MEMORIA DEMOCRÁTICA
75 años de la muerte de Casares Quiroga, el gran mito republicano que nadie reivindica

El 17 de febrero de 1950, apenas mes y medio después de que Castelao muriera en Buenos Aires, Santiago Casares Quiroga también fallecía en el exilio en París. Políticos y personajes de una época política trascendental en Galicia y en el Estado, ambos se convirtieron en símbolos —en mayor o menor medida, según el personaje— del galleguismo y del republicanismo. Al cumplirse el 75 aniversario de su muerte, este 2025 se perfila como el año idóneo para la reivindicación, la memoria y el estudio de ambos legados. Galicia celebra, incluso de manera oficial y promovida por la Xunta, un año dedicado al político, escritor y artista rianxeiro con numerosos actos y exposiciones que ponen de relieve una trayectoria indiscutible en cualquier ámbito. En el caso del político y abogado coruñés, las iniciativas son más bien escasas y la difusión de su figura muy limitada.
Emilio Grandío y Pilar Mera Costas, historiadores gallegos expertos en la Segunda República y el franquismo y que conocen como pocos la figura de Casares Quiroga, arrojan luz sobre la trascendencia de quien llegó a ser jefe de Gobierno con Azaña en la Presidencia de la República y sobre el porqué de una reivindicación tan débil.
"Casares es una figura olvidada, perdida... y cuando sale a la luz siempre está rodeado de tópicos repetidos y alejados de la realidad", explica Pilar Mera, profesora y directora del Departamento de Historia Social y Pensamiento Político de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. "Fue un poco un chivo expiatorio, un personaje al que le vino bien a mucha gente para culparle, ser el paraguas con el que tapar los errores ajenos", insiste. Y recuerda que el político coruñés "murió lejos y no tuvo muchos que le defendieran". "Ni siquiera quien lo reivindique", añade el autor de 18 de julio de 1936. El día que empezó la Guerra Civil (Taurus, 2021).
El relato del investigador coincide plenamente con el de Grandío a la hora de valorar la atención prestada a la figura de Casares. "No es cómodo para muchos porque es mucho más fácil quedarse con esas tesis de las que, hasta cierto punto, fue culpable", dice el historiador en referencia a distintos episodios de la República o la Guerra Civil. "Fue el foco de todos los ataques, pero cuando uno trabaja con rigor histórico y comparando fuentes, la verdad emerge y se desmontan los tópicos", afirma el catedrático de Historia Contemporánea de la USC y autor de Casares Quiroga. La forja de un líder (Eneida, 2011).
"Los sectores rebeldes lo presentan como el diablo, como lo peor... Y el resto lo utiliza para distanciarse de sus responsabilidades, buscando un chivo expiatorio, culpándolo por no hablar, por permanecer callado. Había algo que le impedía hablar y lo sabían", añade Grandío, quien se pregunta: "¿A quién le interesa reparar a Casares, hablar de su historia, reivindicarlo?".
"Parece que no hay mucha gente", responde, antes de lanzarse a una crítica: "Cuando la figura de alguien que fue ministro y presidente del Gobierno es tan destacada y permanece oculta en los debates de los historiadores, la sociedad debería mirarse hacia dentro". "No se trata de hacerle un panegírico, ni siquiera de estar a favor o en contra, pero este silencio es un síntoma. Casares no es una persona cualquiera, ocupó puestos de máxima responsabilidad y fue una figura clave en la historia política; merece, al menos, saber qué pasó y no quedarse en clichés", insiste Grandío sobre una situación que sigue considerando "sorprendente".
Casares Quiroga era hijo de Santiago Casares, alcalde republicano de A Coruña en 1917, y padre de la actriz María Casares. Impulsor de la ORGA (Organización Republicana Galega Autónoma) junto con Vilar Ponte, representante de la Federación Republicana Galega en el Pacto de San Sebastián, diputado y presidente del Gobierno de España durante dos meses (desde mayo hasta el golpe militar de julio de 1936), etapa en la que organizó el referéndum sobre el Estatuto en Galicia. Anteriormente, en distintas etapas, se desempeñó como ministro con distintas carteras en varios departamentos del Ejecutivo: Obras Públicas, Justicia, Interior, Guerra y Marina.
