Quebrar el muro de silencio impuesto para buscar la memoria, justicia y reparación tantas veces negada. Ese ha sido siempre uno de los principales retos a los que se enfrentan las víctimas de la dictadura franquista. Un desafío enorme que requiere de gran valentía. Lo sabe bien Rafael Barberá. Lo ha vivido en primera persona. Hace no tanto que se enteró de que el tío abuelo de su mujer había sido asesinado tras el golpe de Estado de 1936 y la posterior Guerra Civil. Forma parte de la familia desde hace décadas: "Casi cincuenta años casado". Y nunca había escuchado absolutamente nada del asunto. "El abuelo de mi mujer jamás habló de su hermano, probablemente por miedo, seguro que todo aquello fue muy duro. La historia quedó totalmente oculta y la hemos empezado a conocer recientemente", relata con voz pausada el hombre al otro lado del teléfono.
Habla de Salvador Gómez González. Campesino de profesión en tierra de olivas. Y político por vocación. No de los de proyección nacional, ni mucho menos. Lo suyo era la cercanía con los vecinos. El hombre ejerció como concejal en el Ayuntamiento de Enguera, un municipio de la provincia de Valencia que por aquel entonces contaba con algo menos de seis millares de habitantes. El consistorio llevaba desde febrero de 1936 bajo la batuta de los partidos que conformaban el bloque del Frente Popular. Y tras el estallido de la Guerra Civil, la localidad, incrustada en la retaguardia republicana, permaneció leal al Gobierno constitucional hasta los últimos días del conflicto. En concreto, hasta el 29 de marzo de 1939. Fue ese día cuando las tropas rebeldes franquistas ocuparon el pueblo. Y cuando empezó la represión.
A Salvador lo encerraron en el antiguo claustro del convento. Empleado como cárcel, desde allí partió en plena noche del 6 de junio de aquel año una camioneta cargada hasta los topes. En la parte trasera iba el campesino, al que acompañaban otros seis vecinos: Antonio Rico, Ricardo Simón, Leandro Pastor, Miguel Rovira, José Barrón y Pedro Simón. Alcaldes, ediles, consejeros del Comité Popular y un oficial de prisiones camino de la tapia trasera del cementerio de la localidad. Al alba, los golpistas acaban con sus vidas. Como lo harían diez días después con el concejal Emilio Marín. Y como lo hicieron doce antes con Pedro Herrero, teniente de la Guardia de Asalto, a quien ahora creen haber encontrado junto al mausoleo que en el municipio tiene uno de los precursores del fascismo patrio: José María Albiñana. ¿La clave? Un botón.
Una fosa individual a la mitad del proyecto
Los trabajos de búsqueda y exhumación en la localidad valenciana arrancaron el primer día de febrero. Lo hicieron con el visto bueno de los descendientes de Albiñana y en base a una exhaustiva investigación del coordinador de la Asociación Progresista Socialista de Enguera, Alfredo Barberán. Aquellas pesquisas le pusieron frente a los documentos oficiales que corroboraban la muerte de todos estos cargos públicos locales. Papeles en los que, sin embargo, no se hacía mención alguna a fusilamientos. En el caso de Salvador, por ejemplo, el certificado de defunción recoge que perdió la vida en "el campo" –como absolutamente todos– a consecuencia de un "síncope cerebral". "Falsearon las diversas causas médicas", se muestra convencido Barberán en conversación con este diario.
El plan inicial de Arqueoantro, un equipo interdisciplinar de historiadores, antropólogos o médicos forenses, era intervenir durante tres semanas. "Al principio nos centramos en una zona muy concreta, pero no encontramos nada", cuenta a este diario el arqueólogo Miguel Mezquida. Fue entonces cuando comenzaron a ampliar el área de búsqueda alrededor del mausoleo del doctor Albiñana, el lugar señalado por los distintos testimonios orales que se fueron recopilando. "Con la mitad del trabajo hecho, nos encontramos una fosa individual", explica el especialista. Dos fueron los asesinados en solitario hace más de ocho décadas: el responsable del orden público y el concejal Marín. Y, entre medias, la saca de siete de la que formaba parte Salvador, el campesino de 46 años que dejó viuda y dos hijos.
"Todo indica que los restos pertenecen a Herrero, el teniente de la Guardia de Asalto", señala el coordinador de la Asociación Progresista Socialista de Enguera. Por el momento, son solo indicios que ahora toca ir confirmando. Pero a ojos de Barberán tiene buena pinta. Primero, por el hecho de que se encontrase enterrado de forma individual. Segundo, dice, porque la edad del cuerpo rescatado parece que puede coincidir con la del teniente. Y tercero, porque junto a los restos se localizaron un par de botones que podrían pertenecer a la chaqueta de la Guardia de Asalto. "Aún se tienen que limpiar bien, pero históricamente todo parece coincidir", apunta. En este caso, dice, es la única forma que tienen de certificar su identidad. "Con ADN es complicado porque no se ha podido localizar a descendientes", señala Barberán.
