Fue una jornada para la reparación y la normalización política. Este viernes, 9 de Octubre, Valencia celebró su diada y conmemoró que, hace 777 años, el monarca Jaume I arrebató la ciudad a los musulmanes. Una fecha que el Partido Popular convirtió durante 20 años en agasajo de propios y rechazo de contrarios. En el Palau de la Generalitat se organizaron costosísimos ágapes y se condecoró con la máxima distinción del Consell a toreros como Vicente Barrera o Enrique Ponce y arquitectos como Santiago Calatrava, que en ese tiempo recibía sustanciosos contratos públicos a dedo y con sobrecostes de hasta el 300%, como en la Ciudad de les Artes y las Ciencias. También fueron lisonjeados empresarios afines como Juan Roig, presidente de Mercadona, y religiosos como el actual arzobispo, Antonio Cañizares. De hecho, el PP inoculó a la cita una fuerte dosis de confesionalidad y distinguió a todo tipo coros catedralicios, colegios de huérfanos, festividades pías y órdenes religiosas como las Terciarias Capuchinas.
En cambio, este viernes, el president Ximo Puig, presidió un acto de fuerte simbolismo por lo que supuso de desagravio contra el olvido. El primer gran reconocimiento se lo llevó la Asociación de Víctimas del Metro del 3 de Julio. Su presidenta, Beatriz Garrote, con los ojos arrasados tras 9 años de lágrimas, dedicó el galardón a los 43 muertos y 47 heridos que perdieron la vida aquella mañana de julio de 2006 a pocos metros de la estación de Jesús. “Su lucha se resume en una palabra: dignidad”, apuntó Mònica Oltra, vicepresidenta del Consell, quien valoró su negativa “a no resignarse al dolor del silencio añadido al dolor de la pérdida”. Por su parte Garrote solicitó que las víctimas “nunca más se vean enfrentada a las instituciones”. “Que este gesto esté lleno de contenido”, exigió en referencia a la comisión de investigación que se reabrirá a partir del 9 de noviembre.
El otro gran acto de expiación fue hacia el cantautor Raimon, quien también recibió la Alta Distinción de la Generalitat tras años de indiferencia, cuando no censura, por parte del Partido Popular. “No sé porqué se procuró que no tuviera una presencia normal aquí y viniera a cantar a la gente que quería escucharme”, lamentó durante una ceremonia sobria que cerró Ximo Puig con un alegato por la mejora de la financiación después que esta semana Les Corts aprobaran por unanimidad una propuesta de resolución para exigir al Gobierno central una reforma del sistema de reparto autonómico. “Tenemos un 88% de la renta per cápita respecto a la media estatal”, criticó Puig, quien insistió que a los valencianos “se les trata como si no fueran nadie o invisibles”. “El tiempo de las falsas ofrendas se ha acabado”, proclamó.
Insultos y comitivas
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Al acto protocolario acudieron los expresidentes de la Generalitat Joan Lerma y Eduardo Zaplana. Este último fue durante años otro de los ausentes ilustres a causa de su guerra interna con Francisco Camps por el control interno de la formación. “El PP no está en su mejor momento electoral y desde hace tiempo el mapa político español se está moviendo”, reconoció Zaplana tras la ceremonia. Mientras, el grueso del Partido Popular, con la ex alcaldesa y ahora senadora Rita Barberá a la cabeza, se concentraba en la catedral de Valencia para seguir el Te Deum (acción de gracias) en homenaje a la Senyera, la bandera de la ciudad: cuatribarrada con franja azul coronada. La entrada del emblema al templo se incluyó en 1991 con la llegada de Barberá al consistorio. El nuevo alcalde, Joan Ribó, decidió suprimir este acto. “Hay que separar las cosas de la Iglesia de las cosas del Estado. Y el ayuntamiento es Estado”, explicó.
Y Ribó fue quien portó la bandera histórica, de 18 quilos y 3,3 metros de altura, por las calles del centro. Un itinerario de 40 minutos en los que recibió, por una parte, continuos insultos y gritos de “catalanista” y por otra aplausos. Una evidencia de una ruptura social que también es histórica. Cada 9 de Octubre, grupos ultras se manifiestan en la calle y la jornada suele acabar en escaramuzas a salivazos y golpes con palos de banderas. Esta cita estaba considerada de especial riesgo por ser la primera tras victoria de la izquierda en la pasadas municipales. De hecho en los últimos días se había redoblado la escolta de Ribó al detectarse en internet movimientos extremos organizándose para la diada y pintadas amenazantes en las calles.
“Es normal que haya opiniones enfrentadas”, apuntó Ribó tras concluir la marcha y, acto seguido, aseguró no sentirse identificado con el catalanismo. “No es bueno confundir dónde se nace con lo que se piensa”, explicó en referencia a los gritos de quienes le acusaron de haber nacido en Manresa (Barcelona), localidad desde donde llegó siendo muy joven. De hecho Ribó ha realizado toda su vida profesional y política en Valencia. Pese a los improperios, el alcalde se mostró satisfecho por un recorrido que, según las cifras oficiales, reunió 60.000 participantes y transcurrió sin altercados ni apenas identificaciones. Por la tarde, miles de manifestantes volvieron a recorrer el centro bajo el lema “Nueva financiación, nuevo país” y se escucharon gritos soberanistas y a favor de la reapertura de Radiotelevisión valenciana y del regreso de las emisiones de TV3, suprimidas por el Partido Popular en 2011.
Fue una jornada para la reparación y la normalización política. Este viernes, 9 de Octubre, Valencia celebró su diada y conmemoró que, hace 777 años, el monarca Jaume I arrebató la ciudad a los musulmanes. Una fecha que el Partido Popular convirtió durante 20 años en agasajo de propios y rechazo de contrarios. En el Palau de la Generalitat se organizaron costosísimos ágapes y se condecoró con la máxima distinción del Consell a toreros como Vicente Barrera o Enrique Ponce y arquitectos como Santiago Calatrava, que en ese tiempo recibía sustanciosos contratos públicos a dedo y con sobrecostes de hasta el 300%, como en la Ciudad de les Artes y las Ciencias. También fueron lisonjeados empresarios afines como Juan Roig, presidente de Mercadona, y religiosos como el actual arzobispo, Antonio Cañizares. De hecho, el PP inoculó a la cita una fuerte dosis de confesionalidad y distinguió a todo tipo coros catedralicios, colegios de huérfanos, festividades pías y órdenes religiosas como las Terciarias Capuchinas.