El hartazgo del electorado marca el único debate a cinco antes del 10N

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A una semana de las cuartas elecciones generales en cuatro años, llega el debate (lunes, 22.00 horas, RTVE, autonómicas y Atresmedia). Aunque se celebra –coinciden los analistas consultados– en un clima de agotamiento general, el debate es potencialmente decisivo. En primer lugar, porque siempre lo es. La literatura académica suele otorgar a los debates en campaña capacidad para mover entre 3 y 5 puntos, aunque no suele ser tanto. Pero, además, estudios como La influencia de los debates sobre la decisión de voto (2001), de Pablo Lledó, indican que los debates ganan importancia cuando las elecciones están reñidas –ahora lo están, más entre bloques que entre partidos– y la discusión pública polarizada, como es el caso en torno al procés. "Es algo ya estudiado: los debates mueven voto. Ahora bien, hay discusión sobre cuál es la horquilla. No suele ser como para cambiar una tendencia", señala Enrique Fárez, consultor y especialista en análisis y seguimiento de noticias y redes sociales, con experiencia en campañas políticas.

"Cuando había dos candidatos, existía más margen para imprevistos. Con cinco, es más fácil que se neutralicen", afirma Fárez. "Salvo que alguien la pifie", este consultor ve motivos para pensar que el debate servirá sobre todo para "reforzar posiciones preexistentes", de forma que a la postre resulte crucial no el debate en sí, sino la impresión que después logren los partidos que cristalice en los medios y las redes sociales. Es lo que Fárez llama "el postpartido", con todas las maquinarias de los partidos activadas. En al artículo Atrapados por nuestras predisposiciones ante los debates electorales por televisión (2015), Javier Sierra ya apuntaba que "la información mediada en el postdebate favorece el cambio de opinión hacia el candidato que señalan mayoritariamente las encuestas". Al igual que los sondeos, no sólo cuentan las cosas, las determinan.

Con las cartas repartidas, el marco determinado por la crisis catalana y los guiones de campaña conocidos de memoria por los candidatos, es poco probable un debate en que un aspirante reduzca argumentalmente a cenizas al resto, o que otro se hunda y pierda los papeles. Son profesionales asesorados por profesionales.

Y, sin embargo, hay varios factores que alimentan la incertidumbre y cargan de importancia la cita de este lunes [ver aquí un análisis de los temas que determinan la campaña]. Es cierto, como señala el estudio de Lledó, que la audiencia tiende a dar por ganador a su candidato: "Las preferencias previas actúan como una guía de actuación, con cuyas instrucciones se evalúa el debate". Con otras palabras lo explica Óscar Luengo en su artículo Debates electorales en televisión: una aproximación preliminar a sus efectos inmediatos (2011), centrado en las campañas en Estados Unidos: "Los debates tienden a reforzar la intención de voto en aquellos ya comprometidos, más que modificarlas". Pero también es cierto, y he aquí el quid de esta campaña, que los números indican que hay un elevado –muy elevado– porcentaje de electores no comprometidos. Son los que no saben si votarán. Son los que, aunque votarán, no saben a quién. Y lo deciden cada vez más tarde. En ocasiones en el mismo colegio electoral.

  Más abstencionistas, menos indecisos

En las anteriores generales, el 28 de abril, la abstención alcanzó un escueto 24,25%. Menos de un cuarto del electorado se quedó sin depositar su papeleta en la urna. Todas las proyecciones coinciden en que el 10 de noviembre la participación bajará. ¿Hasta dónde? ¿Alcanzará el 70%?

El barómetro preelectoral del CIS, el estudio más exhaustivo sobre las posiciones políticas de la sociedad española, ofrece algunas pistas. Los que dicen que "con toda seguridad" no votarán son un 10,3%, frente a un 6,2% en el barómetro preelectoral del 28-A. Pero no sólo hay que mirar ahí. Los que dicen que votarán "con toda seguridad" son ahora el 67,3%, cuando antes eran el 76,3%: 9 puntos de diferencia. "Es el dato más bajo de toda la serie de preelectorales desde 2008", repasa el politólogo Oriol Bartomeus.

