El movimiento vecinal contra el franquismo se mantiene vivo para sacar a los barrios de los márgenes

5

Sube la cuesta. Un camino sin asfaltar. Parece un milagro, pero es posible. El autobús se pasea por primera vez en 1978 por las calles de Torre Baró, ese barrio nacido en la montaña en Barcelona construido con las manos de los emigrantes que llegaron durante la década de los cincuenta desde Extremadura y Andalucía. Manolo Vital lleva la esperanza a sus vecinos, la lucha de ciudadanos a los que nadie quería escuchar. Los que andan kilómetros para ir a trabajar a las fábricas y a las casas de la burguesía. 

Es la historia de El 47, la película de Marcel Barrena con los rostros de Eduard Fernández y Clara Segura, que lleva varias semanas entre las diez más vistas en España provocando lágrimas en las butacas. Es la fotografía de una España que no se quería ver, que se ubicó en la periferia de las grandes ciudades, de sudor entre chabolas. De persecución de la Guardia Civil que destruía las casas si no tenían techo al amanecer. Y el lugar donde surgieron los movimientos vecinales, que se extendieron por todo el país clamando por la dignidad. 

“Salí llorando del cine”, confiesa Félix López-Rey, histórico activista vecinal de Orcasitas (Madrid) y hoy concejal en el Ayuntamiento de la capital. “Esa es también mi historia, yo me hice persona en el movimiento vecinal”, ahonda, y echa la vista atrás: “Se han cumplido 54 años desde que formamos en mi chabola la asociación de vecinos pidiéndole al sereno que se vistiera de sereno por si venía la Guardia Civil, que era la encargada de reprimirnos. Fue en la cocina que yo había hecho a escondidas en el corral. Viví allí hasta marzo de 1980”.

“Desde los ocho años vivía en una chabola, desde que llegué de Polán. Dormía a los pies de la cama de mis padres. Mis hermanas dormían en la otra cama de la misma habitación. Mi padre era el primero que se levantaba y defecaba allí mismo”, cuenta López-Rey, que continúa: “Trabajo desde los trece años, era artesano. Escuchaba la radio y en el programa de Madrid protagonistas la gente se quejaba de cosas. Yo llamé y dije: ‘El hombre ha llegado a la luna y en Orcasitas todavía cagamos en una lata’. Lo escuchó la gente, sabían que había hablado el hijo de la señora Tomasa. A raíz de eso nos reunimos de forma clandestina y nació la asociación en septiembre del año 1970”. La realidad de una España que refleja en otro momento: “La primera vez que utilicé una bañera fue el día de mi boda en junio de 1970. Fui a una casa de baños privada en la calle Escalinata. Sólo lo había visto en el cine. Pagué veinte pesetas y me dejaron media hora. La gente en Orcasitas, en El Pozo o en Palomeras nos lavábamos en barreños”.

"Me abalancé sobre el alcalde"

“En la periferia de Madrid, desde San Blas a la carretera de Extremadura, vivíamos 32.734 familias en chabolas y casas bajas sin agua y sin alcantarillado. El día que llegó la luz fue como un milagro. Los autobuses urbanos no vinieron hasta los ayuntamientos democráticos. La gente de Orcasitas teníamos que ir hasta el metro a Legazpi a tres kilómetros, allí es donde empezaba para nosotros la civilización”, retrata. “Teníamos el ansia de vivir un poco mejor”, defiende al recordar el momento en el que surgió la asociación de vecinos, y pone en valor el papel olvidado de muchas mujeres en los barrios: “Han sido las grandes luchadoras”.

“La primera vez que nos reunimos con el Ayuntamiento fue en febrero de 1971. El concejal era José Morán Navalón, que fue el último edil de Falange. La Junta Municipal estaba en el Rastro”, rememora, antes de repasar: “Desde ahí hicimos de todo. Al acabar un pleno en 1972 me abalancé sobre el alcalde. Aquel día la prensa me salvó de la policía. Hay que recordar también que los gerentes de urbanismo en la capital hasta la llegada de la UCD eran siempre militares. La conclusión a la que he llegado es que era por si nos tenían que reprimir. ¡¿Quién mejor lo iba a hacer?!”. Y esa lucha poco a poco fue dando resultado: el consistorio aprobó asfaltar tres calles. Fueron los propios vecinos los que tuvieron que votar cuáles serían. “Pero no había aceras, era echar hormigón”, puntualiza. En 1975 hubo otra “revolución” cuando empezaron a poder meter agua en las casas y se fue estableciendo un sistema de alcantarillado. En 1986 hicieron una gran fiesta cuando se acabaron las chabolas en Orcasitas. En aquellos años lograron también que los parados del barrio trabajaran en las obras. 

