No son casos aislados. Ni percepciones individuales. La droga convive, como un preso más, en las prisiones. Es más, la cárcel es, directamente, un "lugar favorecedor" para su consumo. Así lo ha revelado una investigación enmarcada en la Comunitat Valenciana y publicada en la Revista Española de Drogodependencias bajo el título Drogas en prisiones: una exploración de su presencia desde la perspectiva de los reclusos. Han sido ellos quienes han puesto la cuestión encima de la mesa. Y quienes sostienen las anteriores afirmaciones.
Les han dado voz el criminólogo Alejandro Segura y el psicólogo Xavier Pons. Ambos ya partían de la consideración de que la presencia de sustancias estupefacientes en prisión era algo de sobra conocido y de sobra extendido. Pero querían que ellos se lo dijeran. Y los resultados fueron categóricos: conseguir las sustancias no es más difícil dentro que fuera y la principal vía de entrada son los vis a vis con amigos y familiares, aunque son los propios funcionarios, en ocasiones, quienes las introducen. De hecho, los presos describen su actitud como "permisiva". Tanto, que no es habitual que consumir les suponga un problema. Además, la mayor parte de las veces lo hacen en su propia celda. Y su objetivo no es otro que "evadirse de la realidad frustrante que supone la privación de libertad".
Hasta ahí los resultados eran esperables. "La prisión permite el consumo, y yo creo que lo hace porque es más sencillo. Las personas drogodependientes necesitan la sustancia, así que lo contrario podría ocasionar situaciones caóticas", señala Segura. Sin embargo, más allá de eso sí que hay un aspecto que a priori no consideraron y que resultó ser un factor fundamental para entender la problemática: el uso que se hace de la medicación. "Los exreclusos consideran su regulación uno de los pilares más débiles. Apuntan a que los médicos recetan ansiolíticos o tranquilizantes que muchas veces no se necesitan realmente, por lo que la gente los consume sin control o trapichea con ellos", lamenta.
Pero esto no sólo ocurre en la Comunitat Valenciana. De hecho, toda la investigación es extrapolable. "Esto es tan sólo un reflejo de lo que ocurre en todos los centros penitenciarios a nivel estatal. Es habitual, es sabido y ocurre desde siempre", señala Pedro Quesada, abogado y portavoz de UNAD (Red de Atención a las Adicciones).
Las cifras
Hay una muestra muy clara de la anterior afirmación: los informes oficiales sobre drogas en España aluden específicamente a las prisiones y los informes sobre prisiones incluyen apartados específicos referidos a la presencia de estas sustancias en las cárceles. Un ejemplo es el estudio del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones de 2023, que reveló que más del 7% de los admitidos a tratamientos por adicciones procedían de ellas. Además, en 2022, recoge el estudio de Valencia, el mismo informe señaló como "muy frecuente" el uso de sustancias en prisión.
Pero hay más documentos. El último informe general de Instituciones Penitenciarias, relativo a 2022, incluyó como siempre varios apartados dedicados, sobre todo, a los programas y herramientas de deshabituación para drogodependientes internos. Y citó también la Encuesta sobre Salud y Consumo de Drogas en Población Interna en Instituciones Penitenciarias 2022 realizada por la delegación del Gobierno para el Plan Nacional sobre Drogas del Ministerio de Sanidad.
Es ahí donde aparecen las principales cifras. Y un resultado muy relevante: el alcohol es la única sustancia que es más consumida en la población general que en la población reclusa previamente a su ingreso en prisión. El resto de ellas —tabaco, cocaína, cannabis, heroína, etc.— está mucho más extendida entre los presos que todavía no han sido encarcelados. De todos ellos, y cuando ya lo han sido, el 75% había consumido en libertad. Y ese dato también es relevante.
Las causas: del ocio a la evasión
Pero vayamos ahora a las causas. A los 'por qué se consume'. Porque es muy diferente el motivo que aluden estas personas cuando están dentro de la cárcel y al que apuntan cuando están todavía fuera de ella. Lo especifica la investigación enmarcada en la Comunitat Valenciana. Según los exreclusos a los que entrevistaron sus autores, hay una diferencia muy palpable "entre el consumo en la cárcel y el consumo social fuera de ella". En concreto, señalan los expertos, este segundo consumo "está causado, mayormente, por la influencia de los amigos". El primero, en cambio, está marcado por la necesidad de evasión. "Obviamente, los efectos psicoactivos de las drogas fundamentan esta justificación", concluye el estudio.
