El comercio justo pelea por su reconocimiento y valoración. El movimiento, de origen incierto, nació para garantizar que los productos que consumimos en Occidente bajo su abrigo se trabajen por artesanos, agricultores y manufactureros del Sur con condiciones saludables, democráticas, dignas y, en resumen, justas. El pasado 14 de mayo fue su Día Mundial y, pese al esfuerzo de las asociaciones que lo difundieron, pasó desapercibido para muchos españoles, cuyo escaso conocimiento de causa es sorprende en el contexto europeo.
El ritmo de crecimiento del fenómeno, preocupada por los que hacen tu café y cosen tus deportivas, ha sido constante durante la crisis económica, al menos en España. En 2005 el español medio gastaba 37,8 céntimos al año en comercio justo, y en 2014 gastó 71,3 céntimos. El dato, además de exiguo, ofrece sus claroscuros: no se explica tanto por el aumento de la popularidad sino por la inclusión de las multinacionales en el juego. Se enfrenta a un desconocimiento casi total por parte de los consumidores y a varios debates éticos sobre cómo debería dirigirse su expansión para no perder la esencia. El principal certificado solo cubre la producción, no la distribución, denuncian algunos activistas. Del segundo paso se encargan grandes superficies cuyas reglas, a su juicio, no son demasiado justas.
¿Qué es el comercio justo?
El comercio justo pretende hacer llegar al comprador occidental productos solidarios, que son de igual o mejor calidad y que solo son un poco más caros. Las organizaciones que integran el sistema y los certificados que lo sustentan aseguran que el jersey o el paquete de cereales vendido bajo la etiqueta del comercio justo ha sido elaborado con una serie de criterios que engloban lo que conocemos como justos. Busca crear oportunidades en ambientes de pobreza en países desfavorecidos, establecer relaciones comerciales adecuadas, pagar salarios dignos en relación al contexto socioeconómico de la producción, rechazar la explotación laboral, respetar el medio ambiente y marginar la discriminación. En un mundo globalizado, persigue que los bienes materiales que disfrutamos en el Norte no sean a costa del sufrimiento del Sur, y que los clientes europeos o norteamericanos puedan elegir no ser cómplices de ciertas situaciones de expolio o vulneración de los derechos humanos.
¿Qué tipo de productos incluye y dónde los encuentro?
El café es el producto estrella del comercio justo y uno de los primeros que se incluyeron en los mecanismos de consumo sostenible. En 2014, según la Coordinadora Estatal de Comercio Justo, representaba el 42,1% de todas las ventas de esta corriente. Le siguen a mucha distancia el azúcar (29,3%), el cacao (5,5%) y el té (3%). En los últimos años ha vivido un proceso de diversificación y ahora incluye productos artesanos: ropa, complementos, juguetes o artículos de decoración, que constituyen el 7,4% de las ventas.
El canal de distribución clásico siempre ha sido el pequeño negocio: tiendas específicas de comercio justo o de oenegés, herboristerías y otros minoristas, cuyo público era fiel y muy activista. En los últimos años, los canales del comercio justo han alcanzado los llamados canales mayoritarios: supermercados, hipermercados y Horeca (acrónimo de hoteles, restaurantes y catering), que también incluyen en su carta cafés y bollos con el sello certificador.
No todas las grandes superficies están igual de comprometidas con la causa. El principal sello que supuestamente garantiza la procedencia justa de los artículos es el que otorga la Organización del Sello de Comercio Justo (FLO, por sus siglas en inglés), y en su página web incluyen una lista de supermercados e hipermercados "aliados". Destacan Alcampo, Carrefour, El Corte Inglés y sus marcas asociadas o Caprabo, del grupo Eroski.
Las cifras
Las ventas de productos de comercio justo, o al menos los certificados con el principal sello, alcanzaron la cifra de 5,9 billones de euros en 2014, un incremento del 10% con respecto al 2013 –aún no se han publicado los datos del pasado año–. Depende del país, pero en España fuentes de las asociaciones indican que representaría menos el 1% del consumo total. Además, se calcula que su impacto se produce en un millón y medio de productores en todo el mundo.
Las organizaciones que pretenden mejorar estos números centran su esfuerzo en dos vías: una, en el mercado productor, apoyando las cooperativas, salvaguardando la dignidad de las relaciones comerciales y aumentando la masa de agricultores y manufactureros que se suman a la red. Otra, en el mercado receptor, sensibilizando al comprador acerca de los muchísimos pros y las escasas contras, aseguran, de los artículos solidarios.
¿Cómo sé que un producto es de comercio justo? ¿Me puedo fiar?
La etiqueta del principal sello se puede identificar fácilmente: un monigote negro levanta un brazo sobre un fondo verde y azul. OxfamIntermón reconoce la credibilidad de la marca. El responsable de comercio justo de la asociación, Juanjo Martínez, niega que los criterios en los que se sustenta se hayan relajado: al revés, se han multiplicado para abarcar los procesos de producción de múltiples artículos. FLO está trabajando para incluir las minas de oro de África en el proceso, cuando al principio se trataba solo de café.
El activista se congratula de que los productos solidarios se puedan adquirir en cada vez más puntos de venta en nuestro país. Grandes superficies, cafeterías, hipermercados. Más allá del goteo continuo de concienciación, la disponibilidad ayuda bajo su prisma. "El sector privado va cobrando interés en estos productos", explica Martínez. "Tenemos que lograr que el volumen de negocio sea significativo para llamar su atención".
