"Preocúpese porque, si podemos, les ilegalizaremos"

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Hace apenas seis meses una buena parte de la sociedad española acudió a las urnas aterrada ante la posibilidad de que la extrema derecha resultara victoriosa. Votantes fieles a un determinado partido progresista, otros que alternan su voto entre las distintas opciones de izquierdas y algunos de los que hacía tiempo que habían dejado de votar, salieron el domingo 28 de abril convencidos de que en democracia se pueden perder unas elecciones, pero en unas elecciones no se puede perder la democracia, como decía uno de los múltiples eslógans que corrían esos días. El gran beneficiado fue el PSOE, que vio concentrado buena parte del voto útil y llegó así, probablemente, a su resultado óptimo.

En tan sólo seis meses han pasado muchas cosas, pero una de ellas es especialmente aterradora. Una derecha extremada ha ayudado a blanquear a la extrema derecha permitiendo que condicionen políticas públicas y presupuestos. Sus discursos machistas, xenófobos e incitadores de odio se han ido radicalizando en los últimos meses y se dejan oír en las Cámaras legislativas para después ser reproducidos por medios de comunicación y redes sociales. La dinámica política española parece haberlos normalizado sin mucho problema de digestión, hasta el punto de que hoy no existe alarma, ni emergencia democrática, ni percepción de peligro, capaz de movilizar nuevamente al electorado para parar lo que, sin duda, es una de las mayores amenazas a la democracia.

Vox es hoy, según distintos estudios como este, el partido con una mayor fidelidad de voto. Los suyos no le han abandonado porque no les ha decepcionado: sin necesidad de mancharse con el día a día de la gestión ha sido capaz de condicionar presupuestos en Andalucía o en la Comunidad de Madrid, al mismo tiempo que amplifica sus mensajes desde los altavoces institucionales, lo que le hace también ganar adeptos entre el resto de formaciones de la derecha.

Es cierto que en abril el resultado que obtuvieron fue menor que el proyectado por las encuestas, pero no es recomendable suponer que vaya a pasar lo mismo. Por varios motivos: desde el punto de vista técnico, no olvidemos que la demoscopia ahora puede atinar más porque ya dispone de recuerdo de voto, es decir, maneja mejor información sobre el votante de Vox para hacer la famosa cocina. En segundo lugar, la caída libre de Ciudadanos —según todas las encuestas— contribuye a nutrir de abundantes apoyos a los extremistas, una transferencia de voto que ya se vio en los días previos al 28 de abril y que, aunque en menor medida, se mantiene. ¡Quién iba a decir que los que vinieron a regenerar la política con una derecha moderada, liberal y europeísta iban a acabar compartiendo electorado con Vox!

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No obstante, todo esto no sería posible sin la clave que hace que se estén alineando los astros a favor de la extrema derecha. Entre unos y otros, han conseguido situar el marco de la campaña justamente donde les interesa, en la disputa por las identidades nacionales excluyentes. Y en ese triunfo han contado con notables colaboraciones, de naturalezas bien dispares.

Fruto de todo esto, en una campaña donde el descrédito ha hecho que se pierda el sentido de emergencia democrática, Vox lanza vídeos publicitarios de extrema violencia que relacionan la llegada de inmigrantes con violaciones a mujeres, lo que ha hecho que RTVE decidiera no emitirlos en horario infantil (no seré yo quien los reproduzca ni enlace); amenaza al PNV, "preocúpese porque, si podemos, les ilegalizaremos" y con ello nos amenazan a todos, mientras afirman estar dispuestos a bloquear "lo que haga falta". Lo que en otras circunstancias hubiera sido un acto de mala educación, negarse a darle la mano a los de Abascal, se ha convertido en la figura de Aitor Esteban en un símbolo de dignidad democrática.

Ojalá las encuestas vuelvan a equivocarse con Vox y no haya que preguntarse de quién, o de quiénes, fue la culpa.

Hace apenas seis meses una buena parte de la sociedad española acudió a las urnas aterrada ante la posibilidad de que la extrema derecha resultara victoriosa. Votantes fieles a un determinado partido progresista, otros que alternan su voto entre las distintas opciones de izquierdas y algunos de los que hacía tiempo que habían dejado de votar, salieron el domingo 28 de abril convencidos de que en democracia se pueden perder unas elecciones, pero en unas elecciones no se puede perder la democracia, como decía uno de los múltiples eslógans que corrían esos días. El gran beneficiado fue el PSOE, que vio concentrado buena parte del voto útil y llegó así, probablemente, a su resultado óptimo.

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