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Begoña Gómez cambia de estrategia en un caso con mil frentes abiertos que se van desinflando

España afronta el riesgo de que los discursos de ultraderecha intoxiquen a otras fuerzas políticas

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1975, el año en que Margaret Thatcher es elegida líder del Partido Conservador y Bill Gates funda Microsoft, es también el año en que Francisco Franco firma sus últimas cinco ejecuciones y en que Juan Carlos I asume la jefatura del Estado (octubre) como sucesor "a título de rey" del general poco antes de su muerte (noviembre). En un mundo que empezaba a gestar cambios políticos y económicos de amplio espectro, España era aún una dictadura ultraderechista mirada con desdén por toda Europa, incluidos los vecinos de la Francia de Giscard d'Estaing y el Portugal postsalazarista. La España nacionalcatólica era el último vestigio del fascismo en pie en la vieja Europa.

2018. Una miríada de populistas de extrema derecha hacen su agosto en medio mundo, incluidas grandes potencias y democracias históricas. Muchos gobiernan o tienen opciones de hacerlo. Si no gobiernan, son fuerzas en auge. Trump en EEUU, Le Pen en Francia, Wilders en Holanda, Salvini en Italia, ahora Bolsonaro en Brasil. Y hay más: la Unión Cívica Húngara de Orbán; la AFD en Alemania, que converge con el movimiento antiislamista Pegida; el UKIP, que tanto contribuyó al brexit; Ley y Justicia en Polonia; el Partido de la Libertad en Austria... ¿Y en España, viejo bastión de la ultraderecha? Aquí no.

Los ideólogos de ese nuevo proyecto que algunos caricaturizan con el nombre de "Internacional Nacionalista", a cuya causa se presta el gurú Steve Bannon, se rascan la cabeza preguntándose qué pasa en el antiguo feudo de Franco. Y por qué en el quinto país más poblado de Europa, reserva espiritual de occidente, vecino de África, donde además la crisis ha sido brutal y los abusos de las élites han quedado al descubierto desde el rey emérito para abajo, no brota una fuerza populista, nacionalista, de extrema derecha, antiinmigración y antiglobalización que admitir con honores en el club de los nuevos agitadores del resentimiento.

Las respuestas llevan años circulando en papeles académicos, análisis sociológicos e hipótesis políticas. No son respuestas unívocas. Es más, ni siquiera las preguntas lo son. Hay quien no acepta la premisa de que en España no hay partidos de ultraderecha e inscribe ahí al PP y a Cs. Los encuestados por el CIS sitúan al PP en el 8,2 y a Cs en el 7,1 de la escala ideológica, siendo el 10 la extrema derecha. Lejos del centro. Pero son dos partidos que, pese a haber entrado en un círculo de competición por el voto conservador que está radicalizando sus posiciones en asuntos como la inmigración, están alejados del universo Bannon en cuestiones esenciales. No son aislacionistas, ni antiélites, ni estructuralmente islamófobos, ni contrarios a la UE. De modo que la pregunta sobre la inexistencia de un partido de ultraderecha fuerte sigue vigente.

Oferta y demanda

En cuanto a la respuesta, la investigadora del Real Instituto Elcano Carmen González, catedrática de Ciencia Política de la UNED, ofreció el pasado año una respuesta en su artículo La excepción española: el fracaso de los grupos de derecha populista pese al paro, la desigualdad y la inmigración. Su explicación se volcaba en tres puntos: la demanda política (lo que los ciudadanos quieren oír), la oferta (lo que los partidos les prometen) y el marco (las reglas de juego electoral y la agenda). En cuanto a la demanda, "los datos muestran [..] que sólo una parte pequeña del electorado español se identifica con las posiciones más a la derecha", señala. "Los españoles son en su mayoría defensores de la UE y la globalización", añade.

A esto se suma una identidad nacional comparativamente "débil", estigmatizada por décadas de abuso simbólico del franquismo. "Otros países europeos vivieron regímenes autoritarios durante el siglo XX y, sin embargo, ahora son cuna de prósperos movimientos nacionalistas y xenófobos. La clave de la peculiaridad de España, compartida con Portugal, es que ese pasado autoritario es reciente", apunta. Los países comunistas, que apelaron durante la Guerra Fría al internacionalismo para aliarse con la URSS, sufren hoy como reflujo un auge de los nacionalismos quintaesenciados. España no.

