“Siempre me gustó saber cómo funcionaban las cosas, ver y analizar cómo operan”. Así explica el porqué de su vocación profesional Inmaculada Martín, una joven arquitecta andaluza que llegó a la República de Ecuador huyendo del derrumbe del modelo productivo basado en la construcción desenfrenada y la especulación inmobiliaria. Como cientos de arquitectos españoles, que luchan por no quedarse atrapados bajo los escombros de un sector que en España se ha convertido en sinónimo de viviendas vacías y urbanizaciones fantasma, Inmaculada ha encontrado una segunda oportunidad en uno de los países latinoamericanos que más decididamente están apostando por atraer el talento y la cualificación española. Especializada en el cálculo de estructuras, Inmaculada explica desde Portoviejo, una de las más antiguas villas españolas de la región, la contradictoria realidad de una profesión que ha pasado de construir castillos en el aire durante los años del boom del ladrillo, a sobrevivir a un aterrizaje forzoso al otro lado del océano.
Un aterrizaje que para Inmaculada llegó el pasado 20 de enero, cuando pisó por primera vez suelo ecuatoriano. Antes de esa fecha, y al igual que una generación entera de licenciados, había comprobado en sus propias carnes cómo la crisis económica se cebaba con la construcción española, hasta destruir casi dos millones de empleos, y dejando a siete de cada diez arquitectos españoles en las cunetas del mercado laboral. Una catástrofe que ha capeado como autónoma: “En España intentaba mantenerme como autónoma. Pero apenas me llegaba para poder pagar las cuotas del colegio, entre lo que tienes que pagar por ser autónomo y cubrir un mínimo de mis necesidades. Y eso cuando podía llegar a cubrirlas. Así que cuando me dijeron que viniera aquí, no lo dudé” explica a infoLibre, desgranando una situación de precariedad tan común que ha llevado al Sindicato Español de arquitectos a denunciar la inestabilidad laboral y la práctica cada vez más común de la contratación de “falsos autónomos” como principal motivo de la emigración de éstos al extranjero.
“Estoy aquí por orgullo y amor propio”
“Cuando acabé la carrera en 2004 lo único en que pensaba era en independizarme, porque en esas fechas la crisis no se olía ni de broma. Si hubiera sabido que esto iba a pasar me lo hubiera planteado todo de forma completamente distinta, hubiera diseñado otra vida. Pero cuando llegó la crisis, ya era demasiado tarde para poder cambiar”. Inmaculada no sólo vio peligrar su independencia económica y personal por la crisis económica y la amenaza del paro, sino que como explica, su propia autoestima se veía comprometida por las condiciones laborales que se le han impuesto a los trabajadores españoles: “Si estoy en Ecuador es por orgullo y por amor propio. Lo que tenemos en España no se puede llamar trabajo. Es una vergüenza. Las personas necesitamos sentirnos útiles, que hacemos algo que merece la pena”.
Y ha sido precisamente el orgullo profesional y el amor propio lo primero que ha reencontrado en Ecuador, la nación que afronta desde hace años un proceso de recuperación económica basado en la inversión pública y el desarrollo de infraestructuras que la ha llevado a ejercer de verdadero imán para los profesionales españoles, cada vez más atraídos por las expectativas laborales. Allí, Inmaculada ha logrado también deshacerse de muchos de los tópicos que aquejan a la cultura latinoamericana: “Es muy gracioso porque yo pensaba que porque la cultura latina es un poco machista y que si iba a una obra y daba una orden nadie me iba a escuchar. Pero todo lo contrario. No se atiende tanto el sexo, a que seas mujer u hombre, sino a la capacitación profesional que tienes. Eres ingeniero o arquitecto y punto”.
No obstante, y aunque agradece a Ecuador la oportunidad de desarrollarse profesionalmente, Inmaculada no olvida las expectativas vitales que ha dejado en la España de la austeridad. Unas expectativas que forjó en los mejores años del crecimiento económico y que, para ella, como para tantos miembros de su generación, se truncaron con la precariedad y los recortes: “Mi proyecto de vida era formar una familia y tener a los niños correteando a mi alrededor, pero ahora casi tienes que poner dinero para poder trabajar y la clase media está desapareciendo a un ritmo brutal. La educación es lo único que no da posibilidades y se la están cargando con la subida abusiva de las tasas y los precios públicos. Yo pude estudiar gracias al esfuerzo de mis padres y ahora ya no sé si podré pagarles unos estudios o siquiera tenerlos”, denuncia a infoLibre.
“No quiero ser una generación perdida”
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“Hasta venir aquí sí que sentía que era víctima de la avaricia humana, de un crecimiento insostenible, pero cuando he llegado lo he visto como una oportunidad. Mirándolo desde España me siento como una víctima de la especulación, en Ecuador me siento como una privilegiada”, sentencia Inmaculada que, pese a sentirse así, no olvida las dificultades que tuvo que sortear para adaptarse a su destino y superar determinados prejuicios: “Nos venden un rollo de inseguridad muy grande. Llegas con miedo. Y eso machaca mucho, por lo menos a mí, que soy muy libre y me encanta moverme en bicicleta. He tardado cinco meses en poder cogerla. Pero te vas adaptando”, cuenta.
Pero el buen ánimo que mantiene a kilómetros de su tierra natal se esfuma cuando se le recuerda la baja consideración que una parte de los líderes políticos ha demostrado con los emigrantes españoles. “Debería hacérsele a todos un test de empatía, como para algunas profesiones se hacen test psicotécnicos, como a esos que nos dicen que 'salimos por la aventura'. Ha habido una manifestación en el consulado de Guayaquil porque hay ciudadanos españoles que no han podido ejercer su derecho al voto. Eso no se puede consentir. Pero, evidentemente, la gente que está ahora en el poder en España sabe que los que se han ido fuera no van a abogar por ellos, porque en gran medida se han tenido que marchar debido a la reforma laboral y a la situación que han creado”, asevera con rotundidad.
Ahora Inmaculada contempla la España de la que se ha marchado con la perspectiva que da vivir a una distancia transoceánica, en un país que ha apostado por una línea política opuesta a la que se vive en la Europa de los recortes y la austeridad. Y mientras espera a que expire su contrato para trabajar en Ecuador a mediados del próximo año, la carta de su futuro aún se juega entre el país que la ha acogido y una España que, se teme, continúe apostando por “lo malo conocido”: “Me niego a asumir que somos una generación perdida. A nivel político y social quizás lo seamos. Hemos perdido el trabajo, los talentos, el futuro. Pero me gusta pensar en una cita del científico ruso Piotr Kropotkin que decía que cuando las especies más débiles se unen, derrotan a la más fuerte”.
“Siempre me gustó saber cómo funcionaban las cosas, ver y analizar cómo operan”. Así explica el porqué de su vocación profesional Inmaculada Martín, una joven arquitecta andaluza que llegó a la República de Ecuador huyendo del derrumbe del modelo productivo basado en la construcción desenfrenada y la especulación inmobiliaria. Como cientos de arquitectos españoles, que luchan por no quedarse atrapados bajo los escombros de un sector que en España se ha convertido en sinónimo de viviendas vacías y urbanizaciones fantasma, Inmaculada ha encontrado una segunda oportunidad en uno de los países latinoamericanos que más decididamente están apostando por atraer el talento y la cualificación española. Especializada en el cálculo de estructuras, Inmaculada explica desde Portoviejo, una de las más antiguas villas españolas de la región, la contradictoria realidad de una profesión que ha pasado de construir castillos en el aire durante los años del boom del ladrillo, a sobrevivir a un aterrizaje forzoso al otro lado del océano.