Una lucha vecinal de Orcasitas que también supuso un cambio histórico en la jurisprudencia con una sentencia del Tribunal Supremo de 1977. En aquel momento se consolidó lo que se conoce como la “memoria vinculante”, que ahora da nombre a una de sus plazas. El Alto Tribunal falló a favor de los vecinos frente al Ayuntamiento de Madrid y reconoció que toda memoria de un plan urbanístico tiene efecto jurídico, es vinculante y de obligado cumplimiento. Aquel grupo de ciudadanos cambió para siempre la historia de la legalidad urbanística y se reconoció el derecho a volver a su barrio.

Han sido muchos pasos, pero todavía quedan más por dar en el movimiento vecinal. “Esto es como el teatro, siempre se dice que está en crisis… Cada tres años hay elecciones, se ponen carteles en los portales. Las quince personas más votadas conforman la junta directiva. Pero todavía hay gente que no quiere cargos importantes por si les causa daño en el trabajo. Pero las satisfacciones son grandes. En las asambleas hay trescientas personas”, cuenta.

Los ojos del franquismo

Orcasitas es uno de los ejemplos de esta lucha que surge a partir de los cincuenta pero que se da especialmente en los sesenta, el final de la dictadura de Franco y la Transición. “El movimiento vecinal estaba vinculado a la nueva realidad social de nuestro país, que tras la devastadora Guerra Civil se había urbanizado. Se convirtió en un movimiento en el que participó la clase obrera, pero también las nuevas clases medias. El elemento aglutinador fue la lucha por mejorar la vida de las personas en su barrio”, describe Ricardo Esteban Bouzas, en su estudio De la movilización a la organización: el viaje del movimiento vecinal a las asociaciones de vecinos tras la ley de asociaciones de 1964, publicado por la UNED.

El texto radiografía así la situación: “Las carencias materiales en aspectos tan básicos como la vivienda, la falta de servicios públicos básicos y la falta de arraigo de los nuevos habitantes venidos del éxodo rural fueron fundamentales para el surgimiento de este movimiento. El origen fue una lucha por la dignidad de los barrios y sus gentes en un contexto, como el franquista de alta represión social, y enorme déficit de libertad”.

Para Esteban Bouza, existía en España “un gran deseo de ejercer el derecho de asociación, y la Ley de Asociaciones de 1964 fue un hito para el nacimiento de nuevas formas de asociación”. “La modificación no supuso per se la aparición de un movimiento social, pero sí consolidó un cierto tipo de estructura formal, sobre la que se asentará el movimiento vecinal. Esta normativa supuso una grieta en el régimen franquista, los grupos de personas disconformes tuvieron una vía más permisiva para participar en la sociedad, y el resultado fue que la vida pública se fue democratizando de una manera muy tímida durante los últimos años del franquismo. Un régimen que se debilitaba como lo hacía la salud del caudillo, hasta la llegada de la democracia con la promulgación de la nueva Carta Magna”, remarca en su estudio. Ese derecho quedaría blindado en la Constitución en su artículo 22.

Durante la época final de la legislatura el propio Ministerio del Interior encargó a la Policía un informe sobre la “subversión de los barrios” en 1975, en el que se evaluó que el movimiento vecinal tenía una forma de actuar “insidiosa con grandes posibilidades de arraigo en una masa que desconoce el verdadero rostro que se oculta o pueda ocultarse detrás de una Comisión de Barrio”. Y añadía: “La masa popular será fácilmente arrastrada a la realización de actos externos que siempre se les presentarán como apoyo necesario para la resolución de sus problemas”. En 1979, según recoge Manuel Pérez Ledesma, en la obra La Transición, treinta años después. De la dictadura a la instauración y consolidación de la democracia, había hasta 5.000 asociaciones de vecinos en activo en aquella época.

"Nos reuníamos en una sacristía y luego en un local en una chabola"

La histórica abogada Paca Sauquillo estuvo implicada de lleno en la lucha vecinal en aquellos años. Y reflexiona así sobre las asociaciones: “Las montamos a raíz de la ley de 1964. Iba todas las noches desde mi despacho a Vallecas, a Palomera Bajas, y junto a un sacerdote creamos la primera asociación de vecinos. Nos reuníamos en la sacristía y luego conseguimos un localito. En Madrid había 30.000 chabolas, también había en Barcelona y Bilbao. Principalmente eran de emigrantes que habían venido de Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha buscando trabajo y huyendo de la miseria, del hambre y de la dictadura. Incluso tenían que cambiar de nombre, de Vladimiro a Blas o quitarse el de Libertad”.

