Un jefe de espías de Yemen implicado en torturas. Los hijos de uno de los hombres fuertes de Azerbaiyán que gobierna su propio feudo montañoso privado. Funcionarios acusados de saquear la riqueza petrolera de Venezuela y de acelerar el hundimiento del país en la crisis humanitaria.
Vienen de todos los rincones del planeta, están vinculados con un régimen autoritario o corrupto y se han enriquecido de maneras diferentes. Pero hay algo que les une: dónde guardaban su dinero.
Por encima de sus relojes de lujo, sus montañas nevadas y su excelente chocolate, Suiza es sobre todo conocida por el secretismo de su sector bancario. Y en el corazón de esa industria está Credit Suisse, que a lo largo de sus 166 años de historia se ha convertido en una de las más importantes instituciones financieras del mundo.
Con cerca de 50.000 trabajadores y 1,5 billones de francos suizos en activos que le gestionan a 1.5 millones de clientes, este coloso financiero es “sólo” el segundo banco más grande de Suiza (por detrás de UBS). Una evidencia del predominio de este sector en la próspera y pudiente nación alpina.
Pero este brillante éxito tiene su lado oscuro, como revela la investigación periodística Suisse Secrets, basada en una filtración realizada hace más de un año al periódico alemán Süddeutsche Zeitung por una fuente anónima. Se trata de datos sobre más de 18.000 cuentas abiertas en el banco Credit Suisse. En la investigación han participado 48 medios y 163 periodistas de 39 países, coordinados por la organización OCCRP (Organized Crime and Corruption Reporting Project) y el Süddeutsche Zeitung. infoLibre es el único medio español que forma parte de este proyecto. [Puedes ver aquí la lista con todos los medios que participan en Suisse Secrets y las claves del proyecto, leer aquí las motivaciones que llevaron a la fuente a realizar la filtración y consultar aquí la versión oficial del banco].
Clientes problemáticos
Los documentos filtrados distan mucho de ser una lista completa de los clientes del banco, pero brindan una visión reveladora de lo que esconde la cortina del secreto bancario suizo.
Los periodistas pasaron meses revisando los datos e identificaron que docenas de cuentas pertenecían a políticos corruptos, criminales, espías, dictadores y personajes con un historial de vínculos con sociedades en paraísos fiscales. No se trata de nombres desconocidos, una simple búsqueda en Google permitía muchas veces identificar sus fechorías. Pese a ello, sus cuentas, que en conjunto acumularon más de 8.000 millones de dólares, permanecieron abiertas durante años.
Los clientes de Credit Suisse incluyen a la familia de un jefe de inteligencia de Egipto que supervisó la tortura de sospechosos de terrorismo para la CIA estadounidense; un italiano acusado de blanquear fondos para la organización criminal ‘Ndrangheta; un ejecutivo alemán que sobornó a altos cargos del gobierno nigeriano a cambio de contratos en las telecomunicaciones; y el rey Abdalá II de Jordania, que tuvo una cuenta que alcanzó un pico de 230 millones de francos suizos, mientras que su país recibía miles de millones de ayuda extranjera.
En Venezuela, élites acusadas de saquear PDVSA, la empresa petrolera estatal, movieron cientos de millones de dólares a cuentas de Credit Suisse. El dinero fluyó en un momento en el que las arcas públicas eran robadas, lo que precipitó el hundimiento económico que ha forzado a seis millones de personas a salir del país y colocó a otras muchas al borde de la hambruna. El banco mantuvo abiertas las cuentas de esos clientes venezolanos, incluso cuando su implicación en casos de corrupción había quedado expuesta en los medios.
Expertos en cumplimiento bancario que examinaron los hallazgos de OCCRP afirmaron que muchas de esas personas nunca tendrían que haber sido aceptadas por Credit Suisse.
“La gente no debe tener acceso al sistema financiero si lo que están ingresando es dinero producto de la corrupción”, explicó Graham Barrow, un experto independiente en criminalidad financiera. “El banco tiene claramente el deber de asegurar que los fondos que maneja tienen un origen claro y legítimo”.
Credit Suisse no es el único culpable. Muchos de los grandes bancos y entidades financieras han enfrentado escándalos similares. Muchos prometieron reformarse. Y, sin embargo –como revelan proyectos como este– siguen permitiendo a clientes problemáticos mantener sus fortunas a buen recaudo en uno de los lugares más seguros y fiables del mundo.
