¿Se puede combatir la crisis climática plantando árboles? La pregunta no tiene una respuesta tan sencilla como parece. A grandes rasgos, las grandes masas forestales actúan como sumideros de carbono: mediante el proceso de fotosíntesis, absorben CO2, que queda almacenado dentro de la planta y fuera de la atmósfera, donde junto a otros gases genera el efecto invernadero. Pero los expertos aseguran que, a pesar de los titulares que se han visto estas semanas en prensa y las declaraciones del presidente de alguna petrolera, la forestación y la reforestación en masa no sirven por sí solas como medidas: de hecho, si se practica demasiado puede acabar con los ecosistemas y profundizar en la falta de recursos.
"Es un debate muy caliente" entre ingenieros forestales, ecólogos, ambientalistas y activistas climáticos, asegura Josep Peñuelas, ecólogo y profesor de Investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Últimamente el tema está en primera plana, a partir de una investigación publicada en la revista Science que asegura que la forestación contra el cambio climático es viable y necesaria… y dan cifras. Según los autores, de la universidad suiza ETH Zürich, la plantación de 500.000 millones de árboles, adicionales a los que ya viven en nuestro planeta, serviría para reducir hasta un 25% el CO2 que contamina la atmósfera.
Para semejante obra, necesitaríamos el 11% de la superficie de la Tierra, es decir, lo equivalente aproximadamente a la extensión de China y Estados Unidos juntas. Los investigadores mantienen, además, que se trata de una medida mucho más barata que otras similares de mitigación del cambio climático, y mucho más fácil: todos sabemos plantar un árbol. Pero para Peñuelas, consultado por infoLibre, el trabajo, pese a que es "riguroso", "puede llevar a equívocos" en su resumen o abstract, por la "pretensión de contar historias" que tienen muchos investigadores y que, a veces, difumina lo elaborado o puede llevar a malinterpretaciones. Opina que dicho sumario coloca a la siembra de árboles como lo único que hay que hacer para atajar la emergencia climática… y eso no es cierto.
Ya un estudio de 2017 desmentía que pudiéramos librarnos del 100% del impacto del cambio climático plantando árboles. Los investigadores demostraron que sembrar toda la flora necesaria para eliminar todo el CO2 sobrante de la atmósfera destruiría un tercio de los ecosistemas. A dicho trabajo se le sumó el del propio Peñuelas en marzo de 2019, centrado en los numerosísimos recursos que harían falta para mantener toda esa masa forestal. Pero además, el científico del CSIC cree que la plantación de solo 500.000 millones de árboles, como proponen los investigadores suizos, no solo es "muy difícil" sino que también puede tener efectos secundarios que no se han contemplado en el paper de la revista Science.
"No hay suficiente agua, y no hay suficiente suelo. Además, en las cuencas que se han reforestado llega menos agua a los arroyos y a los ríos", por lo que esas zonas cuentan con menos recursos hídricos para su consumo. "Además, una cosa es plantarlos y otra es que crezcan", matiza. En China, explica, el Gobierno inició programas de forestación masiva y se registró un nivel mucho menor al esperado de especímenes que sobrevivieron. Pero el mayor problema con el artículo de Science, a juicio de Peñuelas, es que otorga falsas esperanzas.
"La restauración de árboles sigue siendo una de las estrategias más efectivas para la mitigación del cambio climático", dice el resumen de la investigación. "Ese abstract le pierde", considera el ecólogo del CSIC: lleva a que las conclusiones que se plasman en los titulares de los medios sean "exageradas". "Nosotros estamos a favor de la reforestación. Amamos como nadie los bosques", asegura, usando la primera persona del plural en referencia a sus colegas de profesión: pero "no podemos esperar que la biosfera siga absorbiéndolo todo". A juicio de Peñuelas, la plantación de árboles como respuesta a la crisis climática distrae de la solución más difícil, más incómoda, pero la única demostrada como indispensable y efectiva: reducir drásticamente las emisiones de CO2 a la atmósfera. Asegurar que simplemente hay que llevar a cabo una siembra masiva para librarnos del problema puede ser considerado un ejercicio de irresponsabilidad.