Bartomeus, un ojo entrenado en el análisis de series estadísticas, afirma que el incremento de la bolsa de abstencionistas reduce el margen de indecisos. "Así hay menos margen para las subidas y las bajadas", señala. Por decirlo coloquialmente, los datos del CIS indican que es probable que voten menos que la última vez, pero que los que voten sean en su mayoría los que tienen más claro a quién votar.

En efecto, el barómetro preelectoral revela que, de los que prevén votar el 10 de noviembre, ahora hay más decididos que antes del 28 de abril. El 66,6% ya ha decidido a quién le otorgará la papeleta, mientras que el 32,3% aún no lo sabe. Los hombres, por cierto, lo tienen más claro que las mujeres: el 69,8% de ellos ya saben a quién le darán su apoyo, frente al 63,6% de ellas. Y se confirma que uno se hace de ideas más fijas con la edad: el porcentaje de los que ya lo tienen decidido va subiendo sin excepción en todas las franjas de edad, desde el 52,7% entre 18 y 24 años hasta el 74,1% de 65 en adelante. El porcentaje de los que dicen que votarán pero no saben a quién ha bajado con respecto a la antesala del 28-A. Ha pasado del 41,6% al 32,3%.

"Hay menos indecisos que en abril porque hay una parte del mundo indecisos que directamente dice 'yo no voy a ir'. Si miras el CIS de ahora, hay 8 millones. En abril, 11,7 millones. Con lo cual hay menos espacio para crecer. Digamos que el pescado a repartir es bastante menos", señala Oriol Bartomeus.

Pero, ojo, no sería del todo correcto decir que hay "menos indecisos" en abstracto, porque hay más entre los que dudan si votar. ¿Qué votarán esos que no saben todavía si votarán, pero al final lo harán? Hay pocas herramientas para preverlo y forman parte de eso que despectivamente se llama la cocina. Los investigadores del CIS concluyen, una vez cocinados todos los datos, que habrá una mayoría clara del PSOE en particular y del bloque de izquierdas en general. Pero el estudio se realizó antes de la sentencia del procés y de que se estableciera como marco de debate la unidad de España y el orden público. Es decir, cuando de lo que se discutía sobre todo era de estabilidad, probablemente el terreno al que quiera regresar Pedro Sánchez, el candidato socialista, durante el debate.

  Fronteras permeables

El éxito superlativo de un participante en un debate sería no sólo mantener a los fieles y arrimarse a los dudosos, sino arrancar a un abstencionista del sofá y llevarlo con la papeleta de su partido a las urnas. Pero es difícil. En el intento uno puede levantar al abstencionista del sofá, pero con la papeleta del partido contrario. Duro oficio el de los preparadores de debates, que estos días se dejan las cejas en un elemento clave, crucial, de la encuesta del CIS: los datos sobre los partidos entre los que dudan aquellos que dudan. ¿Cuáles son las fronteras de voto más permeables?

Vayamos por orden. La pasarela más transitada es la que une –o separa– a PSOE y Unidas Podemos. Un 10,2% duda entre PSOE y Unidas Podemos (contando los que, en respuesta espontánea, dicen dudar entre los socialistas y Podemos, los socialistas e IU y los socialistas y Unidas Podemos). Es menos que antes del 28-A, cuando era un 12,9%.

Entre PP y Ciudadanos hay un posible flujo del 9,3% (11,9% antes del 28-A). La tercera frontera más permeable está entre PSOE y Cs: 7,5% (1,4 puntos menos que en el anterior barómetro preelectoral). Después está la de PP-PSOE: 6,6% (igual que en el anterior). Un 3,3% duda entre PSOE y Más País, un 2,6% entre PP y Vox, un 1,8% entre Unidas Podemos y Más País y un 1,4% entre Ciudadanos y Vox.

