Anguita, el maestro del comunismo español que soñó con el 'sorpasso'

89

Julio Anguita (Fuengirola, Málaga, 1941; Córdoba, 2020), fallecido este sábado a los 78 años de edad por un problema cardíaco, encarnó la aspiración de la izquierda a la izquierda del PSOE de conquistar una mayoría en España. No lo logró, pero sí marcó a todo un espacio político que lo tuvo como referente, incluso hasta la reverencia.

Serio, sobrio, austero, incluso severo, Anguita salió de la primerísima línea en 2000, pero jamás renunció a la militancia política, en el PCE y en Izquierda Unida, "mi proyecto político", desde donde ejercía un diagnóstico materialista con una influencia decisiva en los hoy líderes de IU (Alberto Garzón) y de Podemos (Pablo Iglesias), hoy ministros, por citar sólo dos de los muchos que lo tenían como referente y maestro.

Alcalde de Córdoba de 1979 a 1986, el Califa Rojo solía recordar que dedicó los primeros compases de su etapa como regidor a presentarse a todos los sectores de la ciudad, incluidos los más conservadores, para explicarles en persona que "no se comía nadie". Solía insistir en este punto, porque creía que en la cultura política española seguía arraigado un miedo al rojo inoculado tras casi cuarenta años de dictadura.

Anguita ocupó con orgullo el cargo de secretario general del PCE (1988-1998) y de coordinador general de IU (1989-1999). Era más ideólogo que organizador. Buen orador, pausado, vieja escuela. Al frente de la coalición, logró sus mejores resultados, superando los 2 millones de votos. En 1996 IU se fue hasta el 10,5% de las papeletas y 21 diputados. Su oposición al PSOE durante la decadencia del felipismo fue frontal. Su denuncia de la corrupción y el clientelismo, obstinada. El PSOE acuñó contra él una exitosa muletilla, la de la pinza, apuntalada por la impresión de proximidad táctica con José María Aznar. Él siempre negó cualquier concilio de intereses con la derecha, ni puntual ni de fondo. Eso sí, insistía en que no contaran con él como muleta.

La vida le dio –desgraciadamente– oportunidades para demostrar el cuajo de su carácter. Cuando murió su hijo mayor, de 32 años, periodista que cubría la guerra de Irak, se le informó al filo de un acto público en Getafe (Madrid). Tomó la palabra. "Mi hijo mayor, de 32 años, acaba de morir, cumpliendo sus obligaciones de corresponsal de guerra. Hace 20 días estuvo conmigo y me dijo que quería ir a la primera línea. Los que han podido leer sus crónicas saben que era un hombre muy abierto y buen periodista. Ha cumplido con su deber". También dijo: "Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen".

Anguita vivía en el centro de Córdoba. Era habitual verlo paseando o tomando algo en el bar El Sótano, en la Plaza de la Corredera, con su barba afilada de aire árabe. Saludaba cordial y brevemente a todos, a izquierda y derecha. Se ganó el respeto de sus adversarios, a los que trataba de no criticar ad hominem, en la mejor tradición de la izquierda ilustrada.

Republicano hasta la médula, antimonárquico, era muy crítico con el sistema institucional español, que le parecía una transición incompleta desde la dictadura que no logró desbaratar la estructura de poder invisible. Anguita fue un comunista sin subterfugios que sí estuvo dispuesto a cesiones tácticas. No iba con la hoz y el martillo por la calle. Creía en la política pedagógica y despreciaba el show. Los últimos 20 años estuvo predicando la necesidad de aparcar discrepancias y pactar un gran programa transformador con un puñado de puntos centrados en el mejor reparto del capital y el rechazo al a corrupción, que creía consustancial al capitalismo.

