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“Soy una aventurera forzosa”

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María Gutiérrez siempre ha pensado en sus vacaciones como una oportunidad para viajar al extranjero y conocer el mundo. Sin embargo, desde hace un par de años este periodo se ha convertido en una ocasión perfecta para regresar a casa con su familia. Esta ingeniera industrial de 31 años emigró hace dos a Gante, el pueblo fronterizo de Bélgica donde reside. Desde allí, recorre cada día los 37 kilómetros que le llevan hasta Holanda, el país que alberga la sede de la multinacional para la que trabaja. Confiesa a infoLibre que cuenta ahora los días que le faltan para abandonar por un tiempo “sus válvulas y tuberías” y encontrarse con los suyos en Madrid: “Ahora, cuando tengo vacaciones, solo pienso en volver a casa”, reconoce.

Adquirió su título de Ingeniería industrial en la Universidad Politécnica de Madrid, el mismo centro que otorgó la titulación de Ingeniería aeroespacial a su hermano. Pero el limitado mercado laboral español no fue capaz de absorber la especialidad de ninguno de los dos. Y su hermano, como ella, también se vio forzado a emigrar hasta Múnich para alcanzar un puesto de trabajo apropiado a su formación. Un destino que ha terminado por romper la unión de esta familia española que se afana en los últimos años por tratar de encontrar un destino común que les permita coincidir. “Nos pasamos las vida haciendo videoconferencias. Mucho Skype, mucho avión y muchos autobuses. Haciendo cábalas entre mi hermano y yo para coincidir con nuestros padres”, explica María.

Convencida de que los más de siete años de crisis económica y retrocesos en el ámbito laboral no han servido para reconducir el modelo productivo español, limitado al sector servicios y a la dependencia de la especulación y el ladrillo, María desconfía de un cambio de rumbo que le permita regresar. “Tengo la impresión de que la política española es cortoplacista”, reflexiona. “No veo que los políticos tengan una estrategia para los jóvenes formados. No veo que se preocupen por estas cosas”, concluye sin poder evitar establecer una analogía razonable entre la lógica que conduce la política económica española y la aplicada por la cultura laboral holandesa: “Sería impensable que mi empresa me entrenase durante cinco años, me formase profesionalmente e invirtiera dinero en mí para después decirme que no ha planificado un sitio que yo pueda ocupar. Estudié en la universidad pública, y todos los conocimientos que he adquirido los está aprovechando otro país porque no tienen un lugar donde ubicarnos”, asevera.

Acomodada en el seno de una empresa que, “desde el minuto uno la trató como una profesional”, María no tarda en reseñar las diferencias entre el mercado laboral holandés y el español, propenso a eternizar innecesariamente las etapas de aprendizaje como fórmula para enmascarar una precariedad agudizada durante la crisis. “En España tienes que esperar cinco años para promocionar”, reflexiona tras asegurar que ésta, es una opinión contrastada con la experiencia de compañeros de titulación que decidieron quedarse: “Cuando hablo con ellos, también reconocen las diferencias”, concluye.

En este sentido, María todavía muestra su asombro por la alta consideración que ha adquirido en su empresa en tan solo dos años: “Yo aún me sorprendo cuando compañeros, que acumulan 30 años de experiencia, se interesan por mis opiniones, confían en mí y creen sinceramente que puedo aportar soluciones”. Una actitud que, según indica, responde a un modelo de organización más horizontal que agiliza la integración del trabajador y fomenta la motivación. “Las relación es más informal. Esto hace que te integres más rápidamente en la empresa y quieras dar más de ti. Ponen mucho énfasis en que seas exitosa y aprendas”.

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Regresar no es, por tanto, una opción para María. “Me encantaría volver”, reconoce, “pero me quiero desarrollar profesionalmente, y eso no me lo van a dar en España”, asegura convencida de que no le ha quedado más remedio que aceptar su condición de “aventurera forzosa”. “Podría haber elegido quedarme, pero he visto un futuro mejor en otro sitio. Y efectivamente he aceptado la aventura, pero hay que decir que han forzado las condiciones para que así sea”, asevera.

Esta joven ingeniera ha tomado la decisión de renunciar al “calor” de sus compatriotas, a sus raíces y a la comodidad de desenvolverse en su propia lengua y cultura. Todo ello, a cambio de crecer profesionalmente en un país donde los días de lluvia son eternos y hacer amigos es un poco más difícil. Aunque matiza: “Aquí te ayudan mucho desde las propias instituciones. Por ejemplo desde el ayuntamiento a hacer la declaración de la renta, te dan clases de la lengua gratis, te asesoran con el médico o si tienes dudas. Y a pesar de las dificultades, intentan que te sientas como en casa”, reconoce.

Mientras descuenta los días que faltan para regresar a Madrid, donde la espera su familia, María confiesa no poder evitar tener la sensación de encontrarse en ese “limbo” que ahora comparte con tantos compañeros de su generación: “Porque cuando emigras, eres extranjero para ellos y cuando vuelves a España, has pasado tanto tiempo fuera que también te sientes un poco extranjera”, concluye.

María Gutiérrez siempre ha pensado en sus vacaciones como una oportunidad para viajar al extranjero y conocer el mundo. Sin embargo, desde hace un par de años este periodo se ha convertido en una ocasión perfecta para regresar a casa con su familia. Esta ingeniera industrial de 31 años emigró hace dos a Gante, el pueblo fronterizo de Bélgica donde reside. Desde allí, recorre cada día los 37 kilómetros que le llevan hasta Holanda, el país que alberga la sede de la multinacional para la que trabaja. Confiesa a infoLibre que cuenta ahora los días que le faltan para abandonar por un tiempo “sus válvulas y tuberías” y encontrarse con los suyos en Madrid: “Ahora, cuando tengo vacaciones, solo pienso en volver a casa”, reconoce.

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