Políticas de Seguridad y Defensa IV. Multilateralismo, 'ma non troppo'

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Enrique Vega

Sigue debatiéndose entre los analistas, expertos y publicaciones especializadas el porqué y el cómo, en Afganistán, los ejércitos más preparados y mejor dotados del mundo han podido ser derrotados por una milicia (los talibanes) mucho peor armada y con una mucho menor capacidad de recursos y de apoyo internacional. Derrotados, no porque lo fueran en los combates, sino porque, tras veinte años de presencia, lucha, esfuerzo, gastos y pérdida de vidas humanas, sus sociedades (gobernantes y población) han acabado perdiendo “la voluntad de seguir luchando” (Clausewitz) , que siempre han mantenido intacta sus adversarios. Lo que podríamos conceptualizar como “pérdida de motivación”. Y si ha habido “pérdida de” es que había habido motivación, razones para iniciarla y mantenerla durante casi veinte años. ¿Las había?

Analicemos el caso de nuestro país, España, a la luz de esta idea. Cuando España se incorpora a las operaciones (enero de 2002), han pasado solamente cuatro meses desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Washington y Nueva York, causa y origen del inicio de la guerra. Momento (septiembre de 2001) en el que podemos preguntarnos irónicamente cuántos españoles eran capaces de situar Afganistán en el mapa, cuántos españoles vivían allí, cuál era el nivel de intercambio comercial entre ambos países o cuántas empresas españolas invertían en él. En definitiva, cuáles eran los intereses españoles allí, en Afganistán.

Y sin embargo, allí hemos estado casi veinte años, a un costo de 3.638 millones de euros de despliegue militar (27.000 militares en total), a los que hay que añadir los 526 millones de euros de ayuda exterior española y las contribuciones españolas a través de organizaciones internacionales. Y, si queremos contarlas, las 17.100 Tm de armamento (incluidos carros de combate) para el Ejército afgano, que, según noticias recientes de prensa basadas en documentos del Pentágono recientemente desclasificados, España entregó o pagó a petición de Estados Unidos en marzo de 2003.

Y a un costo de 102 militares, dos policías y dos intérpretes muertos, más los incontables heridos y de alguna forma afectados por su estancia en la zona.

Es decir, que nuestra motivación, nuestra única razón para tanto gasto y pérdida fue, por tanto, y ha seguido siendo durante estos veinte años, solamente el compromiso de unirnos a la “guerra global contra el terrorismo” que acababa de anunciar el presidente estadounidense Bush y que él mismo caracterizaba como “ilimitada en el tiempo y en el espacio”, es decir, una entelequia difícilmente conceptualizable producto de la ira y la frustración.

Unirnos a ella como si España necesitase, entonces y durante estos veinte años, reivindicarse en la lucha contra el terrorismo después de haber logrado erradicar por completo y en solitario uno de los terrorismos más sangrientos (ETA) sin ni siquiera tener que emplear a sus Fuerzas Armadas. Porque, no se olvide, el terrorismo transnacional sólo nos atacó (marzo 2004 y agosto 2017) después de incorporarnos a la citada “guerra global contra el terrorismo” en Afganistán (2002), Irak (2003) y Sahel (2013). Y teniendo también, España, durante estos veinte años, un palmarés bastante abultado de desarticulación en nuestro país de grupos de presuntos terroristas adscritos al terrorismo transnacional.

La pregunta, en consecuencia, sigue viva: ¿por qué esta incorporación a la guerra global contra el terrorismo? Y la respuesta se nos presenta enseguida de forma nítida: en cumplimiento de uno de los principales paradigmas en que se sustenta la actual Política de Seguridad y Defensa española (Directiva de Defensa Nacional 2020): el multilateralismo.

Lo que se entiende hoy día como multilateralismo en las relaciones internacionales es la idea de que los problemas del mundo actual, y especialmente las “amenazas y desafíos a la seguridad nacional e internacional” –que es la terminología utilizada por la DDN 2020– no pueden ser enfrentadas por los países de forma aislada, unilateral, sino de forma conjunta, multilateral.

Si esto es una verdad casi de Perogrullo –la unión hace la fuerza—lo es mucho más en el mundo actual de la “globalización”, ese fenómeno propiciado por los avances tecnológicos que, en gran parte, caracteriza nuestra época, de la que el multilateralismo no es sino un instrumento.

Pero no olvidemos que, en realidad, a lo que llamamos globalización son dos fenómenos interdependientes, pero de distinta naturaleza. Porque está la globalización “tecnológica”, basada en y causada por el espectacular desarrollo de la electrónica aplicada a la información, la computación, el transporte y la robotización; y está la globalización “política”, resultado de la utilización interesada que de estos avances tecnológicos hacen las grandes corporaciones financieras y los Estados más desarrollados, que son los que poseen la gran masa de capital acumulado que les permite el uso masivo, en su propio beneficio, de esta permanentemente modernizada y actualizada tecnología.

