniales, pero misteriosos. Wenfeng dice que no, que son chavales chinos de cuarto, quinto de carrera o licenciados novatos. Insisten en la pregunta: ¿a quién se le ocurrió esa innovación de la MLA? Wenfeng da una respuesta vaga, reservada: a un investigador. No dice un becario, pero casi. He ahí otra de las grandes diferencias entre China y Occidente. La nuestra es una civilización basada en el espectáculo y la fama, donde los genios pasan a ser enseguida estrellas. China parece gobernada por otros valores. Tranquilos, valientes, perspicaces y desinteresados, anhelaba Lu Xun. El salto jondo a pie cambiado de DeepSeek hace pensar en que esas virtudes las tienen, si bien la discreción en la respuesta del jefe huele a que tampoco es que puedan alardear mucho de las condiciones laborales de sus misteriosos genios.

Ahora que Nvidia, con su dineral y su poder, despierta de pronto poca envidia y muchas dudas, no sabemos si estamos ya en el siglo chino. Acaso ya sólo nos falte caer en el último error: armados de chulería armamentística, entrar en guerra (y descubrir después que para chulos ellos).

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Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma.

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