¿Y la oferta? El soporte ideológico de la extrema derecha en España ha sido el falangismo, sostén ideológico del primer franquismo, que quedó "obsoleto" tras la Transición, explica la autora. A casi nadie interesaban los nostálgicos del franquismo, más aún cuando había una fuerza política potente (AP, luego PP) que permitía incorporarse al nuevo marco sin renegar del anterior. Esta contradicción se agudizaba con debates como los aflorados con la memoria histórica, pero no llegó a desagregar la identidad derechista, cohesionada desde José María Aznar en torno al PP y que sólo se ha escindido durante la etapa de Mariano Rajoy en la Moncloa (2011-2018), marcada por el conocimiento de casos de corrupción y la crisis en Cataluña, factores que han dado alas a Ciudadanos. González destaca que la inmigración no se ha convertido en el elemento capital del debate político. A pesar de la creciente preocupación por la inmigración, el rechazo al fenómeno "sigue muy por debajo de la media europea", apunta.

El factor Cataluña

Este terreno descrito en 2017, ¿persiste hoy? La interrogación es pertinente, sobre todo al hilo del lleno de Vox en Vistalegre, corolario de un crecimiento del partido liderado por Santiago Abascal en las encuestas. Nada espectacular, desde luego. El CIS de septiembre le da un 1,4% de estimación de voto, dos décimas menos que al Pacma. Pero suficiente para salir del cajón de los "otros partidos", desde donde mira con envidia toda la caterva de partidos ultras que no han logrado, como Vox, auparse a las portadas: Democracia Nacional, Familia y Vida, España 2000, Alternativa Española... ¿Nos ha deslumbrado el neón de Vistalegre o hay algún cambio cualitativo con respecto al diagnóstico de 2017 que haga pensar que puede florecer un populismo ultraderechista?

"En lo esencial", responde Carmen González a infoLibre, "creo que las circunstancias de antes siguen vigentes hoy". Pero matiza que hay un elemento nuevo: el recrudecimiento de la crisis en Cataluña, que ha acabado disparando un "aumento de la expresión de españolidad, antes reprimida". La celebración del referéndum, la huida de Carles Puigdemont, el discurso independentista según el cual España llega a duras penas a ser un remedo de democracia... Son factores que han calentado la olla nacionalista española. PP y Cs compiten en mensajes de mano dura desde hace un año, pero la dinámica se ha recrudecido con el ascenso a la presidencia del PP de Pablo Casado, que pretende recuperar terreno con propuestas como la suspensión indefinida de la autonomía catalana o la ilegalización de los partidos independentistas.

"Zona de aquiescencia"

No obstante, el ascenso de Casado, adscrito al catolicismo político tradicional, admirador de Aznar y que se dice altavoz de "la España de los balcones", no ha neutralizado a Vox, que es ahora cuando gana protagonismo. El sociólogo Imanol Zubero afirma que "es un error situarse de antemano en el escenario de que ya está pasando todo lo que podría pasar", en referencia a la idea de que Vox eclosione electoralmente. Zubero cita a la politóloga Pippa Norris, que asegura que el gran peligro de la derecha radical no está tanto en su potencial autónomo, como en que las demás fuerzas "compren su discurso". Que se abra lo que se llama "zona de aquiescencia". "Así no los frenas, los legitimas", asegura. Casado afirma compartir "muchas ideas" y "muchos principios" con Vox.

El problema es que el orgullo nacionalista, una vez desatado, no admite gradaciones. Lo decía el profesor de Harvard Yascha Mounk en El pueblo contra la democracia (Paidós, 2018). El nacionalismo es "un animal medio salvaje, medio domesticado". "Mientras lo tengamos bajo control, puede ser tremendamente útil [...]. Pero siempre amenaza con liberarse de las restricciones. Y si logra zafarse, puede ser letal". Esa es una de las cartas de Vox: la apertura de una competición a ver quién es más nacionalista. Ahí su partido siempre va a subir la apuesta. Su otra baza es la tendencia de los medios a concentrar atención en fenómenos nuevos, lo que dispara su popularidad en un circuito que ya se ha visto antes en Estados Unidos, Francia y Reino Unido. Para aprovechar esa oportunidad, Abascal necesita retener el foco que ha ganado en Vistalegre. Al precio que sea. Y parece que lo sabe. Desde el mitin Abascal ha cargado contra los "medios lacayos y progres" –puro Trump–, ha amenazado al número dos de Podemos, Pablo Echenique, de origen argentino, con echarlo de España si llega al poder, y ha mencionado a Alberto Garzón en un tuit llamándolo "piji-rojo". Garzón, por cierto, le ha respondido.

