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La seguridad nacional ya no es una cuestión militar

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Joaquín R. López Bravo

¿La seguridad y la defensa de nuestro país (en realidad de todo el mundo), se asegura con más armamento? Definitivamente no. ¿Por qué? Porque todos tenemos un enemigo común, silencioso pero palpable: el cambio climático. Para hacernos una idea de la magnitud del problema baste un dato: en 2019 más de 20 millones de personas tuvieron que abandonar su lugar de residencia por problemas directamente derivados del cambio climático. Y si no hacemos nada, la cantidad seguirá aumentando hasta unos 1.200 millones en 2050. Es fácil imaginar la presión migratoria y demográfica en aquellos países en los que la emergencia no sea tan acuciante. Corremos el riesgo de que una parte muy importante del planeta se convierta en un desierto inhabitable.

Por ello, crear grandes arsenales de armas, que es la forma en que los países tratan de asegurar su defensa, es una política baldía. El enemigo no se combate con tanques o misiles nucleares, sino con bosques y políticas de comercio e intercambio sostenibles. Además la escalada armamentística sólo genera excedentes que acaban en manos de traficantes, terroristas, guerrillas y señores de la guerra que aumentan la inestabilidad de los países y disminuyen la posibilidad de hacer frente al enemigo común que no es otro que la reacción de la naturaleza ante las agresiones constantes a que la sometemos.

En 2019 el presupuesto mundial destinado a armas y conflictos alcanzó el 10% del PIB mundial. Con sólo destinar un 1% del PIB mundial, se podrían alcanzar fácilmente los objetivos de los acuerdos de París, y evitar de ese modo el fatídico aumento de la temperatura global 1,5 grados, que es la frontera entre la reversibilidad o no del cambio climático. Y si destináramos el 5% podríamos alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU, y de ese modo erradicar la pobreza y el hambre en el mundo, el trabajo infantil y los movimientos migratorios en busca de un mundo mejor.

El “enemigo” está identificado: somos nosotros mismos provocando el cambio climático. Y a ese enemigo, insisto, no se le combate con armas de asalto, tanques, cazabombarderos y misiles, sino restañando las heridas que la humanidad está causando al planeta, el único que, al menos de momento, podemos habitar. Para alcanzar estos objetivos es necesario afrontar la lucha en cuatro frentes:

1. Detener la carrera armamentística. Ya tenemos armas suficientes para acabar con toda la humanidad varias veces. Además, y como decía antes, los “excedentes” militares y el armamento obsoleto no se destruye, sino que pasan a formar parte del tráfico mundial de armas, por lo que el otro frente es el siguiente.

2. Liquidar de raíz el tráfico de armas. Este tráfico da lugar a la aparición de grupos armados irregulares que provocan conflictos, lo que justifica un incremento en la producción, desarrollo y gasto de y en armas. Estas armas, en manos inexpertas o sin conciencia, causan miles de muertos en la población civil, y por supuesto movimientos migratorios descontrolados de personas huyendo de los rigores de la guerra. Una gran parte de los conflictos mundiales son “guerritas”, escenarios bélicos de baja intensidad localizados (más o menos) en los que se usan y gastan las armas y son la coartada para mantener la industria armamentística como “necesaria”, en una forma muy similar a como era “necesaria” la protección mafiosa a los comercios, a quienes protegían de los propios mafiosos. Un círculo vicioso que puede acabarse con acciones decididas y coordinadas y la destrucción de las armas no utilizadas.

3. Redirigir parte (mejor la mayoría) del presupuesto militar a cumplir los acuerdos de París y las recomendaciones de la ONU. Como he comentado, bastaría con dedicar un 1% del PIB mundial para dar cumplimiento completo de los acuerdos de París y un 5% para tener un planeta equilibrado y sin miseria y muertes por inanición, trabajo infantil o cualquier otra forma de explotación. Actualmente se está invirtiendo en armamento dotado de Inteligencia Artificial (IA) cuya “inteligencia” está por demostrar (este tipo de dispositivos bombardea poblaciones, hospitales y escuelas, lo que en el hipócrita lenguaje militar se llaman “daños colaterales”) y su artificialidad lleva a utilizar recursos escasos y valiosos para la tecnología civil y de auténtica protección de la humanidad, tales como una digitalización controlada, el uso de estos elementos en combatir incendios o catástrofes y otros muchos usos similares. Una buena muestra de estos usos de lucha contra las catástrofes es la Unidad Militar de Emergencias (UME), que cuando Rodríguez Zapatero la creó a finales de 2005 para intervenir de forma rápida en cualquier lugar del territorio nacional español en casos de catástrofe, grave riesgo, calamidad u otras necesidades públicas fue ampliamente criticada por la oposición y que hoy es un referente mundial que ha dado lugar a la creación de otras unidades similares, con las que cuentan los ejércitos de países tan importantes como Canadá, Estados Unidos, Francia, Japón, México, Israel, Rusia y Suiza que destinan unidades especializadas a combatir las catástrofes. Estamos viendo estos días la excelente actuación de la UME en la isla de La Palma, devastada por el volcán, y muy recientemente la actuación de la UME en la lucha contra la pandemia del covid-19, muchas veces con escasos medios y riesgo evidente para sus integrantes.

