Alberto Núñez Feijóo llegó al despacho principal del número trece de la calle Génova para poner fin a la época de Pablo Casado. Los barones lo auparon y se señaló el camino hacia la supuesta moderación. Su imagen era la de un político con sentido de Estado y con la experiencia de la Xunta para calmar las aguas populares y hacer una oposición diferente a la de su predecesor.
Los meses han ido pasando y Feijóo ha virado hacia el lado más duro del Partido Popular. Con hechos. Y ha ahondando incluso más en algunas de las formas y temas que marcaron la oposición casadista. El bloqueo del Consejo General del Poder Judicial es uno de los ejemplos más claros, con la suspensión de las conversaciones por parte de los populares se ahonda mucho más esa crisis institucional. El dirigente conservador mantiene ese ‘no’ a pesar de que la situación es mucho más extrema que con Casado, ya que incluso ha dimitido el presidente del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, y el propio CGPJ no nombraba a sus miembros del Constitucional a la espera de ese posible pacto.
La negativa a ese pacto ha mostrado a un Feijóo diferente al que se presuponía como político de pactos. Y la justificación de ese ‘no’ recuerda al casadismo. Todo indica que la dirección del PP apuesta por cultivar al electorado más radical en la derecha y dejar de lado la apuesta de competir con el PSOE por el centro después de absorver al grueso de votantes de Ciudadanos. Los populares han desempolvado el discurso más bronco sobre Cataluña, acusando al Gobierno de hacer las leyes en la sede de ERC o de estar en manos del “radicalismo”. La excusa es la reforma del delito de sedición, algo que no es nuevo, al prometerlo Pedro Sánchez en su discurso de investidura hace tres años.Todo eso sazonado con gruesas palabras contra el presidente, como hacía el anterior líder. Elías Bendodo ha llamado al jefe del Ejecutivo “mal español”. Esto dista mucho de aquella declaración de intenciones del recién proclamado lider en el congreso de Sevilla en abril: “No vengo a insultar al presidente del Gobierno. Vengo, con todos vosotros, a ganarle”.
El presidente del Partido Popular ha dejado ese aire primero de su llegada en el que intentó un acercamiento más amable con Cataluña, abrazándose entonces a un “bilingüismo cordial” para la “convivencia pacífica” en esa autonomía. Pero ahora ha girado a postulados más duros, prometiendo aumentar las penas de cárcel por el delito de sedición o tipificar en el Código Penal la convocatoria ilegal de referéndums. "Yo no pactaré con el independentismo para que los niños españoles no puedan aprender español en España”, sostiene en esta fase.
La alianza con la ultraderecha a la que no se atrevió Casado
Feijóo ha traspasado durante este tiempo líneas que no se atrevió a cruzar su antecesor. El ejemplo más claro es el pacto con Vox, naciendo el primer Gobierno de coalición en Castilla y León. Esto va en una línea contraria a los populares en los grandes países europeos, que han optado por cordones sanitarios. En cambio, la extrema derecha se sienta en ese Ejecutivo con el beneplácito del expresidente de la Xunta.
El líder del Partido Popular sostiene en público la tesis de que quiere conseguir una mayoría lo suficientemente amplia para no tener que depender de nadie, pero las encuestas evidencian que la ultraderecha sería necesaria para que se sentara a La Moncloa. No ha negado que si llega el momento, pactará con Vox. El dirigente popular se reunió durante una hora en secreto el pasado mes de septiembre con Santiago Abascal. Además, tendrá que contar con ellos si quiere arrebatar a la izquierda autonomías y ayuntamientos después de las elecciones de mayo del año que viene.
Otro de los aspectos más controvertidos de la oposición de Casado fue la crítica constante al Gobierno español fuera del país, especialmente en las instituciones europeas. Núñez Feijóo no ha rectificado esa posición y también se ha lanzado contra el Ejecutivo especialmente en Bruselas. Lo hizo hace apenas diez días en la capital belga con motivo de su reunión con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y con los líderes del PPE.
Allí, el presidente del PP tildó de “decepcionante” la gestión de Pedro Sánchez sobre los fondos europeos, un discurso que no casa con las palabras propias de Von der Leyen y de altos cargos de la UE que han apoyado expresamente al Gobierno español. Pero también arremetió duramente contra la política energética de la coalición mientras que desde Europa también se ha puesto como ejemplo en temas como la excepción ibérica. El popular tildó en el corazón de las instituciones europeas que esto está “saliendo muy caro” para España y que sólo beneficia a los franceses.
Estas críticas también han ido hacia los nuevos impuestos planeados por el Gobierno, como el de grandes fortunas y el impuesto a las energéticas y las entidades financieras. Pero la realidad del contexto internacional ha dejado solos a los populares, ya que la propia Comisión Europea impondrá un tributo a los beneficios de las compañías de energía. Además, los mercados han dado un revolcón al Reino Unido por el plan fiscal de Liz Truss, que ha tenido que dimitir y que servía de inspiración para los populares.
Boicot a los actos del Gobierno
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Esta postura dura con el Gobierno también está influyendo hasta en los actos institucionales. El líder del Partido Popular, al igual que Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez-Almeida, declinó participar en el acto por el día de las víctimas del franquismo el pasado lunes. El Gobierno los había invitado al considerar que se trataba de un evento de Estado y no sólo del Ejecutivo. Esto lleva a que Moncloa hable de un “boicot” del PP al propio presidente del Gobierno.
Este cambio de actitud también se ha denotado en su evolución en las Cortes respecto a los dos debates con Pedro Sánchez, ya que recrudeció el tono en el último de ellos, pidiéndole que retirase los “ficticios” presupuestos generales para el año que viene. Este acento bronco también lo han adoptado los portavoces del partido, con el ejemplo de Cuca Gamarra en el debate contra María Jesús Montero por los presupuestos generales del Estado, en el que dibujó una España negra económicamente.
El viraje está coincidiendo con la publicación de las últimas encuestas, en las que el PP sigue ganando pero el PSOE empieza a recortar la distancia y a frenar la fuga de votos. Además, estos sondeos reflejan que el efecto Feijóo ha tocado techo y que su figura no tiene el tirón tras su nombramiento en el congreso del PP para renovar el liderazgo. Llegó para cambiar el modelo de Casado y ahora vira hacia el casadismo más duro, o incluso llega más lejos.
Alberto Núñez Feijóo llegó al despacho principal del número trece de la calle Génova para poner fin a la época de Pablo Casado. Los barones lo auparon y se señaló el camino hacia la supuesta moderación. Su imagen era la de un político con sentido de Estado y con la experiencia de la Xunta para calmar las aguas populares y hacer una oposición diferente a la de su predecesor.