Hace unas semanas, el presidente de Repsol, Antonio Brufau, sacó a relucir las plantaciones masivas. "Si España dedicara el 20% del impuesto que se carga a hidrocarburos a la reforestación, habría emisiones netas negativas", aseguró, ignorando los efectos negativos que podría tener esta acción en el uso y consumo de recursos y en la biodiversidad de los ecosistemas, que también se ven afectada con este tipo de actuaciones. En la misma comparecencia, el ejecutivo de una de las petroleras más grandes del mundo atacó la transición energética: "Si fuese banquero, entre mis niveles de riesgo más alto estarían los proyectos de renovables. Ya hemos pasado este proceso hace 10 años, que se crearon una serie de proyectos que acabaron en bancarrota y que todavía estamos pagando", aseguró, añadiendo que cree que la revolución de este tipo de energía se va a financiar "mediante quiebras".
Ignoró en su discurso Brufau, deliberadamente o no, que el contexto de las energías renovables de la época del Gobierno de Zapatero y el actual son radicalmente distintas, por la ausencia casi total de subvenciones estatales, por el abaratamiento de las tecnologías y por la mejora en la eficiencia y en el almacenamiento, entre otras razones. Y su alusión a las plantaciones masivas de árboles confirma precisamente el temor de los expertos: que sirva como cortina de humo para aplazar o evitar tomar las decisiones más incómodas, menos favorables al lobby de los combustibles fósileslobby, pero vitales para garantizar un cambio climático lo menos dañino posible.
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Falta voluntad política
En lo que hay consenso científico es en que hacen falta más árboles: son un aliado valiosísimo por su capacidad para absorber el CO2. Se da la curiosa circunstancia de que el trágico aumento del dióxido de carbono en la atmósfera, provocado esencialmente por la quema de combustibles fósiles, le viene genial a las masas forestales del planeta, que han crecido en extensión en las últimas décadas. El decano del Colegio de Ingenieros Forestales de la Región de Murcia, Esteban Jordán, asegura que "se necesita mayor implicación política" para fomentar no solo los trabajos de reforestación, sino de silvicultura: es decir, cuidar los bosques para que sigan siendo sumideros eficientes, previniendo plagas y haciéndolos más resistentes a las sequías y otras condiciones extremas.
Jordán reclama que las forestaciones o reforestaciones no se hagan de manera voluntaria, por la buena intención de grupos ecologistas, sino que sea una actividad que, al contabilizar en el recuento de emisiones de CO2 por el que España rinde cuentas, se bonifique y se incentive. En ese sentido, dos reglamentos de la Unión Europea aprobados en 2018 establecen las bases para que los sumideros de CO2 se integren correctamente en las estrategias de energía y clima nacionales. Ahora falta que el Gobierno se ponga manos a la obra y empezar a plantar más árboles, y a cuidar los que ya tenemos: sin descuidar la obligación ineludible de cambiar el modelo económico para abordar la emergencia climática.
¿Se puede combatir la crisis climática plantando árboles? La pregunta no tiene una respuesta tan sencilla como parece. A grandes rasgos, las grandes masas forestales actúan como sumideros de carbono: mediante el proceso de fotosíntesis, absorben CO2, que queda almacenado dentro de la planta y fuera de la atmósfera, donde junto a otros gases genera el efecto invernadero. Pero los expertos aseguran que, a pesar de los titulares que se han visto estas semanas en prensa y las declaraciones del presidente de alguna petrolera, la forestación y la reforestación en masa no sirven por sí solas como medidas: de hecho, si se practica demasiado puede acabar con los ecosistemas y profundizar en la falta de recursos.