Escuredo, el primero al que le dijeron "España se rompe" (hace más de 40 años)

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Patricia Godino

Al primero al que le dijeron España se rompe fue a Rafael Escuredo (Estepa, 1944). Al menos al primero después de muerto Franco.

Eso es lo que vino a escuchar el socialista en los despachos del Gobierno de la UCD cuando, como presidente del Gobierno de la Junta de Andalucía preautonómica desde junio de 1979, empezó a negociar en Madrid las condiciones para la autonomía andaluza que venía ya reclamándose en las calles desde las históricas movilizaciones del 4 de diciembre de 1977 en las que estuvieron todas las formaciones políticas menos Alianza Popular. El mensaje, en aquellos meses de construcción de un país que despertaba a la democracia, fue que no tocaba menear el avispero territorial.

Como abogado laboralista del despacho de la calle Capitán Vigueras de Sevilla, que es como decir la piedra rosetta del socialismo que tuvo mando en plaza después de Suresnes, Escuredo había compartido tarea con Felipe González. Y también fue ahí donde fraguó la relación con Ana María Ruiz Tagle, a la postre su esposa y pionera en la reivindicación de los derechos de las mujeres, a la vanguardia siempre en extender, desde el derecho, el ámbito de la violencia de género más allá de la pareja o el ámbito familiar.

Sus caminos siempre han sido distintos aunque unidos por el puño y la rosa: ahora Escuredo apoya sin fisuras la dirección actual del PSOE y Felipe, junto a Alfonso Guerra como reconciliada pareja de baile, representa el PSOE caoba que sirve de azote de Pedro Sánchez.

Hoy, por resumir, la razón es por la amnistía a los fugados del procés, ayer por el gobierno de coalición con Podemos y anteayer por retar al aparato del partido contra Susana Díaz en primarias.

Pero mucho antes de esta crónica reciente de las desavenencias del partido -el ruido de fondo es un clásico en el PSOE- tampoco el tándem González/Guerra estuvo del lado de Escuredo a la hora de priorizar y desarrollar el autogobierno que Andalucía votó el 28 de febrero de 1980.

Un poco de moviola: para cuando Escuredo llega a la presidencia preautonómica, tras la designación de Plácido Fernández-Viagas como presidente tras la muerte de Franco, hace apenas unos meses que se ha promulgado la Constitución Española de 1978, texto que consagra como regiones históricas a Galicia, Cataluña y País Vasco ya que estos territorios tenían aprobados o en tramitación sus estatutos de autonomía antes de la Guerra Civil.

La Constitución habilitaba, por la vía del artículo 151, mediante la celebración de un referéndum, que otras comunidades adquirieran este rango político que les brindaba mayores competencias. Un artículo incorporado al texto constitucional por empeño del sevillano Manuel Clavero Arévalo, catedrático de Derecho Administrativo y ministro de Cultura primero y luego de Regiones de la UCD, y el inventor de la fórmula "café para todos", que permitió dos logros de la España actual: la descentralización y el acceso al autogobierno de todas las regiones, más allá de sus diferencias históricas.

"Sin 151.1 y sin el referéndum andaluz, España habría sido territorialmente otra, casi con seguridad", valora Víctor Vázquez, profesor de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla.

Aquella gesta que los constitucionalistas llaman "una vía con legitimidad democrática agravada" sirvió, al fin, de inspiración y referente para el resto de territorios que después han accedido a su autonomía por la vía del artículo 143. Habrá competencias casi idénticas y otras no tanto pero no hay épica en su relato autonomista.

Quienes tienen memoria de aquel tiempo recuerdan que, como en tantos ámbitos, el factor humano y la personalidad de sus protagonistas fueron decisivos. "Rafael Escuredo supo ponerse a la cabeza de un movimiento que su propio partido se encargaría de cortar", opina Rubén Trujillano, profesor de Derecho en la Universidad de Granada y autor de Andalucía y la reforma constitucional (Almuzara, 2016), un libro que reivindica el papel de Andalucía en el actual diseño territorial del Estado.

"Tuvo la inteligencia y la valentía de entender que el ente preautonómico podía ser un instrumento fundamental para que el pueblo andaluz participase en el proceso constituyente. Antes de la Andalucía constitucional -la Junta, el primer Estatuto de 1981- hubo una Andalucía constituyente, que puso su sello desde las calles y desde la Junta preautonómica en la cuestión territorial y la cuestión social, entonces, y ahora, unidas".

También hubo otros muchos líderes políticos fajándose en la tarea, pero Rafael consiguió una suerte de efecto de proyección aspiracional, recuerdan distintas voces consultadas por infoLibre sobre aquel periplo por las comarcas más deprimidas, pueblo a pueblo, en el que fue convenciendo a los alcaldes y vecinos de que su futuro pasaba por alcanzar la autonomía.

