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Un 90% de condenas y un 0,001% de denuncias falsas: 20 años de la ley que puso nombre a la violencia machista

11M o el minuto cero de las 'fake news' en España: "Todo puede parecer verdad aunque no lo sea"

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La mañana del 11 de marzo de 2004 diez artefactos explosionaron en cuatro puntos de la red de cercanías de la Comunidad de Madrid. Las detonaciones mataron en el acto a 176 personas en las estaciones de Atocha, El Pozo, Santa Eugenia y la calle Téllez, y otras 15 fallecieron en los distintos hospitales de la capital. En total, los atentados dejaron 191 víctimas mortales y más de 1.800 heridos. 

Fue la mayor masacre terrorista en Europa. La confusión dio paso a una ola de indignación ciudadana en forma de concentraciones y manifestaciones espontáneas en los barrios, en las inmediaciones de las estaciones de tren donde ocurrieron los atentados y, el sábado día 13, frente a la sede madrileña del Partido Popular, entonces en el poder.

Faltaban unos días para las elecciones generales y el Ejecutivo de José María Aznar no dudó en atribuir la responsabilidad a la banda terrorista ETA. Esa versión buscaba descartar que se pensara en un atentado yihadista que la opinión pública podría relacionar con una represalia contra España por el apoyo de Aznar a la invasión de Irak en 2003. 

El mismo día de los atentados, compareció el entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, y declaró públicamente: “ETA buscaba una masacre y ha conseguido su objetivo. El Gobierno no tiene ninguna duda de que ETA está detrás [...] Es absolutamente intolerable cualquier tipo de intoxicación que vaya dirigida a desviar el objetivo y los responsables de esta tragedia”. 

Comenzaba así una escalada de afirmaciones por parte de los máximos responsables del Ejecutivo del PP —que más tarde se demostrarían falsas— sobre la autoría de los atentados. A pesar de que la investigación policial enseguida descartó la participación de ETA porque la metodología no encajaba, las informaciones de que la autoría correspondía a la banda terrorista acabaron como titulares de los grandes medios tras involucrarse personalmente el propio Aznar, que llamó a los directores de los grandes periódicos trasladándoles que la principal sospecha del Gobierno se dirigía a la organización terrorista vasca. 

Todo ello pese a que el entorno de ETA negó desde el primer momento la autoría y a que el propio Osama Bin Laden alabó los atentados y los justificó como una represalia por la participación española en la guerra de Irak, que contó con una gran oposición en las calles. 

A esta teoría de la conspiración no le faltaron apoyos. El Mundo mantuvo durante años esta línea, que acompañó con polémicas portadas. Entre ellas, destacan las que dedicó Pedro J. Ramírez a dos entrevistas con José Emilio Suárez Trashorras, el colaborador asturiano de los islamistas, que proporcionó la dinamita para las bombas. En ellas, Trashorras apuntaba a una colaboración entre ETA y los yihadistas, y afirmaba que la Policía le había ofrecido “dinero y un piso” para inculparlos. Todo ello lo desmintió después, alegando que mientras El Mundo le pagase él “les contaba la Guerra Civil”. 

La sentencia, el 31 de octubre de 2007, consideró probado que los atentados fueron obra de una célula yihadista, siete de cuyos miembros se suicidaron en Leganés el 3 de abril de 2004, más Jamal Zougam, Othman el Gnaoui y otro yihadista no identificado, con la cooperación del minero José Emilio Suárez Trashorras, que fue quien facilitó los explosivos.​

Una década después de los atentados El Mundo publicaba un especial titulado Sentencia firme, dudas firmes que volvía a abrir la supuesta incertidumbre sobre ciertos detalles de la investigación. Sucede lo mismo con otros medios abanderados de la teoría de la conspiración, como Libertad Digital que, en pleno 2020, siguen insistiendo en que hay “verdades ocultas” en el 11M. A estos medios les acompaña un sector del PP que aún hoy sigue sin reconocer la autoría del terrorismo yihadista en los atentados del 11M y fabula todavía con ETA.