"Sin él, Galicia no tendría un Estatuto de Autonomía por la vía rápida. Debería tener una calle en cada localidad gallega, ser un nombre perfectamente grabado en la memoria, pero si empezamos a hacer una encuesta en la calle, mucha gente ni siquiera sabrá quién es y muchos otros repetirán los clichés", dice Mera. Entre los asuntos más conocidos está el que le acusa de decidir no dar armas a la población en el momento del golpe de Estado y dimitir después. O la frase —nunca probada y que “nadie sabe de dónde salió”, como dice el historiador— que se le atribuye cuando le preguntaron los periodistas antes del levantamiento militar: “Si ellos se han levantado, yo me voy a acostar".
"Tópicos y lugares comunes... Esa frase no aparece por ningún lado y siempre se ha utilizado para dar a entender que era un personaje pusilánime, descuidado, ineficaz e incluso colérico, todo lo contrario de lo que era si se conoce su figura, se leen sus cartas y se estudia su trayectoria", insiste Pilar Mera. "Nunca he encontrado esa frase en ninguna fuente; se da por sentada porque se repite muchas veces", añade Grandío.
"Se construyó una leyenda sobre él en los años 50 y 60 gracias a testigos de la época que publicaron historias con un claro interés, también editorial, y que reprodujeron unos a otros. En la mayoría de los casos, aparece como el chivo expiatorio del problema del 18 de julio, pero investigando y estudiando aparece es una realidad bien diferente", explica Grandío, quien acumula décadas investigando esa etapa política, también la de Casares.
“No sólo no abandona y deja la jefatura del Gobierno, sino que presenta su dimisión varios días antes y Azaña no la acepta”, afirma el historiador. Las memorias de Portela Valladares, inéditas hasta 1972, y las de su hija María coinciden en afirmar que Casares quería armar a la ciudadanía y no al revés.
“Los obreros pidieron el regreso de Casares el 19 de julio y el recuerdo de los republicanos en el exilio no fue el de un hombre cuya inacción permitió el golpe, todo lo contrario”, afirma Grandío
Azaña acepta su carta de dimisión la mañana del 18 de julio de 1936 con un propósito: negociar con los golpistas. Por eso llama a Diego Martínez Barrio, sustituto del coruñés en la presidencia del Gobierno de forma interina. "En la mañana del 19, masas de trabajadores se congregaron en una manifestación exigiendo el regreso de Casares Quiroga, y el propio Indalecio Prieto también lo pidió... Creían que iba a darle armas al pueblo y, con las pruebas que tengo, lo que está claro es que esa teoría de que se niega a dárselas no es cierta", aclara Grandío.
Sobre la acusación de desconocimiento de los movimientos militares para el golpe o de no calibrar adecuadamente los riesgos, Grandío niega la acusación. "Él conoce perfectamente el levantamiento porque tenía conexiones en todas partes y porque fue quien modernizó los servicios de inteligencia como ministro", recuerda. Y va más allá: "Si aceptamos todas estas tesis, lo lógico es que Casares quede condenado al ostracismo, pero deja el Gobierno para ser el portavoz de Izquierda Republicana en las Cortes, encargado de negociar todo tipo de asuntos… Y no se va de España tras el alzamiento, aunque sí lo hacen su mujer y su hija; se queda hasta después de la marcha de Azaña, a quien siempre fue leal", afirma.
Luego, en el exilio, y pese a rechazar homenajes, "es invitado a todos los actos y reconocido por los defensores de la República, manteniendo excelentes relaciones con figuras como Negrín". Ya fallecido, su hija, María Casares, es invitada en numerosas ocasiones para rendir homenaje a su padre. "El recuerdo de los republicanos no fue el de un hombre que por inacción permitió la llegada de los fascistas, todo lo contrario, como se puede comprobar con hechos probados... Todo lo demás son opiniones", afirma Grandío, quien advierte de que "esa imagen de hombre pusilánime no se corresponde con un trabajo de investigación histórica".