"Andalucía era la de las manos encallecidas pero quería parecerse también a ese guapo, alto, de ojos azulísimos que hablaba de esperanza y dignidad", describe una buena amiga de aquel político criado en una familia de la Andalucía de interior ilustrada, no rica pero sí acomodada, lector voraz y dueño de un porte distinguido, que hoy, a sus 80 años mantiene.

En una tierra que hace de la metáfora su manera de estar en el mundo, la calle, la prensa, la época lo bautizó el lindacari, jugando con el lehendakari vasco. Andalucía aspiraba, no en vano, a alcanzar el estatus vasco.

"Hay que hablarle a la gente a la cabeza, no a las vísceras", recuerda hoy Enrique García, como jefe de prensa y su colaborador más estrecho que aconsejaba Escuredo.

Lo prioritario en aquellos momentos era explicar qué significaba tener más competencias en materia de educación y sanidad para un pueblo analfabeto que había sido mirado siempre desde arriba. Pero en Madrid no lo pusieron fácil; aquello, leían en la capital, era un invento de rojos peligrosos y a lo mucho que podía aspirar Andalucía era a una mancomunidad de diputaciones sin mucho ruido.

Finalmente, con la intermediación del rey Juan Carlos, Adolfo Suárez accedió a recibir al presidente de aquella Junta embrionaria y para cuando lo hizo el socialista tenía ya bajo el brazo el aval de más del 75% de los ayuntamientos andaluces. No había manera de dar marcha atrás.

"¡Qué gol le he metido!", es lo que recuerda García que escuchó de su jefe cuando salió de su reunión en Moncloa. Le dio una fecha: el 1 de marzo, "pero como aquel año era bisiesto y caía en fin de semana y en España no teníamos todavía la cultura de votar, lo adelantamos al jueves 28 de febrero". Y así fue como el último día del mes más corto del calendario se consagró como el día grande para Andalucía.

Con la fecha fijada, lo que vino después fue un rosario de zancadillas del Gobierno de Suárez, racaneando las asignaciones económicas y poniendo todos los medios, con la RTVE a la cabeza, en contra y con Lauren Postigo poniendo voz a la campaña en contra de la UCD: "Andaluz, este no es tu referéndum".  

Tal fue el boicot que Clavero, padre de ese artículo 151 y ministro de Suárez, hizo lo que se espera de quienes defienden la coherencia: dimitir.

Y Rafael Escuredo hizo lo que se hacía en las protestas a la antigua: una huelga de hambre de tres días encerrado en el Pabellón Real de la plaza América de Sevilla, entonces sede del Gobierno de la Junta, que le valió titulares como el "Gandhi andaluz" y la adhesión de un pueblo –incluido la confederación de obispos y el ABC- que terminó de comprender su lucha, que era la de todos.

Puso fin a esa protesta el 5 de febrero de 1980, 23 días antes de la consulta que, según la ley, necesitaba un respaldo masivo al .

Desde aquí, lo que muchas veces se ha escrito, sazonado con los recuerdos de parte y parte y las relecturas (quién apoyó más y mejor el 28F) de aquella jornada electoral de censos desviados de la realidad. Tal fue el sindiós del censo que los cronistas de la época escribieron que fue una jornada en la que estaban llamados a votar hasta los muertos y los niños. Un ejemplo lo ilustra: Escuredo no aparecía en su mesa electoral pero sí su hija Patricia, entonces, una niña de seis años.

Al final, sólo en Almería no se alcanzaría la mitad del censo a favor del artículo 151 por unos pocos miles de votos pero el triunfo del fue clamoroso.

La victoria de Escuredo

Conseguida la autonomía, agitada la bandera blanquiverde, ¿qué pasó a partir de entonces? Pues básicamente que se escuchó muchas veces eso de España se rompe, aunque con otras fórmulas.

En las primeras elecciones democráticas de Andalucía, Escuredo logró 66 diputados en una cámara de 109. Con ese registro puso los pilares para las mayorías que consiguió el PSOE andaluz convocatoria tras convocatoria y que convirtieron a este territorio en un feudo infranqueable para la derecha… hasta las elecciones de diciembre de 2018 en que se pierde la Junta de Andalucía y su papel en Ferraz.

Ese primer gobierno de Escuredo coincidió con la primera victoria de Felipe González con esos 202 diputados que se leyó desde Andalucía como el espaldarazo definitivo a las competencias autonómicas y a la construcción paulatina y sin descanso de un modelo federal en el que se reconoce el PSOE en los términos que figuran en la Declaración del Consejo Territorial de Granada del 6 de julio de 2013.

Pero no fue así. Como se abra ese melón, vendrán todas las demás después, era el mensaje que trasladaba en aquel momento Moncloa.  

