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Del 'Green New Deal' a los Verdes alemanes: ¿reverdece el ecologismo político en el mundo?

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Las políticas medioambientales, la defensa de la sostenibilidad en la economía y en la relación entre los seres humanos y la naturaleza que les aloja y les provee de recursos, no suelen funcionar como palanca de cambio, como aglutinador de mayorías, no han sido nunca la llama de una revolución a gran escala. Se han librado batallas, y muchas se han ganado; pero en muchos escenarios lo verde tiene la etiqueta de capricho kitsch, de una extravagancia de una clase media acomodada que, librada del aprieto de llegar a final de mes, encontraba un nuevo lugar donde elevar una pancarta. La revolución divertida de la juventud burguesa. Solo las urgencias del cambio climático, que han mostrado que sólo un cambio a todos los niveles –económico, social, industrial, político, incluso psicológico– podrá paliar las graves tensiones que vienen y que ya están presentes, han comenzado a cambiar el discurso. De la ecología política como divertimento a la ecología política como herramienta para la transformación social. Que cuide el planeta, que nos libre del calentamiento global en la medida de lo posible y que ataje la desigualdad.

En torno al protagonismo de lo verde en la esfera política, dos movimientos han acaparado titulares en los últimos meses: el Green New Deal, o Nuevo Acuerdo Verde, que empieza a coger fuerzas en el seno del partido demócrata estadounidense, y los Verdes alemanes (Alianza 90/Los Verdes), que en las últimas elecciones regionales superaron a los socialdemócratas, en un resultado que pocos preveían. Entre el Green New Deal y el partido que ha gobernado en el país germano junto a socialdemócratas y conservadores, en alianzas regionales y estatales, hay menos en común de lo que podría parecer en el detalle, más allá del color. El contexto, sin embargo, sí que les une: ambas opciones aspiran a ser la respuesta al crecimiento de la extrema derecha. Ante la retirada de Trump del Acuerdo de París, una nueva agenda contra el cambio climático: y ante los nostálgicos del nazismo, un proyecto europeísta e integrador.

Los Verdes alemanes y la corriente demócrata, pese a que suelen ser etiquetados juntos como las nuevas esperanzas del ecologismo, la conciencia medioambiental y la lucha contra el cambio climático, pertenecen a dos corrientes que abordan desde perspectivas distintas lo verde. El Green New Deal es una agenda política transformadora, mucho más allá de una batería de medidas para hacer frente a los retos ambientales. Es lo que el investigador del  Instituto Universitario Europeo (EUI) Guillem Vidal llama políticas y partidos "sandía", una metáfora muy visual: verdes por fuera, rojos por dentro.

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El acuerdo demócrata recoge el testigo del New Deal de Franklin Roosevelt, una inyección de dinero público e iniciativas estatales para reactivar la economía tras la Gran Depresión, pero le da una pátina de reacción contra la crisis ambiental: propone millones de euros de un Estado intervencionista no solo para reducir la contaminación de Estados Unidos a los mínimos posibles, también para crear empleo verde, paliar los impactos en las industrias más sucias, y en definitiva, reducir la desigualdad. La ya existente y la que puede conllevar una transición ecológica mal ejecutada. ¿Cómo lo financiaría? Con más impuestos a lo más ricos. El Green New Deal es, ante todo, redistribución de la riqueza.

Que una propuesta de acción climática tenga hechuras de respuesta a las profundas tensiones que provocará, que no se quede en una batería de restricciones a la polución, es motivo de ilusión para activistas de todo el planeta. Más viniendo de donde viene: Estados Unidos, el paraíso del neoliberalismo, con un Gobierno negacionista y lobbys con capacidad declarada de influir en las políticas públicas. Precisamente aquí radica su mayor debilidad: el escenario absolutamente hostil ante el que se presenta. Pese a la popularidad de la que ha disfrutado, solo el 15% de los parlamentarios demócratas declara apoyar el Nuevo Acuerdo Verde, coincidiendo prácticamente con el ala más izquierdista del partido que comanda Bernie Sanders. Ha ayudado a su difusión una de las que con más ahínco lo defiende: la nueva congresista del Bronx Alexandria Ocasio-Cortez, cuyos orígenes humildes le permiten defender la doble cara del proyecto: política verde, sí, pero roja por dentro, de justicia social.

Pero las mayores amenazas no están dentro, sino fuera. Hay algunas que se ven, encarnadas en el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, que niega la realidad del cambio climático, como si su existencia y su origen antropogénico fueran opinables. Otras menos visibles. Iniciativas en el Estado de Washington a favor de un aumento de los impuestos a la contaminación han sido tumbadas gracias a campañas en contra financiadas generosamente por grandes petroleras. Las primeras batallas, aun sin conformarse como una alternativa política tangible y con capacidad de influencia, ya se han perdido.