Sin embargo, asociaciones como Sodepaz rechazan esta vía de crecimiento y niegan legitimidad al sello. Su vicepresidente, Paco Calderón, considera que solo se ocupa de la producción, pero no de la distribución de los productos, donde también pueden lesionarse los derechos de los trabajadores. Critica con contundencia que "algunas asociaciones" vean con buenos ojos la entrada de las grandes superficies en el sistema, que cree vinculado indisolublemente a los movimientos sociales. "Igual que le pedimos a los trabajadores (de los países productores) que sean democráticos, cuando hablamos de la distribución miran hacia otro lado. No se preocupan de que las grandes multinacionales paguen bien a sus trabajadores (…). La venta en estos lugares no es comercio justo". Hay que garantizar la justicia en la cadena de producción completa, sentencia.
Un artículo de la miembro de Sodepaz Federica Carraro recuerda cómo a finales de los 90 se discutió en el seno de algunas organizaciones si aprobar los canales mayoritarios como vía legítima de distribución. En su asociación concluyeron que no, por varios motivos. No podían garantizar, explica, que la cadena siguiera siendo justa. Consideran que las grandes superficies desprotegen a su trabajador, ejercen competencia desleal con los horarios, promocionan un consumismo dañino y condiciones "leoninas" de pago a las empresas, por lo que no están capacitados para hablar de consumo solidario.
Carrefour
está incluido en la lista de puntos de venta y consumo de FLO y, en 2014, el Tribunal Supremo le dio la razón a sus trabajadores en el conflicto colectivo que mantenían con la empresa por la liberalización de horarios. El Corte Inglés, también señalado positivamente por el sello, fue acusado por Inspección de Trabajo el año pasado por el trato "abusivo y autoritario" a un empleado, y en 2014 denegó el traslado a un empleado cuya mujer padecía un cáncer.
Calderón desprecia las campañas de marketing de grandes firmas, que alardean de comercio justo cuando las cifras son ridículas. Pone el ejemplo de marcas como Nestlé, que optienen el 99% de su materia prima en plantaciones "injustas" y el 1% de explotaciones solidarias y se ponen la medalla en sus declaraciones de Responsabilidad Social Corporativa.
Todo ello amparado por el sello de la FLO. Garantiza la idoneidad de la producción, pero no garantiza la de la distribución y la venta, por lo que corresponde al consumidor informarse y decidir cuál va a ser su nivel de compromiso con la causa.
¿Qué tal está el comercio justo en España?
La situación del comercio justo en España es calificada por el integrante de Oxfam Juanjo Martínez como "desesperante". En el país se da una curiosa paradoja. Según un Eurobarómetro publicado en febrero de 2016 sobre cooperación internacional y ayuda al desarrollo, el 93% de los españoles consideran "muy importante" asistir a países más desfavorecidos. Líderes de la Unión Europea en el apoyo total contestando una encuesta por teléfono. Cuando la solidaridad se dirige al bolsillo, somos más prudentes. El mismo cuestionario muestra que el 52% de los encuestados de nuestro país rechaza pagar más por un producto, como los de comercio justo, que ayude al desarrollo de otro lugar. Y del 45% que sí lo aceptaría, solo un 8% consentiría un incremento en el ticket de compra de más de un 5%. Porcentajes muy inferiores a los de nuestros vecinos europeos.
El último informe de la coordinadora es referente a los datos de 2014 y se entiende la desesperación. Reseña que en el citado año el gasto anual por habitante en España fue de 71,3 céntimos de euro en tanto que el consumo per cápita en la Unión Europea es de 10,74 euros. El principal factor que influye es que la mayoría de españoles desconoce qué es el comercio justo. "Cuando le preguntamos a la gente nos hace referencia a El Precio Justo, el concurso de televisión" ríe resignado Calderón. En países europeos como Reino Unido o Países Bajos el grado de conocimiento supera el 70%.
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No se compra porque no se conoce, ¿y por qué no se conoce? Martínez apunta a razones culturales. "En el centro y el norte de Europa cuentan con un tejido social que lo propaga fácilmente. Aquí ha sido más complicado". Además, mientras que en el Reino Unido el comercio justo apareció en los 50, en España solo se empezó a hablar de él a partir de los 80.
El activista de Oxfam Intermón celebra que el sector privado y las grandes empresas multipliquen los puntos de venta. El vicepresidente de Sodepaz, sin embargo, suma a su pena por lo minoritario del mercado la desaparición de pequeñas y genuinas tiendas de comercio justo, absorbidas por la crisis económica y por la competencia de los hipermercados.
La lucha está lejos de agotarse, pero hay un deje de lamento en las palabras de estos responsables, porque saben que tienen entre manos un producto muy atractivo que no termina de despegar. "La gran mayoría de las personas que consumen café por la mañana", opina Martínez, "no tendrían ningún problema en tomar un café natural y molido, de igual o mayor calidad, y tener la certeza de que promueven un modo de vida justo, sostenible y digno para personas del Sur. Solo pagando un poco más". Los agentes en favor del comercio justo no piden colas enormes en los negocios ecologistas. Solo que la gente pueda elegir ser partícipe o no de la injusticia, porque el conocimiento es libertad. Y ya de paso, que escojan el camino correcto.
El comercio justo pelea por su reconocimiento y valoración. El movimiento, de origen incierto, nació para garantizar que los productos que consumimos en Occidente bajo su abrigo se trabajen por artesanos, agricultores y manufactureros del Sur con condiciones saludables, democráticas, dignas y, en resumen, justas. El pasado 14 de mayo fue su Día Mundial y, pese al esfuerzo de las asociaciones que lo difundieron, pasó desapercibido para muchos españoles, cuyo escaso conocimiento de causa es sorprende en el contexto europeo.