Carlos Arenas, historiador de la economía: "Andalucía es una colonia"

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Presume Juan Manuel Moreno, presidente de la Junta de Andalucía y candidato del PP, de que es tal el –supuesto– milagro económico de la gran comunidad del sur que su siguiente meta es ser la Baviera de España. Sí, Baviera, el próspero land alemán.

– ¿Qué le parece esta afirmación?– le preguntamos a Carlos Arenas (Sevilla, 1949), autor de Lo andaluz. Historia de un hecho diferencial (El Paseo, 2022), historiador de la economía, el más minucioso buscador de las causas del subdesarrollo de Andalucía, capaz de encontrar las primeras raíces de la falta de convergencia con el resto de España en las formas de organizar la tierra durante la Baja Edad Media. Un intelectual consagrado al estudio de la complejidad de los procesos económicos para el que, por eso mismo, no hay explicaciones sencillas. Un estudioso que se remonta a señoríos, latifundios y reformas agrarias pendientes para entender y explicar la Andalucía de 2022.

– Me suena –responde Arenas– a lo mismo que aquello que decía [Manuel] Chaves de la primera modernización andaluza y luego de la segunda. A no querer ver.

Luego añade: "Andalucía es una colonia".

¿Una colonia? Más desarrollada, la idea de Arenas es esta: "Hay una conclusión, que creo que es importante destacar: España existe porque Andalucía es una colonia. Cuando se pierden las colonias en América, Andalucía las sustituye. El grado de atraso que sufrimos es en buena parte por el carácter de colonialidad que tenemos, sobre todo con respecto a Madrid, la comunidad que regula en su beneficio, por ser sede del capital financiero, la economía española en su conjunto". Tesis central de Arenas: mientras ese carácter colonial no se pierda, mientras el capital no esté mejor repartido, mientras Andalucía no rompa con los clichés que determinan la percepción tópica e injusta que llega a tener de sí misma, esta tierra no logrará salir de lo que llama "la rueda de hámster".

Sí, "rueda de hámster", ese es el símil que utiliza para definir el empeño económico andaluz: el roedor cree que se mueve, pero en realidad no avanza. E impiden su avance, siguiendo a Arenas, tanto el excluyente capitalismo autóctono de base señorial como unos vigorosos clichés que humillan simbólicamente al pueblo andaluz al tiempo que le dificultan una justa percepción de sí mismo. Hablamos de aquello del indolente ser andaluz, gracioso y hasta sabio, feliz en su escasez, que sólo interrumpe la resignación ante su destino en brutales expresiones de rebeldía incontrolada, sin continuidad ni cálculo estratégico. Aquello del andaluz fascinante, imprevisible y, en el fondo, irremediable. Pues no es verdad, dice Arenas. No es esa la historia de Andalucía.

¿Quién es Carlos Arenas? Catedrático de Historia Económica de la Universidad de Sevilla, ya jubilado, Arenas es el autor de Poder, economía y sociedad en el sur. Historia e instituciones del capitalismo andaluz (Centro de Estudios Andaluces, 2016), un monumental ensayo que sacudió a la izquierda política e intelectual andaluza hace ya más de un lustro al ofrecer respuestas fuera del pimpampum habitual a la siempre incómoda pregunta del porqué del atraso andaluz.

¿Por qué –a pesar de las promesas de la autonomía, del AVE, del territorio vasto, variado y geoestratégicamente crucial, de su impresionante historia y patrimonio– la expectativa de la convergencia se queda una y otra vez sólo en eso, en expectativa? Arenas ponía el foco en el carácter oligárquico y extractivo del capitalismo andaluz, marcado por la ociosidad del capital y controlado desde sus orígenes por minorías selectas que han monopolizado los recursos y bloqueado las vías de acceso al mismo de las clases populares. El dedo apuntaba a señores, señoritos, terratenientes, banca y multinacionales, pasando por las familias de referencia de las élites locales, léanse los Larios, los Orozco, los Ybarra o los Domecq.

Ahora Arenas regresa sobre los pasos de Poder, economía y sociedad en el sur y pone en la mesa –oportunamente, justo antes de la campaña andaluza– un ensayo de cerca de 600 páginas, Lo andaluz, que lleva aún más lejos su empeño: rastrear los orígenes de las carencias estructurales de la economía andaluza como requisito para salir del fatalismo o el autoengaño; explicar la identidad andaluza en el contexto de la construcción de la nación española.

Oportunidades perdidas

Vayamos pues a los orígenes remotos del atraso. No es que Arenas cruce una raya vertical sobre la línea horizontal del tiempo y diga: "¡Aquí! ¡Aquí se fastidió Andalucía!". Pero sí que acerca el lápiz a algunos hitos decisivos. Destacan cuatro.

