La demanda presentada por Sudáfrica ante el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) de las Naciones Unidas contra el Estado de Israel por el "carácter genocida" de su guerra contra los palestinos de Gaza no es sólo un acto jurídico sin precedentes. Esta demanda marca un brusco cambio geopolítico: mientras todos los pueblos del mundo asisten, a través de la tragedia palestina, a la utilización de geometría variable por parte de Europa y Estados Unidos de los valores universalistas que dicen defender, es un país emblemático de las causas emancipadoras, anticoloniales y antirracistas del Tercer Mundo el que toma el testigo.
Basta con leer el excepcional documento elaborado por la diplomacia sudafricana y escuchar la presentación (ver más abajo, porque los medios audiovisuales apenas la cubrieron), el jueves 11 de enero, de sus argumentos ante el TIJ para tomar la medida del eclipse intelectual de un continente, el nuestro, cuyos Estados-nación han pretendido durante tanto tiempo decir, codificar e imponer el bien, lo justo y lo verdadero.
Porque, en tiempo real y ante los ojos de todo el mundo, frente al martirio de Gaza, no han dicho nada –o muy poco: unos cuantos llamamientos hipócritas a la moderación– y no han hecho nada –o peor aún: han hecho todo lo contrario al entregar cantidades masivas de armas y municiones a Israel, como ha hecho más recientemente Estados Unidos–. Nada se dijo y nada se hizo cuando la población de uno de los territorios más densamente poblados del planeta fue atacada por uno de los ejércitos más poderosos del mundo, el del Estado que la había sitiado tras haberla ocupado, en la campaña de bombardeos más intensa de la historia militar moderna.
Peor que Alepo en Siria, peor que Mariúpol en Ucrania, por tomar sólo dos referencias contemporáneas que implican a Rusia, pero proporcionalmente peor también, en términos de intensidad, que los bombardeos aliados sobre la Alemania nazi.
Castigo indiscriminado
Tanto por las acciones de su ejército como por las palabras de sus dirigentes, el Estado de Israel ha tomado como blanco a un pueblo en su respuesta vengativa al atentado de Hamás del 7 de octubre de 2023 y su masacre de civiles israelíes. Lejos de ser una respuesta proporcionada, se trata de un castigo indiscriminado a una población por su origen, identidad, cultura e historia.
Ha sido el pueblo palestino de Gaza, y a través de él la idea misma de una Palestina viable, de una vida y existencia bajo ese nombre, con todo lo que ello conlleva en términos de sociabilidad y ciudadanía, el señalado como culpable para ser castigado, indiscriminadamente. El propio primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, hizo un llamamiento explícito el primer día a la guerra santa, refiriéndose a Amalec, el pueblo al que Dios ordena exterminar en la Biblia (I Samuel XV, 3): "No te apiades de él, antes bien, da muerte tanto a hombres como a mujeres, niños y niños de pecho, a bueyes como a ovejas, a camellos como a asnos".
En sólo tres meses de guerra ya han muerto, desaparecido o resultado heridas, decenas de miles de personas, sobre todo civiles, la mayoría niños y mujeres. Todo un mundo ha sido destruido para siempre, viviendas y hospitales, lugares de vida y de culto, escuelas y universidades, administraciones, comercios, monumentos, bibliotecas, incluso cementerios.
"Ningún lugar es seguro en Gaza", declaró el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, en su solemne carta al Consejo de Seguridad el 6 de diciembre de 2023. Desde entonces, las ONG humanitarias y las agencias de la ONU no han dejado de alertar sobre la contaminación del agua, el riesgo de hambruna, la miseria inconmensurable y la desesperación infinita; en resumen, la destrucción sin retorno de una parte de la Palestina ocupada.
Un giro siniestro: el Estado cuya legitimidad inicial se fundó en la conciencia del crimen de genocidio cometido contra los judíos por el nazismo y sus aliados se enfrenta ahora a la acusación de cometerlo contra los palestinos. En la Convención de 1948 invocada por Sudáfrica, el delito de genocidio se refiere a actos "perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal". Rafaël Lemkin, el inventor de la palabra –del griego genos y del latín cide– lo definió como "un complot para aniquilar o debilitar grupos nacionales, religiosos o raciales".
El debate jurídico se llevará a cabo sobre el fondo, pero por el momento –y esto es de lo que trata el procedimiento de urgencia ante la CIJ– el objetivo es detener lo antes posible un proceso de aniquilación, depuración, expulsión, supresión y destrucción de los palestinos de Gaza, que tiene características genocidas.
Como trágicamente nos han recordado los genocidios cometidos en Ruanda en 1994 y en Bosnia en 1995, no se trata en absoluto de relativizar la singularidad de la Shoah, el plan concertado del régimen nazi para el exterminio industrial de millones de seres humanos, sino de mantener una vigilancia universal sobre la repetición, en otros contextos y bajo formas diferentes, de ese inconmensurable crimen de lesa humanidad contra sí misma.