“La ironía es que Suiza se ha convertido en el lugar al que va el dinero sucio porque es un país puro, bien administrado, confiable”, destaca James Henry, asesor senior de la organización británica Tax Justice Network que ha estudiado la evasión fiscal en Credit Suisse. “El modelo de negocio de tomar dinero de países pobres es el problema”.
Respondiendo a un cuestionario sobre los hallazgos del proyecto Suisse Secrets, el banco suizo señaló que la gestión del riesgo era “el núcleo” de su negocio. Si bien se negó a discutir casos individuales descubiertos por periodistas por razones de confidencialidad, Credit Suisse señaló que eran "predominantemente históricos" y que el 90% de las cuentas problemáticas identificadas por los periodistas "están hoy cerradas o estaban en proceso de cierre antes de recibir las consultas” de los reporteros
“Como institución financiera líder a nivel mundial, Credit Suisse es profundamente consciente de su responsabilidad, con los clientes y el sistema financiero en su conjunto, de garantizar que las normas de conducta más estrictas se mantengan”, agregó.
Desde el interior del banco
OCCRP habló con más de una docena de antiguos y actuales empleados para entender cómo se explica que el banco haya aceptado a tantos clientes problemáticos. Ninguno quiso dar su nombre, señalando que el banco es muy proclive a arrastrar extrabajadores a los tribunales. Tampoco compartieron pruebas de lo que dijeron. Pero muchos de los entrevistados mencionaron los mismos problemas y hubo consenso sobre algunos de estos.
Mientras que algunos defienden que el cumplimiento era diligente y había mejorado considerablemente en los últimos años, la mayoría habla de una cultura corporativa altamente tóxica que incentivaba a tomar riesgos a cambio de beneficios y bonus.
Los empleados señalaron que los bonus están condicionados al “nuevo dinero neto” que traían al banco.
“El banco alienta al banquero a mirar hacia otro lado con una cuenta que saben que es tóxica”, indica un ejecutivo experimentado. “Si tú cierras esta cuenta tóxica, especialmente si la cuenta excede de los 20 millones, el banquero se encuentra a sí mismo en un profundo agujero. Un profundo agujero del que es casi imposible salir”.
Y eso conduce a una cultura, señalan, donde hay dos tipos de reglas para dos tipos de clientes: los ricos y los muy ricos.
“La debida diligencia con clientes y cuentas, digamos al nivel de un millón, es muy exhaustiva”, describe un antiguo ejecutivo senior. “Pero cuando se trata de cuentas de alto valor neto, los jefes alientan a todos a mirar hacia otro lado y los gerentes se sienten intimidados por sus bonus y su seguridad laboral”.
Además, hay grandes cuentas que son mantenidas tan en secreto que solo unos pocos ejecutivos senior saben quiénes son sus propietarios.
“Cuando alguien quiere realizar un blanqueo de capitales después de haber saqueado bienes del país, por ejemplo, necesita transferir el dinero. Así que los titulares de grandes cuentas van directamente a los gerentes de muy alto nivel”, señala un ejecutivo.
El sistema se basaba en la negación plausible, dijeron antiguos empleados. A los empleados se les dan normas estrictas, pero no sólo no las hacen cumplir para las grandes cuentas, sino que hay incentivos para ignorarlas.
"El departamento de cumplimiento del banco es maestro de la negación plausible", afirma el ex alto directivo. "Nunca hagas una pregunta de la que no quieras saber la respuesta".
“Nunca es culpa del banco, es siempre ese empleado ‘manzana podrida’ el que es responsable si pasa algo malo”, denuncia un antiguo trabajador.
El resultado final es una desconexión entre el banco y sus empleados. “El tipo de gente que atrae el banco son mercenarios, que lo que buscan es enriquecerse en primer lugar. Entendiendo posiblemente que no hay una relación real con el banco. Tú solo estás allí mientras ganes dinero, sin importar cómo lo ganes”, critica un gerente.
“No tienes que preocuparte por lo que vaya a pasar dentro de ocho o diez años porque es poco probable que estés allí. Normalmente, ese es el tiempo en que tardan esos acuerdos en estallar”, explica.
Estas fuentes internas se hacen eco de las acusaciones que Credit Suisse afronta en este momento, en la primera causa penal contra un banco helvético en Suiza. Los fiscales sostienen que Credit Suisse permitió a un grupo de narcotraficantes búlgaros blanquear 146 millones de euros procedentes de la droga a través de sus cuentas.