  Fidelidad del voto

En esas fronteras se desarrollará fundamentalmente el debate. El nivel de audacia o de conservadurismo vendrá determinado por la respuesta que cada candidato dé a esta pregunta: ¿Me centro más en consolidar a los que ya tengo o en salir a pescar dudosos?

Sea cual sea la contestación, el que menos margen de maniobra tiene es Ciudadanos. ¿Por qué? No sólo porque tiene dos importantes fronteras abiertas, una con el PP y otra con el PSOE –al fin y al cabo una frontera puede ser de entrada o de salida–. Sino, fundamentalmente, porque una parte considerable de su electorado le ha dado la espalda. O, al menos, no tiene nada claro mantenerle su apoyo.

Veámoslo en detalle. En el barómetro hay una pregunta, la 9R, que dice así: "En las elecciones generales convocadas para el 10 de noviembre, ¿a qué partido o coalición piensa votar?". Las respuestas están divididas según los partidos. Así, por ejemplo, podemos saber qué van a votar los que en las últimas votaron –con más precisión, dicen que votaron – al PSOE, al PP y al resto de partidos. Bien, todos los partidos importantes de ámbito estatal tienen hoy mayor o similar porcentaje de votantes que dicen que volverán a votarlos que los que tenían antes del 28-A.

El 60,5% de los que votaron socialista el 28-A dicen que repetirán (ocho décimas menos que antes de las anteriores elecciones). Un 5,5% se le va a Unidas Podemos, un 4,4% a Cs y un 1% al PP.

El PP adelanta al PSOE en lo que se conoce como "fidelidad de voto". Un 60,9% de los que votaron a Pablo Casado volverán a hacerlo. Es una subida espectacular con respecto a la antesala del 28-A, cuando sólo era un 41,3%. Ahora un 9,3% de su electorado se va a Vox, un 7% a Cs y un 0,6% al PSOE.

Unidas Podemos sube notablemente su fidelidad de voto. Del 42,3% de antes del 28-A al 52,1% de ahora. Sólo un 1,9% se le va al PSOE.

En el caso de Vox, es el partido de ámbito estatal con un electorado más fiel, y eso menos de siete meses después de estrenarse en el Congreso. El 64,6% de los que votaron al partido ultraderechista el 28 de abril repetirán, si se cumple el CIS. Un 3,3% se le va al PP y un 2,9% a Cs.

Dejamos a Cs, caso aparte, para el final. Mientras todos los partidos mantienen o suben su fidelidad, salvo alguna caída mínima, en Cs pasa del 41%, que ya era la más baja de los partidos estatales, al 34%. Esto significa que sólo un poco más de un tercio de los que votaron a Cs aseguran que repetirán.

A pesar de que existe en general, salvo el caso de Cs, mayor fidelidad de voto que antes del 28-A, los indicadores de indecisión siguen altos. Y eso repercute directamente en la importancia del debate. El sociólogo José Pablo Ferrándiz ha identificado dos factores que incrementan la importancia de los debates: uno es la volatilidad –el porcentaje de electores que no han decidido su voto– y el otro la competitividad. Ambos se dan en esta campaña. Por primera vez hay cinco candidaturas de ámbito estatal –PP, PSOE, Unidas Podemos, Cs y Vox– en un debate electoral, más una sexta, Más País, que también estará en la mente de PSOE y Unidas Podemos durante sus argumentaciones.

Con todos estos elementos, ¿con qué cartas cuentan los candidatos? ¿Qué margen de acción tienen, considerando además sus habilidades y limitaciones?

  Pedro Sánchez: perfil presidencial

Como presidente en funciones, Pedro Sánchez recibirá ataques de todos los demás, pronostica Jorge Lucena, experto en preparación de debates. "Su mayor dificultad es el propio debate, escenario que no domina, como demuestra que esta vez sólo haya admitido uno (en las anteriores fueron dos y en ninguno brilló). Su principal desafío es mantener el perfil de presidente en ejercicio, de garante de la estabilidad y de representante de la mayoría cautelosa o, como se decía antes, la mayoría silenciosa. Y que no quede como responsable de la repetición electoral", señala.

