Glotofobia, andalufobia y un poquito de machismo, chiqui

María Jesús Montero durante una reunión con el alcalde de Granada.

Patricia Godino

Ha vuelto a pasar y ya van… a estas alturas de la legislatura, se ha perdido la cuenta de las veces que, para atizar al Gobierno, la oposición ha criticado el acento de la sevillana María Jesús Montero, a quien haber dejado los trastos de la portavocía del Ejecutivo de coalición hace casi dos años no ha ahorrado sobreexposición mediática ni tampoco vela en todas las polémicas que tengan que ver con el habla andaluza (o las hablas andaluzas, por ser más exactos). 

Nuevo episodio: Miércoles 15 de marzo, sesión de control en el Congreso de los Diputados. En el contexto de una pregunta sobre la reforma de las pensiones, Inés Cañizares, diputada de Vox por la provincia de Toledo, reprocha a la ministra de Hacienda que “sus declaraciones públicas son más propias de 'producciones el chascarrillo' que de una ministra. (…) no es de extrañar que cada vez que coge un micrófono, en lugar de subir el PIB, el empleo o las rentas de las clases populares, en España suba el pan”. 

Aplausos en las filas de Vox.

Bregada en estas lides, Montero responde: “si en vez de hablar de eso [la reforma del sistema de pensiones] nos vamos a dedicar a criticar la forma de hablar que podemos tener cada uno, con una falta de respeto permanente que le tiene la derecha al acento andaluz y a la manera de expresarnos en las diferentes partes de España… pues mal vamos”. 

Viene de antiguo el señalamiento al acento andaluz para erosionar la credibilidad de los dirigentes políticos, un desprecio que trasciende el hecho fonético o lingüístico y que tiene que ver también, o sobre todo, con la mirada que se tiene desde fuera sobre los andaluces,  nacida en los tópicos creados por los viajeros románticos del XIX, que de tan arraigada, reproducida y amplificada ha sido asumida incluso por los propios andaluces, aunque cada vez hay más consciencia sobre esto.

La exigencia del borrado del acento para presentadores y actores no forma parte del pasado. En mayo de 2020, cuando Antena 3 fichó al sevillano Roberto Leal para presentar Pasapalabra, Pablo Motos, metido en todas las salsas, le preguntó “lo del acento andaluz, ¿qué vas a hacer? ¿lo vas a suavizar o lo vas a dejar?”. “No tiene nada que ver el acento con la dicción”, respondió tajante el presentador andaluz.

Este prejuicio de norte a sur ha llegado a su cumbre en el plano político: en 2011, siendo presidente de la Generalitat, Artur Mas llegó a decir de los niños de Sevilla, Málaga y A Coruña que “allí hablan el castellano, efectivamente, pero a veces a algunos no se les entiende”. 

Que los yonquis, camareros y chachas (recuerden a esa Juani de Médico de familia en los 90) tengan acento andaluz en la ficción es algo que sólo está empezando a revertir con la llegada de cineastas locales a escala nacional y, con ellos, la apuesta de papeles protagónicos interpretados por andaluces. 

Hablamos de la construcción del espacio simbólico de Andalucía en el mapa cultural, social y político de España. A grandes rasgos, esta es la tesis que defiende el politólogo malagueño Jesús Jurado, autor de La generación del mollete. Crónica de un nuevo andalucismo (Lengua de Trapo) en el capítulo Con mucho acento, en que se analiza qué se entiende por andalufobia. Por usar la definición de Manuel Rodríguez Illana, uno de los grandes estudiosos de este fenómeno, se trata de “una forma de supremacismo lingüístico con tintes racistas”. En esta línea, Ana Burgos, antropóloga andaluza residente en Cataluña, lo determina como “un sistema estructurado que oprime, inferioriza y estigmatiza a Andalucía y a todo lo relacionado con lo andaluz por el hecho de existir”.

El rosario de ejemplos al respecto es interminable pero se han escuchado perlas que, ay, están grabadas en la memoria de muchos: Ana Mato dijo que “los niños andaluces son prácticamente analfabetos”, Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad de Madrid, defendió que en Andalucía “se usa el dinero de los contribuyentes para dar pitas, pitas, pitas” y el ex dirigente de CIU Durán y Lleida alegó que “los andaluces reciben el PER para pasar toda la jornada en el bar de su pueblo”. 

