El 24 de enero de 2009, el Wall Street Journal (WSJ), referencia de la prensa económica mundial, llevaba casi dos años perteneciendo a News Corp, emporio mediático de Rupert Murdoch y a cuya junta directiva pertenece José María Aznar. La reseña anterior vale para afianzar que, llegado el caso, sobre tal medio pueden recaer sospechas ciertas o conspiranoicas. Pero, desde luego, ninguna que lo sitúe en el tablero de la prensa antisemita. Entonces, el WSJ publicó un amplio reportaje de Andrew Higgins, que diez años antes había ganado el Premio Pulitzer, bajo el título Cómo Israel ayudó a la gestación de Hamás (How Israel helped to spawn Hamas) .
Aquel extenso y documentado trabajo periodístico dejaba sobre la mesa datos que en las últimas décadas han pasado casi inadvertidos. El más clarificador se resume así: el fundador de Hamás, la poderosa organización terrorista cuya brutalidad contra civiles israelíes mantiene noqueada a la población mundial desde hace una semana, fue Sheikk Ahmed Yassin, “un clérigo lisiado y medio ciego” procedente de los Hermanos Musulmanes de Egipto. Con él -publicó WSJ- “cooperó” Israel “incluso cuando [Yassin] estaba sentando las bases de lo que se convertiría en Hamás”.
Citando como fuentes, con nombres y apellidos, a israelíes que habían ocupado cargos oficiales en la franja de Gaza, Higgins narra cómo el Gobierno de Israel “reconoció oficialmente a una entidad precursora de Hamás llamada Mujama Al-Islamiya, registrando el grupo como organización benéfica”.
Encabezada por Yassin y con rango oficial desde 1979, Israel permitió a la asociación crear una universidad islámica, construir mezquitas, clubes y escuelas. ¿El objetivo? Que aquel movimiento partidario de aplicar la sharia se extendiera por el territorio palestino y se impusiera a quienes, como había ocurrido con el turco Kemal Ataturk o el egipcio Gamal Nasser -aun con todos los peros, errores y rasgos autocráticos- anhelaban una Palestina independiente que no se plegase a los mandatos islamistas. Israel -se lee en el reportaje- toleró a Yassin y sus discípulos “durante años y, en algunos casos, los alentó como contrapeso a los nacionalistas laicos de la Organización para la Liberación de Palestina y su facción dominante, Fatah, de Yasser Arafat”.
"Socavar la influencia de la OLP"
En su libro Hamás, Política, Caridad y terrorismo al servicio de la Yihad, el estadounidense Mathew Levitt, del Washington Institute y director de su programa Jeanette y Eli Reinhard sobre contraterrorismo e inteligencia, cita a un académico israelí, Meir Hetina, como autor de la siguiente frase: "La administración civil israelí mostró una actitud relativamente tolerante hacia la actividad religiosa, en parte para socavar la influencia de la OLP". Levitt lo cimenta con los ejemplos que siguen: “Las autoridades israelíes permitieron que el número de mezquitas en la franja de Gaza se duplicara de 1967 a 1986. La administración civil también aprobó oficialmente organizaciones dawa [de proselitismo] que se convertirían en elementos centrales de la infraestructura de Hamás, como el Centro Islámico (Al-Mujama Al-Islamiya) en Gaza”.
Uno de los grandes expertos españoles en terrorismo islamista, el catedrático de la Rey Juan Carlos y primer presidente del Grupo de Expertos en Radicalización Violenta de la Comisión Europea (2007-2009), Fernando Reinares , condensa su diagnóstico de lo sucedido: “Las autoridades israelíes trataron de instrumentalizar el movimiento palestino para la resistencia islámica una vez formado, activo y en evolución. El cálculo, que a la postre pone de manifiesto la limitada racionalidad subyacente a ese tipo de decisiones, era debilitar y fracturar a la entonces predominante y pujante OLP. No fue al revés, como a veces se lee y se escucha. Hamás se creó a partir de palestinos que pertenecían a la rama egipcia de la Hermadad Musulmana”.