Sánchez deberá encarar la acusación de que propició voluntariamente una repetición electoral que ahora amenaza con salirle rana. "Ese va a ser el leit motiv de Pablo Iglesias: que Sánchez pactará con Casado tras las elecciones. Sánchez no puede entrar ahí. Hará lo que pueda para mantener el eje que ha ido proponiendo hasta ahora", señala Enrique Fárez, en referencia a la proyección de imagen de estabilidad y único gobierno posible.

Fárez, no obstante, alerta del error que para Sánchez supondría creer a pies juntillas en el CIS, que le da hasta 150 posibles diputados, y salir excesivamente conservador. "No se puede ignorar el impacto emocional de Cataluña", señala. Además, añade, "el 28 de abril hubo un efecto Sánchez que ahora ha desparecido". El presidente, señala este consultor, encara este debate con menos "carisma" que en la anterior campaña, lo cual hace más imprevisible su estrategia, que antes estaba claramente fiada a su imagen presidencial.

Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Política, deja claro que hacer cualquier pronóstico o previsión es comprar papeletas para equivocarse, porque sólo los equipos de preparación y el propio candidato saben sus cartas. Eso sí, Arroyo afirma que, con el manual de la ortodoxia en la mano, teniendo en cuenta los datos y la personalidad de Sánchez lo que corresponde es un perfil "claramente institucional", sin ocurrencias, sin excesivo humor, a lo sumo "alguna ironía". "Es el favorito y es el presidente. Le pedirá a los demás que no bloqueen", afirma.

  Pablo Casado: formas templadas, mensaje duro

Con barba, un atuendo más clásico y sin usar el recurso del insulto –"traidor", "felón"–, Casado sube en las encuestas una vez consolidado su partido como principal referente de la oposición [ver aquí la media de los sondeos]. "Obviamente, todo apunta a que seguirá yendo de hombre tranquilo y con perfil de gobernante. Ya se acabaron las astracanadas. Pero, al mismo tiempo, tiene que ser ser duro, es decir, cerca de Vox en la argumentación", señala Luis Arroyo, que prevé que Casado sea el más interesado en hablar de economía.

Casado ya rompió su línea histriónica de la pasada campaña en los dos debates antes del 28-A, cuando ofreció su perfil más templado. Entonces "ya era tarde" para hacerlo, señala Arroyo, que recuerda que los cambios hay que cocinarlos a fuego lento. Ahora el líder del PP tiene aún más incentivos para la moderación en fondo y forma, más aún cuando el grueso de sus votantes se sitúan en las franjas de edad más avanzadas.

A juicio de Jorge Lucena, es previsible que intente mantener en el aire dos bolas al mismo tiempo: 1) "consolidar" ante una audiencia amplia "ese perfil formal moderado, templado, que luce últimamente, por donde resta a Ciudadanos y consigue que se le perciba como una clara alternativa de orden y gobierno; 2) "mantener un fondo duro, por donde resiste el embate de Vox". "Sus problemas serán desvincularse del PP de la corrupción y no quedar eclipsado si el debate se vuelve bronco", afirma.

  Albert Rivera: problemas acumulados

Albert Rivera está igualmente condicionado por la edad de sus votantes, pero al contrario. El suyo es un voto mucho más joven, lo cual lo determina en fondo y forma. Pero esta vez el candidato de Cs, el más efectista en las citas antes del 28-A, está asediado por los problemas.

Para empezar, no logra capitalizar el voto "constitucionalista" que se agita con los momentos más tensos del procés [ver aquí y aquí repasos a las estrategias y puntos de partida de los diferentes candidatos]. El partido ha atravesado una crisis interna. Y las encuestas alertan de fuertes caídas. "Rivera es el que está en peor posición, con todas las encuestas pronosticando su hundimiento. Su mayor desafío es dar la vuelta a eso, intentar justificar los bandazos que ha venido dando, con razones lo más sólidas posible, y representar una opción constructiva, lejos del bloqueo que ha venido protagonizando. Su problema es su claro histrionismo escénico, la sobreactuación a la que suele derivar, la escasa credibilidad que transmite", señala Jorge Lucena.

