En la sede de la calle Génova saben que ETA desapareció hace años y que el independentismo catalán perdió el domingo el control de la política catalana. Pero siguen convencidos de que la agitación de esos dos fantasmas, la pervivencia de la organización terrorista y del procés independentista, son esenciales para agitar a los votantes conservadores de cara a las elecciones europeas del 9 de junio. Y atraer, de paso, a los de Vox.
La explicación hay que buscarla en que, para Feijóo, las europeas son unas elecciones cruciales. Necesita ganar con una amplia diferencia sobre el PSOE para borrar de la memoria de todos, propios y extraños, la victoria tan corta que obtuvo en las generales del año pasado, cuando el PP se impuso por apenas 1,3 puntos. Sin un resultado contundente será difícil justificar la vigencia de liderazgo.
Y eso implica activar a sus votantes y atraer a los de Vox. De ahí la radicalización de sus mensajes y la estrategia de señalar tanto la existencia de supuestos pactos secretos con Bildu como la voluntad de Sánchez de hacer presidente a Puigdemont.
El propio Feijóo lideró esta semana el cambio de narrativa. Para combatir el consenso general en torno a que el retroceso del independentismo y su pérdida de control de la política catalana es consecuencia directa de la política de diálogo impulsada por Pedro Sánchez, el PP impulsa la idea de que el procés no ha muerto. De manera que, si sigue vivo, es gracias precisamente al presidente del Gobierno.
“El ‘procés’ no ha muerto”
“El procés no ha muerto”, “porque el sanchismo lo necesita para subsistir en Moncloa”, enfatizó el martes ante sus barones, entre los que se encontraba el candidato del PP en Cataluña, Alejandro Fernández, que minutos antes había sostenido precisamente lo contrario y que, desde entonces, se ha visto obligado a adaptar su discurso al del líder.
Para construir ese discurso, los dirigentes de Génova llevan toda la semana profetizando, sin ninguna prueba que lo sustente, que Sánchez sacrificará a Salvador Illa y acabará haciendo president a Carlos Puigdemont, el candidato de Junts. Cuando se les pregunta en qué se basan para hacer semejante afirmación, que tanto el PSOE como el PSC y el propio Illa ya han desmentido categóricamente, responden con una afirmación que tampoco se corresponde con la realidad: Sánchez concede a Puigdemont todo lo que el expresident le pide con tal de seguir contando con el respaldo de Junts en el Congreso.
Da igual que los socialistas ya hayan desvinculado la legislatura española de los que pase en Cataluña. O que el propio Puigdemont haya dicho que, salvo que el PSC pacte con el PP, lo que suceda en el Parlament no condicionará los acuerdos en el Congreso.
Dar a entender, contra todos evidencia, que el PSOE hará presidente a Puigdemont, no sigue una lógica racional, pero sí emocional. Tiene que ver con la necesidad que apremia a Génova de resucitar el tema de la Ley de Amnistía como principal reclamo electoral para las europeas. El PP quiere volver a hacer de la agitación territorial el eje de su discurso con el objetivo de maximizar la movilización de sus seguidores. Sobre todo aquellos que necesitan motivación para acudir a las urnas en una convocatoria europea, tradicionalmente poco atractiva. Y quiere seducir, al mismo tiempo, a todos los partidarios de Vox que pueda, convencido de que son muy sensibles a cualquier mensaje que tenga que ver con cesiones, reales o inventadas, a los partidos soberanistas.
Igual que Casado en 2019
En realidad, hacer girar la campaña en torno a la amnistía y Puigdemont no es muy distinto de lo que hizo el PP hace cinco años, en la campaña de 2019, con Pablo Casado a los mandos de la calle Génova. Entonces, también con Dolors Montserrat como cabeza de cartel, el mensaje del Casado era: “Sánchez quiere volver a pactar con Torra y con Junqueras”. Y eso era algo que lo incapacitaba, decía, para seguir siendo presidente del Gobierno, de manera que, en las europeas, no habría “nada más patriótico en España que echar a Sánchez”.