"Las teorías de la conspiración suelen parecerse en lo esencial"

Las teorías de la conspiración no son un fenómeno precisamente reciente. A lo largo de la historia siempre ha habido bulos y rumores, algunos propagados desde el poder, otras veces desde grupos que intentaban conseguir ese poder o desde la calle para rellenar los espacios que quedaban vacíos en la información que solo llegaba a las altas esferas.

Estas mentiras son consustanciales al nacionalismo excluyente y a la persecución de determinados grupos étnicos, religiosos o identitarios. El siglo XX es un ejemplo de ello. El escritor antisemita Alfred Rosenberg escribió Los protocolos de los sabios de Sión (1902), una obra sobre un complot judío para dominar el mundo, que fue un manantial para la propaganda nazi

Pero el siglo XXI también está repleto de casos. El birtherism, teoría según la cual Obama nació en Kenia, lleva el sello de Donald Trump, al igual que la conspiración del Pizzagate, una ficticia red de pedofilia en la que estaban implicados miembros del Partido Demócrata. El expresidente norteamericano también ha dado alas al movimiento contra la vacunación. Lo mismo que Marine Le Pen en Francia y Salvini en Italia. Bolsonaro ha promovido una teoría según la cual ha habido una conjura de intelectuales e izquierdistas para ocultar los éxitos de la dictadura militar.

En España ha sido Vox quien más ha capitalizado esta onda de la conspiranoia y ha alertado de las consecuencias de que el “globalismo” instaure un “nuevo orden mundial”. Los protagonistas de estas teorías son la élite globalista, el magnate George Soros, Bill Gates, China y el lobby farmacéutico, confabulados de algún modo en un plan maestro para dividir al pueblo y abolir la libertad a través del miedo, las vacunas, el chip ID2020 y el 5G.

Todas estas teorías tienen algo en común, según apunta a infoLibre Estrella Gualda, catedrática de Sociología por la Universidad de Huelva y autora de varios ensayos académicos sobre este fenómeno. "Las teorías de la conspiración suelen parecerse en lo esencial y es que suelen realizar interpretaciones o lecturas del mundo que contradicen las oficiales, destinadas a manipular. Y, normalmente, son no falsables o no demostrables científicamente. En eso suelen seguir estructuras y formas parecidas, más allá de los contenidos concretos", razona.

Volviendo al caso del 11M, algunos estudios sobre teorías de la conspiración indican que son habituales entre perdedores, tanto en el sentido irónico como en el literal. Es más fácil creer que hay un fraude oculto cuando tu partido ha perdido las elecciones y piensas que la victoria le ha sido arrebatada de forma injusta o ilegal.

Eso fue lo que favoreció que entre los votantes del PP persistiera durante años la idea de que Aznar tenía razón. En un estudio y encuesta realizados en 2018, todavía un 53% de votantes del PP creía que era total o bastante cierto que ETA estuvo involucrada en los atentados del 11M. "El perfil sociológico de los más proclives a creer esta teoría son principalmente votantes del PP, de ideología de derecha y de mayor edad. Nada que nos haya sorprendido", confirma Gualda.

¿Un peligro para la democracia?

El escritor Miguel Anómalo, que combina humor y rigor científico para abordar el tema en su libro Conjuras, tierras planas y lagartos: Grandes éxitos de las teorías de la conspiración (Titilante, 2019), cree que se debe diferenciar entre teorías de la conspiración divertidas y teorías de la conspiración peligrosas. "Mi libro pretende ser una cosa divertida que analiza los mecanismos por los cuales funcionan las teorías de la conspiración y trata de explicar por qué se producen, todo en un contexto de humor", resume en conversación con este periódico.

Anómalo incluye en el primer grupo, el divertido, la historia de un adolescente al que sus padres le han hecho creer que Finlandia no existe "y lo van alimentando como una broma". Y otra "curiosa y pintoresca" que asegura que el cantante Stevie Wonder en realidad no es ciego. "Muchas veces son ejercicios intelectuales que son divertidos, aunque también pueden acabar llegando a gente que se lo cree y el tema se te va de las manos".

