Partido Popular
La convención del PP llega a su desenlace sin ideas nuevas tras una semana de tropiezos
Cinco días, cinco ciudades, cuatro presidentes autonómicos —Isabel Díaz Ayuso se ausentó de la jornada madrileña— y una ristra de exmandatarios internacionales para “calentar”, en palabras de sus organizadores, la convención nacional del PP que, en puridad, no dará comienzo hasta este fin de semana en València.
El equipo de Pablo Casado diseñó la convención bajo una premisa —abrirse a la sociedad y escuchar otras voces para ampliar la base social y política del partido— y dos objetivos: rehacer el proyecto político conservador y, sobre todo, relanzar la figura de su presidente con la vista puesta en las decisivas elecciones de 2023.
La primera fase de la convención no salió como estaba prevista. En realidad se convirtió en un campo de minas. Y eso que, a priori, cabía esperar cierta sintonía por parte de todos los invitados que aceptaron intervenir en coloquios y mesas redondas convocadas en clave nítidamente partidaria, a pesar de la ausencia de símbolos del PP. La presencia de Nicolas Sarkozy, condenado en dos ocasiones por corrupción —la segunda decisión judicial tuvo lugar apenas unas horas después de intercambiar elogios con Casado— asoció de nuevo a los dirigentes del PP con las prácticas delictivas que ensombrecen el pasado de su partido y cuyos numerosos sumarios están todavía por resolver en los tribunales de justicia.
La calculada escenificación del cambio de chaqueta política de Ciudadanos al Partido Popular del escritor e icono del neoliberalismo Mario Vargas Llosa apenas si tuvo eco después de escuchar al premio Nobel decir que lo importante de unas elecciones no es que los ciudadanos voten “en libertad” sino que lo hagan como a él le gusta, es decir, dando su apoyo a los partidos a la derecha del espectro político.
Las señas de identidad con las que el equipo de Génova buscaba remarcar sus diferencias con Vox —la defensa de la igualdad y del Estado Autonómico— se desinflaron rápidamente. La notable ausencia de mujeres en la mayoría de las mesas fue tan evidente que hasta una de las participantes en el coloquio sobre “feminismo liberal” lo denunció, para enfado de Belén Hoyo, presidenta del comité electoral del PP y encargada de moderar la sesión. Y el ímpetu recentralizador de Alejo Vidal Quadras, expresidente de Vox y vocacionalmente de regreso a la órbita de influencia del PP, dejó claro que los conservadores siguen sin resolver su relación con el Estado autonómico, al que a veces defienden como un modelo “de éxito” pero al que en otras ocasiones achacan determinados excesos, sobre todo en materia de lenguas cooficiales y autonomía educativa.
Eso sin contar el fuego amigo, que acabó llegando de donde Casado menos se lo esperaba: la ausencia de Ayuso en el acto de Madrid y la contraprogramación que desarrolló durante toda la semana en su gira por Estados Unidos anticipa la dura batalla que tendrá lugar en los próximos meses por el control del partido en la Comunidad de Madrid.
Las mesas, los coloquios y las conversaciones que se sucedieron desde el lunes en Santiago, Valladolid, Madrid, Sevilla y Cartagena no sirvieron al PP plantear ninguna novedad en el proyecto político del partido, en el que según Génova el equipo de Casado lleva trabajando desde hace meses. Al menos hasta ahora, porque la agenda de la convención reserva este fin de semana al PP una nueva oportunidad de hacer públicas propuestas concretas que, como anticipó en su día propio Casado, tomarán la forma de proyectos de ley redactados artículo por artículo y listos para ser aprobados en Consejo de Ministros en cuando los conservadores lleguen al Gobierno.
Este sábado será el día en el que los invitados salgan casi por completo de escena y hablen los dirigentes del partido. Especialmente los barones. Alberto Núñez Feijóo, Juanma Moreno, Isabel Díaz Ayuso —esta vez sí—, Fernando López Miras y Alfonso Fernández Mañueco tendrán una nueva oportunidad de cerrar filas con Casado o, como hicieron estos días los dos únicos que no dependen de Vox para gobernar —los presidentes de Galicia y de Castilla y León—, de hacerle ver su preocupación por la dependencia de los ultras.
La traca final
No habrá conclusiones hasta última hora del sábado. Será el último acto de la convención antes de la traca final, la multitudinaria cita del domingo en la Plaza de Toros de València, escenario de los grandes mítines históricos del PP, en la que el partido va a reunir a 4.000 personas. Una de ellas Francisco Camps, la imagen política más reconocible de la etapa de corrupción del PP en la Comunitat Valenciana.
Allí tomarán la palabra dos de los políticos que Casado ha señalado como sus modelos de referencia: el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, y el canciller austríaco, Sebastian Kurz. Dos representantes de la derecha que ganaron las elecciones después de asumir gran parte de las posiciones de los ultras de sus respectivos países. Y que, en el caso del líder austríaco, representa el ala más conservadora y contraria a avanzar en la construcción de la UE de todo el PP europeo, especialmente después de la salida del primer ministro húngaro, Viktor Orbán.
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La sucesión de invitados de primer nivel, prácticamente todos ya jubilados, sí sirvió para plantear el debate sobre la relación del PP con Vox. Algo que suscitó las reservas de algunos dirigentes, como Mariano Rajoy, Donald Tusk o Margaritis Schinas, pero no de otros, como José María Aznar, ni de los presidentes autonómicos que dependen de los ultras para poder gobernar. Y que en la práctica el PP ya ha resuelto negociando y consiguiendo el apoyo de Vox allí donde lo necesita, en ayuntamientos y Comunidades Autónomas.
Donde sí fueron todos unánimes fue a la hora de repetir invariablemente —haciendo gala del lema de la convención, Creemos— su convicción de que Casado conseguirá ser presidente del Gobierno de España.
Los discursos de los invitados y los traspiés de la organización sepultaron las escasas intervenciones del líder del PP durante estos cinco días. El turno de Casado llegará el domingo. Allí planea, según fuentes del partido, una arenga con la que quiere tomar la iniciativa y sentar las bases, con el permiso de Vox, de la reunificación del centroderecha.