Ni hora y media tardó el Hospital Príncipe de Asturias en incorporar a sus filas a Elena Barci. Era 17 de marzo de 2020. El país entero llevaba apenas cuarenta y ocho horas encerrado en sus casas para intentar frenar la escalada de un coronavirus que había segado ya la vida de casi medio millar de personas. Y ella, técnico auxiliar en cuidados de enfermería, se puso con urgencia a disposición de una red sanitaria madrileña cada vez más tensionada. "Les dejé el currículo a eso de las 16.00 horas. Pues bien, a las 17.30 horas ya me estaban llamando para que me incorporara esa misma noche", cuenta. Tenía una larga experiencia en quirófanos, unidades de cuidados intensivos (UCI) y servicio de Urgencias. Tres áreas críticas en aquel momento. Entonces, era una heroína más a ojos de ciudadanos y políticos. Ahora, dos años después, la sanidad regional, denuncia, la pone en la calle.
Barci atiende a este diario desde el mismo centro que, a la desesperada, tiró de ella en los momentos más duros de la pandemia. El reloj apenas marca las 11.00 horas. Y la misma pregunta ronda su cabeza una y otra vez: "¿Pero qué estoy haciendo aquí?". Es jueves. Su último jueves en el hospital. En solo unas horas, tendrá que ver cómo vuelve a meter dinero en la cuenta para hacerse cargo del niño y pagar la hipoteca. Y como ella, miles de sanitarios más. Este viernes, unos 6.000 médicos, enfermeros, auxiliares o celadores que el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso contrató como refuerzo para hacer frente a la pandemia –los llamados contratos covid– se quedan en la calle. A pesar de un déficit estructural en las plantillas que lleva arrastrándose desde hace años. A pesar de unas listas de espera que la pandemia ha disparado. A pesar de que se lo han jugado todo.
Jorge Gorrín supo que se iba al paro a mediados de marzo, a través de un escueto mensaje recibido en su teléfono móvil: "Le indicamos que la notificación de su cese de fecha 31 de marzo de 2022 está disponible". Así puso fin la Administración regional a la relación con este médico especialista en bioquímica clínica de 33 años que se incorporó como refuerzo cuando la segunda ola de la pandemia azotaba con fuerza la región. El sanitario canario acabó la residencia en mayo, coincidiendo con el inicio de la tan esperada desescalada. Se tiró un par de meses cubriendo una baja. Luego, se sumó a la primera línea en la lucha contra el coronavirus. Y hasta ahora. "Han sido dos años en los que hemos trabajado sin descanso, con guardias muy intensas", relata en conversación con infoLibre.
El especialista comenzó en el Hotel Colón, el primer alojamiento medicalizado que se puso en marcha en la región y el último en cerrar sus puertas. Más de diez meses pasó en esas instalaciones cerca del Parque del Retiro. "Hacía las funciones de facultativo de planta para pacientes leves, que ese era un poco el perfil que nos entraba allí", apunta. Por aquel entonces, Barci ya llevaba meses currando a destajo en medio de una pandemia en el Príncipe de Asturias. Cuando la contrataron, entró directa a la UCI. Unas unidades de cuidados intensivos que soportaron una presión bestial durante las primeras olas de la crisis sanitaria. En su hospital, se sacaron camas y respiradores de debajo de las piedras. "Pusimos en marcha una tercera UCI aprovechando un espacio que teníamos vacío", rememora.
Tras una discusión con la dirección, la auxiliar de enfermería fue reubicada. Como ella, tampoco Gorrín ha pasado estos dos años en el mismo sitio. Con el cierre del hotel, volvió al Hospital Gregorio Marañón, donde hizo la residencia y en cuyos laboratorios se fueron detectando las diferentes variantes que poco a poco se han ido haciendo famosas. Ahí, sus funciones se ajustaron algo más a su especialidad. A nivel covid, estudiando si la vacuna era eficaz en pacientes inmunodeprimidos. Pero no solo eso. Porque las labores de estos sanitarios han ido mucho más allá de la lucha contra la pandemia. "He sido uno más de la plantilla", explica. En su caso, ha trabajado con analíticas de sangre o con las distintas muestras que llegaban al laboratorio. Hormonas, marcadores tumorales...
"Nos han tratado de forma ingrata"
El Ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso llevaba meses avisando de su intención de deshacerse de buena parte de estos profesionales. Los despidos estuvieron previstos, en un primer momento, para el pasado mes de diciembre. Pero la sexta ola los frenó. Ahora, sin embargo, ya son una realidad. Y ha caído como un jarro de agua fría sobre estos sanitarios y sus compañeros. "Dos años de mi vida dedicados a una profesión que no han sido ni agradecidos ni pagados", critica Barci. Está destrozada. Se siente un simple número para la Administración después de los dos años más duros de su carrera. "Si caes en gracia, bien. Y si no, a la calle", dice al otro lado del teléfono, al tiempo que critica que su vida laboral dependa ahora de una lista que lleva meses sin actualizarse. "Me voy fuera porque no está baremada", denuncia.