“Las asociaciones jugaron un papel muy importante en la democratización de la sociedad. Entonces había concejales elegidos a dedo, en muchos casos eran falangistas. Eran el elemento de selección de los vecinos. En Palomeras Bajas, por ejemplo, teníamos en cada calle un delegado. Empezamos a reclamar que hubiera luz, centros educativos, pavimentación, la llegada del autobús. Y fundamentalmente planteamos el tema de la vivienda y el derecho a vivir donde habían construido la chabola”, subraya.

Fue la lucha de un barrio donde hoy está la Asamblea de Madrid. Para Sauquillo, “las asociaciones jugaron un papel clave”. “Son únicas. En Europa no hubo un movimiento así. Han venido a estudiarlo desde el Reino Unido o Alemania. Además lo teorizamos abogados, arquitectos y sociólogos. La policía entraba hasta en las iglesias para detener a vecinos”, ilustra. Y explica: “Fue un movimiento muy importante, pero luego pasó que en las elecciones de 1979 muchos de los líderes vecinales se presentaron. Con los ayuntamientos democráticos parecía que el papel de las asociaciones no tenía tanto sentido. Pero luego a partir del año 2000 se ha vuelto a ver que son necesarias”.

"El ayuntamiento temblaba cuando protestaba Pino Montano"

Son historias de lucha también dentro de la propia Andalucía. Uno de los barrios más peleones siempre ha sido Pino Montano, en la periferia de Sevilla. Francisco Delgado, conocido como Pacorro, ha sido durante décadas un referente en la protesta ante el ayuntamiento hispalense.  Mientras saluda a sus vecinos, pone en valor también la historia de la zonas obreras: “Empezamos con problemas concretos como la vivienda y el transporte. Aquí se inició el movimiento en los setenta. A la vez que crecía la zona, se incrementaba la reivindicación. Queríamos escuelas y centros de salud. Todo era autogestión. Los vecinos nos organizábamos para dar los servicios que no ofrecía el consistorio”.

“El barrio tenía cerca de cinco mil viviendas, con la fuerza de unos 20.000 habitantes. El ayuntamiento temblaba cuando protestaba Pino Montano”, hilvana Pacorro, que indica que de aquella lucha queda la estructura vecinal de la zona, que lleva en su ADN que las calles tienen el nombre de los diferentes oficios a los que se dedicaban sus habitantes. “Queda menos, pero existe ese espíritu combativo”, añade, para lanzar: “La lucha vecinal no ha muerto”. En su mente siempre estarán “las muchas victorias, pero también las derrotas”: “El balance es positivo”. Entre sus recuerdos salta cuando los propios vecinos empezaron a arreglar las calles porque el ayuntamiento no lo hacía y fue toda la prensa sevillana para retratarlo.

"Existe el movimiento vecinal, pero de una manera diferente"

La lucha vecinal ha evolucionado durante estos años y supuso además el salto de muchos de sus líderes a partidos una vez se instauró la democracia. Pero eso no significó su desaparición, ya que fue adoptando otras formas y otras causas a lo largo y ancho de toda España. En los últimos tiempos ha tenido grandes referentes como el barrio del Gamonal en Burgos o la resistencia de los vecinos del Cabanyal en Valencia para parar su destrucción. 

En esta España de 2024 la vivienda se está convirtiendo en el gran tema que está uniendo a los vecinos en barrios de todo el país. Las asociaciones de una quincena de grandes ciudades españolas, bajo el paraguas de CEAV, han lanzado un frente común para presionar ante la situación actual bajo la Declaración de Barcelona. Piden a los poderes públicos que se aplique la ley de vivienda, regular el alquiler de temporada y turístico, eliminar las golden visa y aumentar la construcción de viviendas de protección oficial. El sentimiento de indignación cada día sacude más a vecinos que se ven expulsados de sus barrios de toda la vida y de aquellos que ven subir el alquiler de manera desproporcionada, algo que comparten desde Madrid hasta Valencia pasando por Zaragoza, Gijón y Valladolid.

“Sin duda existe el movimiento vecinal hoy en España, pero de una manera bien diferente a lo que se refleja en El 47. Son dos circunstancias diferentes obviamente. En los últimos años, además de las asociaciones clásicas de vecinos, el movimiento ha ido tomando forma en relación al derecho de la vivienda y en torno a la defensa de la sanidad pública. Los vecinos siguen siendo un actor fundamental sin duda”, reflexiona Rafa Mayoral, abogado, experto en movimientos sociales y ex parlamentario de Podemos.