Uno. Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), el ejército cruzado alcanza el Valle del Guadalquivir. En el breve plazo de medio siglo, el avance queda estancado a lo largo de una frontera que dividía el territorio desde el sur de Murcia hasta la comarca de La Janda, en Cádiz. Los dos siglos y medio que esa frontera permanece estable "forjan la identidad de la sociedad andaluza". "La guerra 'endémica' materializada en campañas anuales y en operaciones de bandidaje determinó el dominio de unas castas guerreras que hicieron de la frontera el trampolín hacia el poder y la riqueza", escribe Arenas.

A diferencia de Cataluña, donde se permite al siervo cierta iniciativa económica, germen de un capitalismo más inclusivo, el impulso repoblador en el sur había sido protagonizado por el propio rey y su parentela, las órdenes militares y los señores de la tierra. En vez de "heredades", tierras concedidas a la infantería castellana en forma de pequeñas fincas, el rey opta por "donadíos", embrión de latifundios. Nace el señorío andaluz, con el castillo como símbolo y la represión como rutina. "El Estado castellano pone aquí a sus capitanes y sus encomenderos, a diferencia de lo ocurrido en el tercio norte, donde fue todo más en plan western, con la llegada en tropel de campesinos junto a modestos eclesiásticos y aristócratas, dando como resultado una mejor distribución de bienes y derechos", explica Arenas a infoLibre.

Dos. Desde el siglo XVI Andalucía funciona ya como "paradigma de todos los excesos, de todos los fanatismos y de todas las incapacidades" del proyecto nacionalista español, determinado por la tríada dominante: Monarquía, Ejército, Iglesia. Los más antiguos linajes andaluces –Medina Sidonia, Osuna, Medinaceli, Infantado– ensanchan sus dominios gracias a favores reales, abusos y estrategias matrimoniales. Es la expresión plena del "capitalismo señorial", acostumbrado a una mano de obra hambrienta y sin alternativas, disciplinada por la tensión bélica y bajo admonición religiosa.

El siglo XVIII ofrece un episodio emblemático de lo que acabará siendo una constante: la falta de compromiso de las élites andaluzas con su tierra. "Mientras en Cataluña o en Vizcaya demandaban al rey la creación y subvención de fábricas reales, medidas proteccionistas, compañías de navegación [...], en Andalucía la prioridad siguió siendo la extracción de rentas públicas y privadas y beneficios mercantiles amparados por la ocupación de cargos y dignidades obtenidos por vía venal". Queda conformada en este contexto –siglo XVIII– la "clase jornalera andaluza", de un "trabajador y mendigo al mismo tiempo", víctima permanente de la "dictadura de la necesidad".

Tres. Andalucía, otra vez subastada por sus élites, "sustituyó a América Latina en la extracción de productos naturales". Británicos, belgas y franceses acaparan el boom minero. Apellidos como Osborne y Domecq se mezclan con Terry y Garvey en el negocio bodeguero. El susto que había dado a los señores, ya señoritos, el espasmo liberal del 1812 gaditano provoca una vuelta de tuerca represiva. Los dueños de la tierra, apoyados por la Iglesia, apuestan por el analfabetismo popular. La burguesía bloquea la aplicación de las leyes educativas de 1838 y 1857. Y dos décadas después, con el fin del "sexenio revolucionario" (1868-1874), se produce un acontecimiento clave: el fracaso de la opción federal y republicana que a lo largo del siglo XIX habían abanderado desde Andalucía las clases populares y medias de mentalidad avanzada. "Andalucía –reflexiona ahora Arenas– es desde la Constitución española de 1812 vanguardia del federalismo, adelantada de una manera de entender España distinta a la militarista y nacionalista. Pero aquello se perdió. Ganaron la batalla los señores de la tierra y la clase militar y eclesiástica. Se impuso un nacionalismo económico aprovechado por Madrid, Barcelona y Vizcaya y aquí no hemos sido ya capaces de pasar del 75% de la renta española".

La opción librecambista queda asfixiada por un "familismo económico" que a falta de producción sólo entiende de extracción y que incorpora, como parte del paisaje, el sufrimiento de la clase jornalera. El marqués de Domecq dejó dicho en 1916 sobre la filoxera, pese a la catástrofe social que provocó: "No, la filoxera no ha sido una desgracia total. Quizás sea todo lo contrario. Somos menos –comprenden ustedes– y la viña, el vino, vale más". Así entra Andalucía en el siglo XX, con un ejército de desempleados a merced de un empleador convencido de su superioridad de cuna. Problema añadido: el desarrollo industrial no es visto por la élite como una hipótesis deseable de desarrollo local, sino como una amenaza de organización obrera. La insigne familia Ybarra veta en 1917 unos altos hornos en Sevilla para no hacer competencia a sus parientes vizcaínos, escribe Arenas.