Casi una década después del reconocimiento oficial de Mujama Al-Islamiya, un camión israelí arrolló en Gaza a dos coches el 9 de diciembre de 1987 y provocó la muerte de cuatro palestinos. Días después, nacía Hamás en un clima de desesperación -ahí arrancó la primera Intifada- por parte de una población que había perdido la esperanza de la libertad. Confinados, sujetos a un estado de permanente miseria y apátridas, y así lo sigue recalcando Amnistía Internacional, todo aquello actuó como un perfecto caldo de cultivo para Hamás.
A su frente, cómo no, el clérigo Sheikk Ahmed Yassin, con cuya vida acabó finalmente en 2004 un misil lanzado por Israel. Para entonces, Hamás ya había crecido de un modo imparable. Mientras que las flechas de la OLP se habían dirigido desde el primer momento a buscar que no solo exista el Estado de Israel sino también el de Palestina, Hamás ha abogado desde el comienzo por la destrucción completa del país que oficialmente inició su andadura en 1948. Su creación se fraguó en línea con lo que ya en 1917 había propuesto el imperio británico, alentado por una política que llegó a ser antisemita con la promulgación en 1905 de la Aliens Act para impedir la entrada de judíos que huían de la Rusia zarista. A modo de aparente paradoja, aquel antisemitismo camuflado del Reino Unido terminó confluyendo con los presupuestos sionistas que a finales del XIX acuñó el húngaro Theodor Herzl: había que crear “un hogar nacional para el pueblo judío” en Palestina.
Cuando Israel formalizó su existencia, Europa trataba de descargarse de culpa por cerrar los ojos ante el régimen hitleriano y la barbarie del Holocausto. O por colaborar, como ocurrió con países como Francia y otros varios, entre ellos España, que llegó a confeccionar la lista de los hebreos residentes en el territorio nacional, a culpar en el BOE a “financieros judíos” de la caída de Alfonso XIII y a convertirse en refugio para nazis. Y ahora, una vez creado el Estado de Israel e iniciada la Ocupación con mayúsculas, los ojos se cerraron ante la tragedia palestina. La promesa incluida en la Declaración de Independencia y leída por David Ben Gurion -el primer jefe de gobierno de Israel- nunca se cumplió: hasta ahora, ni ha habido ni se avizora que Palestina se divida en dos Estados, uno judío y otro árabe.
El paralelismo con Bin Laden
Lo sucedido con el fundador de Hamás evoca, de manera indefectible, la idea de que siempre hay vidas paralelas. Porque el hecho de que Israel cooperase con el movimiento islamista palestino del clérigo Yassin recuerda cómo EEUU apoyó el surgimiento de los talibanes en el Afganistán de los años ochenta, con Reagan en la Casa Blanca y la URSS todavía sin haberse desmoronado para dar paso al reguero fangoso que acabó encumbrando a Vladimir Putin, antiguo miembro de la KGB.
Al igual que Yassin, terminó cayendo en un ataque -en este caso, de EEUU- Osama Bin Laden, el despiadado yihadista jefe de Al Qaeda y cerebro de la matanza de las Torres Gemelas pero, también, el muyahidín de Afganistán a quien la administración americana financió en su guerra contra la URSS.
Así que EEUU -pincha aquí para acceder a la crónica de la BBC británica sobre la Operación Ciclón- y el suministro de armas y dinero a los talibanes fortaleció a Bin Laden como herramienta contra el imperio soviético. ¿Hizo lo mismo Israel con Hamás para realmente propiciar la caída de la OLP? “¿Que Hamás siempre ha sido utilizado para división de los palestinos? Sí”. Quien responde es Chema Gil, experto en terrorismo y codirector del Observatorio Internacional de Seguridad. Pero lo anterior -remarca- en absoluto justifica ni un centímetro de la trayectoria de Hamás. Porque -es lo que sostiene Gil- a aquel plan trazado por Ben Gurion para la creación de dos Estados se opusieron “los países de alrededor”. “Jordania, Siria o Egipto no consideraron que hubiera razones para darle a aquello viabilidad. Y lo que hicieron fue iniciar una guerra contra un país que tenía un ejército paupérrimo”.