Aquel primer gobierno andaluz de Escuredo, que diseñó con los mejores mimbres de la época, con dirigentes de la UCD, del PSA de Alejandro Rojas Marcos y con Amparo Rubiales como primera mujer en ocupar el cargo de consejera de la Presidencia, tenía un pilar: la reforma agraria y la modernización del campo.

"Era como nombrar a la bicha", recuerda Enrique García sobre el foco de conflicto permanente con el gobierno central de Felipe. Escuredo defendía con firmeza sus competencias, los presupuestos del campo y capacidad política. En Madrid, no estaban por la labor.

Víctima de las clásicas intrigas de partido

Para aquel PSOE de la época, Rafael unas veces era un socialcomunista radical que quería expropiarle las fincas a los terratenientes y otros un tibio a la cola de las reivindicaciones sociales que promovía el gobierno de Felipe.

Sin sitio en la dirección nacional y tampoco poder orgánico en el regional, víctima de las clásicas intrigas de partido, con un cacareado capítulo a cuenta de la construcción de un chalé que luego se diluyó, y de los rencores y celos –según quién sea la fuente- propios de las formaciones políticas, Escuredo dimitió.

Lo hizo horas después de entrevistarse con Alfonso Guerra, en febrero de 1984. Felipe no se puso al teléfono.

Recuerda estos pasajes -"Había gente que me tenía ganas"- en su libro Valió la pena. La lucha de Andalucía por su autonomía (Tirant lo Blanch, 2020), escrito al alimón con Juan Cano Bueso.

En el PSOE se usa mucho la expresión "cultura de partido" para explicar decisiones que, a ojos de un observador ajeno, pueden parecer incongruentes, poco valientes o incluso perjudiciales.

Escuredo, podría decirse, priorizó la lealtad a las siglas a un litigio público y sostenido en el tiempo con el Ejecutivo que lideraba su antiguo compañero en Capitán Vigueras. Dio un paso atrás.

Dimitió el 16 de febrero de 1984 y legó la presidencia de la Junta de Andalucía a su segundo, José Rodríguez de la Borbolla, Pepote, entonces guerrista, ambicioso en lo orgánico y hoy un histórico también alineado en las tesis de Felipe, Alfonso, Redondo, Leguina… y muchos de los que se dejaron ver en el Círculo de Bellas Artes en una noche profundamente jacobina.

En lo personal, la vida en la primera línea política acabó en aquel momento y su paso breve por el poder, aunque decisivo la construcción territorial, no ha servido para que se le reivindique en su justa medida aunque acumule premios y distinciones institucionalmente. Pregunte a un andaluz random de menos de 40 años…

Cuando dimitió, maliciaban los plumillas en sus crónicas, todavía había confusión en su apellido: Escuredo, no Escudero. Su figura y su legado se han silenciado en exceso, puede decirse sin caer en la santificación. Seguramente, porque su propuesta federal es, para muchos, un sinónimo de España se rompe.

Más allá de lo teórico está la piel, claro. "Es muy especialito, tiene sus cosas". Describen algunas voces que lo trataron mucho en aquella época sobre un abogado que después, con una larga carrera, ejerció de portavoz de la familia de Anabel Segura, aquel terrorífico caso del secuestro que marcó la crónica negra de los 90.

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Volcado en los estudios y actividades que impulsa la Fundación Andalucía, Socialismo y Democracia que preside, como escritor acumula una amplia obra.

Hace unos días presentó su última novela, Sombras de luz. La presentación en Sevilla, un día antes del de Guerra en Madrid, sirvió para reunir a todos esos socialistas que apoyan a la actual dirección y, sobre todo, que apoyan una idea: hay que dejar paso, como ha dejado escrito Luis Yáñez en una carta abierta titulada Conmigo que no cuenten que se ha viralizado entre la militancia. A la sazón, Yáñez un histórico del PSOE que está en esa foto de la tortilla hecha con la cámara de Pablo Juliá. "Ni existe una traición a la transición ni la democracia están en peligro, abandonemos los egos y aceptemos que nuestro tiempo pasó"

Es el mismo sentir que las palabras de Escuredo en sus redes sociales en las últimas horas: "La transición política fue necesaria, y estuvo francamente bien, pero no por ello deja de ser pasado. Y vivir del pasado, en política, suele ser fruto, por lo general, de quienes perdieron el poder y lo siguen añorando. Por último, sobre la Constitución española, cabría decir que fue una página brillante de nuestra historia reciente; si bien como cualquier otro texto constitucional de los que en el mundo han sido, podría y debería ser reformado, cuando toque".

Al primero al que le dijeron España se rompe fue a Rafael Escuredo (Estepa, 1944). Al menos al primero después de muerto Franco.

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