Madrid, 20 de noviembre de 1976. Se cumple un año de la muerte de Francisco Franco. Y los nostálgicos del recién caído régimen no dudan en exhibir músculo en las calles. Unas 100.000 personas acuden sin dudarlo a homenajear al dictador en la Plaza de Oriente. Frente al Palacio Real se respira un ambiente crispado. Se reza, se entona el Cara al Sol con el brazo en alto, se grita –"¡Gobierno, dimisión por perjuro y por masón!"– y se amenaza a los periodistas, alguno de los cuales resulta herido. Mientras, a poco más de medio centenar de kilómetros de allí, en el Valle de los Caídos, se celebra la misa oficial por el caudillo, a la que acuden los reyes, representantes del Ejecutivo, destacados militares y primeras autoridades religiosas.
Plaza de Oriente y Cuelgamuros se han mantenido, desde entonces, como puntos de peregrinación predilectos. Lugares en los que una vez al año, cada 20N, los franquistas salian de casa y sacaban pecho en público. Eso sí, con una fuerza residual: alrededor de dos centenares de personas en la última convocatoria, nada que ver con las cifras de antaño. Pero algo está cambiando. Cada vez es más frecuente ver a grupos fuera de esos contextos, muchos de ellos jóvenes, alabando sin pudor la dictadura. Y las protestas en Ferraz son un claro ejemplo de ello. En todas estas noches frente a la sede socialista, no ha sido raro ver a algunos manifestantes exhibiendo la bandera franquista o cantando el Cara al Sol con el brazo levantado, una actitud que otros muchos reprochaban.
Ya no hay miedo a significarse como tal. "Se ha perdido ese complejo que existía", explica al otro lado del teléfono Gutmaro Gómez, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid. Un franquismo que, además, se ha ido renovando poco a poco. "Ya no es un grupúsculo de viejecitos nostálgicos, sino que a ellos se han sumado un sector significativo de jóvenes nacidos en democracia que viven desacomplejadamente su posición en la extrema derecha y su nostalgia no vivida del franquismo", resume Oriol Bartomeus, profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro El peso del tiempo (Debate, 2023), un recorrido por las dinámicas políticas desde la Transición.
En 2008, el CIS preguntó a los españoles por la dictadura. Entonces, un 34% la describía como un periodo "negativo", frente a un 11,2% que decía que había sido "positivo". Diez años después, el primer grupo había subido hasta el 47%, mientras que el segundo había descendido hasta el 7%, según datos de Metroscopia. Para algunos autores, sin embargo, el paso del tiempo determina la permeabilidad social ante el fascismo. "Una democracia joven, sobre todo si ha surgido de la guerra o de una revolución civil, reaccionará con firmeza al fascismo, pero una democracia, pongamos por caso, de unos setenta años, habrá perdido gran parte de su memoria original [...]", señala Michela Murgia en Instrucciones para convertirse en fascista (Seix Barral, 2019).
En esta pérdida de complejos a la que hacía mención el historiador ha tenido un peso importante la irrupción de Vox. Una formación que, a diferencia de lo que ha venido siendo habitual en el PP, no esquiva este asunto, sino que hace política con él. "Legitima, normaliza y refuerza ese discurso, que ya no es solo de cuatro fachas sino que se presenta como algo moderno. Ha sido, por tanto, propagador y gran beneficiado de esto", explica el profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Barcelona en conversación con infoLibre. Desde su irrupción en la política hace más de un lustro, la formación liderada por Santiago Abascal ni ha renegado, ni ha condenado, ni ha hecho siquiera un juicio crítico sobre la dictadura.
Los ejemplos abundan. El líder del partido ha calificado el golpe de Estado de 1936 como un "movimiento cívico militar" o ha responsabilizado al PSOE de la Guerra Civil. E incluso ha llegado a decir, en pleno Congreso de los Diputados, que el Gobierno de Sánchez es "el peor en nuestro país en 80 años" –dictadura incluida–. En el partido ultra, en cuyas listas se han integrado generales que exaltaban la figura del dictador, se han referido a las familias que quieren exhumar a sus seres queridos como "buscadores de huesos". Y no han tenido reparos en colocar como altos cargos a personas que posaban en sus redes con la enseña de la dictadura o alababan el franquismo.