Pesan también los antecedentes de un país con historia de reaccionar con uñas y dientes contra cualquier historia que suene mínimamente a socialismo. Según relata Politico, el presidente Obama ya intentó en 2009 un Green New Deal a su manera: un paquete de medidas para reactivar la economía, dinero público mediante, que incluían políticas climáticas. No terminó de funcionar. Los republicanos, liberales temerosos ante el aumento del déficit público, acuñaron el término porkulus: contracción de pork (cerdo) y stimulus (estímulo). "Mientras, los demócratas se quejaron de que era demasiado pequeño o demasiado grande, excesivamente o insuficientemente centrado en las prioridades a largo plazo, con demasiado dinero para esto o no suficiente para aquello", relata la revista.

Es por ello que Alexandria Ocasio-Cortez, principal cara visible del proyecto verde, se ha esforzado en distanciarse de las políticas de Obama. Asegura que estamos, más que ante un Green New Deal, ante un New Green New Deal, que abarca más y mejor. Aseguró, en declaraciones a The Huffington Post, que el plan del anterior Gobierno demócrata fue un esfuerzo "a medias" que "no funcionará". "El Green New Deal que nosotros estamos proponiendo será similar en escala a los esfuerzos de movilización vistos en la Segunda Guerra Mundial o en el Plan Marshall. Requerirá la inversión de billones de dólares y la creación de millones de puestos de trabajo altamente cualificados”, aseguró, poniendo el foco en el sistema energético.

El doctor en Antropología Social Emilio Santiago considera que su potencial se encuentra más a largo plazo. "Esta propuesta no es nueva. Lo nuevo es que lo defienda una estrella en formación como Alexandria Ocasio-Cortez. Tiene que ver más con la comunicación política", defiende, y la posibilidad de convertir la transición justa y la acción climática en algo atractivo. "Es una excusa perfecta para romer ciertos marcos neoliberales" que están asentados en Estados Unidos.

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Los estadounidenses no inventaron el término Green New Deal. Lo acuñó el periodista Thomas L. Friedman en 2007, en el New York Times: "Solo ecologizaremos el mundo cuando cambiemos la naturaleza misma de la red eléctrica, alejándola del carbón o petróleo sucio hacia las fuentes renovables. Y ese es un gran proyecto industrial, mucho más grande de lo que nadie te ha dicho", aseguró. El Green New Deal Group, compuesto por economistas, ecologistas y empresas del sector de las renovables, recogió el testigo del término y publicó en junio de 2008 una serie de recomendaciones para verderizar la economía que siguen siendo referentes.

En junio de 2015, Los Verdes/Alianza 90, partido producto de una coalición entre los ecologistas alemanes y un partido anticomunista de la antigua Alemania oriental, publicó un posicionamiento sobre el Green New Deal. No el norteamericano, que aún estaba por fraguar: sino sobre la propuesta de este grupo de economistas. Los Verdes defendieron inversiones millonarias para un mercado energético descarbonizado, un medio ambiente saludable y "una nueva movilidad para el siglo XXI". "Las economías desarrolladas no pueden, simplemente, continuar sus modelos de crecimiento tradicionales, por razones ecológicas y demográficas. Hay que prepararse ahora. En las crisis siempre se abren oportunidades para el cambio, por lo que se necesitan buenas inversiones en innovaciones medioambientales y sociales para estabilizar nuestra economía y hacerla sostenible", finalizaba el comunicado.

Las posturas norteamericana y alemana coinciden en respetar los márgenes del capitalismo verde: intentar conciliar el crecimiento a todos los niveles con la sostenibilidad y los límites del planeta. Una postura ante la que, dicho sea de paso, son escépticos determinados sectores ecologistas, que apuestan por el decrecimiento como única salida para abordar los retos ambientales. La defensa demócrata del Green New Deal es, en todo caso, bastante más agresiva en cuanto a la redistribución y la lucha contra la desigualdad, a diferencia del discurso de los Verdes, que no incomoda a los grandes poderes fácticos. La historia de los Verdes en Alemania explica por qué no son molestos.

El 14 de mayo de 2018, Los Verdes/Alianza 90 cumplieron 25 años de su fusión. Pero hace 25 años se trataba de un partido distinto. En los 80, Die Grünen representaba un ecologismo que algunos calificarían como antisistema y que en el imaginario se ha quedado como hippie: favorables a una redistribución radical de las rentas, feministas, antinucleares y, sobre todo, pacifistas: contrarios a la OTAN y a cualquier tipo de injerencia militar. En su congreso fundacional, los más izquierdistas de los Verdes desplazaron a los ecologistas derechistas y conservadores, pero estos, años después, se tomarían su venganza.