Por su parte, Enrique Fárez ve desaconsejable que el candidato de Cs pretenda, para suturar una herida causada por sus "bandazos", sorprender a la audiencia con nuevos bandazos en el debate. "Lo lógico sería apelar al máximo número posible de votantes de Ciudadanos, que creen en el proyecto centrado y liberal, su posicionamiento histórico, y huir de la deriva radicalizada".

Luis Arroyo cree que es difícil sacar de los electores la "foto de Colón", que a su juicio ha hecho un importante daño político y electoral a Rivera. Al igual que Fárez, cree que lo lógico sería templanza en fondo y forma, pero admite que con el candidato de Cs le resulta especialmente difícil hacer la más mínima previsión. "Lo aconsejable sería presentarse como el hombre capaz de construir consensos, capaz de pactar con PP y con PSOE, pero es difícil saberlo", señala.

  Pablo Iglesias: Una agenda distinta

Pablo Iglesias tiene una ventaja: un campo bastante libre para reivindicar una agenda distinta. "A pesar de un contexto difícil de gestionar, ha salvado los muebles, limitando la fuga a Más País y desgastando el relato de culpabilización por no formarse gobierno", señala Enrique Fárez, para quien es obvio que el guión de Iglesias se centrará en reivindicar una agenda político-social de izquierdas y salirse en lo posible del marco catalán.

Debe tener cuidado, apunta Jorge Lucena, para no "quedar aplastado por la guerra de banderas, bloques y nacionalismos en que puede derivar el debate, sin oportunidad para introducir la agenda social, su mayor activo político".

Arroyo, que recuerda que en el anterior debate Iglesias ya mostró un tono "conciliador" que le salió bien, señala que el reparto de cartas hace previsible que el líder de UP apunte al "peligro" de que Sánchez pacte con PP o con Ciudadanos.

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¿Y Santiago Abascal? "Me extrañaría una estrategia demasiado extrema", señala Enrique Fárez. Este consultor cree que intentará ensanchar espacio, ahora que las encuestas le sonríen. El riesgo, claro, sería enfriar a sus entusiastas, pero la letra pequeña del CIS certifica que tiene a los suyos muy amarrados.

Jorge Lucena opina que tiene ante sí la oportunidad de "huir del mitin para convencidos, al que está acostumbrado, y lograr entrar al debate con convicción". "Su problema es la inexperiencia en este formato de debate de altura y un cierto carácter plano de su mensaje cuando está ante un medio audiovisual", afirma este experto en debates.

Luis Arroyo, dados los antecedentes, cree que Abascal abundará en su "rentable estrategia de alarmar" sobre la situación en Cataluña y ser el que propone "medidas más rotundas", para intentar mover a antiguos votantes del PP que no estén convencidos del "giro al centro" del PP.

A una semana de las cuartas elecciones generales en cuatro años, llega el debate (lunes, 22.00 horas, RTVE, autonómicas y Atresmedia). Aunque se celebra –coinciden los analistas consultados– en un clima de agotamiento general, el debate es potencialmente decisivo. En primer lugar, porque siempre lo es. La literatura académica suele otorgar a los debates en campaña capacidad para mover entre 3 y 5 puntos, aunque no suele ser tanto. Pero, además, estudios como La influencia de los debates sobre la decisión de voto (2001), de Pablo Lledó, indican que los debates ganan importancia cuando las elecciones están reñidas –ahora lo están, más entre bloques que entre partidos– y la discusión pública polarizada, como es el caso en torno al procés. "Es algo ya estudiado: los debates mueven voto. Ahora bien, hay discusión sobre cuál es la horquilla. No suele ser como para cambiar una tendencia", señala Enrique Fárez, consultor y especialista en análisis y seguimiento de noticias y redes sociales, con experiencia en campañas políticas.

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