Pablo Casado inició la campaña del 14F de manera muy apacible. Primero marcando distancia con Vox en la moción de censura presentada por Santiago Abascal y después viajando cada semana a Cataluña para arropar a su candidato a la Presidencia de Cataluña, Alejandro Fernández. Con viento de cola en las encuestas nacionales y una favorable expectativa de hacerse con una parte del naufragio de Ciudadanos, aunque fuese únicamente para pasar de sus cuatro diputados actuales a ocho o nueve. Un resultado modesto, pero suficiente para vender, al día siguiente de las elecciones, que el PP había duplicado su peso en el Parlament de Catalunya.
Aquella tranquilidad ha acabado convertida en una travesía muy agitada que amenaza naufragio. A la decisión de Pedro Sánchez y Miquel Iceta de situar al frente de la candidatura del PSC al exministro Salvador Illa, que enconó súbitamente la pelea por los electores moderados no independentistas a quienes Casado pretendía atraer al PP, se acabó uniendo la apertura del juicio oral por el pago de las obras de la sede conservadora con dinero negro. Y un escrito del extesorero Luis Bárcenas, condenado por el Supremo a 29 años de prisión en el juicio de la primera época de la Gürtel, en el que amenaza, de momento sin pruebas, con tirar de la manta y acusar entre otros a Mariano Rajoy de conocer el pago de sobresueldos procedentes de donaciones irregulares.
La recta final de la campaña está siendo un infierno para el líder del PP. Su intento de construir un discurso alternativo que rebaje las aristas con las que los conservadores han enfrentado tradicionalmente asuntos como el catalán o la insuficiente financiación de Cataluña ha acabado desbaratado por la urgencia de tener que tratar de convencer a los electores de que él no sabe nada de lo que ocurrió en la época de Bárcenas. Y de que, aunque lleva dos años y medio al frente del PP, no se ha informado de si el pago de las obras en la sede de Génova 13 se hizo o no con dinero negro.
Por si eso fuera poco, a las dificultades que está teniendo para marcar distancias con la etapa anterior se han unido sus titubeos a la hora de explicar qué papel jugó él personalmente en los acontecimientos del 1 de octubre. Las interpretaciones que se han hecho de sus declaraciones a la emisora catalana Rac1, presentándolas como un intento de desmarcarse de la dureza mostrada por Rajoy con Cataluña, cuando lo que él defiende es que el anterior Gobierno no fue lo suficientemente duro con los independentistas antes incluso del 1 de octubre, le han costado durísimas críticas por parte de la derecha mediática a muy escasos días de que los catalanes acudan a las urnas. Los electores que siguen estos medios y dudan entre votar al PP o hacerlo a Vox se están armando estos días de razones para elegir la papeleta ultra.
Quizá por eso este jueves en El Programa de Ana Rosa (Telecinco) intentó corregirse y explicó que lo que reprocha a Rajoy es no haber aplicado el 155 antes del referéndum, no haber impedido la llegada de las urnas utilizadas en la convocatoria o desplegando antes a la Guardia Civil para evitar la apertura de los colegios electorales. “No se tenía que haber votado”, repitió. Reproches que, en todo caso, nunca expresó en público en aquellos días. Y tampoco en privado, según dirigentes del PP citados por el diario El País.
El miedo a Vox es, en última instancia, la principal preocupación de Casado y de su equipo: que los ultras acaben superándoles por primera vez en unas elecciones. Porque eso es lo que pronostican las encuestas diarias que se siguen haciendo para consumo privado de partidos y medios de comunicación: el sorpasso de los de Abascal.
Es algo que apuntan también las tendencias de las encuestas publicadas en los últimos días. Por término medio, Vox estaría en el 6,2% de intención de voto, por delante de la CUP y del PP. Y los de Casado se moverían al límite del 5%.
De ahí que el líder del PP haya movilizado en los últimos días a todos los dirigentes disponibles para pescar en todos los caladeros posibles. En el centro y la moderación, pero también a la derecha, la especialidad de la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que el miércoles volvió a Cataluña con la encomienda de disputar votos a Vox utilizando como arma la defensa del castellano.
Desde el miércoles, la agenda de dirigentes se ha multiplicado. Allí están, han estado o estarán este viernes —a menudo con varias apariciones programadas— el portavoz nacional del PP y alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, la vicesecretaria de Política Social, Ana Pastor, la portavoz en el Congreso, Cuca Gamarra, el portavoz en el Senado, Javier Maroto, la vicesecretaria de Sectorial, Elvira Rodríguez, el vicesecretario de Política Territorial, Antonio González Terol, el vicesecretario de Participación, Jaime de Olano, o el portavoz del PP en la FEMP y alcalde de Zaragoza, Jorge Azcón. La vicesecretaria de Organización, Ana Beltrán, acudió este jueves, por ejemplo, a oponerse al traslado a otra ubicación de la comisaría de la Policía Nacional en la Vía Laietana de Barcelona, que el ayuntamiento quiere convertir en un centro de memoria sobre “represión franquista y lucha por las libertades democráticas”.
