¿Cómo se feminiza la política?

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En el mes de mayo, y en el marco de la Cumbre Hábitat III organizada por las Naciones Unidas, Ada Colau introdujo un concepto que a lo largo de esta semana ha pasado a un primer plano: "Feminizar la política". La alcaldesa de Barcelona hablaba entonces de una feminización que implique no sólo un mayor número de mujeres en los centros de poder, sino también cambiar los valores y prioridades "que han imperado en las últimas décadas de neoliberalismo salvaje", poniendo el foco en la lógica de los cuidados "por encima de los intereses económicos a corto plazo". El pasado martes, más de siete meses después, Pablo Iglesias recuperaba el discurso. "La feminización no tiene nada que ver con que los partidos políticos tengan más mujeres en cargos de representación, que eso es importante y es necesario. No tiene que ver con la presencia de más mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas, que está muy bien. La feminización tiene que ver con la forma de construcción de lo político", declaraba el líder de la formación morada.

infoLibre ha preguntado a expertas y mujeres vinculadas a diferentes partidos qué significa para ellas feminizar la política y cuáles son los requisitos fundamentales para lograr una feminización efectiva de la misma.

La mitad de la población, la mitad de los cargos

La premisa de la que parte el discurso feminista aborda una de las cuestiones básicas a la hora de alcanzar una política realmente equitativa. "La presencia de mujeres en igualdad es una condición indispensable", subraya Clara Serra, responsable del área de Igualdad de Podemos. Todo lo demás, considera, "está ligado a que haya mujeres, y es consecuencia de que haya mujeres".

Beatriz Gimeno, diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid, apoya los argumentos de su compañera, aunque añade ciertos matices. "No tengo muy claro que me guste el término feminizar la política", reconoce, "estoy de acuerdo en que se tiene que utilizar para algunos aspectos, pero no para otros". Una de estas materias en las que sí encaja la idea de feminización, señala, es precisamente en la presencia de "la mitad de mujeres en todo".

Sobre este asunto existe un consenso prácticamente absoluto en el ideario de todos los partidos. Marta Martín, diputada de Ciudadanos, entiende que "lo razonable es que haya un reflejo del 50% en los cargos institucionales y partidos políticos", tesis que comparte la periodista Nuria Varela, quien amplía la idea al hablar de "democracia paritaria". "La representación de las mujeres tiene que ser paritaria en todos los ámbitos, y ahora mismo no lo es". Varela considera, asimismo, que la sociedad y la política ha ido olvidándose de dicha cuestión: "Ya no tenemos un Gobierno paritario, que no es sólo el Consejo de Ministros, sino también los segundos niveles". Y la manera de alcanzar tal paridad, agrega, responde a una receta sencilla: cumplir las leyes. "Tenemos leyes y unas se cumplen pero otras, como la de igualdad, no se están cumpliendo", lamenta.

Asumir la agenda feminista

Reservar la mitad del espacio a la mitad de la población, las mujeres es a juicio de las feministas un paso fundamental, pero no el único. La socialista Ángeles Álvarez, diputada del PSOE, explica que su partido tiene incorporada una agenda feminista desde la década de los ochenta. "En 1983, el PSOE creó el primer organismo para la igualdad de oportunidades, inició un proceso de institucionalización de la igualdad, y por tanto lo que hicimos fue crear una arquitectura institucional en todo el país, en todos los ámbitos de las administraciones" con el objetivo de fomentar "el asociacionismo femenino".

De esta forma, Álvarez defiende la idea de "impulsar la igualdad e institucionalizar el discurso feminista, una de las cuestiones que siempre nos ha pedido el movimiento feminista", y algo que, a su juicio, "en este país ha dado resultados bastante buenos". En los años ochenta, prosigue, "España invirtió prácticamente una década completa en hacer todas las reformas legales para equiparar legalmente  a los hombres y mujeres". Tras la experiencia, "somos conscientes de que la igualdad legal no es la igualdad real y, por tanto, implementamos leyes de segunda generación enfocadas a identificar cuáles son los obstáculos que impiden a las mujeres ejercer los derechos formalmente reconocidos en las leyes, y a estar en igualdad de condiciones en los ámbitos sociales".