Gerentes senior están acusados de ignorar numerosas advertencias que vinculaban a estos clientes búlgaros con actividades poco recomendables. Eso incluye depositar dinero en efectivo, que se movieron en coche de Sofía a Suiza, y que al menos otro banco suizo rechazó. Incluso después de que asesinaran a dos de los criminales y que medios los identificaran como traficantes de cocaína, el banco miró hacia otro lado.
Una banquera que trató con los búlgaros testificó que Credit Suisse la instruyó cuidadosamente sobre cómo presentarse ante clientes potenciales y sobre la importancia del secreto bancario suizo, pero no sobre el cumplimiento, según informó el diario Financial Times. Como prueba, uno de sus exámenes de cumplimiento fue presentado ante el tribunal. Ella solo respondió correctamente una cuarta parte de las preguntas.
La acusación citaba el "incumplimiento" por parte de Credit Suisse en adoptar "medidas organizativas razonables y necesarias para evitar que se produzcan actividades de blanqueo de capitales."
Una historia de secretos
La reputación de Suiza como garante del secreto bancario se remonta varios siglos atrás.
En 1713, el Consejo de Ginebra prohibió a los banqueros divulgar detalles de sus clientes para salvaguardar los intereses de la monarquía francesa, que quería mantener ocultos sus negocios con bancos en un país protestante ‘herético’.
El estatus internacional de neutralidad de Suiza, reconocido en el siglo XIX, ayudó a traer grandes cantidades de capital desde el extranjero, al igual que un sector turístico en expansión que intentaba atraer a los más ricos de Europa para largas estadías en palacios junto a lagos o en sanatorios alpinos.
“Para añadir algo que otros países no tenían, también adoptaron medidas fiscales para estimular la llegada de personas ricas desde el extranjero para largas estancias en Suiza”, explica Sébastien Guex, profesor de Historia en la Universidad de Lausana que estudia el sistema bancario suizo.
Suiza se convirtió en un paraíso fiscal y empezó a competir con Francia y otros grandes Estados europeos para atraer capital extranjero. Fuera por las montañas o por las leyes, aquello funcionó. Extranjeros adinerados comenzaron a llegar con su dinero.
Con el estallido de la Primera Guerra Mundial, los millonarios europeos giraron sus miradas hacia Suiza para protegerse de la inestabilidad económica y de los aumentos de impuestos por el esfuerzo bélico. En la Segunda Guerra Mundial se repitió el patrón y, mientras que la mayor parte de Europa quedó en ruinas, la neutral Suiza salió indemne y con depósitos de todas partes.
En 1934, Suiza reforzó su secretismo con la Ley Bancaria, que castigaba con cárcel a cualquier empleado bancario que revelara información confidencial de un cliente.
Recientemente, Suiza ha realizado cambios en la regulación de su sector bancario.
Tras la crisis financiera iniciada en 2008, el país levantó el velo sobre miles de cuentas después de que un empleado de UBS le diera información a fiscales estadounidenses sobre la manera en la que el banco ayudaba a estadounidenses a esconder sus activos.
Pero el acuerdo también garantizó que Estados Unidos desestimara los cargos por permitir la evasión fiscal y aumentó la condena máxima por violar las leyes de secreto bancario de solo seis meses a tres años.
Expertos dicen que esa ley esencialmente criminaliza a los denunciantes de irregularidades, silenciando fuentes internas e incluso periodistas que quieran exponer irregularidades en un banco suizo.
El artículo 47 de la Ley Bancaria suiza pone a los periodistas del país en riesgo de ser procesados por la simple posesión de datos bancarios privados, aunque no sean publicados. Por esta razón, Tamedia, un grupo de medios suizo declinó colaborar en la investigación de Suisse Secrets.
"Esta ley es una restricción masiva de la libertad de prensa en Suiza", denuncia Arthur Rutishause, de Tamedia. "Sólo sirve para censurar e intimidar a los medios de comunicación. La ley puede proteger a los delincuentes y sus bienes. Los periodistas que intentan desenmascararlos se arriesgan a un proceso penal".
“Parece una ley del siglo XIX”, sostiene Jeffrey Neiman, un abogado estadounidense que representa a denunciantes de Credit Suisse. “Esa ley demoniza a aquellos que presentan buena información para exponer la corrupción”, añadió.
Comprando el secretismo
Si Credit Suisse vendía secretismo, tenía muchos compradores.
Los documentos filtrados analizados por los periodistas muestran cuentas vinculadas a varios presuntos autores de violaciones de derechos humanos, como el antiguo ministro de defensa argelino Khaled Nezzar. Como jefe de las fuerzas armadas, Nezzar era considerado el líder de facto de Argelia de 1991 a 1993, cuando estalló una guerra civil marcada por las atrocidades contra civiles.