Pero la historia recordará que las potencias que encarnan Occidente, esa realidad política nacida de la proyección de Europa sobre el mundo, aun cuando se enorgullecen de haber proclamado la universalidad y la igualdad de derechos, se desentendieron de esa vigilancia abandonando a Palestina a su triste destino. Por la audacia de Sudáfrica, son los pueblos y naciones que han padecido esa apropiación dominante de lo universal por las potencias occidentales quienes son ahora sus mejores defensores. En definitiva, están recordando a Europa la promesa que ha traicionado.
"Si queremos responder a las expectativas de nuestros pueblos, debemos buscar en otra parte que no sea Europa": estas son casi las últimas palabras de Les Damnés de la terre (Los condenados de la tierra, 1961), el ensayo de Frantz Fanon que ha dado la vuelta al mundo desde su publicación, y pueden leerse como una predicción del cambio de rumbo que se está produciendo en la actualidad. Ese llamamiento a "cambiar de bando" exigía una huida emancipadora en busca de un verdadero humanismo, en el que la preocupación por la humanidad deje de estar eclipsada por los intereses de las naciones dominantes o las identidades de los pueblos conquistadores. Siguiendo los pasos del Discurso sobre el colonialismo (1955) de su compatriota martiniqués Aimé Césaire, Les Damnés de la terre glorificaba un verdadero universalismo, sin nación propietaria ni identidad fronteriza.
En la conclusión de su primer libro, Peau noire, masques blancs (Piel negra, máscaras blancas, 1952), Fanon escribió: "Ojalá se me permita descubrir y querer al hombre, dondequiera que esté", recordando la advertencia de su “profesor de filosofía, de origen antillano: 'Cuando oigas hablar mal de los judíos, agudiza el oído, están hablando de ti'", con el comentario: "Un antisemita es necesariamente un negrófobo". Como epígrafe a uno de los capítulos, había colocado estas palabras de Aimé Césaire: "No hay un pobre hombre linchado en el mundo, un pobre diablo torturado, en el que yo no me sienta asesinado y humillado".
Europa se ha negado a toda humildad, toda modestia, y también a toda preocupación, toda ternura
El derecho internacional es la traducción jurídica de ese humanismo esencial. Un humanismo que Fanon, una década más tarde, durante las guerras coloniales francesas, de Vietnam a Argelia, observó con rabia que Europa había negado.
En Les Damnés de la terre escribió: "Salgamos de esta Europa, que no hace más que de hablar del hombre mientras lo masacra allí donde lo encuentra, en cada rincón de sus propias calles, en cada rincón del mundo. [...] Europa se ha negado a toda humildad, toda modestia, y también a toda preocupación, toda ternura. Se ha mostrado parsimoniosa sólo con el hombre, mezquina, carnívora y homicida sólo con el hombre. Así pues, hermanos, ¿cómo no comprender que tenemos cosas mejores que hacer que seguir a esa Europa?”
En esta acusación de Europa contra sí misma, Fanon blande su promesa traicionada, para exigir que sea superada y finalmente cumplida. Esa Europa, que proclamó la igualdad natural y luego promulgó los derechos universales, pisoteó y saqueó ambos mediante el colonialismo y el imperialismo, negándoselos a los pueblos y humanidades que oprimía y explotaba.
Veneno mortal
Y es este devastador engaño el que han perpetuado hasta nuestros días la larga injusticia cometida con Palestina por la ocupación y colonización de sus territorios desde 1967, y la consiguiente segregación y discriminación de su pueblo, extendiendo en el seno de la sociedad israelí un veneno mortal para los ideales democráticos, como atestigua el ascenso de fuerzas judías de extrema derecha, tan racistas como antisemitas.
La resonancia actual de ese libro-manifiesto demuestra que la esperanza internacionalista y humanista de la descolonización no es una reliquia pasada, sino todavía una promesa activa. Publicado unos días antes de la muerte de su autor, que había abrazado la causa de la independencia de Argelia, Les damnés de la terre se publicó a finales de 1961, el mismo año en que Nelson Mandela, abandonando la estrategia no violenta del CNA sudafricano frente al régimen del apartheid, fue a entrenarse para la lucha armada con el FLN argelino en sus bases clandestinas de Marruecos, unos meses antes de su detención el 5 de agosto de 1962.
Pero la resonancia va más allá: el apartheid, régimen de segregación racial, se instauró en 1948, el mismo año en que Naciones Unidas respaldó la creación del Estado de Israel, proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y aprobó la Convención sobre el Genocidio.
Los principios, valores y derechos fundamentales invocados por Sudáfrica ante las acciones del Estado de Israel en Gaza no valen sólo para Palestina
Releer a Frantz Fanon es tomar la medida de lo que nos jugamos para nuestro futuro sobre lo que Palestina viene diciendo al mundo desde que se le negó su derecho a existir como Estado soberano, aunque, con Yasser Arafat a la cabeza, acabó concediendo ese derecho al Estado de Israel, a pesar de la expulsión –la Nakba– de la que fue víctima una parte de su pueblo en 1948. ¿Quién va a salvar hoy la universalidad y, sobre todo, lo universalizable –en el sentido de compartición y solidaridad– de los derechos, la justicia y la igualdad, escapando así a su apropiación depredadora por parte de Estados, pueblos y naciones que pretenden ser los legítimos propietarios de lo universal hasta el punto de permitirse contradecirlo y ultrajarlo en cuanto sus egoísmos, sobre todo económicos, se ven en peligro?