El hallazgo empujó a Arqueoantro a alargar los trabajos. En lugar de tres semanas, estuvieron cinco. "No podíamos irnos de allí sin acabar de verificar todo. Había que hacer todo lo posible", sostiene el arqueólogo. Un tiempo extra que el coordinador de la Asociación Progresista Socialista de Enguera dice que estará cubierto con el respaldo económico recibido por parte de las administraciones para el proyecto. Pero que, por desgracia, no sirvió para nada. Ni un solo enterramiento más apareció por la zona. "Se te queda mal cuerpo, porque el objetivo era encontrar a todos ellos", apunta Mezquida. No obstante, dice que el hecho de haber podido localizar al menos a uno hace que todo el trabajo, todo el esfuerzo, haya valido la pena.
Un sabor agridulce que también comparte Barberá. Por un lado, se ha hallado la que puede ser una de las víctimas y, además, se ha sacado "a la luz" lo que sucedió en el pequeño municipio valenciano tras el fin de la Guerra Civil. Y eso es bueno. Pero, por otro, siguen sin saber nada de Salvador y el resto. No obstante, asegura que lo seguirán intentando. "Hasta que podamos", dice. Una pizca de esperanza que conservan también desde la Asociación Progresista Socialista de Enguera. De hecho, no descartan impulsar una segunda fase en las inmediaciones de donde se desenterraron los botones. "Notamos un corredor, una franja que nos hace pensar que ahí puede haber una continuación de los enterramientos", asevera Barberán, que anuncia de que ahora se pondrá un nuevo monolito en recuerdo a todos los represaliados en la localidad valenciana.
Para Mezquida no existen "fosas fáciles", de ahí que los intentos fallidos sean comunes. Ni en mitad de un paraje ni tampoco en un camposanto. Sobre todo, ocho décadas después. "Los cementerios tienen vida propia. Y, en este caso, se ha modificado mucho, con inhumaciones posteriores que ni siquiera fueron registradas", afirma. El arqueólogo tiene las sospechas de que los restos de las demás víctimas pudieron haber sido retirados cuando se construyeron los mausoleos, tanto el del doctor Albiñana como otro que vincula a la misma familia. "Si en una futura segunda fase por la zona adyacente se siguiese sin encontrar al resto, habría que empezar a hacerse a la idea de que los restos desaparecieron con las diferentes operaciones mortuorias", señala Barberán.
Un precursor del fascismo patrio
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El proyecto para levantar en el cementerio en Enguera un mausoleo en el que poder enterrar a Albiñana se puso en marcha a comienzos de la década de los cuarenta. La operación, para la que se constituyó una Junta –algo similar a lo que se hizo en su momento con el Pazo de Meirás– costó 45.717,25 pesetas de la época. Esto incluía la construcción y traslado de la obra escultórica de Madrid a Enguera, la exhumación del cuerpo en la capital y su traslado hasta el municipio valenciano, "misas gregorianas", "coronas" o "impresos de propagandas", entre otras muchas cuestiones. El resumen de estos gastos quedó plasmado en un folleto editado por Semana Médica Española y fechado, en la capital, en 1941.
¿Y cómo se pagó ese dineral? A través de una "suscripción nacional". El listado de donantes lo encabezaba "S.E. el Jefe Del Estado y Generalísimo de los Ejércitos" con 5.000 pesetas. Y le seguían otros hombres fuertes de su Gobierno. El entonces ministro de la Marina, Salvador Moreno, puso 200 pesetas. El de Obras Públicas, 100 pesetas. Los del Ejército y Justicia, 500 pesetas cada uno. En total, de entre el núcleo duro del dictador se aportaron a la causa más de 6.500 pesetas. Gobernadores civiles y alcaldes, entre otros, pusieron sobre la mesa 7.564 pesetas. Una suscripción nacional en la que participaron, incluso, las propias instituciones. El Ayuntamiento de Valencia, por ejemplo, aportó de las arcas públicas 1.000 pesetas.
"Mostró su extraordinaria intuición política al crear la milicia de guerrilleros nacionalistas españoles (Legionarios de España), cuya intervención combativa alcanzó tanta resonancia. Las primeras camisas azules, la cruz de Santiago y el saludo a la romana fueron implantados en España por el dinámico levantino". Así se recogía en el homenaje póstumo del médico, jurista y filósofo fundador del Partido Nacionalista Español (PNE), una de las primeras organizaciones de corte fascista. El mismo al que detuvieron por el asalto a tiros de los paramilitares Legionarios de España al semanario Nosotros en mayo de 1931. El mismo que consideraba un honor, un año más tarde, que se le comparase con Hitler. Y el mismo al que historiadores como Julio Gil Pecharromán sitúan como portador para Emilio Mola de "mensajes" sobre "los planes" para el golpe de Estado en Madrid.
Quebrar el muro de silencio impuesto para buscar la memoria, justicia y reparación tantas veces negada. Ese ha sido siempre uno de los principales retos a los que se enfrentan las víctimas de la dictadura franquista. Un desafío enorme que requiere de gran valentía. Lo sabe bien Rafael Barberá. Lo ha vivido en primera persona. Hace no tanto que se enteró de que el tío abuelo de su mujer había sido asesinado tras el golpe de Estado de 1936 y la posterior Guerra Civil. Forma parte de la familia desde hace décadas: "Casi cincuenta años casado". Y nunca había escuchado absolutamente nada del asunto. "El abuelo de mi mujer jamás habló de su hermano, probablemente por miedo, seguro que todo aquello fue muy duro. La historia quedó totalmente oculta y la hemos empezado a conocer recientemente", relata con voz pausada el hombre al otro lado del teléfono.