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“Imaginemos que en España gobiernan PP y Vox y tras unas generales pierden la mayoría y se abre la posibilidad de un gobierno de PSOE-Podemos y nacionalistas. El día en que se celebrara el debate de investidura, ¿imaginamos manifestaciones cerca del Congreso promovidas por Vox y el PP?”. Quien lanza la pregunta es el sociólogo Guillermo Fernández, autor de Qué hacer con la extrema derecha europea (2019). Y responde: “No resulta descabellado. Entre otras cosas, porque los elementos discursivos y simbólicos ya se han plantado y están creciendo. Son, por ejemplo, la consideración de ciertos partidos y combinaciones de gobierno como fuera de la legitimidad. Con un argumento: hay un bien por encima de todo, la supervivencia de la nación como algo sagrado anterior a los ciudadanos y a su voluntad; y hay una serie de partidos que pretenden enajenar ese bien. Por tanto, es legítimo hacer casi cualquier cosa para preservar ese bien”. "Quizás aquí –agrega Fernández– no veríamos a tipos con cuernos, pieles de oso y estética de chamán, pero aparte del mar de banderas de España, veríamos banderas de los tercios de Flandes y pequeños guiños a la estética imperial. Tampoco aquí el discurso sería tan cursi como el de Trump ('os quiero, sois muy especiales'), sino que tendría más bien guiños de tipo marcial, al Ejército o a la Reconquista”.
Fernández hace esta prospección con las retinas marcadas por el asalto al Capitolio. Son escenas que han impactado al mundo. ¿Cómo no? Tipejos armados irrumpiendo en la sede de la soberanía de la primera potencia mundial. Pero lo cierto es que el asalto había sido advertido como hipótesis verosímil por numerosos observadores. “Puede haber un debate en torno a legitimidad de las elecciones. Ahí va a haber jaleo”, decía el historiador Julián Casanova en junio. Eran muchos los que lo repetían: algo así podía pasar. O peor. Porque había –hay– un lecho social y político previo, una base armada con polarización y deslegitimación que no es ni mucho menos exclusiva de los Estados Unidos. Y que también existe en España.
Gana estos días vigencia un ensayo con trazas de clásico, El pueblo contra la democracia (2018), de Yashka Mounk. Su idea central es que vivimos un alarmante debilitamiento de las democracias liberales. Pero subraya: conviene aparcar el paralelismo con el ascenso fascista de entreguerras o el golpismo clásico. No, las democracias no mueren ya a manos de un grupo de generales rebeldes respaldados por el gran capital. Las democracias se “desconsolidan” poco a poco. Lo que vemos en en EEUU es un hito espectacular de esa "desconsolidación". Mounk: "Lo más probable es que la presidencia de Trump no sea más que la salva de bienvenida de una lucha más prolongada". No hay un Rubicón que separa la democracia de su opuesto. La democracia no se pierde, se va perdiendo. Tampoco se salva nunca del todo. El paralelismo al que acude Mounk es lejano: la caída gradual de la República romana. Tras un largo ciclo de choques civiles, tumultos e inestabilidad, "cuando los romanos corrientes tomaron por fin conciencia de que habían perdido la libertad de autogobernarse, hacía ya mucho tiempo que la República estaba perdida", escribe.
De modo que el mayor problema no es el asalto, sino su antes y su después. La revuelta golpistoide ni ha brotado de la nada ni cae en saco roto. Un 45% de los republicanos apoya la intrusión, según una encuesta de YouGov. Es más, los hechos del 6 de enero se insertan en una cierta dinámica mundial. Ahí está el ascenso del autoritarismo ultranacionalista, que suma figuras triunfantes como Trump, Bolsonaro u Orbán y otras en ascenso por toda Europa. Un estudio de Cambridge titulado Juventud y satisfacción con la democracia, que analiza las respuestas de más de 4,8 millones de encuestados de 160 países, desvela una creciente frustración de los millenials ante la democracia. La insatisfacción con el modelo está en cifras de récord, con un 57% de los encuestados declarándose “insatisfecho”, cuando hace 40 años era sólo un tercio.