Un 2,2% de extrema derecha

Que los demás partidos y los medios le hagan el juego y multipliquen la atención: esa es una vía de crecimiento de Vox, que tiene más margen en la televisión que en el mapa político y social. Porque es verdad que la percepción de Cataluña como problema está alta. Un 13% mete el independentismo catalán entre los tres principales problemas. Pero lo ha estado mucho más. En octubre del año pasado estaba en un 29%. Además Cs ya está ahí antes que Vox pidiendo mano dura en Cataluña y contentando al grueso del electorado españolista. Hay más factores que limitan a Vox. En el CIS sólo un 2,2% de la población se autoubica entre el 9 y el 10 de la escala ideológica, un lastre para un partido cuyo líder afirma llevar orgulloso en la pechera el apelativo de "facha".

Esto no significa que no haya elementos objetivos para pensar que Vox puede crecer. Jaime Miquel, investigador del comportamiento electoral, lleva más de un año advirtiendo de su potencial de crecimiento, sobre todo a costa del PP, a lomos de su discurso a favor de la supresión de las autonomías. Discursivamente ahí Vox llega donde no llegan el PP y Cs. Y no es terreno baldío. Un 19,9% de los españoles quiere una España sin autonomías. Aunque esto tampoco es nuevo. El máximo está en 2014. A Vox le queda además lidiar con la contradicción que supondría presentarse a las autonómicas siendo antiautonomista. Consultado por infoLibre, el partido de Abascal no aclara si concurrirá a las elecciones andaluzas. En 2015 sí se presentó.

Inmigración: realidad (8,8%) y percepción (23,1%)

La otra veta que explota Vox, en plena sintonía con los ultraderechistas europeos, es la inmigración. Ahí tiene con diferencia el discurso más duro. Un 15,6% de los españoles considera la inmigración uno de los tres principales problemas. Es una línea que va claramente al alza. Hace un año era un 2,8%. Pero, ojo, en 2006, con la crisis de los cayucos, el porcentaje superó el 59% y no surgió ninguna ultraderecha. "El rechazo a la independencia es común a otros partidos, así que donde Vox se quiere diferenciar es en la inmigración. Lo que le dificulta el éxito electoral es que la inmigración no es de los grandes problemas", afirma Carmen González. El Eurobarómetro de junio señaló que, mientras el 38% de los europeos consideran la inmigración el principal problema de la UE, en España el porcentaje sólo llega al 6%.

Pero las implicaciones políticas de la inmigración son un tema más complejo de lo que aparenta. La ecuación "a más inmigración, más preocupación por la inmigración" no siempre vale. Las relaciones causa-efecto no son las obvias. Mounk analiza en El pueblo contra la democracia cómo cómo el voto xenófobo a Trump es menor en zonas con menos inmigrantes. El 48,6% población vota a Trump en el blanquérrimo condado rural de Trinity, con un 3,4% de inmigración, mientras en las urbes híper mestizas su apoyo es mucho menor. La AFD es fuerte en Sajonia, una de las áreas más étnicamente homogéneas de Alemania. Mounk cita una larga lista de estudiosos, desde Gordon Allport hasta Thomas Pettigrew, que acreditan que "el contacto habitual con minorías puede reducir el prejuicio hacia estas".

Es decir, no está tan claro que sea necesario vivir un problema con la inmigración para que un elector le dé su voto a un xenófobo. Un informe de Funcas con datos de Eurostat señala que los españoles creen que en el país hay un 23,1% de inmigrantes, casi una cuarta parte, cuando en realidad es un 8,8%. Hay estudios científicos que demuestran además que estas ideas preconcebidas no se doblegan ante la evidencia de los hechos, ni siquiera aunque las personas conocen esos hechos, como detalló El País en un reportaje del que se concluía que situar la inmigración en el eje del debate público es favorable a un partido antiinmigración, digamos el Frente Nacional, al margen de que la mayoría de los medios publiquen que el Frente Nacional no tiene razón.

Es el marco, tanto como el contenido, lo que determina las impresiones. Si el marco se desplaza a las áreas de interés de la extrema derecha, puede verse favorecida. Inmigración, seguridad, terrorismo... Y eso al margen de que la inseguridad o el terrorismo internacional sean considerados uno de los tres problemas más graves por el 3,9% y por el 0,6% de la población. Si se abren hueco en los telediarios, Vox entrará con ellos como defensor de una postura maximalista. El sociólogo Jorge Galindo tiene claro que la variable "atención dedicada" es fundamental. Y por eso pide "cautela" en los análisis. "Hay que tener cuidado diciendo 'las circunstancias han cambiado', o 'la cuestión catalana abre una ventana de oportunidad'. No son afirmaciones neutras. Si decimos que Vox puede crecer, podemos favorecer que crezca", afirma. Así es la política en la era de la posverdad. Pero Galindo pone límites. "Hay una discusión abierta sobre si es necesario un problema objetivo de inmigración [para que fructifique un discurso antiinmigración]", señala. Él se inclina a pensar que sí, citando un reciente trabajo sobre inmigración y nacionalismo en Europa, pero señala que es una cuestión abierta a controversia.