Casares no escribió sus memorias ni dio su versión: “Por puro miedo, por la represión”. La hija y la nieta no pudieron salir de España hasta cinco años después de su muerte
"Era vehemente, un gran orador, capaz, por ejemplo, de que el Frente Popular, por el que nadie daba un duro, obtuviera una gran victoria electoral... Fue quien planeó el acercamiento a los sectores anarquistas para que les dieran libertad de voto o el único miembro del gobierno de Azaña que, años antes, se opuso a la conmutación de la pena de muerte al general Sanjurjo tras su golpe de Estado", recuerda Grandío para contrastar los mitos y acusaciones con la realidad.
"Siempre fue un hombre avanzado para su tiempo, con una visión muy abierta en todos los sentidos, desde la política hasta la relación con sus hijas", comenta Pilar Mera, que alude a las cartas con María Casares: "Parecen más mensajes que un padre moderno podría tener hoy con sus hijas, hablando incluso de cuestiones amorosas", señala. “Tuvo otra hija antes, en Madrid, cuando fue a estudiar la carrera y fruto de una relación esporádica; la reconoció, la llevó a A Coruña y le puso sus apellidos, algo completamente extraordinario en aquella época”, añade.
Fue aquella hija, Esther, y su única nieta las que fueron retenidas por Franco en España tras el exilio de Casares, quien nunca pudo volver a verlas. No fue hasta cinco años después de su muerte cuando se les permitió salir al extranjero, una etapa, la del cautiverio dentro de las fronteras españolas, clave para entender el silencio y la posterior tergiversación de la figura del político coruñés. "Si se quiere hacer un catálogo de lo que supuso la represión franquista, su familia es uno de los mejores ejemplos", afirma Pilar Mera.
"Casares era más consciente de su propia culpa que nadie; su hija y su nieta estaban en arresto domiciliario, lo cual fue un factor fundamental para que su versión no se conociera hoy, para no dejar recuerdos y que la gente hablara por él. Fue por puro miedo, por pura fuerza, porque era muy consciente de la represión que ejercían quienes retenían a su familia", añade Grandío, quien no concibe "que no hubiera dicho lo que pensaba durante todos esos años". "Nunca fue de medias tintas", afirma.
"El hecho de que se exiliara no le ayudó porque esa gente, sobre todo los que no volvieron, no tenían quién los reivindicase; una especie de niebla pasó sobre Casares y otros y, en su caso, es especialmente triste porque su familia sufrió mucho", dice Pilar Mera, quien coincide con Grandío en señalar esa niebla, ese manto que ocultó y olvidó esa democracia republicana y sus líderes de principios del siglo XX.
“El proyecto de democracia republicana fue silenciado en la Transición”, afirma Grandío. "Una niebla pasó sobre Casares, no tenía quien lo reivindicara", añade Mera
"El referente democrático a partir de 1978 en España no quiere abordar la continuidad de ese proyecto de democracia republicana de los años treinta, que está casi encallado, que fue silenciado. Hubo una especie de punto cero, de nueva democracia, dejando ese legado transmutado, olvidando a figuras que, cuando llegó la República, ya llevaban veinte o treinta años trabajando por un sistema democrático como el que existía en otras partes de Europa", afirma Grandío, quien ofrece un ejemplo muy gráfico de lo que significó ese tipo de Transición.
"La figura de Casares es un reflejo de muchas cosas, de esa interrupción que, por ejemplo, lleva a un presidente del Congreso como José Bono a reprender a una víctima de la represión franquista por mostrar 'la bandera republicana ilegal'... Es un poco fuerte tratar una referencia al pasado democrático de un país de esta manera", explica. Diez años después de aquel episodio, el Ejecutivo central denunció al Ayuntamiento de A Coruña, gobernado por Marea Atlántica, por colgar una bandera republicana en la Casa Museo Casares Quiroga, teniendo que retirarla por orden judicial. Desde el edificio que homenajea a un expresidente del Gobierno, en el lugar donde vivió durante años y que ahora elige ser Lugar de Memoria Democrática.