En el segundo grupo estarían aquellas teorías "que son peligrosas porque esconden un mensaje antisistema". "Ahí tenemos la del pizzagate, el 11M, y el 90% de las teorías que salieron a raíz de la pandemia. Esas básicamente te están diciendo que no te puedes fiar del Gobierno, que el Gobierno te esta intentando controlar,  y que hay fuerzas en la sombra que controlan el mundo y controlan tu vida. ¿Y eso a que nos lleva? A rebelarnos contra el sistema y a asaltar el Capitolio. Ponen en tela de juicio la raíz misma de la democracia", razona el escritor.

Estrella Gualda coincide. "Estas teorías tienen como objetivo manipular y ganar adeptos. Algunas pueden ser inocuas, pero muchas de ellas pueden hacer un gran daño social y político. Crecen muchas veces en contexto de crisis cuando la gente está insegura, como pasa en escenarios como el Covid-19 o actualmente con la guerra", expone.

El papel de las redes sociales

Las teorías de la conspiración, del mismo modo que las fake news, se benefician de la autopista que han abierto las redes sociales y la mensajería instantánea para la desinformación. "Estas mentiras se construyen de forma premeditada y cada vez más con medios técnicos avanzados que pasan por el manejo de las redes y su difusión, a veces con estrategias muy sofisticadas y muy típicas del marketing. La clave es que pueda parecer verdad, aunque no lo sea", razona Gualda.

"Es cierto que con las redes sociales hay un incremento de estas teorías, y muy especialmente de su capacidad de alcanzar a todo tipo de público si su difusión se hace viral, lo cual es frecuente porque se utilizan medios para ello (bots, por ejemplo)", prosigue la experta.

La socióloga ha analizado este fenómeno a través de un trabajo titulado: ¿Está asociado el uso de redes sociales digitales a las teorías de la conspiración? Evidencias en el contexto de la sociedad andaluza. "Apreciamos que hay una asociación entre el uso de las redes sociales digitales y la creencia en teorías conspirativas, pero se trata de una relación compleja que no siempre funciona al modo causa-efecto", precisa. En ese sentido la catedrática considera que no hay que caer en el reduccionismo "porque los contextos pueden ser variables y los perfiles sociológicos de cada contexto son variables".

La construcción de una mentira: del 11M al 8M

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Nada tiene que ver, en términos de perfiles sociológicos, las creencia en teorías antifeministas, que las relativas al 11-M, la muerte de Lady Di, que el hombre no ha llegado a la luna, que el Islam está invadiendo Europa, o los que argumentaban que el incendio de Doñana fue provocado.

Las noticias falsas circulan un 70% más rápido que las verdaderas

Un estudio titulado The spread of true and false news online, del Instituto Tecnológico de Massachusetts, ha concluido que las noticias falsas en Twitter corren un 70% más rápido que las verídicas, hallazgo obtenido tras el análisis de 126.000 historias tuiteadas por 3 millones de personas más de 4,5 millones de veces. Una investigación de la BBC centrada en India, Kenia y Nigeria vincula directamente la difusión de notificas falsas con el auge de ideas nacionalistas, que se adaptan como un guante a la inmediatez y la emocionalidad de las redes. Otra de la Folha de São Paulo cuantificó en un 97% el número de noticias compartidas por Whatsapp por los seguidores de Bolsonaro durante la campaña en Brasil que eran distorsiones o lisamente mentiras.

El Eurobarómetro de otoño de 2019 ya dejaba datos para la preocupación por el fenómeno en España. El 83% afirmaba encontrarse “a menudo” con noticias falsas. Y sólo un 55% veía fácil detectarlas.

La mañana del 11 de marzo de 2004 diez artefactos explosionaron en cuatro puntos de la red de cercanías de la Comunidad de Madrid. Las detonaciones mataron en el acto a 176 personas en las estaciones de Atocha, El Pozo, Santa Eugenia y la calle Téllez, y otras 15 fallecieron en los distintos hospitales de la capital. En total, los atentados dejaron 191 víctimas mortales y más de 1.800 heridos. 

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