La paradoja de las ayudas

Galindo, al igual que Carmen González, se ocupó de los porqués de la inexistencia de un referente de la extrema derecha en un artículo el año pasado. No le convence la idea de que pesa el legado franquista. "No queda nada claro el mecanismo por el cual una dictadura que fue resuelta con la muerte del líder y no por una revolución, siguiendo una transición que incorporó no pocos elementos del régimen anterior a la vida democrática, provoca una ausencia y no una presencia de la extrema derecha[...]", explica. Cree que el "argumento Podemos", según el cual la emergencia del partido morado en 2014 bloqueó a la extrema derecha, tampoco es convincente, "en tanto que la base de voto de Podemos se encuentra entre jóvenes urbanos de clase media con un marcado perfil ideológico de izquierda". Galindo se centra en dos claves: 1) la inexistencia de una oferta capaz, es decir, el hecho de que no ha habido un emprendedor político exitoso y hábil (y está por ver si Abascal lo es); y 2) el hecho de que el potencial votante ultra se sitúe en en España en un perfil sociológico poco dependiente de ayudas públicas.

"Los segmentos más susceptibles a simpatizar con los valores de la derecha reaccionaria han estado comparativamente poco expuestos a la crisis económica en España", escribe Galindo en 2017. Esto conecta con una idea utilizada en ocasiones para explicar la falta de emergencia de la extrema derecha en España. La fragilidad de las políticas sociales es tal que no hay una reacción xenófoba de las capas populares ante el miedo a que los inmigrantes les quiten las ayudas. Carmen González cree que es una clave de mucho interés. "Es importante. En España apenas hay política de vivienda pública. En Reino Unido sí. O en Francia. Lo que hoy son las banliueues francesas fueron originalmente construidas para trabajadores franceses", explica. Conforme han sido sustituidos por inmigrantes, han surgido tensiones. Aquí la híper mercantilización de la vivienda ha tenido como contraparte que no se han formado guetos. Menuda paradoja: la fragilidad de la protección social como explicación –parcial– del freno a la ultraderecha.

Hombres blancos cabreados

¿Qué opina el sociólogo Imanol Zubero sobre la idea de la falta de competencia por los recursos? Es una "hipótesis", dice. Pero nada desdeñable. "En los países nórdicos, donde tienen Estados del bienestar fuertes, apenas los han tocado. A cambio, han hecho un cierre étnico. En los países del sur, en cambio, los Estados del bienestar se han precarizado", reflexiona. Y añade: "Un rasgo de la economía española es que la propia precariedad del mercado de trabajo puede favorecer a su vez la integración. Una integración precaria, claro. Pero hay otros mercados de trabajo donde no hay punto medio, o te integras o no", expone. Zubero cree que hay un "humus" que puede favorecer a Vox, basado en los típicos elementos que han permitido el ascenso de fuerzas que apelan a los llamados "perdedores de la globalización". Se trata de esos angry white manhombres blancos cabreados– echados en brazos de Trump que se sienten "ninguneados", ven amenazado su futuro y su identidad y saltan contra una masa informe donde caben las élites, el feminismo, la izquierda, Soros, los medios...

Ahí es donde Zubero cree que hay que mirar. "No estamos en un momento previo a la formación de un Frente Nacional, ni en una fase Trump. Ahora es cuando tenemos tiempo de pensar las cosas bien. Empieza a aparecer un cierto perfil de personas con menor tolerancia a la inmigración. Hay que estudiarlo. Hay que enhebrar un hilo entre el discurso impecable de los que vivimos en la Universidad y hablamos de tolerancia y ese otro discurso que surge en los barrios", explica. Y ese discurso que propone Zubero no consiste en imitar a Vox, o decir lo mismo con otros fines, sino en apelar a identidades diferentes. "Precarios del mundo, uníos", resume Zubero. Aquí nos plantamos en un debate crucial de la izquierda: ¿Debe volver a la apelación directa a la clase trabajadora para desbordar a las derechas, sean extremas o no, o jugar la partida de la diversidad?