"Le tenían rencor y odio"
"Es fruto de lo que pasó en la Transición, donde no quedó mucho recuerdo de aquellos republicanos que no contaban con la estructura y el apoyo de otras corrientes. El PSOE, por ejemplo, contó con la ayuda de socialistas extranjeros, pero nadie hizo algo así con figuras como Casares", afirma Pilar Mera, quien recuerda que él era "la reencarnación de todo lo malo para la derecha, a quienes incluso se les acusó de matar a Calvo Sotelo, entre otras atrocidades". El fascismo incluso intentó borrar su nombre "de todos los registros". "Siemdo indigno de figurar en el registro de nacimientos que se lleva en los juzgados municipales, constituido por seres humanos y no por alimañas llamadas Santiago Casares Quiroga", pidió el gobernador civil de A Coruña a las autoridades franquistas en 1937.
"Los más conservadores le tenían rencor y odio", recuerda Grandío, quien advierte de que su figura quedó "aplastada" entre dos extremos. “Es parte de los sectores que en las décadas de 1910 y 1920 impulsaron una democratización de base burguesa, pero las estructuras del Estado no se adaptaron en ese momento para poder dar paso a la modernización que proponían”, agrega quien recuerda la “época política acelerada de los años 1930” y el ascenso de la izquierda revolucionaria y el fascismo.
"Es más romántica la figura anarquista o revolucionaria, la de los héroes que dieron su vida; no hay que subestimarla, ni mucho menos, pero no es menos heroica la de quien intentó cambiar las cosas de una forma distinta, más constructiva", añade Mera sobre Casares quien, aclara Grandío, en aquellos días "era el referente de la República, en Galicia pero no solo".
A Castelao parece que cualquiera puede reivindicarlo, desde el PP hasta el BNG... Lo contrario ocurre con Casares
“Galicia tuvo una transición hacia un régimen republicano ejemplar y modélico”, afirma Grandío. En parte gracias a figuras como Casares que, dice el historiador, "por supuesto tiene luces y sombras". "Pero no se trata de defenderlo ni de presumir, sino de conocer su trayectoria", afirma quien insiste en que el hecho de acercarse a la memoria democrática a través de "las víctimas, las fosas y las violencias" no puede obviar "a todos los grandes representantes y referentes de un proyecto democrático" y que "no están" suficientemente representados en el imaginario histórico.
Y sin que nadie lo reclame, ambos insisten. "Curiosamente, Castelao es lo contrario. Parece que cualquiera puede reivindicarlo, desde la Xunta del PP hasta el BNG... Todos pueden sacarle partido, pero Casares sería lo contrario", reflexiona Mera.
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"Desde una perspectiva nacionalista, no podemos imaginar ningún elogio por el hecho de que ORGA acabó integrándose en la Izquierda Republicana y separándose del galleguismo; ni podemos imaginar al PP reivindicando a Casares porque para la derecha sería reivindicar a la izquierda sanguinaria y dura... El PSOE es quien podría hacerlo, pero no lo hace por desconocimiento y porque su figura todavía les suena a cosa de señoritos", concluye Mera.
“Hablar de Casares implica hablar de las cosas que te parecen buenas y de las que te parecen malas, pero como nadie habla, parece que lo que hacen es defenderlo”, afirma Grandío, quien coincide con Mera en reafirmar la dureza del exilio y la represión sufrida por él y su familia como claves de su silencio y la posterior distorsión de su figura.
Una situación que el premio Nobel Albert Camus resumió en la carta de condolencias que envió a María Casares, quien había sido su pareja sentimental: "Ese calvario no era vida. La patria esclavizada, el exilio, el sufrimiento físico no pudieron ser inútiles. Las veces que lo vi, comprendí que era superior a lo que sufrió".