Durante toda la década ya eran visibles las tensiones entre dos facciones del partido: los llamados fundis, que defendían la esencia anticapitalista de la formación, y los apodados realos, proclives al –a veces, usado como eufemismo– pragmatismo: hablar con todos, pactar con quien sea y participar activamente en la vida parlamentaria para conseguir los objetivos de la formación. El mote es derivado de la fórmula política alemana realpolitik: poner por encima los intereses de un país a los principios teóricos. Describe a la perfección qué pasó cuando, en los 90, los realos accedieron al poder del partido.

"Entre 1990 y 1991 abandonaron el partido alrededor de 10.000 miembros, la mayoría activistas de izquierda: ecosocialistas, feministas, y ecologistas radicales", cuenta en una entrevista para El Salto Jutta Ditfurth, fundadora de los Verdes y autora de un libro donde carga contra la deriva derechista de la formación. Entre esos realos que se hicieron con el poder y redefinieron su estructura se encontraba Joseph Joschka Fischer, que fue años después ministro de Relaciones Exteriores en la coalición que se fraguó tras las elecciones de 1998 entre los Verdes y el SPD del canciller Gerhard Schröder. Defendió la participación alemana en la guerra de Kosovo, en lo que los analistas consideran el símbolo definitivo del viraje de una formación que, décadas antes, tenía el pacifismo como uno de sus leit motivs.

El analista de política alemana Franco Delle Donne aseguraba en 2017 que los Verdes pasaban por "un problema grave de identidad" a raíz de la crisis nuclear de 2011 en Fukushima, que despertó en todo Occidente la histeria antinuclear. A pesar de sus vaivenes, el partido se había mantenido firme en su oposición a la energía nuclear: estable, relativamente segura y relativamente limpia para unos, contaminadora y potencial fuente de desastres para otros. Tras la tragedia en Japón, Angela Merkel y su CDU asumieron el discurso antinuclear y comenzaron un apagón progresivo que, posteriormente, ha marcado la política energética del país: quieren desengancharse del carbón pero solo cuentan con las renovables para sustituirlas. En definitiva, los conservadores les robaron su principal bandera.

Ello no impidió que, en las pasadas elecciones de la región alemana de Hesse, el partido subiera casi 9 puntos, en un escenario de caída de las formaciones tradicionales y de ascenso de la ultraderecha. ¿Pero no tenían un problema grave de identidad? Para el investigador Guillem Vidal, su éxito radica en su moderación, su pragmatismo, su realpolitik: "Atraen a un votante de clase media, educado, cosmopolita", asegura, para el que el ecologismo es una lucha cultural, no material. Se han convertido en un partido transversal, que es capaz de recoger votos tanto de la izquierda moderada como de la derecha y los conservadores que simpatizan con lo verde. Una clase media que puede permitirse coche eléctrico, comida ecológica y barrios alejados de los núcleos de polución.

  ¿Y en España?

Dibujados los dos proyectos que aspiran en el Norte global a atraer a mayorías sociales, el Green New Deal estadounidense a través de una acción climática que combata la desigualdad como principio fundacional, y unos Verdes alemanes cuya imagen de ecologistas amables les granjean apoyos en un amplio espectro electoral, toca preguntarse si alguno de estos modelos serviría en España para alumbrar un movimiento verde con fuerza. Ya hay partidos verdes en el país, el principal Equo, fundado en 2011 gracias a la iniciativa del diputado Juantxo López de Uralde. Sin embargo, no tiene un peso parlamentario destacado. Los expertos consultados por infoLibre coinciden en señalar que es difícil que lo verde lidere la agenda política, dado el escenario actual: auge de una extrema derecha identitaria, la polarización que ha provocado el procés catalán...procés y una falta de cultura y concienciación medioambiental en la ciudadanía, en comparación con sociedades del centro y el norte de Europa.

"Hay que notar que incluso en el caso de Die Grünen en Alemania, seguramente el país de Europa con más tradición y demanda de esta identidad política, nunca han logrado romper su techo del 10% de voto a nivel federal, ni siquiera hace diez años, cuando vivieron su mejor momento electoral. Mucha gente comparte sus propuestas y se declara ecologista, pero a la hora de entregar el gobierno de su país piensa en otras formaciones que hablan de crear empleo", asegura el profesor de Comunicación Política y autor del blog Democracia Pixelada Miguel Álvarez-Peralta. Es cierto que esa ha sido la realidad hasta ahora, aunque también que las encuestas actuales sitúan a los Verdes como segundo partido a nivel federal (con un 18% en intención de voto), por delante de los socialdemócratas del SPD (15%)..

Emilio Santiago comparte el análisis y añade un matiz: las "particularidades de la izquierda" española, enmarcada en el sur de Europa, con partidos nuevos alimentados por el rechazo a la austeridad como Podemos y Syriza. Y en el caso español, su fragmentación.