Más juntos, pero no más

Desde la izquierda habla el sociólogo del trabajo Jaime Aja, profesor de la Universidad de Córdoba, que advierte contra la tentación de una sobrerreacción. Para empezar, dice, hay que desmentir el tópico de que la izquierda siempre ha estado dividida y la derecha unida. "El sistema electoral fue diseñado para evitar fragmentaciones. Y además se convocaron dos elecciones generales antes de las primeras municipales [1979], para evitar la dispersión. A pesar de todo, hasta Aznar hubo dispersión", recuerda Aja. Antes de Aznar hubo ultraderecha. Blas Piñar consiguió escaño por Fuerza Nueva en 1979. Y ha habido aventureros de sesgo populista o ultraderechista: el inclasificable José María Ruiz Mateos logró dos escaños en las europeas del 89; Josep Anglada con Plataforma X Cataluña consiguió 67 concejales en las municipales de 2011. Eso además del magma alrededor del mundo del fútbol o de organizaciones oportunistas tipo Hogar Social. "El PP siempre ha conseguido que la extrema derecha se fracture. Ya en su momento Alternativa Española metía 2.000 o 3.000 personas en sus mítines, pero la fragmentación penalizaba", subraya Aja. A su juicio, la diferencia ahora está en que puede aglutinarse en torno a Vox. Pero eso hace que se puedan unir, no que sean más.

"Si miras la geografía electoral de Vox, se superpone con la histórica de Fuerza Nueva. Barrios como el de Salamanca, en Madrid, ciudades como Toledo, Granada, Zaragoza, con historia militar... Es una extrema derecha ultracatólica, racista como siempre, machista como toda la vida, y muy liberal en lo económico", afirma. Aja cree que su espacio es reducido y que la histeria es mala consejera. Más peligroso, afirma, sería un modelo de extrema derecha "posmo", como las que hay en Europa, con tintes ecologistas y gay friendly y favorable a la gestación subrogada. "Pero Vox no es eso. Abascal es un Le Pen padre. Y a Le Pen lo echaron del FN", señala. Y apunta a que la derecha "posmo" está encarnada en Cs, aunque el partido naranja es proeuropeo. Cada país tiene un esquema. En España los rasgos de la ultraderecha que en otros países se concentran en un solo partido están divididos en tres, aunque en Vox se subliman.

La derecha recurre a la etiqueta del "populismo" para disfrazar el auge del discurso ultra

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La puerta de las europeas

El sistema electoral castiga a partidos pequeños con aspiraciones de obtener representación por primera vez como Vox. Su mejor puerta de entrada, como lo fue para Podemos, son las europeas de junio de 2019. Más que los escaños, lo relevante sería que lograra atención, que es el combustible del crecimiento. La batalla contra el populismo ni empezará ni acabará con las europeas. Durará décadas. El catedrático de filosofía política y social Daniel Innenarityya ha advertido que a la larga la defensa de la democracia requiere convicción en la defensa de los valores, resistencia ante la mentira y el desarrollo de una cultura política que reivindique el matiz, la moderación, la complejidad. "Nuestra decepción democrática tiene mucho que ver, por un lado, con la dificultad de las cosas, con la perplejidad ante situaciones inéditas y con que no estamos capacitados para procesar tanta complejidad. Entre las cosas que hacen más soportable la incertidumbre, nada mejor que la designación de un culpable", señala.

La ultraderecha pretende abrirse un hueco dirigiendo el dedo hacia el culpable extranjero. Está por ver hacia dónde acaba dirigiendo la mirada la sociedad española. Los antecedentes –Polonia, Hungría, Estados Unidos– indican que ni la atención excesiva, ni el pavor ni la imitación han servido. En España la ministra Magdalena Valerio ya ha admitido su "miedo" y Pablo Casado ha subrayado sus coincidencias con Abascal, que intenta sacar petróleo de sus minutos de televisión.

1975, el año en que Margaret Thatcher es elegida líder del Partido Conservador y Bill Gates funda Microsoft, es también el año en que Francisco Franco firma sus últimas cinco ejecuciones y en que Juan Carlos I asume la jefatura del Estado (octubre) como sucesor "a título de rey" del general poco antes de su muerte (noviembre). En un mundo que empezaba a gestar cambios políticos y económicos de amplio espectro, España era aún una dictadura ultraderechista mirada con desdén por toda Europa, incluidos los vecinos de la Francia de Giscard d'Estaing y el Portugal postsalazarista. La España nacionalcatólica era el último vestigio del fascismo en pie en la vieja Europa.

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