De hecho, la cercanía de Vox con las protestas de estos días frente a la sede socialista resulta evidente. Primero, por la presencia de algunos dirigentes –desde Santiago Abascal hasta Javier Ortega-Smith–. Y segundo, por la vinculación de Revuelta, uno de los colectivos instigadores de las protestas –además de Falange o las neonazis España 2000 o Democracia Nacional–, con la formación ultra. Tal y como desveló infoLibre, quien aparece como titular de la página web de este grupo es una asociación denominada Plataforma 711. Dos de sus cinco confundadores fueron candidatos de Vox a las municipales de mayo en Algete (Madrid). Y un tercero de ellos es íntimo del propio Abascal.
Déficit educativo
"Que quede claro que somos franquistas porque fue la mejor época habida en España. Y si no haces valer eso eres un maricón". Quien se pronuncia así en declaraciones a un medio próximo al ala más dura de la derecha es un asistente a las protestas en Ferraz que porta la bandera con el águila. Es joven, no parece que llegue siquiera a los cuarenta. Lo hace unos segundos después de hablar sobre ETA y el asesinato de Luis Carrero Blanco en 1973. "El único serio que ha habido aquí en cincuenta años", señala a la cámara. "Da igual quién le matara. Le mataron porque querían tirarnos el régimen de Franco", completa en medio de un escenario que ha sido testigo en los últimos días de cánticos pidiendo, nada menos, que un "alzamiento nacional".
Hace décadas, señala Bartomeus, la "generación de la posguerra" quiso poner un punto y final al oscuro pasado con la Transición. Pero luego llegó la de la democracia. Y situó de nuevo el tema encima de la mesa, recuperando algunos de los elementos que el régimen del 1978 pretendía "cerrar". "Uno es la dictadura. Y el otro, la guerra", completa el politólogo. No obstante, esa "nostalgia por un tiempo no vivido" no es algo exclusivo de España. Este fenómeno también se vive en otros países como Chile o Argentina. Solo hay que echar un vistazo a los jóvenes argentinos seducidos por Javier Milei, un tipo que califica como "excesos" el plan de exterminio de los setenta.
Pero, ¿cómo es posible que este veneno esté llegando sin problemas hasta los más jóvenes? Para Enrique Díez, profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León y doctor en Ciencias de la Educación, hay que poner el foco, en primer lugar, en las lagunas del sistema educativo. "El olvido de la memoria en la escuela ha supuesto que las generaciones que han ido llegando a la etapa adulta carezcan de educación sólida sobre lo que supuso el franquismo y la lucha antifranquista", expone en conversación con este diario. De ahí que la nueva Ley de Memoria incluya, entre otras materias, medidas a nivel educativo para intentar que los más jóvenes sepan bien lo que supuso la represión durante la guerra y la dictadura.
Son varios los estudios que, desde hace años, avisan sobre los agujeros en este sentido. "El conocimiento de la historia del siglo XX español, especialmente de su primera mitad, se ha mostrado relativamente pobre entre el grueso de los jóvenes", recoge una investigación elaborada recientemente por el instituto CIMOP para la Asociación de Descendientes del Exilio Español. Pero hay más. En el artículo "¿Historia olvidada o historia no enseñada? El alumnado de Secundaria español y su conocimiento sobre la Guerra Civil", publicado en 2019, se recogen algunos datos preocupantes. Entre ellos, los extraídos de un estudio realizado sobre más de ocho centenares de alumnos de la ESO que indicaban que sólo el 26,6% de los chicos y chicas eran capaces de definir correctamente qué era una dictadura.
En el ensayo La asignatura pendiente. La memoria histórica democrática en los libros de texto escolares (Plaza y Valdés, 2020), Díez también entra a analizar los lastres que frenan la penetración de la memoria en unas aulas en las que, dice en conversación con este diario, está "calando" el "discurso del odio". El autor habla, por ejemplo, de equidistancia y de un relato simplista o superficial en los libros de texto –analiza los de quince editoriales–. Y detalla que sólo un 37,5% de los de la ESO y un 50% de los de Bachillerato mostraban una represión franquista sistémica. Además, explica Díez al otro lado del teléfono, el profesorado "pasa de puntillas" por estos temas. Sobre todo en Segundo de Bachillerato, con la prueba de acceso a la universidad a la vuelta de la esquina.