Sin embargo, el activismo ambiental cuenta con bazas a su favor que, también, podrían aprovecharse para generar sinergias. "Hay una línea de fuga, y existen posibilidades. No son casuales los movimientos del PSOE en esta línea. Es imposible que cualquier modelo de sociedad que se presente de aquí a diez años no tenga estos temas como eje vertebrador y principal", considera Santiago. Coincide Cristina Monge, directiva de Conversaciones de Ecodes: "Además de la existencia de Equo, empieza a ser un tema transversal. Podemos, aunque solo sea por mantener a Equo dentro, tiene que conservar el discurso. El PSOE ha apostado fuerte y tiene a personas muy significadas: Teresa Ribera, Cristina Narbona y más. Además, en el programa marco municipal van a dar mucha cancha a esto. Incluso Ciudadanos y otras opciones de derecha van asumiendo algunos postulados", explica la columnista de infoLibre.

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Con respecto al Green New Deal, Santiago cree que, más allá de su difícil lucha por su supervivencia en un país como Estados Unidos, cree que movimientos como este evidencian que "se ha ha bierto una falla sociológica, donde lo verde está cristalizando. Nos da cierta esperanza de un viraje" que combine la acción climática, la sostenibilidad real y la justicia social. "Lo importante del Green New Deal es la ilusión que genera, porque nos da un marco ganador. Tienes que defender una apuesta de un futuro mejor, y en el ámbito electoral esto es cómodo". Santiago es de esos activistas que no cree en el capitalismo verde. La solución a las emergencias climáticas pasa, cree, por una transformación radical y completa, que no apueste por el crecimiento sino por el decrecimiento, que tenga en cuenta que también hay límites físicos y naturales para las alternativas limpias –coche eléctrico, energías renovables– al colapso. Sin embargo, considera que la lucha tiene que ser doble, desde el activismo ecosocial y desde las izquierdas: "Hay que apoyar estos movimientos, aun con sus insuficiencias. Apostar por una colaboración interclases que no genere mucha hostilidad con sectores habitualmente contrarios: por ejemplo, con empresas de renovables". Y, con la otra mano, seguir generando espacios donde se hable de decrecimiento, donde se de un paso más. 

Con respecto al modelo Die Grünen, del ecologismo como lucha cultural que atraiga a sectores diversos, Guillem Vidal opina que "potencialmente sí hay ese espacio. Pero ese polo, de temas culturales que incluyen la integración europea, los derechos LGTB... el electorado de Ciudadanos, que parte de él es más liberal, sí podría sentirse atraído por una alternativa así. Pero no sé hasta qué punto existiendo ya Ciudadanos, podrían existir. Para que una alternativa verde liberal funcione contra el autoritarismo nacionalista, hay que generar una nueva serie de ejes" que, actualmente, no existen. 

¿Y desde la calle? En un artículo en Ctxt.es, Emilio Santiago defiende junto a Héctor Tejero, de Contra el Diluvio, que hay espacio para el activismo ecosocial en un nuevo movimiento, al estilo del 15M, que no aspire a convencer a todo el mundo, sino que, al igual que lo que pasó en mayo de 2011, levante las simpatías de la mayoría aunque no se impliquen. Ya hay un antecedente similar, y muy cercano en el mundo: la revuelta francesa de los chalecos amarillos, que se manifestaron espoleados por la subida de los precios del combustible. Percibieron que al final, los de siempre, los de abajo, pagaban por las reformas necesarias para evitar el caos climático. Pero el escenario es difícil, muy difícil. "Las manifestaciones de septiembre sacaron a decenas de miles de de personas en París. En Madrid fuimos 2.000", recuerda, para ejemplificar que, a pesar de que "se está abriendo una grieta en el sentido común", la "trayectoria histórica y política en España" ha generado un caldo de cultivo poco propicio para la revolución verde en el país. 

Las políticas medioambientales, la defensa de la sostenibilidad en la economía y en la relación entre los seres humanos y la naturaleza que les aloja y les provee de recursos, no suelen funcionar como palanca de cambio, como aglutinador de mayorías, no han sido nunca la llama de una revolución a gran escala. Se han librado batallas, y muchas se han ganado; pero en muchos escenarios lo verde tiene la etiqueta de capricho kitsch, de una extravagancia de una clase media acomodada que, librada del aprieto de llegar a final de mes, encontraba un nuevo lugar donde elevar una pancarta. La revolución divertida de la juventud burguesa. Solo las urgencias del cambio climático, que han mostrado que sólo un cambio a todos los niveles –económico, social, industrial, político, incluso psicológico– podrá paliar las graves tensiones que vienen y que ya están presentes, han comenzado a cambiar el discurso. De la ecología política como divertimento a la ecología política como herramienta para la transformación social. Que cuide el planeta, que nos libre del calentamiento global en la medida de lo posible y que ataje la desigualdad.

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