Cuatro. La no-reforma agraria. Lleva siglos como hipótesis, nunca culminada. Arenas se detiene en la que ve como su gran oportunidad. En la Segunda República, escribe, la reforma agraria "hubiera sido una oportunidad única para modificar las relaciones de poder en el campo andaluz; hubiera cambiado la trayectoria secular del capitalismo andaluz; hubiera concernido no sólo a la distribución de la tierra, de la renta, sino también a la del capital humano, relacional y simbólico sobre el que se sustentaba la superioridad secular de las élites". Pero otra vez las fuerzas contrarias a la reforma se impusieron, en lo que fue un prólogo del feroz disciplinamiento al que el franquismo sometió a las clases trabajadoras.

Movilización-represión

Una de las convenciones que pulveriza el ensayo de Arenas es la que presenta a Andalucía como una tierra rendida sin rebeldía. Desde el siglo XV hay –y Arenas lo va repasando– un denso historial de choques, levantamientos, rebeliones campesinas, movilizaciones de parados, huelgas, ocupaciones e incautaciones. Tras un siglo XIX atravesado por el conflicto y la violencia, el arranque del siglo XX fue pródigo en huelgas. En los llamados "tres años bolcheviques" (1918-1920) se convocaron en Andalucía hasta 862. Es más, Andalucía (recordemos Casas Viejas) siguió siendo un foco de conflicto durante la Seguna República, dada la impaciencia que provocaba el insuficiente resultado reformista del nuevo régimen.

La respuesta, una y otra vez, la misma: represión. "Andalucía tuvo el triste protagonismo de padecer, más que ninguna otra región española, la furia genocida de los golpistas y sus cómplices", anota Arenas sobre el franquismo. En conversación con infoLibre, añade: "Ha pasado siempre lo mismo. Como el modelo es rentista y la productividad es baja, todo lo que sea subir costes salariales suena inaceptable. Así que cualquier tumulto, cualquier reivindicación, se ha visto siempre como una revolución".

El autor se pregunta qué ha sido de la Andalucía del 4 de diciembre de 1977, que se saltó el guión de la Transición para exigir una autonomía de primera en manifestaciones masivas. "En 1982, en las primeras autonómicas, el 70% del voto fue a la izquierda. Ahí había un potencial tremendo para desarrollar un civismo laico, cooperativo, solidario... ¿Qué ha pasado? Se ha diluido ese potencial. Y ahora estamos asustaditos porque nos vienen los reconquistadores", señala Arenas, que culpa en buena medida al PSOE de la asfixia del impulso autonomista por haber recurrido a su institucionalización.

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Ya en democracia, Andalucía pierde otro tren: la transformación mediante reforma agraria fue sustituida por el paliativo mediante subsidio agrario. Las ayudas han tenido un triple efecto: profundización en la "dictadura de la necesidad"; neutralización de la posibilidad reformista; consolidación de la imagen de la Andalucía subsidiada. "No deja de ser chocante que, a pesar de la millonada que obtienen las élites andaluzas vía Europa [a través de la PAC], el foco de la Andalucía subsidiada se siga poniendo en los beneficiarios del Plan de Empleo Rural [PER], al que se destina el 2% de los subsidios de desempleo en España", escribe el autor de Lo andaluz, que recuerda que entre los mayores beneficiados por la PAC se encuentran "influyentes sagas familiares de siempre": Mora Figueroa, Domecq, Alba, Infantado...

¿Qué hacer, llegados a este punto, para salir de la "rueda de hámster", del "bucle de atraso", tomando dos expresiones de Arenas? Aunque su especialidad es la economía, el autor apunta primero a lo cultural, a lo simbólico. Es imprescindible, dice, abandonar el "narcisismo" y tomar conciencia de los problemas reales. En lo puramente económico, se resiste a recitar fórmulas: no quiere parecer aleccionador. "Es fácil deducir que si el problema es el capitalismo extractivo, hay que repartir capital. Y no sólo económico, también educativo, cultural, simbólico", reitera.

"Es imprescindible para que el hámster consiga salir de la rueda y tire por donde quiera", concluye.

Presume Juan Manuel Moreno, presidente de la Junta de Andalucía y candidato del PP, de que es tal el –supuesto– milagro económico de la gran comunidad del sur que su siguiente meta es ser la Baviera de España. Sí, Baviera, el próspero land alemán.

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