Coincide Gómez: "Se ha dejado espacio a que la gente tenga un lío tremendo". Esto quedó expuesto en la investigación de CIMOP, que se centró en jóvenes de 16 a 30 años. En ella se incluyen algunas conversaciones con estudiantes, recogidas por El País, que dan buena muestra de las profundas carencias históricas. "La gente estaba en contra de la dictadura y se rebelaron", señaló uno de los chavales cuando fue preguntado por cómo estalló la guerra. "Estaríamos, creo, peor aún, porque, por lo que tengo entendido, Franco dio el golpe de Estado porque se estaba empezando a matar gente y había mucho descontento de la población. Creo que ahora estaríamos en bancarrota", responde otro al ser cuestionado por lo que habría pasado si no hubiera estallado el conflicto.
"El profesorado y las administraciones hemos estado más preocupados por la última moda de innovación educativa y no hemos visto cómo les estaba llegando a los más jóvenes un mensaje puramente fascista", critica Díez. En este sentido, también hace referencia a la falta de una "labor antifascista" del profesorado. De hecho, explica que en otra investigación que están llevando a cabo ya han recibido cerca de millar y medio de respuestas en las que niegan haber recibido "formación en pedagogía antifascista", algo que el profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de León considera "crucial". "Mientras que el resto de democracias se fundaron sobre el paradigma del antifascismo, la española lo hizo desde la superación del pasado", completa.
Unas redes sociales inundadas de mensajes ultras
La ausencia de esa "educación sólida" sobre lo que fueron las cuatro décadas de dictadura, apunta Díez, "facilita" la "manipulación mediática y política" de los más jóvenes. Sobre todo, continúa, en las redes sociales, donde el "fascismo se mueve" como pez en el agua. Es ahí, coincide Gómez, donde estos grupos despliegan esa "estrategia de penetración", con mensajes que "blanquean y normalizan" este tipo de discursos sobre un "pasado heroico y fuerte". Publicaciones a las que, incluso, los propios algoritmos de las redes sociales terminan empujando a los usuarios, que acaban metidos en burbujas marcadas por el odio.
Sobre esto último hay numerosos estudios. Uno de ellos, firmado por el investigador Luke Munn, fue publicado hace un par de años por la revista Nature. En él se concluía que el funcionamiento de Facebook privilegiaba "el contenido incendiario, estableciendo un bucle de estímulo-respuesta en el que la expresión de la indignación se hace más fácil e incluso se normaliza”. Y algo parecido se decía en relación a Youtube, cuyo "sistema de recomendaciones" conducía a contenidos "extremos" [puede profundizar aquí]. En cuanto a X, antes Twitter, un estudio reciente de las universidades de Cornell y de California en Berkeley pone de relieve que el nuevo algoritmo implementado por Elon Musk en esta red social amplifica la ira, la hostilidad y la polarización [puede profundizar aquí].
"Toda la difusión que se hace desde hace tiempo de relectura en clave franquista de lo que fue la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo viaja por redes sociales, además de por cadenas de televisión. Y la escuela, ante esto, está desarmada", señala Bartomeus. El politólogo cree que tiene "poca capacidad de influencia" por mucho esfuerzo y muchas horas que dediquen los profesores frente al "monstruo de las redes sociales, que cada chaval lleva en su bolsillo". "Me cuesta ver cómo podemos parar esto", reconoce. Lo que sí tiene claro es que "nos encaminamos, si no estamos ya en eso" hacia un país "mucho más tensionado políticamente, más fanático, más convulso". Un país movido, dice, a golpe de electroshock.
Madrid, 20 de noviembre de 1976. Se cumple un año de la muerte de Francisco Franco. Y los nostálgicos del recién caído régimen no dudan en exhibir músculo en las calles. Unas 100.000 personas acuden sin dudarlo a homenajear al dictador en la Plaza de Oriente. Frente al Palacio Real se respira un ambiente crispado. Se reza, se entona el Cara al Sol con el brazo en alto, se grita –"¡Gobierno, dimisión por perjuro y por masón!"– y se amenaza a los periodistas, alguno de los cuales resulta herido. Mientras, a poco más de medio centenar de kilómetros de allí, en el Valle de los Caídos, se celebra la misa oficial por el caudillo, a la que acuden los reyes, representantes del Ejecutivo, destacados militares y primeras autoridades religiosas.