En todo caso, hace mucho que el adjetivo paupérrimo cambió de bando. Como resumía el miércoles El País, en Gaza viven alrededor de 5.500 personas por kilómetro cuadrado -60 veces más que en España-, “con un 22% de agua potable, un 47% de paro y un 62% de población dependiente de la ayuda humanitaria”. “En las últimas cuatro ofensivas israelíes -prosigue el diario- han muerto 4.000 personas”. En ese territorio, la franja de Gaza, Hamás es el gobernante de facto desde que en 2006 ganó por mayoría absoluta las elecciones imponiéndose a Fatah -organización esencial en la OLP- y anunciando la ruptura con la Autoridad Palestina del otro territorio palestino, Cisjordania.
La realidad fue así desguazando lo que en 1993 pretendió alumbrar un nuevo futuro para la zona: los Acuerdos de Oslo, suscritos con la OLP y que preveían que israelíes y palestinos sellaran en cinco años un pacto permanente. No pasó nada. Y el ascenso de Hamás se mantuvo. Ahora, con el horror de los ataques de Hamás en la retina del mundo, el ministro de Defensa israelí se permite llamar “animales humanos” a los habitantes de Gaza. ¿Se arrepiente Israel de haber alimentado a Hamás como alimentó en su día EEUU a Bin Laden? Para la pregunta no hay de momento respuesta ni nada sugiere que oírla o leerla sea factible.
La religión como “panacea” en medio de la desesperación
Como en un artículo publicado en julio 2021 sostenía el israelí Ilan Pappé, catedrático de Ciencias Sociales y Estudios Internacionales de la Universidad de Exeter (Reino Unido) y director del Centro Europeo de Estudios Palestinos-, “la popularidad de Hamás entre los palestinos no dependía únicamente del éxito o el fracaso de los Acuerdos de Oslo”. Hamás, prosigue el académico, “también captó los corazones y las mentes de muchos musulmanes por el fracaso de la modernidad secular a la hora de encontrar soluciones a las penurias cotidianas de la vida bajo la ocupación”: la israelí.
Pappé finaliza el párrafo con un diagnóstico demoledor: “En Oriente Medio, como en el resto del mundo, la modernización y la secularización beneficiaron a unos pocos, pero dejaron a muchos descontentos, pobres y amargados. La religión parecía una panacea e incluso a veces una opción política”.
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Cuando se publicó ese artículo, hacía año y medio que el diario israelí Haaretz, había dado por cierta una noticia inquietante. Traducido al castellano, el titular era este: El jefe del Mossad visitó Doha y urgió a Catar a mantener la ayuda financiera a Hamás [pincha aquí para leerlo]. Fechada el 24 de febrero de 2020, la noticia fue difundida en España por la agencia Europa Press aunque con la precaución de añadir un “según medios”.
¿Y quién había desvelado la supuesta existencia de aquel viaje? Pues el que entre 2016 y 2018 había ostentado el cargo de ministro Israelí de Defensa y luego, entre 2021 y diciembre de 2022, el de Finanzas, Avigdor Lieberman. Fue él quien en una entrevista con un canal israelí de televisión afirmó que fue el máximo mandatario de Israel, el ultraderechista Benjamin Netanyahu, quien había enviado a Catar a Yossi Cohen. O sea, al entonces jefe del servicio secreto israelí.
El 24 de enero de 2009, el Wall Street Journal (WSJ), referencia de la prensa económica mundial, llevaba casi dos años perteneciendo a News Corp, emporio mediático de Rupert Murdoch y a cuya junta directiva pertenece José María Aznar. La reseña anterior vale para afianzar que, llegado el caso, sobre tal medio pueden recaer sospechas ciertas o conspiranoicas. Pero, desde luego, ninguna que lo sitúe en el tablero de la prensa antisemita. Entonces, el WSJ publicó un amplio reportaje de Andrew Higgins, que diez años antes había ganado el Premio Pulitzer, bajo el título Cómo Israel ayudó a la gestación de Hamás (How Israel helped to spawn Hamas) .