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En las últimas semanas se ha acumulado la publicación de varios estudios que le ponen cifra al coste en vidas humanas que implica la contaminación atmosférica. Ya conocíamos la relación entre muchos de los problemas de salud que achacan a las sociedades modernas y la escasa calidad del aire. Pero cuantificar su efecto es una tarea laboriosa, complicada y, para pesar de los investigadores, inexacta. Aun así, los números son altos, demasiado altos para el espacio que tiene este problema en medios, en el debate público y en las prioridades de muchos políticos. Es otra cuestión de salud pública, pero invisibilizada: "Hay un desconocimiento total", lamentan los investigadores.
Las cifras. El último estudio publicado pertenece a la revista Environmental Research y determina que una de cada cinco muertes en el planeta se deben a la contaminación "causada por combustibles fósiles". Sin embargo, la investigación deja fuera los dióxidos de nitrógeno (NO2), uno de los gases nocivos más comunes, y se centran en las peligrosas partículas en suspensión de 2,5 micras de grosor o menos (PM2,5). No hace referencia al dióxido de carbono, el CO2, un gas de efecto invernadero culpable del cambio climático, pero no tóxico en concentraciones normales (lo exhalamos al respirar). Según este trabajo, liderado por la Universidad de Harvard y el University College de Londres, 44.603 personas mayores de 14 años mueren cada año en España por culpa de las PM2,5, el 10,7% del total. Unos días antes, The Lancet Planetary Health aseguró que, si las principales economías del mundo se pusieran en serio con la acción climática, no solo evitaríamos el calentamiento global, sino que nos ahorraríamos 1,6 millones de muertes en todo el globo debido a la mejora de la calidad del aire.
A finales de enero, otro estudio de The Lancet Planetary Health colocó a Madrid como la ciudad europea con más carga de mortalidad por otro de estos gases tóxicos: el dióxido de nitrógeno. Es la urbe del continente en la que más gente muere por este motivo. Por encima del resto de masificadas capitales colindantes. Los investigadores calcularon que, si la ciudad lograra situarse a los niveles de la ciudad menos contaminada de las analizadas, se evitarían 2.380 fallecimientos al año. Y 4.627 si se limitaran las partículas en suspensión. En total, casi 7.000 decesos evitables, casi la mitad de los muertos por covid-19 en la comunidad hasta la semana pasada. Por otro lado, la Agencia Europea de Medio Ambiente calcula que, teniendo en cuenta todos los gases tóxicos, 30.000 personas mueren por containación atmosférica al año en el país; estudios realizados en España se quedan en 10.000.
Los números no coinciden, ¿a qué se debe? Julio Díaz, perteneciente al Grupo de Investigación en Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III y una de las eminencias del país en cuanto a calidad del aire y salud, explica que su cifra, de 10.000 fallecimientos al año en España por contaminación, es de mortalidad directa. Comparando los picos de polución con los ingresos en UCIs y fallecimientos y haciendo un trabajo de campo muy local, contando con múltiples factores, con una precisión de la que carecen estudios más globales. Más allá de la mortalidad, el investigador asegura que sustancias como el NO2 y las partículas "tienen impacto en múltiples patologías. Cáncer de pulmón, de mama, enfermedades neurodegenerativas, trastornos del aprendizaje, enfermedades endocrinas como la diabetes... A todas esas cosas hay que empezar a darles importancia. Tienen un coste sanitario y social enorme".
A mismos niveles de concentración, las partículas en suspensión, sobre todo las más pequeñas, son el contaminante atmosférico más peligroso. Afectan al sistema cardiovascular, al respiratorio, al nervioso y al reproductor. Pero en las grandes ciudades españolas, las afectadas por el fenómeno, hay mucho más dióxido de nitrógeno que partículas: por lo que más gente enferma y muere por el NO2. Tiene más "mortalidad atribuida", en palabras de Díaz, que ofrece más números: de esos 10.000 fallecimientos directos, 6.200 son debidos al NO2, 2.600 a partículas y el resto a otras sustancias como el ozono. Ambos contaminantes son generados por las calefacciones antiguas y, sobre todo, por el tráfico rodado: los vehículos de gasolina y, sobre todo, los de diésel emiten estas sustancias.