¿Y en España? ¿Hay síntomas de “desconsolidación”? No es fácil medirlo. Pero hay un cierto consenso sobre los pilotos rojos a los que estar atento. El presente artículo toma como referencia los indicadores de instituciones como Freedom House y de recientes ensayos como El pueblo contra la democracia; Cómo funciona el fascismo y cómo ha entrado en tu vida, de Jason Stanley; Anatomía del fascismo, de Robert O. Paxton; Instrucciones para convertirse en fascista, de Michela Murgia; Antifa. El manual antifascista, de Mark Bray; y Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. El catálogo resultante de factores de riesgo, más graves cuanto mayor espacio político y social ocupen, sería este: polarización; desafección; señalamiento del adversario, convertido en enemigo, como ilegítimo o incluso como traidor; frágil aceptación de las reglas del juego –más en caso de derrota–; inclinación por las soluciones autoritarias; ataques a la prensa; uso sistemático de la mentira e incluso de la conspiranoia...
Polarización y desafección
A los fenómenos globales que han sacudido el mundo –globalización, Gran Recesión, digitalización– se suma el boom de las redes sociales. Estudios de la BBC, el Instituto Tecnológico de Massachussets y Folha de S. Paulo apuntan a un hecho desasosegante: la mentira se propaga más fácilmente que la verdad, lo cual dificulta un debate político razonable. A nada de esto es ajena España. Así lo ha explicado Juan Miguel Becerra, director de SW Demoscopia [ver aquí]: "La polarización política y social ya estaba ahí. ¿Qué ocurre ahora? Que el populismo identitario, el que señala siempre el problema en el que está enfrente, encuentra un filón en la inseguridad de la gente, sobre todo las clases más populares. La crisis sanitaria que ahora se convierte en económica se convierte en un nuevo activador".
Con toda certeza hay una fuerte polarización. Antes de la pandemia, España ya era el país más polarizado de Europa, según el artículo How Ideology, Economics and Institutions Shape Affective Polarization in Democratic Polities. Años de bloqueo político y casos de corrupción cebaron el fenómeno, acelerado por Vox. “La incorporación de la formación de extrema derecha […] supuso un aumento importante de la polarización”, escribe en Agenda Pública Mariano Torcal, catedrático de Ciencia Política. La pandemia ha recrudecido el problema y la polarización afecta cada vez más a las actitudes, como desvela el CIS.
La desafección también es potente. La última vez que el CIS lo preguntó, hace un año, un 49,5% consideraba que los políticos y los partidos eran uno de los tres principales problemas del país, récord absoluto desde el inicio de la serie. Hoy entre las cuatro preguntas que sitúan a los políticos en el punto de mira superan los 46 puntos, a los que cabría añadir los 16,9 puntos que se lleva la corrupción.
Adversarios ilegítimos
Leamos este llamamiento de Vox.
Es difícil reunir en menos espacio más pruebas de iliberalismo... La consideración como “ilegítimo" del Gobierno de Pedro Sánchez es el eje mismo de la estrategia de Vox y fue la base argumentativa de su moción de censura. Pablo Casado (PP) también ha utilizado esa idea, considerando a Sánchez “un presidente ilegítimo” porque “juró defender España y no lo hace”. Para el líder de Vox, el Ejecutivo no sólo es “ilegítimo”, sino que va “camino de ilegal”. Emparentada con la consideración de ilegítimo del ganador está la débil aceptación de las reglas del juego en caso de derrota, rasgo identificado por Levitsky y Ziblatt en como factor de retroceso democrático y que en España fue sublimado por el procés.
A juicio de Sergio Pascual, analista en la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la derecha española, por su antecedente franquista, “siempre ha tenido un ramalazo iliberal o antidemocrático, por decirlo con todas las letras, frente a las derechas europeas socialcristianas”. La pertenencia a la Unión Europea, según Pascual, ha ejercido como “tapón” del autoritarismo hasta que la generalización de partidos de extrema derecha en Europa y la subida al poder de Trump han "roto el cascarón". "Cuando se apunta al Gobierno como ilegítimo, se acude a un elemento típico de ese autoritarismo adormecido por las democracias occidentales", señala Pascual, que relaciona estos tics con los clásicos de las derechas latinoamericanas. Es lo que Guillermo Fernández llama la “venezuelización” de la derecha española.
