Isabel Díaz Ayuso tiene agenda política propia y no siempre está al servicio de la estrategia de su jefe de filas, Pablo Casado, el hombre que la puso al frente del partido en Madrid para defender el bastión conservador en la capital tras años de escándalos de corrupción y la complicada herencia de Cristina Cifuentes.
La Comunidad de Madrid siempre ha sido una plaza de singular proyección para los dirigentes locales del PP. Ocurrió con Esperanza Aguirre y con Alberto Ruiz-Gallardón. Y sucede los mismo ahora con Isabel Díaz Ayuso, que desde que llegó a la Presidencia —en virtud de un acuerdo con Ciudadanos y con Vox— ejerce como mascarón de proa de la oposición institucional del PP al Gobierno de Pedro Sánchez. Sin seguir siempre ni los ritmos ni las prioridades de Génova.
Desde que comenzó la legislatura, Pablo Casado ha tratado de levantar un discurso contra Sánchez construido sobre dos mensajes básicos. El primero incluye todas sus propuestas económicas, entre las que destacan una reducción general de impuestos en el marco del programa económico neoliberal con el que quiere combatir las políticas del PSOE, que siempre retrata como fallidas y empobrecedoras.
El segundo persigue destruir la credibilidad del Gobierno de coalición y hacer inviable su continuidad. Para conseguirlo, dispara a diario contra Unidas Podemos y su líder, el vicepresidente segundo, Pablo Iglesias. Casado ha convertido a la formación morada en su principal excusa para bloquear la renovación de órganos institucionales que acumulan años de interinidad, así como para poner en solfa la calidad de la democracia en España. Un argumentario que siempre salpica de alusiones a supuestos pactos con EH Bildu, a quienes a menudo describe como herederos de la organización terrorista ETA —desaparecida hace dos años y medio— y cesiones los independentistas catalanes a través de lo que llama “la mesa de autodeterminación de Cataluña”, en alusión a la mesa de diálogo entre el Gobierno de España y el Govern de la Generalitat.
Entre Unidas Podemos, a quien Casado considera el principal enemigo de la monarquía española, y los soberanistas vascos y catalanes, el líder del PP intenta alimentar cada día la idea de que el presidente está traicionando a la democracia, la unidad de España y a Felipe de Borbón. Lo que no le impide intentar además completar su relato con la supuesta disposición de su líder a llegar a acuerdos con el Gobierno en asuntos de Estado. Una voluntad que, en la práctica, sigue sin dar ningún fruto, lo que Casado utiliza para acusar a Sánchez de despreciar los pactos.
Este conjunto de ideas, que además coincide con las que impulsa el expresidente José María Aznar desde la fundación FAES, el laboratorio de ideas de los conservadores, es el andamio con el que Casado trata de construir su espacio como líder de la derecha entre el pactismo de Ciudadanos y la radicalidad de Vox.
La pandemia, sin embargo, ha hecho que su estrategia, de momento, no tenga éxito. El covid-19 condiciona por completo el debate político, en España y en el resto del mundo, y le ha obligado a centrar el tiro en la supuesta responsabilidad de Sánchez en la extensión de los contagios y en la profundidad de la crisis provocada por una enfermedad que se lleva mal con una buena parte de la actividad económica, en particular el turismo y la hostelería, dos sectores de enorme importancia en el PIB español.
Casado lleva semanas tratando de hacer compatible el mensaje en contra del mando único sanitario en el que basó su discurso durante el estado de alarma con la exigencia de que el Gobierno asuma la gestión de la lucha contra la pandemia, pero siempre a impulsos de lo que Isabel Díaz Ayuso le demanda en función de sus propios intereses. La dialéctica entre el Gobierno de Pedro Sánchez y la Comunidad de Madrid a cuenta del progresivo empeoramiento de la pandemia en la capital y sus localidades limítrofes, que el ejecutivo madrileño ha sido de momento incapaz de controlar y a la que apenas ha dedicado medios de rastreo y de refuerzo de la atención primaria, se ha adueñado del debate público. Sus intentos por recuperar el discurso con el que quería apuntalar su liderazgo en la oposición —economía y traición a España— han resultado baldíos y no ha tenido más remedio que mantenerse al rebufo de Díaz Ayuso y su enfrentamiento con Sánchez.