Anguita era un hombre al que no se le conoce tacha en la honradez. Se expresaba con un tono algo mesiánico, con su toque admonitorio. Quizás había algo de eso que se ha dado en llamar aire de superioridad moral. A veces parecía, en sus análisis, que reñía a las mayorías populares por no votar a la izquierda. "Cosas de Julio", decían en IU con respeto incluso cuando no estaban de acuerdo con él. Le dolió que sus ideas no ganaran políticamente, aunque tenía confianza en el futuro, siempre que los jóvenes mantuvieran un sentido de lucha.

Maestro –se notaba que lo era–, su regreso a la vida sencilla y modesta tras la política fue el contraejemplo del político profesional. Sobre una base de lecturas seguía analizando la realidad política, de la que era cumplido seguidor. Daba entrevistas, ni muchas ni pocas. De vez en cuando. Se hacía rogar un poco, pero le gustaba salir. Siempre que hablaba, solía ser lo más leído del día. A los periodistas los trataba con un punto de desconfianza.

– ¿Puedo tutearle, Julio? Es más cómodo. Ya hemos hecho varias entrevistas.

– Sí, pero luego póngalo de usted en la página, por favor.

Carismático, algunos de los que lo rodeaban y admiraban rozaban la veneración, lo que no le hacía ningún favor. Lo contó con algo de crueldad Vázquez Montalbán en las crónicas de sus almuerzos. Además, Anguita bajaba la guardia cuando enfrente se ponía alguien que lo trataba con naturalidad, sin florituras ni intentando impresionarlo.

Siempre fue leal a IU, aunque era obvio qué dirigentes le gustaban y cuáles no. De los últimos, al que con mayor énfasis apoyó fue al andaluz Antonio Maíllo. No solía hablar mal de IU, pero tampoco se callaba. Daba claramente su opinión, molestara a quien molestara. Era un defensor entusiasta del proyecto de unidad entre Podemos e IU. Admiraba el empuje de Pablo Iglesias, quien no ocultaba que lo tenía como referencia. El líder de Podemos le seguía consultando. Su teléfono siempre estaba ahí, disponible para dar su punto de vista. Le gustaba decir que aconsejaba, pero sin ejercer un patronazgo sobre el proyecto. No quería ser un gran jarrón en una habitación pequeña.

Julio Anguita, en la memoria y el corazón

Ver más

Su influencia ha sido más que significativa. El sorpasso, la teoría de las dos orillas, el programa programa programa. La idea de que España es controlada por un régimen aquilatado por la Corona, la gran empresa y una élite política vendida a intereses bastardos. Todo eso, Anguita en estado puro, está impregnado hasta el tuétano en el acervo de la izquierda española contemporánea. También la impresión –o certeza– de que los grandes medios salen a cuchillo a detener a la izquierda en cuanto tiene opciones de gobernar y hacer cambios. Anguita encarnaba una izquierda poco pactista e impugnatoria, que a veces llegaba a trazar una equivalencia de facto entre los socialistas y los conservadores. Era abiertamente contrario al tipo de integración europea. Solía subrayar que vio venir la deriva desde Maastricht. Era contrario al euro. Creía que la crítica a la moneda única se había convertido en un pesado tabú para la izquierda. 

En cuanto a la llegada de Unidas Podemos al Gobierno, no se engañaba sobre lo que podía suponer. Gobernar no era tener el poder, solía repetir desde su etapa de alcalde. Las instituciones son "una trinchera más". La lucha seguía.

La muerte de Anguita deja a la izquierda española sin uno de sus grandes puntales de la etapa democrática. Tenía esposa –se casó dos veces– y una hija. La pérdida del hijo, el mayor, Julio Anguita Parrado, fue la gran tragedia de su vida. La llevó con dignidad y compostura, dos rasgos de su carácter. Anguita será difícil de olvidar.

Julio Anguita (Fuengirola, Málaga, 1941; Córdoba, 2020), fallecido este sábado a los 78 años de edad por un problema cardíaco, encarnó la aspiración de la izquierda a la izquierda del PSOE de conquistar una mayoría en España. No lo logró, pero sí marcó a todo un espacio político que lo tuvo como referente, incluso hasta la reverencia.

Más sobre este tema
>