Todos llevan el argumentario bien aprendido: se trata de insistir, en todos los foros donde sea posible, en la falta de credibilidad del candidato socialista, Salvador Illa. Una idea recurrente en las últimas horas ha sido sembrar dudas sobre si se ha vacunado, saltándose las prioridades establecidas, aprovechando que el exministro se negó a hacerse una PCR antes del debate electoral de TV3 de esta semana. La evidencia científica de que una PCR o un test de antígenos no pueden detectar que alguien se ha vacunado no parece tener importancia para el PP.
La fijación con Illa —Casado ha anunciado que denunciaría el caso a la Fiscalía e incluso ha pedido que retire su candidatura— se ha sumado a la política del ventilador. En pleno vendaval de noticias sobre la corrupción del PP, Casado y su mano derecha, el secretario general, Teodoro García Egea, acusan a tres ministros —Carmen Calvo, María Jesús Montero y Luis Planas— de estar implicados el caso de los ERE porque formaron parte del Gobierno andaluz en aquella época, aunque nunca fuera ni siquiera imputados ni investigados por aquellos hechos. Y señalan también la supuesta relación de los titulares de Hacienda y Agricultura y de la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, con el llamado caso Isofotón, que investiga un juzgado de Sevilla.
Un mal resultado en Cataluña debilitaría el liderazgo de Casado y se sumaría a los fracasos cosechados en las elecciones generales (por duplicado), autonómicas, locales y europeas de 2019 y las vascas de 2020. La única excepción es Galicia, donde el PP revalidó su mayoría absoluta, si bien se trata de una victoria que todo el mundo atribuye a Alberto Núñez Feijóo y no a él. Y la conquista de las Presidencia andaluza, si bien pagando el precio de un pacto con Vox. Y ya empieza a haber voces que especulan con un terremoto interno, sobre todo si Vox confirma el sorpasso. Los dirigentes más afines a Rajoy que quedan en la cúpula del PP ya han hecho ver su desconcierto y malestar por la actitud del presidente del partido.
El calendario orgánico no marca otro congreso en el PP hasta 2022, ya muy cerca de las próximas elecciones generales que, como muy tarde, tendrán lugar en 2023.
Casado sabe que un mal resultado en Cataluña alejará su sueño de batir al PSOE en unas generales reunificando a la derecha bajo las siglas del PP. “Quiero ser presidente del Gobierno y Cataluña es clave”, confesó en una entrevista al comienzo de la campaña. “No se puede tener un proyecto en España sin entender las necesidades y problemas de Cataluña”. Las encuestas sugieren que, al menos para los catalanes no independentistas, quien mejor representa esos intereses es Illa y la política de diálogo del PSC.
Ver másEsta es la cobertura de televisiones y radios para el 14F
Las malas perspectivas explican por qué los mensajes que el PP traslada en los últimos días están poniendo el énfasis en la herencia recibida. Son ideas que anticipan un mal resultado y se preparan para culpar de él a la dirección anterior, la de Mariano Rajoy.
El propio Casado parecía poner la venda antes que la herida este jueves la entrevista en Telecinco citada más arriba. “He hablado muchas veces de la tres crisis que vivimos en el partido”, lo que él llama “las tres ces” y que, asegura, han lastrado su liderazgo. La primera es la gestión que el Gobierno y el PP de Rajoy hicieron “del procés en Cataluña”.procés La segunda es “la gestión de la crisis económica con subidas de impuestos”, algo que también llevó a cabo el Ejecutivo que él apoyaba, y la tercera es “la gestión de la corrupción”.
La dirección del PP se prepara para argumentar que un mal resultado en Cataluña no sería culpa del actual presidente del partido sino de Rajoy y de esos tres factores que, en opinión de Casado, fueron el motivo de que cuando él llegó a la cúspide de Génova 13 la nave conservadora fuese por detrás del PSOE y de Ciudadanos en todas las encuestas. “Si no hubiera cosas que mejorar no se explicaría que cuando llegué a la Presidencia fuéramos tercera fuerza, según todos los sondeos. Si queremos ser primera fuerza partiendo de la tercera, que es como me lo encontré, nos superaba el PSOE y Cs, hay cosas que se pueden mejorar”, argumentó en la misma entrevista en Telecinco.
Pablo Casado inició la campaña del 14F de manera muy apacible. Primero marcando distancia con Vox en la moción de censura presentada por Santiago Abascal y después viajando cada semana a Cataluña para arropar a su candidato a la Presidencia de Cataluña, Alejandro Fernández. Con viento de cola en las encuestas nacionales y una favorable expectativa de hacerse con una parte del naufragio de Ciudadanos, aunque fuese únicamente para pasar de sus cuatro diputados actuales a ocho o nueve. Un resultado modesto, pero suficiente para vender, al día siguiente de las elecciones, que el PP había duplicado su peso en el Parlament de Catalunya.