4. Reinvertir ese dinero en el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en 2030, con una acción decidida y coordinada contra el enemigo común tendente a neutralizarle (usando terminología militar) mediante la recuperación de bosques, caudales fluviales, limpieza de los mares, acabar con el uso de combustibles fósiles que son altamente dañinos e invertir en la búsqueda, desarrollo y mejora de energías no contaminantes y renovables, proporcionadas por la propia naturaleza en su crecimiento y mantenimiento acompasando el desarrollo humano con el planetario.

Pero, ¿es fácil implementar este plan de actuación? Definitivamente no. Y ello por varios motivos.

Es imprescindible que los poderes mundiales sean conscientes del enemigo común, lo identifiquen y lo ataquen coordinadamente. La actuación individual de países, organizaciones o personas es necesaria, pero lo imprescindible es un ataque conjunto y coordinado, ya que el enemigo ataca en todas partes sin distinguir entre las fronteras y los humanos. Ciertamente sufren más las consecuencias los menos favorecidos, pero ese es otro frente: hay que acabar con esa situación para que las personas puedan encontrar en su lugar de origen una forma digna y suficiente para ganarse la vida.

La economía de base capitalista consiste en la gestión de los bienes escasos por parte de una minoría para alcanzar beneficios. Pero como muchos pensadores han puesto de manifiesto, el dinero no se come. Y no se pueden comprar cosas si desaparecen o si quienes tienen que proporcionarlas han abandonado sus trabajos, como por cierto está empezando a ocurrir por ejemplo en Estados Unidos, como señala Pilar Velasco en este artículo de InfoLibre del 12 de agosto. Es necesaria una gestión de los bienes escasos de una forma realmente controlada y en beneficio de toda la humanidad con el fin de que no sea fuente de discordias que acaben en conflictos. Pero para ello el capitalismo debería abandonar la senda depredatoria que empezó con Reagan y Thatcher y que se ha incrementado con el paso de los años. Y eso es difícil.

Todo cambio exige sacrificios y esfuerzos. Y no es fácil que la poderosa industria armamentística mundial esté dispuesta a perder sus beneficios directos por alcanzar unos beneficios que, para ella, son más difusos. Las vidas importan menos que los medios para acabar con ellas. Éstos se fabrican y se venden, lo que genera ingresos. Aquéllas no son fabricables (al menos de momento) por lo que no sólo no generan ingresos, sino que causan inversiones en campos que a la industria armamentística le son indiferentes, cuando no hostiles. Y que quien detenta las armas las deponga voluntariamente es algo más que una utopía.

Las ideologías de todo tipo (políticas, religiosas, culturales) ven al resto como “enemigos a batir” y no como visiones complementarias y diferentes de la realidad humana. Así las cosas, rebajar la intensidad de los conflictos es harto difícil porque es muy complicado admitir al opuesto como parte del mundo que se vive. Toda ideología tiende a tratar de convertirse en pensamiento único, y por ello tiende a luchar por mantener la exclusividad de pensamiento.

Hay algunos factores más pero no merece la pena extenderse en ellos ya que casi todos tienen la raíz común del egoísmo humano.

Por todo ello, la única forma de superar estos potentes obstáculos es la concienciación de que hay un enemigo común a todos los seres humanos, piensen como piensen y defiendan lo que defiendan, y que es necesaria la acción de todos para vencer este problema antes de que sea irresoluble y perdamos la batalla.

Hace falta un cambio cultural, una reorientación de las prioridades de la humanidad para alcanzar la victoria ante la amenaza que nos acecha, ya que la hemos causado nosotros en gran medida. Y para ello no bastan foros, conferencias, acuerdos y otro tipo de reuniones. Es imprescindible actuar más y hablar menos. De otro modo, esta será una batalla perdida. Posiblemente la última que tenga que afrontar la humanidad. De nosotros depende ganarla.

PS.Los datos que se facilitan se han obtenido de un informe de Nature que puede consultarse aquí.aquí

¿La seguridad y la defensa de nuestro país (en realidad de todo el mundo), se asegura con más armamento? Definitivamente no. ¿Por qué? Porque todos tenemos un enemigo común, silencioso pero palpable: el cambio climático. Para hacernos una idea de la magnitud del problema baste un dato: en 2019 más de 20 millones de personas tuvieron que abandonar su lugar de residencia por problemas directamente derivados del cambio climático. Y si no hacemos nada, la cantidad seguirá aumentando hasta unos 1.200 millones en 2050. Es fácil imaginar la presión migratoria y demográfica en aquellos países en los que la emergencia no sea tan acuciante. Corremos el riesgo de que una parte muy importante del planeta se convierta en un desierto inhabitable.

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