A pesar de que las acusaciones en su contra eran bien conocidas, Nezzar aparece como cliente de Credit Suisse, con dos cuentas que acumularon activos de al menos dos millones de francos suizos. Estuvieron activas hasta 2013, dos años después de que una investigación sobre su implicación en crímenes de guerra fuera abierta en Suiza.
Sus abogados aseguraron que Nezzar “niega toda mala acción. No cometió y tampoco ordenó crímenes de guerra. No proveyó asistencia y tampoco permitió intencionadamente la comisión de crímenes de guerra”.
Los dos hijos de uno de los hombres fuertes de Azerbaiyán, que gobierna con mano de hierro una región aislada del país, también tenían cuentas en Credit Suisse. Mientras que el régimen de su padre imponía sus brutales caprichos a la población de Najicheván –en un momento incluso prohibió hornear pan en casa o colgar la ropa en los balcones–, Rza y Seymur Talibov usaron sus cuentas en Suiza para ingresar millones de dólares de empresas de papel asociadas a sistemas de blanqueo de dinero.
Credit Suisse también ofreció servicios bancarios a figuras involucradas en escándalos de corrupción en algunos de los países más pobres del mundo. En Angola, un banquero caído en desgracia, investigado en Portugal tras la quiebra del banco que dirigía con 5.700 millones de dólares de deuda imposible de rastrear, tenía varias cuentas de Credit Suisse, algunas de las cuales están siendo examinadas por fiscales de Portugal.
En Kenya, Credit Suisse ofreció servicios bancarios a un actor clave en un enorme escándalo de corrupción incluso después de que las autoridades lo declararan fugitivo. Millones de dólares parecen haber sido retirados de la cuenta, mientras que investigadores en Suiza y Kenya intentaban rastrear los fondos robados.
En los datos filtrados también aparecen varios nombres de Asia Central. Aunque sólo constituyen una pequeña fracción de los clientes identificados por los periodistas, por sus cuentas pasaron miles de millones de francos suizos. Estas personas representan a gran parte de la élite centroasiática, incluidos oligarcas que se enriquecieron con la extracción de recursos naturales, ministros y otros altos funcionarios, algunos de los cuales han sido condenados por corrupción masiva. Incluso los hijos de dos ex presidentes, Nursultan Nazarbayev de Kazajistán, e Islam Karimov de Uzbekistán, controlaban cuentas de Credit Suisse, mientras ambos seguían en el poder.
Carlos Luis Aguilera Borjas, el antiguo jefe de la inteligencia venezolana, era otro de los clientes de Credit Suisse. Aguilera era cercano al expresidente Hugo Chávez, fallecido en 2013. En 2001, Chávez colocó a Aguilera como jefe del servicio secreto, donde mantuvo un perfil bajo, evitando entrevistas y fotografías. Lo llamaban El invisible. “Nadie lo ve. Yo sí sé dónde está”, dijo Chávez en 2002 en una retransmisión nacional de su programa semanal de televisión Aló Presidente. Pero Aguilera cayó en desgracia a mediados de ese año, pues no pudo prevenir el golpe de Estado que estuvo a punto de derrocar a Chávez. Salió del servicio secreto y, tras otro cargo en el Gobierno, saltó de lleno al sector privado, donde amasó una fortuna que pocos venezolanos pueden imaginar.
En 2007, Aguilera se convirtió en el principal accionista de Inversiones Dirca S.A., una sociedad venezolana que el año siguiente le aseguró un contrato de 1.850 millones de dólares para renovar el metro de Caracas a un consorcio empresarial español. No hubo un proceso de licitación pública y Aguilera se llevó una comisión del 4.8%, que equivalía a cerca de 90 millones. En el 2011, se abrieron dos cuentas a nombre de Aguilera que alcanzaron un balance de al menos 7,8 millones de francos suizos. Las cuentas de Aguilera estaban abiertas bien entrada la década pasada, cuando los datos del proyecto Suisse Secrets fueron recopilados.
“Por definición, él es de alto riesgo”, dice Barrow, el experto en criminalidad financiera. Añadió que los bancos son responsables de asegurarse que las fuentes de los fondos de sus clientes con conexiones políticas sean legítimas.
Aguilera no respondió a las preguntas que OCCRP le envió por correo electrónico.