Otra de las preguntas de Levitsky y Ziblatt para identificar proyectos "autoritarios" es esta: "¿Describen a sus rivales como subversivos o contrarios al orden constitucional?". Lo cierto es que es un recurso frecuente en España, donde PP y Vox ubican al Gobierno y sus aliados en el campo de “los enemigos de la nación" y “de la Constitución”. El sociólogo Iago Moreno apunta a Vox como el agente que aplica en España la estrategia de sistemática deslegitimación del rival: “Hay un paralelismo entre el comportamiento de Vox frente al Gobierno y el de la oposición argentina y mexicana. Sin que estos gobiernos hayan puesto en marcha ninguna transformación radical, Vox y sus equivalentes han adoptado un discurso desmedido de cerco y asalto, Se trata de trabajar sin contemplaciones por acabar con la legitimidad de cualquier institución democrática para preparar el terreno a un cambio de régimen. A la vista está el blanqueamiento que hizo Vox del golpe de Estado en Bolivia, su apoyo al intento de Trump de no reconocer la victoria de Biden”.
Adversario no, enemigo y traidor
"No se convierte uno en fascista sin un enemigo porque el fascismo, para proponerse, debe oponerse", escribe Murgia en sus Instrucciones. Es el santo y seña de Trump, que ve a los demócratas aliados con China, la gran enemiga de América. No es necesario que los enemigos sean precisos, basta con que inspiren miedo. "Los fascistas necesitan un enemigo demonizado contra el que movilizar seguidores”, escribe Paxton. Otra vez, es Vox quien mejor canta el libreto. Ve enemigos por doquier, todos aliados con el Gobierno de España: los "medios progres", los "traidores a España", el "lobby LGTBi", las "élites globalistas", Soros... La acusación más brutal contra el adversario ya convertido en enemigo, lo que culmina su ilegitimidad, es la de trabajar para potencias extranjeras. Desde su nacimiento, Podemos ha sido señalado como siervo de Irán y de Venezuela. Ahora Vox ha hecho extensiva esa acusación al conjunto del Gobierno. El añadido de “bolivarianos” a la acusación de “comunistas” aporta el ingrediente clave para trasladar la idea de “injerencia extranjera”, tomando las palabras de Iago Moreno. ¿Y a qué ha atribuido Rudolph Giuliani el “fraude electoral”? A una oscura intervención de Venezuela. Es una plantilla rellenada una y otra vez.
Volvemos a Guillermo Fernández, que observa en sectores de la derecha española una “actualización de la retórica de la España y de la anti-España”. “No me parece casual –afirma– que los insultos que se le hacen a Pablo Iglesias frecuentemente sean 'vete de aquí' o 'fuera'. Como si fuera un ser alógeno a la nación, Independientemente de que lo voten 2, 3 o 4 millones de españoles. Esos elementos retóricos, que son la base de lo ocurrido en Washington ('salvar América'), están aquí ya. Vox los pone en circulación diariamente, y algunos barones del PP como Isabel Díaz Ayuso toman el testigo sin problema". Fernández insiste en el contenido subyacente a los insultos a Iglesias a las puertas de su casa de Galapagar: “No se le llama 'ladrón' o 'sinvergüenza' como hacía la derecha clásica con Felipe González en los 90. A Iglesias se le dice 'fuera de aquí' e incluso a veces explícitamente se le grita 'fuera de España'. Este cambio para mí es importantísimo. Y es algo así como el líquido amniótico en el que se gestan acontecimientos como el del Capitolio”.
Ilegalización del contrario
Entre los “comportamientos autoritarios” sobre los que alertan Levitsky y Ziblatt también está la existencia de iniciativas para prohibir determinadas organizaciones. Casado ya defendía en 2017 la ilegalización de partidos independentistas, posición sobre la que no ha insistido como presidente del PP. Iván Espinosa de los Monteros (Vox) cree que "habría que analizar" si Podemos "tiene derecho a estar en el juego político". El partido de Abascal ha llevado al Congreso una propuesta para ilegalizar partidos independentistas. Jorge Buxadé afirmó que Vox, siguiendo la estela de Trump con Antifa, ilegalizaría el movimiento antifascista como "organización terrorista". ¿Más? Abascal ha llegado a amenazar a Pablo Echenique, de origen argentino, con "hacer todo lo posible" para que sea expulsado de España. El programa de Vox recoge la "ilegalización" de las organizaciones contra "la unidad de la Nación".