Por resumir el sambenito: los andaluces hablan mal, sirven para el chiste y son unos subvencionados. Ataques a la generalidad de la población andaluza por parte de dirigentes políticos que parecen haberse suavizado con la llegada del popular Juan Manuel Moreno Bonilla al Gobierno de la Junta de Andalucía, en 2019; de hecho, forma parte del argumentario oficial en Génova que con los populares en el poder, los andaluces son ahora unos fenómenos y lideran todos los ránquines imaginables; antes, no, antes todo esto era campo

La sociedad cada vez es más sensible y el PP andaluz que hoy gobierna no toleraría semejante troleo de compañeros de partido. De hecho, desde que es presidente, Moreno ha hecho de la defensa del andalucismo un eje de su discurso público. Discurso que expresa, sea dicho, con un acento cada vez más coloreado y orgulloso, como conmina la Lola Flores recreada con inteligencia artificial para el anuncio de Cruzcampo, matices en su habla que no han pasado desapercibidos para la prensa que ha seguido su construcción como líder político. 

De alguna forma, Moreno ha hecho el camino inverso: de camuflar el acento a subrayarlo. Desde tribunas donde el acto invite a la relajación, menos protocolarios, no es raro escuchar en boca del presidente modismos y expresiones made in Andalucía. Su intervención en el último 28F, siendo institucional, es el ejemplo de una certeza: los andaluces están orgullosos de su acento y su presidente lo practica en primera persona. 

De hecho, la última encuesta del Centro de Estudios Andaluces (CENTRA) revela el altísimo grado de identificación de los andaluces con su acento: el 72,8% se siente muy identificado y el 20,8% identificado. 

Aunque haya rasgos en desuso como el ceceo. Teresa Rodríguez, líder de Adelante Andalucía, impulsó el pasado noviembre una campaña, Saca tu lengua, para "dignificar y fomentar" el uso de estas hablas de la "variedad lingüística andaluza". Aquella campaña reveló que, un libro de texto didáctico sobre gramática de la editorial SM, el más utilizado en secundaria y bachillerato, el ceceo aparece como un fenómeno de mala pronunciación llegando a indicar que se da “en algunas zonas de Andalucía, sobre todo en sectores de cultura baja”.

El andaluz, un acento que desacredita según a quien

No hay un contador oficial, ni estadísticas pero la hemeroteca y la viralidad de ciertos episodios indica que son habitualmente voces de la derecha los que buscan con más ahínco el descrédito del contrario por la vía del acento. María Jesús Montero se lleva la palma en esta legislatura.

“Nadie habla así en Andalucía. Creo que la portavoz del Gobierno ha visto demasiados vídeos del genial Chiquito de la Calzada”, escribió en su día en Twitter el diputado sevillano por Vox en el Congreso Francisco José Contreras; "¡Vaya mítin, señora ministra! Esto no son Las Tres Mil Viviendas de Sevilla, de cuando estaba en la Junta de Andalucía, sino el Congreso de los Diputados, y usted es la ministra de Hacienda”, le reprochó la diputada canaria Ana Oramas, que pidió luego disculpas por esta declaración. El diputado popular Rafael Hernando se dirigió a Montero como “miarma” y el senador Javier Maroto como “chiqui”, buscando emular las expresiones que Montero emplea en sus corrillos con la prensa que la frecuenta o en intervenciones con menos envaramiento que una tribuna. 

Estos rifirrafes han llegado a los titulares y a la opinión publicada. Bajo el título Marijau Montero habla con lengua de serpiente, el jefe de Opinión de El Mundo, Jorge Bustos, escribió en noviembre de 2020 que “Hasta la irrupción de María Jesús Montero en la escena política, todos pensábamos que el euskera era la única lengua no indoeuropea que se hablaba en España. Hoy sabemos que a nuestro ya complicado mapa idiomático debemos añadir un nueva riqueza: el monterés” y prosiguió “… en medio de semejante hemorragia agramatical, burbujeante puchero de anacolutos, agresiones al diccionario, luxaciones fonéticas y homenajes involuntarios a la parla de los sioux”.

En su tiempo como consejera en la Junta de Andalucía, no se recuerdan episodios similares, los ataques siempre fueron otros. A María Jesús Montero, siempre se le entendió, otra cosa es el sostén argumentativo de sus respuestas, más o menos convincentes para la prensa. Podría gustar más o menos su alambicada construcción gramatical o la duplicación (os/as) en virtud de la corrección política y la mirada de género, pero de Despeñaperros para abajo el seseo, el acortamiento de los participios y la relajación de la “j”, rasgos propios de su acento, nunca fue un problema para la bancada de la oposición.

Esto fue así hasta su salto a la capital y hacerse con la vitola de ser una de las mujeres más poderosa en las filas del Partido Socialista. Hoy es la número 2 del partido a nivel federal y consejera áulica del presidente Sánchez.

No es una historia singular: antes de Montero, ya le llovieron las críticas a otras dos ministras andaluzas, ambas, también en su momento político con una ascendencia importante en sus respectivos Ejecutivos: criticaron el acento de la gaditana Magdalena Álvarez (PSOE) (“Tiene un acento que parece un chiste”, Montserrat Nebrera, ex dirigente del PP de Cataluña) y el de la popular Celia Villalobos, de Málaga. 