Quesada coincide. "El ingreso en prisión va unido en muchas ocasiones a problemas de salud mental. Si a eso le unimos una convivencia complicada, el resultado es que una gran parte de los presos necesita estas sustancias para calmar su malestar", lamenta.
Los cómplices: la falta de médicos y la ausencia de programas específicos
Y es que la alternativa, critica, apenas existe. Esto nos lleva al principio. Según señala Segura, uno de los resultados más sorprendentes del estudio que llevaron a cabo es la poca "regulación" de la medicación. Pero más allá de eso, dice Quesada, es que en ocasiones esta es excesiva por, fundamentalmente, la falta de profesionales sanitarios. Lo advirtió el Defensor del Pueblo en su informe anual relativo al año 2022. Según sus datos, hay un 80% de plazas de médico desiertas en las cárceles de nuestro país.
La Sociedad Española de Sanidad Penitenciaria (SESP) también lo ha constatado. Sus cifras hablan de que tan sólo hay unos 170 facultativos de los alrededor de medio millar que serían necesarios para garantizar un mínimo de calidad en la asistencia. Con ese escenario, la consecuencia está clara. "Los servicios sanitarios de los que se dispone ahora mismo son incapaces de absorber toda la demanda, así que recurren a la sobremedicación para mitigar el problema, pero esto no es una solución", señala.
A eso se añade otro problema, a juicio del abogado. Y es que tampoco hay una correcta atención psicosocial. El resultado, otra vez, es el mismo: el uso de fármacos. En concreto, de psicofármacos. El último informe realizado por UNAD, presentado el año pasado bajo el título Situación de las personas con adicciones en las prisiones españolas. Una visión con perspectiva de género, recogió de hecho el testimonio de una persona que aseguraba que no recibía "tratamiento psicológico para hablar o hacer cosas". "Solo nos dan ansiolíticos", dijo. En cuanto a las cifras, este tipo de medicamentos y los hipnóticos son consumidos por el 36,33% de los hombres y por el 48,9% de las mujeres reclusas. De todos, el 83,4% lo toma diariamente. Así alivian ese malestar que referían los reclusos valencianos.
Pero todavía hay más. Y es que según dice Quesada no existen tampoco, al menos no en el grado que deberían, programas destinados a la deshabituación del consumo. El último informe de Instituciones Penitenciarias refiere que tan sólo el 24,1% de los reclusos drogodependientes ha recibido alguna vez tratamiento en prisión. Tan sólo la mitad de los que ingresaron mientras lo recibían fuera, además, lo mantuvo en la cárcel. La otra mitad lo interrumpió.
Las consecuencias: ¿existe la reinserción?
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Todas las cifras y testimonios llevan a una conclusión clara. La prisión no es, ni mucho menos, un espacio libre de drogas. Como mínimo, la cárcel permite su consumo. Y esto, ¿qué implica? Para hablar de las consecuencias, Quesada se detiene primero en uno de los datos: la gran mayoría de reclusos ya consumía sustancias antes de su entrada en prisión. Casi los mismos, además, fueron condenados a una pena privativa de libertad por delitos relacionados con las drogas. Si una vez dentro no pueden acceder a recursos que les ayuden a salir de la adicción es posible que se repare el delito cometido, pero no el hecho que le llevó a cometerlo. Por tanto, él lo ve lo claro: la reinserción está comprometida.
¿Qué propone? Que precisamente estas personas puedan responder por sus delitos con medidas alternativas a la prisión. "Hay que trabajar en la resocialización prestando especial atención a las circunstancias que han llevado a la persona a delinquir. Si ha sido la drogodependencia, no se soluciona nada si no se erradica ese consumo. Cuando salgan de prisión seguirán igual y, por tanto, podrán reincidir", lamenta el experto de UNAD. "La drogodependencia es una circunstancia que influye en los delitos. Y debe abordarse como tal", señala.
Segura, por su parte, opina que es necesario el trabajo contra el consumo en la prisión. Pero matiza: lo que ésta debe reinsertar es el delito, no un comportamiento.
No son casos aislados. Ni percepciones individuales. La droga convive, como un preso más, en las prisiones. Es más, la cárcel es, directamente, un "lugar favorecedor" para su consumo. Así lo ha revelado una investigación enmarcada en la Comunitat Valenciana y publicada en la Revista Española de Drogodependencias bajo el título Drogas en prisiones: una exploración de su presencia desde la perspectiva de los reclusos. Han sido ellos quienes han puesto la cuestión encima de la mesa. Y quienes sostienen las anteriores afirmaciones.