A lo que añade: “Las asociaciones de vecinos han sido fundamentales para cambiar las cosas en nuestro país. No hay que olvidar que hay muchos barrios en las principales ciudades que hoy tienen luz, agua y colegios fruto de esa lucha que se produjo en los sesenta y en los setenta. Ahora lo estamos viendo, por ejemplo, con los sindicatos de vivienda y de inquilinos como respuesta a la especulación”. ¿Qué papel pueden jugar estas asociaciones de vecinos en el tema de la vivienda? Mayoral responde: “Creo que tienen capacidad para hacerlo. Los vecinos van a defender sus intereses, como están haciendo los propios fondos buitre, que vuelven a estar protegidos por los grandes partidos”. No tiene duda de que queda empuje vecinal para largo en España: “Los motores de cambio son las propias personas con su manos de forma colectiva. Eso representa el movimiento vecinal como expresión del movimiento popular y obrero que se asienta sobre el terreno y se lo disputa a la especulación”.

Cómo se frenó la pirámide de Nacho Cano

Desde hace cuarenta años está en primera fila del movimiento vecinal Mari Carmen Lostal, trabajando en la asociación de Villa Rosa, en Hortaleza (Madrid). Ella también ha vivido con pasión la proyección de El 47. “Empecé a participar cuando llegué al barrio. Teníamos el problema de los mil baches por milla de la carretera de Canillas. Hasta lo dibujó Forges. Un día también paramos un autobús y desinflamos las ruedas, por no decir otra cosa. Después empezamos a pedir que llegara el metro”, pone sobre la mesa.

Esa protesta día a día llevó a conseguir un polideportivo, el centro de salud, el instituto y el parque Paco Caño. “Ahora estamos a la espera de que nos hagan una biblioteca pública, que está aprobada en los presupuestos participativos. La presión de los vecinos consiguió también parar el megaproyecto de José Luis Moreno, que iba a ser el Coliseo de las Tres Culturas: “Curiosamente en la misma parcela donde Nacho Cano quería hacer la famosa pirámide”. También han podido frenarla: “Lo que no hemos conseguido es que en ese espacio se haga un centro de formación profesional. Nos queda seguir luchando”. Otras de sus victorias han sido frenar el macro parking que se quería hacer en la zona de Mar de Cristal y el cierre del vertedero de Las Cárcavas.

En la asociación de vecinos de Villa Rosa habrá unas 800 personas. “La pandemia hizo daño al tejido asociativo, pero nosotros nos mantenemos”, asevera Lostal, que comenta que el movimiento vuelve a tener “bastante fuerza”. “Aunque se quiera decir que no somos nadie, no estamos debilitados”, indica, para avanzar que una de las principales luchas estará en los problemas de los festivales al aire libre en la zona del recinto ferial de Ifema: “Ya tenemos una plataforma. Es que cuando nos quitan una cosa, viene otra. También llegan ahora los pisos turísticos y la Fórmula Uno”. “Nos queda muchísima lucha”, vaticina.

La necesidad de la vivienda

Esa vigencia al alza la describe Julio Molina, del movimiento vecinal de Badalona y al frente de la confederación estatal: “Estamos en una fase de recuperación importante. Se ha abierto un camino muy interesante. Nos hemos ido recuperando. A día de hoy tenemos dentro 110 federaciones y confederaciones autonómicas y unas 3.000 asociaciones vecinales en todo el territorio”. 

Él tiene muy en la mente todavía la película de El 47 y ese sentimiento de “autoorganización”. Ve un hilo conductor con la actualidad: “La necesidad de la vivienda. Estamos en un momento en el que estamos reclamando casi lo mismo”. Antes era en plena construcción de barrios, mientras que ahora está el fenómeno de la expulsión de los vecinos: “Es lo que estamos viviendo. Es un desastre el tema de la vivienda de los jóvenes en este país. Ahora estamos con el tema de la gentrificación. Es terrible cómo se echa a la gente de los barrios, fundamentalmente en el centro. Es una locura lo que está pasando en Palma, en el Raval de Barcelona o en Lavapiés en Madrid. Hay plazas en las que no ya no hay vecinos fijos”.

“Las asociaciones de vecinos, después de Cáritas, somos la organización más extendida en todo el país. Es verdad que somos un poco como el ejército de Pancho Villa. Pero cuando nos ponemos de acuerdo, la cosa funciona porque tenemos una fuerza interesante”, concluye a sus 65 años mirando a todas las luchas que quedan por delante y con la misma ilusión que cuando entró en la asociación de su barrio de La Pau a los trece años.

Sube la cuesta. Un camino sin asfaltar. Parece un milagro, pero es posible. El autobús se pasea por primera vez en 1978 por las calles de Torre Baró, ese barrio nacido en la montaña en Barcelona construido con las manos de los emigrantes que llegaron durante la década de los cincuenta desde Extremadura y Andalucía. Manolo Vital lleva la esperanza a sus vecinos, la lucha de ciudadanos a los que nadie quería escuchar. Los que andan kilómetros para ir a trabajar a las fábricas y a las casas de la burguesía. 

Más sobre este tema
>