Con la interlocución con Sánchez congelada, a Casado no le ha quedado otra que convertirse en el soporte de la presidenta madrileña, que es quien de pronto ha pasado a liderar la batalla política contra el Gobierno. Una estrategia que muchos atribuyen, en calidad de ideólogo, a su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, el que fuera secretario de Comunicación de Aznar. Este domingo, en una entrevista publicada en El Mundo, Díaz Ayuso sostuvo que Pedro Sánchez pretende "cambiar el país por la puerta de atrás" pero la Justicia, Madrid y el rey se lo impiden. "Estamos ante el Gobierno más autoritario de la historia de la democracia. La Justicia, la Comunidad, el rey o las leyes son impedimentos para que Pedro Sánchez cambie este país por la puerta de atrás, como pretende", lanzó. Ninguna mención al PP o al líder de su partido, Pablo Casado, como piezas de ese bloque de contención a la supuesta deriva del Ejecutivo de coalición.
Barones al servicio de Ayuso
Casado no sólo ha tenido que adaptar su discurso sobre la pandemia a las necesidades de Ayuso sino que ha intentado utilizar a los otros presidentes autonómicos del PP —los de Galicia, Castilla y León, Murcia y Andalucía— como peones de la batalla de Madrid contra Sánchez.
Una actitud que ha provocado el desconcierto en las filas del PP, donde no todos comparten la estrategia de confrontación de Ayuso ni mucho menos su decisión de dar prioridad a la economía frente a la lucha contra el SARS-CoV-2. De hecho, el presidente de Castilla y León, Alfonso Fernández Mañueco, se ha desmarcado claramente de ella. Y, sorteando al propio Casado, Alberto Núñez Feijóo, el presidente de Galicia, ha tomado la iniciativa de promover una reforma legal para facilitar los confinamientos.
En este contexto, el propio Casado a veces ya ni siquiera disimula cierta debilidad. Este jueves, en una reunión on empresarios, se quejó de la actitud de los empresarios que acuden a los actos del Gobierno y dan credibilidad a sus presupuestos y al plan de recuperación financiado por la Unión Europea. Y de los medios de comunicación, que según él no difunden sus mensajes.
Dice que está en inferioridad de condiciones. “A veces tengo la sensación de boxear con una mano atada a la espalda”, confesó en un acto en Toledo el pasado jueves. Y “enfrente hay un señor con una armadura y una espada”, lamentó en referencia a Pedro Sánchez. “O se tropieza ese señor o lo más lógico es que me acabe cortando algo”. “Eso está pasando en España”, se quejó, donde “no hay neutralidad mediática, institucional o económica”.
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En ese combate desigual en el que dice encontrarse, explicó en el mismo foro, unos le piden que pacte con el Gobierno y otros que que sea más duro con Sánchez, en alusión a Ciudadanos y Vox, los dos partidos que han reducido la influencia del PP a 89 escaños un 21% de los votos.
Para colmo, en apenas unos meses de legislatura, Casado se ha visto obligado a cambiar algunas figuras clave de su su equipo, del que ha salido Cayetana Álvarez de Toledo, hasta agosto su flamante portavoz parlamentaria, y al que se ha incorporado, nada menos que como portavoz nacional, el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida.
Y mientras, sus rivales en el centroderecha avanzan en sus respectivas estrategias. Vox en la pura confrontación, incluida la presentación de una moción de censura. Y Ciudadanos en la del relato de la política útil, cortejando a Sánchez en busca de un acuerdo presupuestario.
Isabel Díaz Ayuso tiene agenda política propia y no siempre está al servicio de la estrategia de su jefe de filas, Pablo Casado, el hombre que la puso al frente del partido en Madrid para defender el bastión conservador en la capital tras años de escándalos de corrupción y la complicada herencia de Cristina Cifuentes.