Escándalo tras escándalo
Credit Suisse se ha comprometido repetidamente a luchar contra los fondos ilícitos, después de una serie de escándalos que estallaron hace dos décadas tras la muerte del dictador nigeriano Sani Abacha. Tras el fallecimiento de Abacha en 1998 se conoció que Credit Suisse ayudó a esconder parte de los miles de millones de dólares que su familia saqueó del país.
En un esfuerzo por aplacar esa revelación, el entonces presidente del banco dijo en 2000 que había "mejorado continuamente los procedimientos de control y su cumplimiento".
Ese mismo año, Credit Suisse se convirtió en miembro fundador del Grupo Wolfsberg, una asociación bancaria internacional creada para frenar los flujos financieros ilícitos.
"El banco se esforzará por aceptar sólo a aquellos clientes cuya fuente de riqueza y fondos puedan establecerse razonablemente como legítimos", rezaba una declaración de la misión del Grupo Wolfsberg en 2000.
Sin embargo, las promesas de limpieza de Credit Suisse no evitaron que la entidad terminara vinculada a otros casos delictivos.
"Al banco le gusta decir que son sólo banqueros deshonestos", afirma Jeffrey Neiman, el abogado estadounidense. "Pero, ¿cuántos banqueros deshonestos hay que tener para empezar a tener un banco deshonesto?".
Neiman no representa a la fuente de la filtración de Suisse Secrets. Pero uno de sus clientes es un denunciante que en febrero de 2021 declaró en un tribunal de Estados Unidos que Credit Suisse seguía ayudando a estadounidenses a ocultar ilegalmente cientos de millones de dólares en paraísos fiscales. De ser cierto, esto supondría una violación a un compromiso que el banco tomó en 2014, cuando llegó a un acuerdo con la justicia de Estados Unidos.
El Departamento de Justicia y la poderosa Comisión de Finanzas del Senado investigan actualmente si Credit Suisse siguió facilitando la evasión fiscal después de llegar al acuerdo y pagar una multa récord de 1.300 millones de dólares en 2014.
El presidente del banco en aquel momento, Urs Rohner, admitió errores en su manejo del escándalo de evasión de impuestos, pero le dijo a un canal de televisión suizo que él mismo tenía “las manos limpias”.
Recordando este incidente en una entrevista reciente con OCCRP, el parlamentario suizo del Partido Verde Gerhard Andrey indicó que aún siente incredulidad porque los ejecutivos de Credit Suisse nunca asumieran su responsabilidad por este escándalo.
"¡Es la cabeza de la empresa! Si eres director general o presidente, no puedes decir: 'No tiene nada que ver conmigo', porque eres responsable de definir la cultura corporativa", destaca Andrey por teléfono desde el Parlamento suizo. "La cultura la definen de arriba abajo los altos cargos, el consejo de administración y los ejecutivos".
Expertos sostienen que las multas no son suficientes. Los bancos grandes y pudientes no van a cambiar hasta que no se enfrentan a regulaciones más estrictas, como suspender sus licencias o acusar a gerentes de manera individual.
Frank Vogl, antiguo responsable en el Banco Mundial y ahora un activista contra la cleptocracia, sostiene que los banqueros parecen tratar las multas, incluso muy abultadas, simplemente como “un coste más de hacer negocios”. Recuerda que las autoridades judiciales estadounidenses y europeas han lanzado en los últimos años un “asombroso” número de casos contra Suiza y bancos suizos, “pero ningún director ejecutivo de estos bancos ha sido acusado personalmente, ni siquiera perdió su trabajo por esos crímenes”.
“Los CEO tienen que ir a la cárcel para que esto tenga efecto”, mantiene Henry, del Tax Justice Network, señalando que la multa de 1.300 millones de dólares era incluso deducible de impuestos.
Aunque los críticos acusan a Credit Suisse de negligencia, atribuyen gran parte de la culpa al gobierno suizo, responsable de un entorno normativo laxo y de leyes que castigan a quienes denuncian la corrupción.
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Stefan Lenz, exfiscal federal helvético que investigó importantes casos de corrupción, señaló que hay muy pocas investigaciones que apuntan a los bancos suizos o a sus directivos por aceptar dinero ilícito. "Parece haber una falta de voluntad política y de recursos para la aplicación de la ley", indicó Lenz a OCCRP.
Andrey, el parlamentario del Partido Verde, insta al Gobierno a tomar medidas por el bien de sus ciudadanos. "Estoy orgulloso de ser suizo", dice. "Me duele que los bancos estropeen la reputación de mi país con este comportamiento".
“La gente está enojada con los escándalos que ya han salido a la luz, y no sabemos cuántos escándalos desconocidos habrá", concluye.