Relación con el covid-19
Sabemos que la contaminación genera o agrava enfermedades como el asma o la obstrucción pulmonar crónica (EPOC). Pero... ¿y el covid-19? Parece razonable pensar que sí, dado que el SARS-CoV2 genera una neumonía en la que los pulmones se ponen a prueba, pero aún faltan estudios. Así lo afirma la neumóloga y coordinadora de Medio Ambiente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ), Isabel Urrutia. "Tiene su razonamiento fisiológico. Los niños que viven en construcciones con materiales peligrosos mueren más de infecciones respiratorias. Hay justificación, pero no se puede asegurar". Su organización está inmersa en un estudio que contará con la contaminación atmosférica como factor de riesgo.
Estudios realizados durante la primera ola señalan, incluso, a una correlación entre las zonas más contaminadas y las de una mayor transmisión del virus: Madrid, el norte de Italia o algunas regiones de China, como ejemplo. Pero no tiene por qué implicar causalidad: y más, teniendo en cuenta que las ciudades con más polución suelen ser entornos altamente masificados, donde las clases bajas se hacinan, y donde el patógeno se mueve como pez en el agua. Y ese es solo uno de los múltiples factores que intervienen en la transmisión. "Esa relación está en un estado prematuro", asegura la investigadora. "Sabemos que las partículas muchas veces vehiculizan patógenos", es decir, que el coronavirus podría utilizarlas para mantenerse más tiempo en el aire. "Pero es pronto", insiste.
¿Y qué estamos haciendo?
A principios de 2020, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, aseguró que "nadie ha muerto" por la contaminación atmosférica. Una afirmación falsa, a la vista de la evidencia científica. El alcalde de la capital, José Luis Martínez-Almeida, pudo formar Gobierno tras las últimas elecciones municipales gracias a la promesa de que eliminaría Madrid Central, la zona de bajas emisiones de la ciudad, pese a la evidencia de que su implantación ha bajado los niveles de polución tanto en el centro como en barrios adyacentes y periféricos. Tras el primer confinamiento, y ante la evidencia de que el transporte público no era la mejor de las opciones, la urbe fue de las que menos apostó por la bicicleta, abriendo nuevos carriles provisionales o definitivos, en comparación con otros núcleos europeos.
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Tras la obvia bajada de la polución en toda España durante el primer estado de alarma, Madrid y Barcelona volvieron a niveles de contaminación preconfinamiento en noviembre, pese al mantenimiento del teletrabajo en muchas empresas y el descenso de la actividad económica por las restricciones. Granada, que en varios rankings de polución ocupa el tercer lugar, ha devuelto a los vehículos contaminantes un carril dedicado antes en exclusiva a bicicletas, patinetes y transporte público, pese a que los responsables políticos reconocieron que la iniciativa funcionó.
Este problema de salud pública, que causa 10.000 muertes directas al año en España y muchas más indirectas, no se aborda como una crisis. Y hasta la publicación en el BOE de la Ley de Cambio Climático, que obligará –si la negociación en el Congreso no lo evita– a la creación de zonas de bajas emisiones en municipios medianos y grandes, no hay una estrategia de país: cada ciudad hace lo que puede o lo que quiere. Valladolid, Vitoria, Pontevedra o Sevilla son ejemplo, apostando por la bicicleta, la peatonalización masiva o la retirada de espacios a los coches. Pero no es suficiente. A juicio de Díaz, falta mucha concienciación, aunque se han dado pasos. "En el año 1998 publicamos el primer artículo que relacionaba contaminación con mortalidad. Nos dijeron que éramos unos alarmistas. Pero ya nadie duda de que la contaminación es un problema de salud pública".
"Ahora bien, hay un desconocimiento total" –continúa–. "Falta mucha educación ambiental. Si la gente no sabe por qué se toman medidas contra la contaminación, si no sabe que está en juego su salud, difícilmente va a aceptarlas". Coincide Urrutia: "No hay ninguna concienciación. Hay que hacer una divulgación científica tranquila y seria. Pongo el ejemplo del tabaco: los compañeros del área de tabaquismo han hecho mucha labor de concienciación. Ahora parece de ciencia ficción que un médico fume en la consulta". Este año está dedicado a la calidad del aire en Ssepar, por lo que multiplicarán su labor informativa. El objetivo, explica la experta, es que "esto impregne" y que la sociedad civil exija un cambio de rumbo en el abordaje de esta enfermedad pública.
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