Con 42 años, esta auxiliar de enfermería no deja de pensar en cómo afrontará el próximo pago de la hipoteca. "Lo intentaré todo. Dejaré el currículo donde haga falta", asevera. Ya sea en la sanidad pública como en la privada. Y, si es necesario, en otras comunidades autónomas. "Guadalajara, Toledo o Ávila están a media hora y las condiciones laborales son mejores", apunta. Es la desesperación de una sanitaria que lleva toda su carrera tropezando con la precariedad. La estabilidad laboral para ella es algo así como un imposible. Los 23 años que lleva cotizados han sido a base de encadenar contratos temporales. Calcula que llevará algo más de una veintena. "Muchas veces me he planteado dejarlo, cambiar de profesión. Me he formado muchísimo durante todo este tiempo para encontrarme en esta situación", señala.
También a Gorrín se le nota muy quemado. "Nos han abandonado y tratado de forma ingrata. Tras dos años trabajando sin descanso, resulta muy difícil digerir que la respuesta haya sido esta", cuenta el médico especialista en bioquímica clínica. No concibe que después de más de una década formándose vaya dando tumbos de un lado para otro. Es más, no está dispuesto: "Voy a ir donde me ofrezcan estabilidad". Y eso, en Madrid, lo ve extremadamente complicado. Por ello, no descarta buscarse la vida en otras regiones en las que pueda encontrar un proyecto de futuro a largo plazo. Ni tampoco, hacer las maletas y largarse de España. "Por ideología, quiero trabajar en la pública y en España. Pero de las ideas no se come", culmina el joven.
Vuelta a la precariedad
A Eva Amaro le hicieron un contrato covid en el Hospital Universitario de Móstoles pocas horas antes de que Barci aterrizase en el Príncipe de Asturias. Era 16 de marzo de 2020. Se acababan de cancelar temporalmente las intervenciones quirúrgicas, las consultas no urgentes y la actividad de las unidades de rehabilitación respiratoria y cardíaca. El coronavirus empezaba a tensionar el funcionamiento del centro. Un hospital que ya era conocido para esta enfermera de 26 años. Al fin y al cabo, llevaba trabajando allí un año. Eso sí, con contratos eventuales que en ocasiones podían alargarse varias semanas y en otros casos no se prolongaban más allá de unos pocos días. "Y si dices que no quieres, te penalizan en la bolsa. Te ponen la última y te puedes tirar un año sin que te llamen", explica.
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Cuando empezó, prácticamente todo era coronavirus. Desde la sexta planta hasta la UCI. Pero a medida que fue bajando la presión, los centros se dedicaron a tirar de ellos para cubrir las bajas de otros compañeros. Su contrato, como el del resto, cumplía el 31 de marzo. Hasta el miércoles, se vio en la calle. Pero al final, se queda. Se lo han confirmado hace solo unas horas. "He estado hasta este jueves por la mañana sin saber qué es lo que haría el fin de semana", cuenta. Una carambola le ha evitado pasar a engrosar las listas del paro. "Había que cubrir una excedencia. En principio, ese contrato iba a ser para una compañera. Sin embargo, se ha ido y yo soy la siguiente en puntuación en la bolsa", explica. A pesar de eso, no duda en alzar la voz. "Es decepcionante. Se nos aplaudía, se nos llamaba héroes. Y cuando no se nos necesita, se nos tira a la basura".
A comienzos de marzo, la Consejería de Sanidad anunció que mantendría a más de 5.000 profesionales sanitarios que fueron contratados de refuerzo durante la crisis sanitaria provocada por el coronavirus. Marta Barranco será, si no hay cambios de última hora, una de las que siga. "En principio, nos han dicho que nos van a necesitar", asegura. El caso de esta médica de Urgencias del Hospital de Getafe es peculiar. Lleva trabajando prácticamente un año. De nuevo, de aquella manera. "En once meses, diez contratos", explica la facultativa de 29 años. A finales de enero no sabía que iba a ser de ella. Hasta que, de pronto, le ofrecieron uno covid. "Para febrero y marzo", apunta.
El Gobierno madrileño ha prometido hacer interinos a más de un millar de eventuales de la sanidad regional. Pero hasta que se resuelva el concurso público de interinidad, algunos centros han decidido mantener a los sanitarios con contratos temporales. En muchos casos, de guardias. En principio, Barranco espera continuar durante la primera quincena de abril. Eso sí, con peores condiciones laborales que las que tenía. "Con un contrato de este tipo no tienes derecho a vacaciones, bajas o no te cuenta como tiempo trabajado en tu historial si no llegas a un determinado número de guardias", sostiene. Y luego está el salario: "Cobras casi la mitad". Como el resto de compañeros, no descarta abrir otros caminos. Ya sea en la pública, en la privada o en otras comunidades. No está dispuesta a seguir viviendo en precario.
Ni hora y media tardó el Hospital Príncipe de Asturias en incorporar a sus filas a Elena Barci. Era 17 de marzo de 2020. El país entero llevaba apenas cuarenta y ocho horas encerrado en sus casas para intentar frenar la escalada de un coronavirus que había segado ya la vida de casi medio millar de personas. Y ella, técnico auxiliar en cuidados de enfermería, se puso con urgencia a disposición de una red sanitaria madrileña cada vez más tensionada. "Les dejé el currículo a eso de las 16.00 horas. Pues bien, a las 17.30 horas ya me estaban llamando para que me incorporara esa misma noche", cuenta. Tenía una larga experiencia en quirófanos, unidades de cuidados intensivos (UCI) y servicio de Urgencias. Tres áreas críticas en aquel momento. Entonces, era una heroína más a ojos de ciudadanos y políticos. Ahora, dos años después, la sanidad regional, denuncia, la pone en la calle.