En las filas del Ejecutivo de coalición hay en la actualidad otros andaluces que hablan con ciertos rasgos fonéticos propios de sus territorios, como Luis Planas, de Córdoba, y Alberto Garzón, de Málaga. No se conoce polémica al respecto de su acento, bien porque tienen un tono menos enérgico en sus declaraciones (Planas) bien porque su habla es más normativa, sea esto lo que quiera significar, o simplemente porque su gestión, cuando trasciende, ocupa los titulares pero no así el acento en que lo expresa

Cabe decir, pues, que aquí existe rechazo al acento andaluz pero también su buena dosis de machismo. El trinomio mujer, ministra y andaluza se digiere entre mal y regular.

También Susana Díaz, en su tiempo de presidenta de la Junta de Andalucía y en aquella etapa de gira nacional por las primarias del PSOE, coleccionó titulares. Fue célebre el episodio del cónsul de España en Washignton, Enrique Sardá, destituido por el ministro de Exteriores Alfonso Dastis (PP) después de conocerse un comentario suyo en una red social en el que se mofaba de la presidenta andaluza por coincidir en el estilismo con la reina Letizia. De paso, el diplomático ridiculizaba el acento de los andaluces. El texto escrito por el cónsul en su red social decía literalmente: "Verano tórrido. Hay q ber q. ozadia y mar gusto la de la susi. mira q ponerse iguá q letirzia. cm se ve ke n.sabe na de protoculo ella tan der pueblo y de izquielda. nos ha esho quedar fatá a los andaluse. dimicion ya".

Diagnóstico: glotofobia o discriminación a causa del acento. El término es relativamente reciente pero no así el fenómeno y es acuñado por el sociolingüista Philippe Blanchet, profesor de la Universidad de Rennes-2 en Bretaña (Francia). Con este neologismo vino a hacer referencia a la discriminación que sufren los hablantes de variedades alejadas del estándar y que afecta al cumplimiento de derechos básicos, como el derecho al trabajo o a la vivienda. “El acento del Mediodía francés, por ejemplo, se percibe como poco serio, divertido y ligero, y esta percepción social se convierte en un factor discriminador que impide el acceso a ciertos empleos, a funciones de prestigio, como dirigentes empresariales o asesores financieros”.

Ésta es parte de la argumentación que se puede leer en la proposición no de ley (PNL) que ha impulsado esta misma semana Unidas Podemos en la Comisión de Cultura y Deporte del Congreso de los Diputados y que registró hace dos años la diputada de Podemos María Márquez, doctora en Filología Hispánica y profesora en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla. Márquez está ya fuera de la cámara y varios cambios de caras en el grupo parlamentario después han hecho que haya sido el gaditano José Luis Bueno, gaditano de Izquierda Unida y filólogo francés, el encargado de formular la PNL que insta al Gobierno a realizar una campaña institucional que reivindique “la dignidad de todas las variedades y modalidades lingüísticas”. También se le pide “tomar las medidas necesarias para garantizar la igualdad real y efectiva, y la no discriminación por acento”. 

En conversación con infoLibre, el diputado argumenta que en España, “los acentos más discriminados son los del sur”, esto es,  Extremadura, Andalucía, Murcia o Canarias, las similitudes de indicadores sociales de estas comunidades no son casuales.

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Y aunque cada territorio tiene su singularidad, su lucha histórica, sus referentes culturales y sus propias contradicciones, la tesis de Unidas Podemos es que “es frecuente que el hablante estigmatizado desarrolle toda una estrategia de encubrimiento de un rasgo que siente como vergonzoso, causa de un doloroso sentimiento de inferioridad, y que tienda a adoptar, especialmente en situaciones de formalidad o distancia comunicativa, un español más estándar”.

En su exposición de motivos, la PNL alude a estudios alemanes que identificado que la brecha salarial por acento puede llevar a una penalización de hasta el 20% del sueldo, en detrimento de los habitantes de regiones periféricas y de la gente del sur frente a los del norte. En Francia, los estudios identifican a un 16% de la población que confiesan haber sido discriminados por su forma de hablar cuando iban a buscar empleo. En su libro, Jesús Jurado apunta la menor puntuación e incluso penalizaciones que sufren andaluces que no borran su acento en los calls center

Y en este punto se abre un melón nuevo: la discriminación creciente a los otros acentos, esos acentos que por la vía de la migración y las nuevas generaciones de españoles de origen extranjero ya forman parte indisoluble de la composición de la nueva sociedad de nuestro país, fundamentalmente los acentos latinoamericanos que, como en su día y aun hoy extremeños, canarios, murcianos y andaluces, sufren de aporofobia. Son nuevas realidades que habrán de estudiar sociólogos y lingüistas. Y los demás, escuchar atentos. 

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