Sudáfrica aporta la respuesta ante el Tribunal de La Haya: el origen no protege contra nada, no hay lo universal del que ninguna nación, civilización, cultura, etc., tenga el monopolio o el privilegio, sólo existe lo universalizable que se juega en cada prueba concreta en la que el destino de una humanidad en particular –atacada, perseguida, violada, discriminada, borrada, exterminada, etc.– pone en peligro el de toda la humanidad. Esta demanda ante el TIJ, rigurosamente jurídica desde el punto de vista del derecho internacional, plantea la cuestión políticamente decisiva de la universalidad sin fronteras de los valores supranacionales que los Estados-nación de nuestro continente y la Unión Europea que los agrupa pretenden encarnar, al menos sobre el papel.
Los principios, valores y derechos fundamentales invocados por Sudáfrica en respuesta a los actos del Estado de Israel en Gaza no valen sólo para Palestina. Valen, al mismo tiempo, para Ucrania, víctima de una guerra de agresión del imperialismo ruso, con su rastro de crímenes de guerra y contra la humanidad –y este recordatorio vale para los dirigentes sudafricanos que, hasta la fecha, no han condenado a Moscú. Pero también valen para el pueblo de Siria, ayer y todavía hoy martirizado por el régimen dictatorial que lo oprime con el apoyo de Irán y Rusia. Igual que valen para los uigures, el pueblo de habla turca, predominantemente musulmán, perseguido por China en la región de Xinjiang. Al igual que valen para todos los pueblos que sufren bajo el yugo de poderes estatales cuyo aparente apoyo a la causa palestina sirve de distracción del injusto destino que les imponen, desde Irán a Turquía, sin olvidar los absolutismos monárquicos que reinan en la península arábiga.
El humanismo sólo puede ser internacionalista. Es lo que quería decir Nelson Mandela cuando expresó su reconocimiento al pueblo palestino por su ayuda en la lucha contra el apartheid: "Sabemos muy bien que nuestra libertad está incompleta sin la libertad de los palestinos", decía. Por el contrario, la indiferencia de la mayoría de los dirigentes europeos ante el destino de Palestina pone en peligro la idea que Europa tiene de sí misma, de sus valores y de sus principios.
¿Qué podrá decir Europa mañana ante violaciones del derecho internacional que la pongan en alerta o la amenacen, como la guerra de agresión de Rusia contra Ucrania, después de no haber ayudado a Palestina? ¿Cómo puede atreverse a dar lecciones a otras potencias autoritarias e imperialistas que rechazan todo derecho supranacional que pueda frustrar sus ambiciones, cuando no ha sabido defenderlas frente al Estado de Israel, o incluso cuando simplemente ha renegado de ellas por boca de algunos de sus dirigentes, que presumen de un apoyo "incondicional" a ese Estado, sean cuales sean sus actos?
Hace poco más de un año, el 13 de octubre de 2022, Josep Borrell, Vicepresidente de la Comisión Europea y Alto Representante de la UE para Asuntos Exteriores, pronunció el discurso inaugural de la nueva Academia Diplomática Europea en Brujas. "Europa", explicó orgulloso, "es un jardín" donde "todo funciona", "la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad ha sido capaz de construir". En cambio, le preocupaba que "la mayor parte del resto del mundo es una jungla, y la jungla podría invadir el jardín". Los jardineros [europeos] deben ir a la jungla", recomendó entonces. “Los europeos deben comprometerse mucho más con el resto del mundo. De lo contrario, el resto del mundo nos invadirá, de diferentes maneras y por diferentes medios.”
Con Gaza arrasada y Palestina maltratada, ¿dónde está el jardín y dónde está la selva? ¿Y dónde están los "jardineros" oficiales europeos que, en los últimos meses, han abandonado su preocupación por el mundo y la humanidad? Lejos de sernos ajena, la jungla prolifera por la ceguera de la conquista y el poder, la explotación y la dominación. En cuanto al jardín, por muy limpio que parezca, puede ser el caldo de cultivo de las peores barbaridades, las que, en nombre de identidades, orígenes y civilizaciones que se creen superiores a otras, conducen al crimen de genocidio.
Traducción de Miguel López
La demanda presentada por Sudáfrica ante el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) de las Naciones Unidas contra el Estado de Israel por el "carácter genocida" de su guerra contra los palestinos de Gaza no es sólo un acto jurídico sin precedentes. Esta demanda marca un brusco cambio geopolítico: mientras todos los pueblos del mundo asisten, a través de la tragedia palestina, a la utilización de geometría variable por parte de Europa y Estados Unidos de los valores universalistas que dicen defender, es un país emblemático de las causas emancipadoras, anticoloniales y antirracistas del Tercer Mundo el que toma el testigo.