El procés se une así a ETA en la lista, cada vez mayor, de fenómenos inexistentes que el Partido Popular trata de mantener vivos en el imaginario de sus votantes para alentar su participación electoral. El comodín de la banda terrorista ha sido agitado con frecuencia por Feijóo y los suyos. Afirmando, sin reservas y contra toda evidencia, que ETA y EH Bildu son lo mismo, o sacando a relucir la violencia de la desaparecida organización hasta en los debates más inopinados.
Del mismo modo que ahora el PP sostiene sin pruebas que el PSOE hará presidente a Puigdemont, consciente de que podrá sostener esa afirmación durante toda la campaña de las europeas porque, cuando se demuestra que es mentira, ya habrá tenido lugar la votación, Feijóo lleva años insistiendo, sin nada en qué apoyarse, que Sánchez tiene acuerdos “secretos” con “los herederos de ETA”. Y sugiriendo que debe su investidura a la organización terrorista con lemas como el ya célebre “Que te vote Txapote”, que ha encolerizado a las víctimas de la violencia. De nuevo, en eso Feijóo tampoco es original. Es una estrategia ideada y puesta en marcha por su antecesor, Pablo Casado, siguiendo la hoja de ruta que le marcaba José María Aznar desde la fundación FAES.
Como parte de esa enfoque, el PP ha organizado un gran acto en Madrid para el domingo 26, ya en plena campaña de las europeas, en el que —sin el respaldo de Vox— tratará de demostrar que el tema de la amnistía sigue siendo una preocupación para una parte de los ciudadanos y hacer, de paso, una demostración de fuerza tras la movilización que una semana antes protagonizarán Santiago Abascal y los ultras españoles con el presidente argentino, Javier Milei, como estrella invitada.
Génova ya trabaja intensamente en la preparación de esa manifestación, que implicará el desplazamiento en autobuses de miles de simpatizantes desde diferentes localidades españolas.
En busca de un récord
Su intención es comparar la asistencia de ese día, que esperan muy elevada, con la que tuvo lugar en la calle Ferraz cuando Sánchez amagó con dimitir, cansado de los efectos que los bulos están teniendo para su familia. En realidad, la comparación hay que hacerla con las últimas concentraciones que convocó el PP en torno a la amnistía.
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La última vez, el 28 de enero, reunieron entre 45.000 y 70.000 personas en la Plaza de España de Madrid. Algo más que en la protesta organizada en diciembre en el madrileño Tempo de Debod, que se quedó entre 15.000 y 3.000 (la primera cifra corresponde a cálculos de Génova; la segunda, a la Delegación del Gobierno). El máximo lo lograron quince días antes, en noviembre. Entonces el PP aseguró haber reunido a un millón de personas en la Puerta del Sol, (80.000 según la Delegación del Gobierno), una cifra disparatada teniendo en cuenta cálculos precedentes de autoridades del PP en otros eventos.
Feijóo tardó muy poco en abandonar el apenas esbozado proyecto de catalanismo constitucional con el que llegó a Madrid —del que no ha hecho mención en la reciente campaña catalana— y subirse al carro de la explotación de Cataluña con fines electorales. Su primera campaña de agitación social con Cataluña como tema central comenzó en noviembre de 2022 con la reforma del delito de sedición como excusa.
En realidad es una estrategia —utilizar la política catalana como palanca con el objetivo de conseguir votos fuera de Cataluña— que dura ya 20 años: comenzó con Mariano Rajoy en 2005 con el objetivo de atraer la España monolingüe, donde los electores tienen a menudo más dificultades para entender las demandas identitarias que los que tienen una lengua diferente al castellano.
En la sede de la calle Génova saben que ETA desapareció hace años y que el independentismo catalán perdió el domingo el control de la política catalana. Pero siguen convencidos de que la agitación de esos dos fantasmas, la pervivencia de la organización terrorista y del procés independentista, son esenciales para agitar a los votantes conservadores de cara a las elecciones europeas del 9 de junio. Y atraer, de paso, a los de Vox.