Contra la prensa, por la conspiración
Hay un ingrediente que gana peso en todas las fórmulas autoritarias. En el envés del rechazo a la prensa, similar en Trump y Vox, se desarrolla una inclinación por las más variadas teorías de la conspiración. ¿Qué lógica subyace? El éxito del conspiracionismo implica que "los ciudadanos ya no tienen una realidad común que les sirva de telón de fondo para poder reflexionar democráticamente", escribe Stanley. Y Murgia añade: "Es preciso minar todo principio de jerarquía entre las opiniones a fin de que no se pueda distinguir entre los verdadero y lo falso". Mientras en Estados Unidos Trump compadrea con QAnon [ver aquí información en detalle], el partido nacionalista Ley y Justicia ha alentado en Polonia las teorías sobre un supuesto asesinato por parte de Rusia del que fuera presidente Lech Kaczyński, muerto en un accidente de avión. Bolsonaro es un difusor de los más variados bulos. El escepticismo ante las vacunas es moneda corriente del ultraderechismo europeo, bien conectado con los grupos negacionistas.
En España Vox ha alentado la teoría de la conspiración del 11-M –impulsada en origen por el PP–. Abascal rechaza el papel del hombre en el cambio climático y afirma que la Guerra Civil la provocó el PSOE. Una de las teorías que más repite Vox es que Soros y las "élites globalistas de izquierdas" promueven la entrada de inmigración en Europa, compartiendo así parte del marco con los negacionistas de la pandemia y los teóricos franceses de la xenófoba tesis del Gran Reemplazo.
Además, Vox es parte sustancial del lobby católico integrista según el cual el Gobierno aprovecha la pandemia para impulsar una feroz agenda anticatólica. El sociólogo Iago Moreno destaca de Vox su “conspiracionismo sobre el poder de Irán, Soros o bandas terroristas disueltas sobre el Gobierno español”. “Allá donde nos alcanza la vista vemos hipérboles y delirios exaltados, coqueteos con las teorías de la conspiración más aberrantes e incluso guiños al negacionismo”, añade.
El "colchón" español
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Hay una frontera de la deriva iliberal que España sigue sin cruzar: la violencia. Algo que sí ha llegado a las calles de Estados Unidos. Todos los consultados coinciden: a pesar de los paralelismos, persisten diferencias sustanciales. La tensión racial. Los más de 300 millones de armas. ¡El propio Trump! Sergio Pascual, de Celac, apunta una diferencia clave: “El caldo de cultivo para la indignación filofascista es la pobreza. Nuestra socialdemocracia, aun con sus déficits, permite que los niveles de desigualdad en España no sean los de Estados Unidos".
Roger Senserrich, politólogo residente en New Haven, Connecticut, observa el común denominador de la influencia venenosa de las redes sociales. “Su efecto polarizador y radicalizador es tremendo”, dice. Por lo demás, destaca diferencias. La derecha española es esencialmente estatalista, frente a la tradición libertaria de Estados Unidos, señala. Ni la Iglesia ni la derecha religiosa española despliegan el nivel de beligerancia de los evangélicos duros. Además, el problema del racismo es mucho menor en España, aunque Vox ha empezado a agitar ese árbol.
Una ventaja de España, según Senserrich, es su menor permeabilidad al nacionalismo grandilocuente. “Cuando escuchas a Abascal calcando a Trump [con discursos como el “hacer a España grande de nuevo”, levantar un muro en Melilla o la defensa del uso de armas para “españoles de bien”] suena a marcianada. Los españoles no se toman tan en serio, eso los hace menos vulnerables a nacionalismos de este tipo”, explica Senserrich. Ello no impide que un 45% de los votantes de Vox, tercer partido en el Congreso, simpaticen con Trump, el porcentaje más elevado entre las derechas europeas.
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