Tampoco es nada nuevo que la “unión haga la fuerza”. Alianzas de carácter político y/o militar ha habido siempre a lo largo de la historia. Igual que ha habido cooperación económica. El comercio, principal herramienta histórica de la cooperación entre pueblos, Estados y civilizaciones y principal vehículo de expansión de la “civilización” y el progreso, no es sino la forma más simple y al mismo tiempo compleja, pero siempre presente, de cooperación económica. Y al mismo tiempo de competición económica.

Lo que hoy día va a caracterizar a esta históricamente permanente cooperación/competición económica-comercial y política-militar es su configuración a través de organizaciones formal y estatutariamente instituidas, que han ido progresivamente sustituyendo a las clásicas, cambiantes, informales y temporales alianzas. El “que dure mientras nos interese” se ha ido progresivamente sustituyendo por la obligación de lo firmado y la atadura de lo compartido.

A grandes rasgos, puede decirse que este cambio del “mientras dure” a la “obligación firmada”, del “interés compartido” a los “recursos compartidos”, empezó tras la II Guerra Mundial, con la creación de dos grandes bloques, política y económicamente enfrentados y básicamente estructurados a través de organizaciones permanentes: OTAN, progresiva unión europea, etc., por un lado, Pacto de Varsovia, COMECON, etc., por otro, con unos terceros en discordia, el tercer mundo: ASEAN, OEA, etc. Y todo ello presidido por y cobijado bajo las grandes organizaciones permanentes y de obligado cumplimiento, como la ONU o la Organización Mundial del Comercio (OMC), por ejemplo.

Resolver, a través de estas organizaciones permanentes, las “inseguridades” que cada Estado pueda sentir en cualquier momento es a lo que llamamos multilateralismo.

Y es analizando de forma conjunta estas dos realidades, la globalización “política”, que da empoderamiento –concepto de moda– a los países económica y, por tanto, militarmente más poderosos, y la seguridad y defensa a través de organizaciones permanentes, que crean obligaciones “firmadas”, donde quizás pueda encontrarse el talón de Aquiles del multilateralismo como vía a través de la cual superar nuestras “inseguridades” y enfrentar nuestros “desafíos y amenazas”.

Porque el problema es que, en las actuales organizaciones permanentes, en general, pero especialmente en las relativas a la seguridad y la defensa, que son las que a estas reflexiones interesan principalmente, no todos sus miembros son iguales. Lo son en teoría, en lo escrito, no lo son en la práctica, en la realidad. Siempre hay un (o unos) primus inter pares.primus inter pares Y ante las dificultades, inherentes a cualquier agrupación de “distintos”, de llegar a consensos y de alcanzar decisiones que realmente favorezcan a todos, acaban primando los intereses del primus inter pares, lo que supone en muchas ocasiones importantes pérdidas de prioridades, oportunidades o soberanía.

¿Qué mejor ejemplo que la OTAN y su primus inter pares, Estados Unidos? ¿Qué mejor ejemplo que la pérdida de tantos soldados españoles en Afganistán? Y de tanto gasto. ¿Por qué España se sintió obligada a participar y a continuar participando durante veinte años en un conflicto que le resultaba tan ajeno en un territorio al que no le unía ningún interés importante? Tan solo porque era miembro de la OTAN (alianza permanente que crea obligaciones) y el primus inter pares de ésta había sido atacado desde allí, desde nuestro entonces desconocido Afganistán.

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Nada de todo esto invalida las muchas ventajas del multilateralismo, especialmente en el mundo hiperconectado de hoy día. Solo invita a la prudencia, intelectual y práctica en lo que se refiere a su ejercicio a través de organizaciones permanentes que crean obligación, ya que un inmoderado y poco selectivo exceso de confianza en él (en el multilateralismo), como justificación ideológica de una Política de Seguridad y Defensa para las intervenciones en el exterior, podría llegar a ser, como mínimo, ética y racionalmente dudoso al involucrar la vida de soldados y dinero de los contribuyentes.

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Enrique Vega Fernández es coronel de Infantería (retirado).

Sigue debatiéndose entre los analistas, expertos y publicaciones especializadas el porqué y el cómo, en Afganistán, los ejércitos más preparados y mejor dotados del mundo han podido ser derrotados por una milicia (los talibanes) mucho peor armada y con una mucho menor capacidad de recursos y de apoyo internacional. Derrotados, no porque lo fueran en los combates, sino porque, tras veinte años de presencia, lucha, esfuerzo, gastos y pérdida de vidas humanas, sus sociedades (gobernantes y población) han acabado perdiendo “la voluntad de seguir luchando” (Clausewitz) , que siempre han mantenido intacta sus adversarios. Lo que podríamos conceptualizar como “pérdida de motivación”. Y si ha habido “pérdida de” es que había habido motivación, razones para iniciarla y mantenerla durante casi veinte años. ¿Las había?

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