Clara Serra, por su parte, apunta hacia "una necesidad social fundamental que tiene que estar tratada políticamente", algo que considera posible "si hay mujeres en los partidos y en las instituciones". Serra propone un ejemplo que considera representativo de este discurso: "Cuando llegamos a las instituciones nos damos cuenta de que no hay bajas por maternidad, y eso tiene que ver con que hay hombres haciendo política, y que normalmente los hombres no son esos que cuidan de otras personas". Critica, por tanto, la existencia de una "dimensión social por la cual hay unos sujetos que hacen política, y esos sujetos son hombres". En definitiva, remata Serra, "feminizar la política tiene que ver con traer al centro de la agenda política problemas que antes estaban excluidos, como la problemática de los cuidados, y por tanto con prioridades y agenda".

La idea de gobernar para el conjunto de la sociedad es igualmente compartida por Nuria Varela, quien denuncia que "si le damos importancia al terrorismo, no entiendo cómo no se la damos a la violencia de género". Habla, por ello, de "hacer política para toda la ciudadanía, poner los temas en la agenda, dotarlos presupuestariamente y que tengan relevancia". Con ella concuerda Marta Martín, quien sostiene que "la forma de mejorar la política es hacer que sea verdadera política como actividad que resuelve todos los problemas que sufre la gente". De este modo, defiende que el objetivo primordial de la política es "encargarse de que la vida de la gente sea mejor", aunque recalca que, a su parecer, la idea de feminizar la política es "machista y sexista". Martín reformula la raíz del debate al esgrimir que la cuestión "no tiene que ver con las mujeres o los hombres, sino con los buenos políticos" y, finalmente, con entender la política como "servicio público para resolver problemas".

Cambiar las formas e impugnar los privilegios

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Si el contenido de las políticas se presenta como una de las bases del asunto, Varela apunta, como tercer pilar, al problema de las formas. A su juicio, en política predomina un discurso que "se parece mucho a la masculinidad tradicional –subraya en este punto la importancia de la palabra tradicional–: formas violentas, estructuras tremendamente verticales, muy poco participativa", de manera que aboga por "abandonar de la política los liderazgos de la masculinidad tradicional".

Gimeno, por su parte, rechaza la idea de que "las mujeres tengamos unas características positivas que haya que llevar a la política, porque aunque podamos pensar que por nuestra socialización tenemos características que son mejores, al mismo tiempo por nuestra socialización también tenemos valores negativos" y, añade, "habría que ver qué valores son esos y si los tienen todas las mujeres". Frente a ello, apuesta por "un feminismo impugnador de los privilegios masculinos", algo que, considera, "se olvida cuando hablamos de esos valores positivos, que estaría muy bien revalorizarlos, pero desde el despoder es imposible hacerlo". Tales valores, señala, "no se van a revalorizar solos, y si no lo hacen los hombres es porque no quieren y no les interesa", por lo que defiende, frente a ello, "un feminismo fuerte impugnador e impertinente para tener posiciones de poder en igualdad y desde ahí cambiar las cosas". 

Precisamente es con esta toma de poder, con la llegada de mujeres a la política, "de muchas mujeres y no de casos excepcionales, como se democratizan las maneras de hacer política y aparecen modos diferentes", entiende Serra.  "Tradicionalmente el político es un tipo duro que nunca se equivoca, que hace las cosas de una determinada forma y cuando llegan mujeres a la política se demuestra que se pueden hacer las cosas diferente, ni mejor ni las únicas, pero diferentes", explica la diputada, tras lo cual matiza que no se trata de "ser femeninas ni sustituir unas maneras masculinas por unas maneras correctas que son las de las mujeres, sino de romper los moldes de esa manera tradicional".

En el mes de mayo, y en el marco de la Cumbre Hábitat III organizada por las Naciones Unidas, Ada Colau introdujo un concepto que a lo largo de esta semana ha pasado a un primer plano: "Feminizar la política". La alcaldesa de Barcelona hablaba entonces de una feminización que implique no sólo un mayor número de mujeres en los centros de poder, sino también cambiar los valores y prioridades "que han imperado en las últimas décadas de neoliberalismo salvaje", poniendo el foco en la lógica de los cuidados "por encima de los intereses económicos a corto plazo". El pasado martes, más de siete meses después, Pablo Iglesias recuperaba el discurso. "La feminización no tiene nada que ver con que los partidos políticos tengan más mujeres en cargos de representación, que eso es importante y es necesario. No tiene que ver con la presencia de más mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas, que está muy bien. La feminización tiene que ver con la forma de construcción de lo político", declaraba el líder de la formación morada.

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